"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




lunes, 30 de mayo de 2011

Preguntas y respuestas

Debo confesar (y de hecho confieso) que estoy en esa clásica etapa en la que me siento inevitablemente sola.

En seguida se me echarán encima las voces y los brazos de tod@s l@s que me queréis para hacerme ver que sois muchas personas las que estáis a mi alrededor, y yo podría agarrarme a la clásica frase de "se puede estar sola aunque se esté rodeada de mucha gente", pero entonces todo ésto caería en el melodramatismo típico de las películas de sobremesa de domingo de Antena 3, y mire usted, no hay necesidad.

Estoy en esa etapa porque estoy pasando por ese momento en el que miras con asombro tu vida y la gente que está en ella y de repente te sientes como Truman (de "El show de Truman"), deseando que haya una persona desconocida detrás de todo que justifique en qué momento decidiste tú que esta persona o esta otra, o ese curro o aquel grupo entrasen en tu vida.

Ayer estaba yo hundida en la miseria (lo que se traduce en que me volví pronto a casa, me arrellané en la cama y me vi Pretty Woman de principio a fin con un par de tabletas de chocolate) pensando en qué he hecho yo para merecer según qué cosas, cuando dieron las 12.00 de la noche. Eso quería decir que oficialmente comenzaba el día del trigésimo segundo cumpleaños de mi adorada M., así que cogí el móvil para felicitarla:

Yo.- ¡¡¡FELICIDADEEEEEEEEEES!!!

M.- ¡Amiga, gracias! ¿Qué tal ha ido tu día?

Yo.- Pues horrible, otra vez estoy rayada con el mismo tema. (Nota: "Elmismotema" es lo que estoy contando, el hecho de que de repente la gente que me rodea se ha convertido en una completa desconocida que no entiendo cómo vino a parar a mi vida).

M.- Mira tía, no puedes hundirte porque esta persona o esta otra salga de tu vida o haya elegido otro camino. No se está sola por una persona que sale, sino acompañada por otras muchas que se quedan.
No se tiene poco por lo que no se tiene, sino mucho por lo que sí se tiene.


Y me dejó planchada. Hasta Julia Roberts parecía tener un poco más de clase, y eso que ya estábamos al final de la peli y había llegado a la cúspide de su evolución física. (Nota2: Luego hubo más conversación con mi amiga, que como he cortado por la mitad parece que me invadió un halo de emoción y colgué el teléfono; en realidad tuvimos otra media hora de conversación, pero no voy a transcribirla entera porque fue larga y llena de códigos entre amigas que aburrirían a cualquiera que no estuviese en nuestro círculo particular).

Así que me dio por pensarlo, y mi amiga M., que es sabia cuando quiere, tiene toda la razón.
A mi lado hay mucha gente que elegí y que es genial, que está cada día cerca.  En mi vida ha habido muchos curros que me han enseñado mucho y me han hecho ser (y no ser) lo que ahora soy (y no soy).

No estoy acostumbrada a caer mal, no sé por qué. No soy un paradigma del amor ni de la bondad (aunque intento estar por ahí cerca), no soy una gran persona, ni la mejor profesional, ni la tía más guapa del planeta Tierra (aquí mi abuela discreparía, pero la posibilidad de que acceda a este lugar es tan factible como la de que Esperanza Aguirre acampe en Sol), pero supongo que tengo algo que si bien no me hace el centro del Universo, me hace conectar con la mayoría de la gente, o al menos con la gente con la que me interesa conectar.

Como no estoy acostumbrada a caer mal, me defiendo fatal cuando eso ocurre y dicha gente me ataca (por norma general hablando a mi espalda, lo de ser valiente en estos casos siempre ha estado demodé), así que tiendo a cuestionarme por qué dejé que esa gente entrase en mi vida, cómo no lo ví antes. Supongo que es la pescadilla que se muerde la cola, como la gente sale de mi vida entra otra nueva, y cuando esa gente me decepciona sale y busco a otra gente y así sucesivamente. Es como cuando me quito las lentillas e intento buscar las gafas, que me pego dos horas dando vueltas para intentar encontrarlas y ver algo, pero como no veo un pijo no las encuentro. Los bucles como se puede comprobar están a la orden del día en mi existencia.


Menos mal que aún me quedan momentos como los de hoy. Corrigiendo un examen de una de las chavalas a las que doy clase, estas han sido algunas de las respuestas:

¿Cuándo empezó y terminó la II Guerra Mundial?  Ambas en el siglo XX (sin arriesgar, a lo seguro)
¿Quién reinó en España después de Fernando VII? Su descendiente inmediato/a (sí, ha puesto ambos géneros)
¿Quién gobernó tras la I República española? El PP (?¿¿¿¿¿¿¿¿???)
¿Qué diferencia hay entre un país desarrollado y uno subdesarrollado? Como su nombre indica, el país desarrollado está sólo desarrollado y el subdesarrollado está más subdesarrollado (lógica aplastante)
Define "república": Sistema de gobierno sin gobierno alguno (no te lo pierdas)
¿Cómo acabó la II República española? Mal (jajajajajajaja)
Define "guerra civil": españoles contra españoles, por ejemplo, gente de Moratalaz contra gente de Cercedilla (por ejemplo)
Nombra algunos de los derechos que se abolieron durante la dictadura franquista: Por culpa de Franco, el padre de Juan Carlos I dejó de hablar a su hijo (aquí no iba del todo desencaminada)
Define "clase media" y "clase trabajadora": Clase trabajadora: pocos euros. Clase media: cantidad media de euros.(así, a grandes rasgos)




Y yo venga a preguntarme por qué mi vida toma estos cauces cuando la juventud del mundo no sabe ni quién es, ni de donde viene ni a dónde va.
A decir verdad, son estas GRANDES respuestas las que hacen algo más pequeñas mis preguntas y me ayudan a descubrir que, al final, por mucho que pidas consejo, por mucho que te expliquen, por mucho que los libros de historia te "enseñen", las verdaderas claves para entender el mundo están dentro de cada un@.

Al final va a ser que aprendo mucho más de lo que enseño.




domingo, 29 de mayo de 2011

Recetas de lluvia y azúcar

El 15 de octubre del año pasado, me encontraba yo en la Casa del Libro de Goya cuando casi estaban cerrando .

No es que me guste a mí dejar los regalos para el último día, más bien a ellos les gusta no dejarse ver hasta el último momento, pero el caso es que tenía un cumpleaños al día siguiente y todavía no había comprado nada. Entre que a la gente de mi círculo le encanta leer, que a mí me apasiona y que solemos andar regular de pelas, regalar un libro se suele convertir en la mejor de las opciones.

Llevaba rato dando vueltas intentando encontrar un álbum ilustrado, esos que tanto nos gustan pero valen un riñón y que por lo general devolvemos a la estantería con cara de niño al que le han quitado un caramelo después de ojearlo detenidamente. La Casa del Libro parecía un mercadillo: en las estanterías se amontonaban ejemplares de decenas de álbumes, libros y manuales, todos ellos sin clasificar y cada uno de su padre y de su madre. Al minuto y medio yo ya tenía unos 10 apilados en un montón en mis brazos.

Me dirigía hacia una mesa para dejarlos y mirarlos tranquilamente, cuando al levantar la pila de libros, uno resbaló de la estantería y cayó a mis pies. Por aquello del "qué dirán", dejé los que llevaba apilados en el suelo y me agaché a recoger aquel libro movedizo. Su título fue lo primero que me llamó la atención: Recetas de lluvia y azúcar. "Bonito título", pensé.

Lo cogí, me puse de pie, y empezé a echarle un vistazo. Cuando me quise dar cuenta, estaba completamente embobada y habían pasado casi 15 minutos. Era exactamente el tipo de libro que me encanta y que a mi amiga le iba a encantar, así que dejando en el suelo el montón de libros inicial, corrí a la caja para pagarlo y llevármelo. Quedaban dos ejemplares más, así que también me los llevé para otros dos regalos que tenía que hacer a otras dos amigas del mismo corte que la primera.

A mi amiga, la que cumplía años, le encantó el libro (y a las otras también). Se lo ha ido leyendo poco a poco y durante semanas me iba contando lo que había ido descubriendo. Recetas de lluvia y azúcar es un libro a caballo entre el álbum ilustrado infantil y el libro tierno de adult@s que explica, mediante sencillas "recetas" y reflexiones, cómo trabajar y cultivar las diferentes emociones: miedo, empatía, rencor, alegría... Los textos son maravillosos y las ilustraciones ni te cuento.

Cuando llegó la Navidad, mi amiga regaló el libro a su gente allegada, y esa gente a su vez a otra gente, y así se corrió la voz. Muchas personas andan ahora cocinando los ingredientes para dar rienda suelta a sus emociones. Lo malo fue que, una vez que pasó la euforia, volví a comprarme un ejemplar para mí pero ya estaba agotado. Después, la vorágine de la vida y sus circunstancias enterraron el recuerdo del libro en un rincón del bosque de mi mente y ahí permanecía hasta hoy.

Paseábamos mi hermana y yo por la Feria del Libro esta mañana, buscando a Ajo Micropoetisa para que me firmase su nuevo libro de Micropoemas III (de la que soy una gran fan, como te conté en el post "Micropoesía"), cuando he visto una caseta decorada de forma que me ha instado a acercarme. Hemos atravesado a la gente que se agolpaba por toda la Feria y hemos llegado a la caseta, donde nos hemos parado a echar un vistazo a los libros. De repente, he visto encima de la mesa las Recetas de lluvia y azúcar, y cogiéndolo al vuelo le he dicho a mi hermana:

- ¡Mira! Este libro es una pasada, llevo tiempo detrás de él.

Una mujer que estaba vendiendo en la caseta, me ha oído y, dirigiéndose a mí, me ha dicho:

- ¿Lo has leído?

Yo he contestado:

- Sí, te lo recomiendo, es buenísimo.

Y ella me ha dicho:

- Lo sé, porque está mal que yo lo diga, pero es muy bueno.

Se me ha encendido la luz:

- ¿Lo has escrito tú?

Y ella, sonriendo, me ha contestado:

- Sí, y estoy aquí para firmártelo.


Y le he contado la historia de aquel libro que hace meses cayó a mis pies, pero que nunca pudo llegar a caer en mis manos, y le ha encantado. "Las casualidades existen", le he dicho. "Tengo una amiga que dice que son estas pequeñas cosas las que mueven el mundo", ha respondido.

Mi libro de Recetas tiene ahora, en su primera página, un escrito que dice:

"Para tí, para que tu vida esté llena de muchas casualidades que te permitan compartir alegría y felicidad. Por muchos libros cayendo a tus pies. Con todo mi cariño, Eva".

Y he salido de la Feria del Libro son una sonrisa.

Todo tiene un por qué. Todo lo bueno vuelve.

Como dice Ajo:

"Las casualidades sirven para demostrarte que estás donde tenías que estar, ni un milímetro más allá".


Cuánto arte hay en el mundo, de verdad.






 

martes, 24 de mayo de 2011

La doble moral

Me hago eco de una fotografía que encuentro en uno de mis blogs de cabecera, Señorita Puri, y que explica fenomenal lo que detesto de este país y de esta sociedad, que aunque hace unos días me hacía sentir orgullosa (lo conté aquí) todavía me hace sentir vergüenza en muchas ocasiones.Hay cosas que no cambian tan facilmente.

Doble moral.

La doble moral española no sólo es que la clase política de ideas conservadoras y católicas se salte a la torera el 7º mandamiento.

La doble moral no es sólo que la Reina se dedique a bautizar a los osos panda que llegan nuevos al zoo como una auténtica amante de los animales mientras se cruza de brazos ante la perspectiva de que el país que regenta abandere la tauromaquia como "Bien de interés cultural".

La doble moral no es sólo que la Ley de Protección de Datos no nos permita hacer fotografías en una excursión a Piedralillos de Abajo para preservar la intimidad de nuestr@s menores y sin embargo, cuando los medios de comunicación lo deciden, difunden imágenes de menores y mayores anónim@s con total impunidad para ilustrar noticias "de impacto social" en portada sin contar con el consentimiento de sus protagonistas.

La doble moral no es sólo que se nos prohíba fumar hasta en mas marquesinas del autobús (tienen tres paredes y techo, prohibidísimo) mientras suben los impuestos del tabaco hasta la Estratosfera y en los estancos hay ofertas publicitarias y regalos para quien quiera fumar siete veces más, eso sí, con fotos de pulmones negros y tumores malignos en las cajetillas.

La doble moral no es sólo que empresari@s de todo el país argumenten estar "creando puestos de trabajo" cuando contratan (y "nocontratan", es decir, bajo cuerda) a personas pagándoles el mínimo exigido por ley (por la Ley de Angola, digo) y teníendoles trabajando hasta que el sol se pone en el horizonte.

La doble moral española es todo eso y es ésto:


 https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhN_GyieKrGYpnkSVZgK4fnPBEj3kK_QgM7dd3fu8gifLdRJjL2jtMy79uyhgioIIwDLT5LKaLEVEJcQQDdcTI-k5wVTRV-vvFWd9qVNDjbvRsdcIMc8XHb4xAsyLhHQ-BhlVbMreUGYzQZ/s1600/dsk_sexo.jpg


El diario ABC (lo encontraréis en los kioscos de toda España al fondo a la derecha) sacó esta portada el día 17 del presente mes, en la que informaba de que el presidente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, casado y con familia, había sido acusado de agredir sexualmente (presuntamente) a una empleada de un hotel.

Para dejar clara la postura del periódico, subtitulan la imagen de portada con este elocuente anuncio en el que anuncian que "Sexo es vida!", y se quedan tan anchos. A tomar por culo la ética periodística y los principios morales.

Si alguien no entiende cómo pueden suceder estas cosas, puede mandar un mensaje al 5553 con la palabra clave "Quécojoneslepasaaestepaís", y en unos instantes recibirá su respuesta.

Y recuerda, no la borres, porque te vale para toda la jornada de mañana. Y falta te va a hacer.

domingo, 22 de mayo de 2011

De cuando Lita llegó a nuestras vidas. Capítulo II

(Si te perdiste la primera parte de esta historia, puedes leerla aquí).


Las semanas pasaban y Lita se adaptaba a nuestras vidas, como nosotr@s nos adaptábamos a ella.

Bueno, mentira. Vuelvo a empezar.

Las semanas pasaban, y nosotr@s intentábamos adaptarnos a Lita a marchas forzadas. Ella tenía una serie de principios vitales que no pensaba romper de ninguna de las maneras, a saber:

- Como ya conté, nos seguía alimentando a base de soja y macarrones. Durante aquella etapa de nuestras vidas, el baño estaba más frecuentado de lo normal por exceso de hidratos y fibras varias.

- Sólo hablaba dos veces en cada conversación telefónica. Una llamada cualquiera solía transcurrir así:

Lita: "¿Sí?"

Persona que llama: "Hola, quería hablar con fulanita. ¿Está en casa?"

Lita: No.



Y ya está, colgaba el teléfono y ahí te mueras. En la temporada que estuvo en casa, perdimos decenas de recados, ya no sólo de familiares y amig@s, sino del banco, del taller, del médico, de la carnicería, de nuestros trabajos respectivos y de un sinfín de personas que habitualmente llaman a una casa a comunicar algo. Yo estuve a punto de perder algun@s amig@s a quienes les faltó poco para dejar de llamar a casa.

- Ídem con el tema de abrir la puerta. A cualquier tuercebotas que llamaba a la puerta a pedir o a sonsacar información le abría con alegría, pero a quien viniese a traer una carta, un certificado o a preguntar por un calcetín que se había caído al tendedero, le castigaba con la más profunda de las indiferencias y le cerraba la puerta en los morros. Sobra decir que, durante el tiempo que estuvo en casa, perdimos decenas de cartas, comunicaciones y relación con el vecindario en general, que prefería no volver a ver unas bragas a encontrarse con Lita en la puerta.


Pero lo peor no venía aquí.

En mi casa hay una terraza minúscula, que está dentro de la cocina, y en la que sólo cabe un armario con comida (a modo de despensa) y la lavadora. Dicha terraza da al tendedero, de forma que queda un pasillo entre la lavadora y la pared del tendedero por la que cabe una persona holgadamente para pasar de un lado a otro.

Una alegre mañana de primavera, mi padre intentó acceder desde la puerta de la terraza al tendedero porque quería asomarse para buscar la razón oculta por la que llevábamos tiempo echando de menos una decena de pares de calcetines; pensamos que se nos habrían caído de la cuerda y queríamos investigar si la vecina de abajo se los estaba quedando discretamente y condenándonos a ponernos chanclas antes de tiempo a falta de calcetines.

Mi padre intentó pasar por el pasillo y cuál fue su sorpresa cuando descubrió que, literalmente, no cabía.

- ¿Qué coño pasa aquí?- me preguntó.


Como la lavadora tenía sus años, yo sugerí una explicación:


- Será que se mueve al centrifugar y se ha desplazado, habrá que volver a pegarla a la pared.

Empezamos a empujarla hacia la pared, pero la lavadora no se movía. Por más fuerza que hacíamos, la lavadora no se desplazaba ni un milímetro. Después de sudar la gota gorda por el esfuerzo sobrehumano, decidimos que lo mejor sería sacar la lavadora para ver qué era lo que pasaba y por qué no se movía.En nuestra ignorancia, pensamos que a lo mejor había un cable doblado por detrás que impedía que la lavadora se moviese con normalidad.

Cuando mi padre consiguió sacar la lavadora, no podíamos creer lo que veían nuestros ojos: más de una veintena de calcetines de todos los tipos y pelajes se acumulaban detrás de la lavadora, haciendo un tope que impedía que ésta se pegase a la pared, y desplazándola tanto que ocupaba la mitad del pasillo y no dejaba que pasásemos al otro lado.

Después del estupor inicial, reclamamos a Lita para que nos explicase el motivo por el que nuestros calcetines, aparentemente desaparecidos, estuviesen detrás de la lavadora, y ella nos lo explicó muy amablemente: cada vez que se le caía un calcetín por el tendedero, echaba el otro del par detrás de la lavadora, obviando el pequeño detalle de comunicárnoslo. Vamos, que un par de semanas más y la lavadora sale volando por la ventana del tendedero de la cantidad de calcetines que se acumulaban en aquella pared y que ya dábamos por muertos.

Todavía estábamos recuperándonos del descubrimiento, cuando una tarde llegué a casa de la universidad como a las 6 de la tarde, y me la encontré vacía. Me extrañó, porque Lita estaba en casa hasta las 7, pero pensé que habría bajado al piso de abajo a por algo del ya famoso tendedero.

Llegué hasta mi habitación, dejé mis cosas y me fui a la cocina. Me bebí un vaso de agua, lo dejé en el fregadero y volví hacia mi habitación. Desde el pasillo, ví un jersey en el cuarto de estar, y me acerqué a cogerlo. Al entrar, casi me da un infarto doble: un niño de unos 5 años absolutamente desconocido dormía placidamente en el sofá.

Después del shock incial, pensé en cómo actuar; al principio decidí que lo mejor era despertarle y preguntarle directamente quién cojones era, pero luego me dí cuenta de que seguramente se iba a asustar y no íbamos a sacar nada en claro. Juro que llegué a pensar si esa era mi casa, si eso era un sueño, si era el espíritu de la Navidad pasada (o futura, quién sabe) o si habían entrado a robar y se habían olvidado de él con las prisas.

Una vez más, recurrí a un ser superior: llamé a mi madre.

- Mamá, perdona que te moleste, pero es que hay un niño durmiendo en el sofá del cuarto de estar que no se quién es.

- ¿Cómo que hay un niño durmiendo en el cuarto de estar?

- Te lo juro, que no se quién coño es, pero que está aquí conmigo, tan dormido.

- Pues le despiertas y le preguntas quién es.

Aquella situación era subrrealista, en serio. Yo, en mi propia casa, acojonada por no entender qué cojones hacía un niño extraño en mi sofá. Le empecé a mover un poco para intentar despertarle, pero nada, el niño estaba como muerto. Poco a poco empecé a hablarle elevando el tono de voz:

- Eh... amigo... oye, despierta... amigo, despierta...

El niño empezó a reaccionar y a moverse, hasta que abrió los ojos. Me miró, esbozó una gran sonrisa y me dijo:

- ¡¡¡¡¡HOLA!!!!!

Yo, mientras tanto, le retransmitía a mi madre:

- Que dice que hola.

- ¿Pero le quieres preguntar quién es?

Y le volví a preguntar al niño:

- Amigo, que quién eres.

El niño contestó:

- Abuela Lita en compra. Ahora viene abuela. Tengo hambre. Quiero merendar.

Todavía flipando, le dije a mi madre:

- Que creo que es el nieto de Lita, que dice que quiere merendar.

- Pues ale, le das un vaso de leche y unas galletas y cuando llegue Lita me llamas.

Fue colgar y sonar la puerta, y en ese momento apareció Lita en el salón:

- Hola, este mi nieto. Yo en compra en mercado y mi nieto sueño y yo le tumbo aquí. Muy guapo mi nieto, ¿eh?

La tía cachonda se había llevado al nieto a mi casa, en un momento dado el crío se había quedado sopa y ella le había dejado descansando mientras bajaba a hacer la compra, que por otro lado era un tema que podía hacer casi mejor en su tiempo libre, y no en el de trabajo, pero aquello ya era lo de menos.

Le dí un vaso de leche con galletas a la criatura y encima le tuve que entretener una hora mientras Lita, dueña y señora de la casa, terminaba de planchar.


Puede parecer que no podía pasar nada más, pero todavía quedaba un sprint final, aunque eso ya es harina de otro costal, o tema para otro post, sin duda.

El final de la historia se acerca, y mi casa nunca volvió a ser la misma...


jueves, 19 de mayo de 2011

SOL

Hasta donde llega mi memoria (y llega lejos, porque la tengo muy buena), nunca he estado orgullosa de ser española.

No quiere decir que me avergüence de la nacionalidad que tengo, y algunas veces he presumido de haber nacido en este país cuando se habla de gastronomía, de música, de paisajes, de fiestas. Sin embargo, si pienso en el sentimiento de orgullo, se me viene a la mente lo que siento cuando miro a mi familia, o lo que siento cuando un niño o una niña de mi clase hace algo grande, o lo que siento cuando hago algo bien. Eso es, hacer algo bien es lo que enorgullece a una persona.

Tampoco he sentido orgullo cuando España ganaba el Mundial, ni cuando se hablaba de reformar la Constitución de nuestro país para abolir la Ley Sálica, ni cuando Penélope Cruz recogió el Óscar. Una se alegra, pero sigue sin sentirse orgullosa.

Y ahora, de repente, descubro que me invade una satisfacción enorme cuando leo el nombre de España en el periódico.

El pasado día 15, much@s español@s nos reunimos en diferentes partes del país para reivindicar algo muy simple: que queremos un estado democrático REAL. Que España lleva muchos años con un sistema democrático que es ficticio, porque las leyes que lo regulan favorecen a unos partidos políticos y aíslan a otros. Que cada cuatro años se nos llama a las urnas para votar a uno de los 3.000 partidos políticos que presentan su candidatura pero curiosamente, siempre salen los mismos. Que en la historia de la democracia sólo han gobernado 3 partidos diferentes de las miles de opciones posibles. Quienes realmente utilizamos sistemas democráticos en el día a día para tomar decisiones sabemos que ésto, cuanto menos, huele a chamusquina.

Ese día, decenas de miles de personas unimos nuestras voces para reclamar un hueco en el sistema que mantenemos día a día con nuestro trabajo, con nuestro esfuerzo, con nuestra participación. Ese día, decenas de miles de personas alzamos nuestras consignas, nuestros reclamos, nuestras ideas. Ese día no fue un día cualquiera.

Al terminar la manifestación, muchas personas en todo el país decidieron no apagar las voces tan pronto. Decidieron utilizar la calle que pagamos tod@s para seguir hablando, para seguir pidiendo lo que es inherente a la democracia: que la voz del pueblo cuente.

Han pasado casi 5 días desde aquel momento, y las voces no callan. Al contrario, las voces se han organizado, y de una forma tan pacífica que asusta a quienes temen que se les joda el chiringuito, se mantienen en las plazas de muchas ciudades para reclamar un lugar en este Estado que nos acusa de ir contra él, cuando él nunca dejó que fuésemos a su favor.

Las consignas no son políticas. Las banderas, las ideologías y la violencia no son bien recibidas. Las reclamaciones son claras y las ideas bien recibidas: queremos una democracia real. Y la queremos ahora.

Nos hemos cansado de esperar, de aguantar, de sobrevivir, cuando lo que queremos es vivir a secas.

Se ha acabado la cuenta atrás. Ya no vale callar. Ya no vale aguantar. Ahora hay que ACTUAR.

Por primera vez, españoles y españolas de todas las edades, condiciones sociales, ideologías políticas y creencias religiosas se unen para pedir que el sistema las acoja. Ahora sólo queda la respuesta del sistema.

Estoy orgullosa de ser Española, de esta España que por primera vez no se asusta y avanza, que se organiza, que pide vivir en paz, que busca su hueco.

Os dejo un resumen del sentimiento de revolución que estamos viviendo estos días en Madrid, en la Puerta del Sol. Seguís estando invitados e invitadas a uniros.

Nunca fue tan importante ver cada día el Sol.

















































domingo, 15 de mayo de 2011

DeOtraManera

Ya hablé una vez de lo importante que es tener una amiga con chalet (si no lo leíste, puedes hacerlo ahora pinchando aquí) como parte de la infancia y la adolescencia (y de la juventud, y de la vida adulta). Son avatares de la vida que te hacen ser una persona con más mundo y experiencias dignas de ser contadas.

Sin embargo, hay otro tema del que nunca he hablado y que también es importante: tener un amigo (o una amiga en su defecto) que toque en un grupo de música.

Lo suyo, como en mi caso, es que tu amigo o tu colega sea el cantante. También (como en mi caso de nuevo) puedes conocer al batería, o al guitarrista, o al bajista o al técnico de luces, me da lo mismo, pero que tu amigo sea el cantante es parte de la motivación que será necesaria para sobrellevar la situación.

Para empezar, tu colega y su grupo empiezan (como es lógico) por cantar en las fiestas de amig@s. Se arrancan con una guitarra y una mesa a modo de soporte de percusión y se versionan un tema de cualquier grupo, que puede versar desde Nirvana hasta Fran Perea, depende de la gente de la que te rodees.
Luego continúan por tocar en antros de mala muerte en los que te da cierta vergüenza entrar y en los que en los baños puedes contraer unas gonorrea tonta con sólo acercarte, pero vas por tu amigo del alma; luego continúan tocando en garitos que si bien no son de mala muerte, no son los que elegirías por voluntad propia, pero también vas por tu amigo del alma y porque agradeces poder mear en un baño en el que no temas contraer la sífilis.

En mi caso, mi amigo se llama Jurro y su grupo se llama DOM, o lo que es lo mismo, De Otra Manera.

Desde que empezaron a tocar, no he faltado a concierto alguno. Si me hubiera pensado lo de irme a vivir a otro país, probablemente lo hubiera pospuesto por si tocaban y me pillaban fuera. Y en ese caso lo hubiera visto por videoconferencia, porque quiero pensar que si falto, el concierto no será lo mismo.

Los conciertos de De Otra Manera me encantan por varias cosas. En primer lugar, porque cuando toca un amigo te sientes como Lola Flores viendo cantar a Lolita, con una mezcla de amor fraternal y orgullo/satisfacción que si no fuese porque su madre también va a los conciertos, bien podría sentirme la progenitora.

En segundo lugar, tener un amigo que toque en un grupo mola porque es la excusa perfecta para que nos juntemos tod@s. En la familia te juntas en bodas, bautizos y comuniones, pero como nosotr@s aún no estamos en esa fase (por suerte), nos juntamos en los conciertos. Nos tomamos unas copas, nos ponemos al día, y si la conversación se vuelve algo tensa o algo vacía, empieza el concierto y tenemos una razón para dejar de hablar y empezar a cantar.

Luego estamos las Groupies de Oro, que somos las que llevamos el CD en el coche, nos cantamos las canciones religiosamente y en el concierto damos la vida. Se nos reconoce porque componemos la primera fila, y quitando a su madre, somos las que más cantamos. Qué cojones, somos las que mas cantamos incluyendo a su madre, porque en el fondo ella mira embelesada a su criatura pero pasa de aprenderse las letras, mientras nosotras saltamos en cada concierto como si fuese la primera vez que lo vemos.

Además está la publicidad gratuita, el clásico boca-a-boca, porque claro, tú tienes que mover al grupo de tu amigo como si fuese el tuyo propio, y cuando vas en el coche con alguien pasas disimuladamente las canciones hasta que llega una del grupo, y ahí aprovechas para explicar que es el grupete de un amigo y que mira cómo tocan de bien, y que lo quieras o no te dejo su página web para que les escuches, como en una especie de obligación moral que sientes hacia ellos, que como mínimo le han echado huevos para hacerse hueco en un mundo en el que, como en todos, la pasta está por encima de la calidad.

Por si alguien no sube en mi coche desde hace tiempo o no lo va a hacer en lo sucesivo, aprovecho para hacerles un poco de publicidad gratuita desde aquí. En realidad no tiene por qué gustar a todo el mundo, no tiene por qué ser el mejor grupo del universo ni el producto del año.

Pero sólo su nombre dice muchas cosas.

Hay que vivir De Otra Manera.

Invitad@s quedáis al próximo concierto, palabra de GroupieDeOro.



PD: Si quieres escucharles...

http://www.myspace.com/deotramaneramusic
http://es-la.facebook.com/DeOtraManera?v=app_178091127385

http://www.youtube.com/user/DeOtraManeraDOM
http://www.megaupload.com/?d=4F7AGKRM
 
 

    

sábado, 14 de mayo de 2011

La vida es sueño

Desde que tengo memoria he tenido sueños cíclicos.

No sé si os ha pasado alguna vez que durante una temporada (o durante toda la vida, eso no lo sé porque aún llevo relativamente poco en el mundo y desconozco la probabilidad de que esto dure muchos o pocos años) soñáis una y otra vez la misma situación, con las mismas personas, el mismo escenario, los mismos detalles. Es muy común soñar con que no puedes hablar, o que no te puedes mover, o que tienes una relación con una persona desconocida, o que se te caen los dientes. En mi familia, sin ir más lejos, hay varias personas que tienen sueños cíclicos de este tipo.

Yo tengo dos o tres que se repiten desde siempre. Los tres son pesadillas (qué suerte) y los tres son angustiosos, en los tres me despierto sudando como un pollo y me cuesta volver a coger el sueño. No voy a hacer un análisis retrospectivo de mis sueños, pero sí puedo dar pinceladas del peor de los tres.

La pole position del ránking de mis Pesadillas Malignas la ocupa una situación en la que voy en un ascensor, concretamente en el ascensor de mi casa. Me subo y conmigo sube un vecino, él pulsa su piso y yo pulso el mío, que es más alto. Cuando llegamos al suyo, el ascensor se abre, él sale, las puertas se cierran y yo sigo subiendo. De repente, la pantalla en la que aparece el piso por el que vamos muestra el mío, pero el ascensor no se para, sino que sigue subiendo. Yo le doy al botón e intento pararlo, pero los números de la pantalla cada vez avanzan más rápido y muestran que vamos por el piso 20, y luego el 50, y luego el 100, y luego el 250, y aunque yo intente pararlo no frena. De repente, cuando estoy a punto de hacerme el harakiri con la patilla de las gafas, el ascensor para en seco, vuelve a bajar y llega a mi piso, pero cuando las puertas se abren no estoy en mi edificio, sino en otro que no conozco y que no ubico en absoluto.
En ese momento de angustia vital me suelo despertar de golpe, y lo hago de la peor forma posible, esa en la que tú mandas la orden a tus piernas para que se muevan, pero ellas hacen caso omiso, entonces mandas la orden a los brazos pero también te ignoran, y al final le dices a tu cerebro: "Oye tronco, que estoy rígida como un palo, diles que se muevan"; ahí, poco a poco, vuelvo a recuperar la movilidad y me relajo.

Como veréis, yo me paso la vida en estrés continuo, hasta en sueños.

Llegó un momento de mi vida en que de tanto soñar lo mismo, pasé a la fase de lo que llaman sueños lúcidos. No la desarrollé del todo, pero a lo mejor estoy en una etapa inicial, que por otro lado me basta y me sobra para lo que la necesito.

Este proceso quiere decir que cuando estoy soñando, sé que estoy soñando. ¿Cómo puede ocurrir ésto? Pues de repente, cuando estoy en el ascensor del sueño, con esas sensaciones, se abre la puerta, sube mi vecino, pulsa su piso, pulso el mío y comenzamos con la catarsis, soy consciente de que es un sueño. Es como si me dijera a mí misma: "Tranquila hija, estás en la Pesadilla del Ascensor. Sabes que ahora viene lo de que subes hasta el infinito y más allá, y luego lo de los números, y luego bajas y se va a acabar todo cuando te despiertes". Como un Día de la Marmota onírico en el que lo peor es que sé que las voy a pasar putas pero no puedo hacer nada por evitarlo.

Lo malo no es que esto me pase soñando, porque al fin y al cabo es un rato en el que saco a pasear el subconsciente, y ya se sabe lo que pasa en estos casos, que es como tener un hijo: tú controlas durante un tiempo, pero hay cosas que, inevitablemente, escapan a tu control y tienes que aceptarlo.

Lo malo es que tengo la sensación de que me pasa lo mismo cuando estoy despierta, en mi vida normal: que veo las cosas venir y aunque sé que van a ser chungas, que me van a hacer sufrir, que me van a doler, nada, yo me voy de cabeza a por ellas. Vamos, que yo fui una cruz para mis padres porque cuando me preguntaban lo de "Si tus amig@s se tiran por un precipicio, ¿tú te tiras también", yo ya estaba al borde del precipicio preparando el salto.

Me dedico a enseñar, pero no aprendo. Me encuentro una y otra vez en las mismas situaciones en las que salgo escaldada y no dejo de empantanarme hasta el final, es absurdo. Es como si supiese los resultados de una quiniela y aún así, los pusiese mal intencionadamente.

A tod@s nos ocurre que tropezamos dos veces en la misma piedra. Yo he llegado a un punto en el que llevo una piedra en el bolsillo por si no hay piedra para tropezar en el camino, para ponerla y quedarme tranquila de que he seguido mi tónica general.

Lo malo es que cada desilusión, cada decepción, cada chasco que me llevo es una ventana que cierro al mundo, un punto de confianza que pierdo y que me cuesta recuperar de nuevo. Esta semana estoy de drama-queen (término acuñado por M. y D., los dueños de mi sofá postizo, y que se traduce como "la reina del drama"), pero es que joder, cuando parece que las cosas salen, que funcionan, zasca, el reloj del campanario toca medianoche y el hechizo de rompe. Y lo peor de la Cenicienta no fue volver a ser una pobre sirvienta, sino haber saboreado las mieles de ser princesa y no poder retenerlo para siempre.

Supongo que llegará el día en que, al llegar medianoche, la carroza y los lacayos sigan en la puerta, el vestido de tul aún esté en mi cuerpo y los zapatos sigan en mis pies, porque aún no he tenido que correr para escapar una vez más.

Hasta entonces, me tendré que conformar con seguir soñando. Ya lo decía Calderón de la Barca:

"¿Qué es la vida? Un frenesí
¿Qué es la vida? Una ilusión
Una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño
que toda la vida es sueño
y los sueños, sueños son."

domingo, 8 de mayo de 2011

De cuando Lita llegó a nuestras vidas. Capítulo I

Mis padres no querían tener hijos (ni hijas), eso es información de dominio público. Se conocieron en un bar de Chueca hace unos 40 años y tuvieron un noviazgo de 8 años plagado de viajes, salidas y fiestas. Más tarde se casaron y tuvieron una vida matrimonial plagada de viajes, salidas y fiestas, pero también de mucho trabajo. Ambos tenían jornadas maratonianas en una farmacéutica y una agencia de viajes respectivamente y el tiempo libre que sacaban lo invertían en potenciar su de por sí agitada vida social.

Por razones que nunca han sido del todo esclarecidas, allá por los años 80, mi madre se quedó embarazada. Aquello pudo trastocar ligeramente su ideal de vida, pero no del todo, porque cuando un 24 de agosto vine al mundo, lo primero que hicieron fue contratar a una muchacha que se quedase conmigo en los tiempos en los que ni mi madre ni mi padre podían estar en casa. Aquella chica veinteañera se llamaba Virginia, vivía en mi casa y entre sus principios de cuidado de un bebé se encontraban cantarme canciones de Sinead O´Connor y Simon&Garfunkel, montarme en los caballitos y jugar conmigo incansablemente. Una Mary Poppins del siglo XX, vaya (siglo XX porque aún no habíamos dado el salto cuántico al actual siglo XXI).

Virginia pronto descubrió que podía tocar esferas más altas y con todo el dolor de su corazón (bueno, no sé si fue tan dramático pero me gusta pensar que le dolió en lo más profundo de su ser separarse de un bebé tan maravilloso como yo) se marchó de nuestro hogar. Días más tarde, llegó una nueva chica a mi casa. Se llamaba Lidia, y era el polo opuesto a Virginia: veinteañera también, eso sí, pero más parecida a la Teniente O´Neal que a una inocente niñera con paraguas. Coincidió además que por aquel entonces estaba yo en la etapa en la que mi mente generó una mejor amiga imaginaria (rubia y con coletas, que yo he sido siempre muy fetichista), y como mis padres de pedagogía evolutiva no saben mucho, pensaron que me sentía sola y decidieron tener otra hija para que me hiciese compañía. Nació así mi hermana, que pasó a ser el ojito derecho de Lidia, y yo quedé relegada a un segundo plano del que nunca llegué a salir con ella.

Lidia también siguió su curso vital, y cuando se quedó embarazada de su primer hijo decidió abandonar nuestro hogar, que fue el suyo durante 15 años. Como ya estábamos creciditas para necesitar que nadie se hiciera cargo de nosotras, mis padres contrataron por primera vez a una clásica empleada del hogar. Llegó en aquel momento a nuestras vidas Lita.

Lita era una mujer de unos 60 años, filipina, con la sonrisa tatuada en la cara. De español sabía poco y hablaba menos, pero al principio no importó mucho porque era bastante agradable y no nos importaba repetirle las cosas mil veces.

Los primeros problemas llegaron nada más empezar en el plano gastronómico. Lita cocinaba relativamente bien, pero sólo platos que contenían dos ingredientes básicos: pasta y soja. Puede parecer en los inicios (y de hecho nos lo pareció) muy exótico comer pasta y soja en todas sus variantes casi a diario, pero a los dos meses necesitábamos una tortilla de patatas como los peces necesitan el agua para poder seguir viviendo.
Por más que le explicábamos que nosotros éramos de aceite de oliva y dieta mediterránea, ella seguía erre que erre con la soja y la pasta hasta en la sopa. Hablando de sopa, el concepto en sí pierde su atractivo cuando llegas a la mesa y te encuentras una sopa con unos cuantos macarrones flotando en la superficie. Como la mujer no entendía, lo mismo le daba "fideo" que "macarrón" que "espagueti", si todo era pasta alargada.

Mi madre decidió dejar de comprar soja para evitar que nuestros estómagos la aborreciesen, pero los platos seguían, misteriosamente, sabiendo a lo mismo.
Un día, entrando a la cocina, la cazamos en plena acción: ella no estaba dispuesta a que dejásemos de comer al estilo oriental, así que se traía cada día un bote de soja en el bolso y ale, a condimentar la comida. Nos costó muchos disgustos explicarle que, aunque su comida era maravillosa, estábamos al borde de la úlcera gástrica, y aunque al final cedió, de cuando en cuando caía un chorro de su salsa favorita en cualquier plato insospechado.

El siguiente conflicto llegó poco tiempo después, y para no variar, me ví inmersa del todo en él. Estaba yo a punto de salir por ahí y mientras hacía acopio de todos los trastos para marcharme, me llamó mi padre:

- Te he dejado los 20 euros que me prestaste encima de la mesa.

Busqué en la mesa, pero allí no había nada.

- Aquí no hay nada, papá.

- Cómo no va a haber nada, busca bien.

-Busco y te llamo- y colgué.

Me puse a buscar como una loca y nada, que allí no aparecía. Llamé a Lita por el pasillo:

- Lita, ¿tú has visto 20 euros que dice mi padre que me ha dejado?

Lita me miró por el rabillo del ojo, y negando con la cabeza, se dio la vuelta y se fue. Yo insistí:

- Es que dice mi padre que ha dejado el billete encima de mi mesa, ¿no me lo habrás guardado en algún lado para limpiar?

La callada fue una vez más su respuesta. Decidí arriesgar por tercera vez:

- Lo digo porque lo mismo estaba por el medio y para que no se mojase con el Cristasol me lo has colocado en otro lado.

Por tercera vez pasó de mí en estéreo y se dio la vuelta. Diez minutos más tarde, la oí arrastrar unas bolsas por el pasillo. Me asomé y la ví con todas sus cosas guardadas en varios petates, llorando a todo llorar y saliendo en dirección a la calle:

- ¡¡LITA NO LADRONA!! ¡¡NO ROBA!!

Salí corriendo detrás de ella:

- ¡Que no, Lita, que no decía eso! ¡Espera un momento!

Ella seguía llorando amargamente y repitiendo una y otra vez el mismo discurso:

-¡¡LITA NO TOCA DINERO!! ¡¡NO COGE!!

Y yo intentando tranquilizarla:

- De verdad, Lita, perdóname, deja que te explique.

Pero Lita no me hizo ni puto caso y sacó la llave para marcharse. En ese momento sólo se me ocurrió contactar con un ser superior: llamé a mi madre. La mujer estaba en una reunión, pero al saber que estábamos en código rojo se salió y me dijo muy claramente con el mismo tono con el que me hablaba cuando llegaban a casa las notas:

- Busca la forma de que te entienda, pero por dios, que no se marche de casa y menos creyendo que la has llamado ladrona.

Entre mi madre vía telefónica (diciéndome lo que tenía que decirle, a modo mediadora de la ONU) y yo vía presencial, conseguimos que aguantase hasta la tarde. Después convocamos un claustro familiar con su marido de traductor simultáneo, y con mucha suavidad y mucho tacto conseguimos hacerle entender que no la estábamos llamando ladrona y que queríamos que se quedase. Aquella noche dormimos como benditos.

Este sólo fue el principio de la historia, la entrada triunfal de Lita en nuestras vidas. Lo mejor estaba por llegar...


miércoles, 4 de mayo de 2011

Las mariquitas siempre caminan hacia arriba

El mundo está en crisis. ESTAMOS en crisis, de hecho. Tú también estás en crisis, te lo anticipo, y si todavía no lo estás, espérate y dentro de unos días me lo cuentas. Lo siento, pero estoy de un destroyer que no me lo creo ni yo.

Por una parte, está la crisis económica, por si alguien no se había enterado. La crisis económica está en todas partes menos en Zara, en el Corte Inglés y en los restaurantes de la cadena VIPS, lugares que permanecen inalterablemente llenos pese a que la televisión diga lo contrario. Donde sí que se nota la crisis es el el INEM, aunque sinceramente, siempre lo veo igual de lleno, con la misma cola maligna que yo creo que es fija,  porque vayas a la hora que vayas no mengua. En definitiva, que hay poco trabajo y pocos ingresos.

Sin embargo, yo no voy a hablar de esa crisis, entre otras cosas porque estoy cansada de oír hablar de ella, y no deseo yo para vosotr@s lo que no quiero para mí misma.

Yo hablo de otra crisis.

Cuanto más hablo con la gente, más me doy cuenta de que no es una cosa sólo mía, que la gente está atravesando un momento delicado. Estamos en la era del "Bien, como siempre", y ya ni siquiera eso, asi que yo cada vez que le pregunto a alguien que cómo está lo hago con cierto acojone implícito, porque no sé por dónde me va a salir tal y como están las cosas. Parejas que se rompen (y que acaban poco a poco con el paradigma del amor, porque las tenías idealizadas por completo), contratos que se terminan, amistades que se quiebran, exámenes que no acaban de salir, singles de Bisbal en la radio y una desmotivación general que hacen que la palabra "apatía" esté en el Top Ten de la lista de sentimientos que percibo en la Humanidad.

Mi equipo de trabajo, para no variar, también está en crisis. Es algo lógico, porque la suma de un grupo de personas que están en crisis personal tiene como resultado un conjunto de angustia vital que genera una crisis global laboral, y si leerlo te está pareciendo angustioso, no te quiero contar lo que significa sentirlo. Hoy me reía con M., la orientadora, cuando me contaba que le acaba de salir una calentura mientras yo le explicaba que llevo 5 días con la úlcera sangrando. Si en este momento estuviese embarazada, estoy segura de que daría a luz un niño calvo por el estrés.

Hoy he tenido un día catalogable como "criminal". En este maremágnum de crisis global podríamos decir que es el pan nuestro de cada día, pero de verdad que ha sido especialmente horrible. Las horas pasaban lentas al principio y de repente, cuando el volumen de trabajo ha aumentado como la marea en primavera, el reloj se ha acelerado y para mí que ha pasado de las 11 a las 2 directamente, sin realizar los pasos oportunos. Cuando creía que mi cabeza podría explotar en el sentido literal de la palabra, he recogido los trastos y he decidido que oye, que antes de que me explote la cabeza y no pueda volver a ir a la peluquería a cambiarme de look por falta de soporte físico, que lo suyo era irme a comer porque ya no se podía hacer mucho.

Bajando por el camino, he visto una mariquita posada en un rosal del jardín, y me ha sacado la primera sonrisa del día (y ahora descubro horrorizada que de la semana). Podría parecer algo tan interesante como encontrarse una cochinilla de tierra o una babosa de agua, pero lo de la mariquita tiene una historia detrás que justifica una y mil sonrisas.

Cuando entré al cole y viví la primera crisis global, H.M. me contó que ella, para momentos de éstos, intentaba buscar un símbolo, una imagen, algo que le recordase que aunque haya situaciones en las que parece que no queda nada por torcerse, siempre hay una salida, un camino, una vía de escape. O al menos que el mundo no se termina aquí, ahora, en esta situación, en esta crisis.

Charlando del tema, decidimos buscar entre las dos un símbolo para mí, y en ese momento, encima de la mesa, vimos abierto un libro de insectos del campo que teníamos preparado para los peques. En la página central aparecía lustrosa una mariquita gigante cuyas alas se desplegaban para deleite de l@s pequeñ@s lectores, y H.M. exclamó:

- ¿Sabes? Las mariquitas siempre caminan hacia arriba.

- ¿Cómo que siempre caminan hacia arriba? - respondí yo.

- Sí, que siempre caminan hacia arriba, que no pueden desplazarse hacia abajo, porque siempre buscan la dirección contraria a la gravedad. Por ese motivo, siempre las verás ascender y nunca descender- explicó.

- Muy curioso- contesté.

- Oye, ¡es un gran símbolo! Te lo puedes quedar, y siempre que veas una mariquita en algún lugar te puedes decir a tí misma que siempre hay que caminar hacia arriba, en contra de la gravedad, en contra de dejarte llevar por lo que te atrae hacia abajo.

Podrá parecer infantil, pero ¿acaso hay algo más puro, más sincero, más grande que lo infantil?

Desde entonces, la mariquita se convirtió en mi símbolo. Puede parecer un apoyo absurdo para enfrentar todo lo que me hace sufrir, lo que nos hace sufrir. pero en momentos de crisis de repente una va caminando por el jardín, ve una mariquita posada en un rosal y saca una sonrisa para pensar que aunque las cosas se tuerzan (y se tuerzan tanto, joder, querido dios, un poco de compasión), siempre se puede elegir escapar de todo lo que me atrae hacia abajo, dar la vuelta y caminar, caminar hacia arriba, no huyendo, sino buscando un lugar en el que posarse de nuevo y esperar a que pase la tormenta y salga de nuevo el sol.


Y el sol va a volver a salir, palabra de mariquita.



domingo, 1 de mayo de 2011

Mamá

Cada lunes es un lunes, cada día 25 es un día 25, cada abril es un abril, y así sucesivamente, pero ocurre que cada primer domingo de mayo es el Día de la Madre. Todas las madres del mundo mundial dicen que que "no quieren celebraciones del Día de la Madre" y que "prefieren que se las cuide todos los días del año"; mi madre concretamente dice que "este año, por el Día de la Madre, quiero muchos besos y muchos abrazos y nada de regalos", aunque eso es algo que dice cada vez que viene su cumpleaños, su santo, los Reyes o celebraciones alternativas, así que le tengo dicho que algún año de estos le va a caer a modo de regalo un abrazo enorme o un gran beso y entonces fruncirá el ceño, pondrá morritos y me dirá que menudo detalle tengo con ella y que esas cosas las dice para que no gastemos,  pero que en el fondo le encanta que tengan detalles con ella y que parece que no la conozco.

Las madres del Universo son así.


Mi madre es un personaje particular, supongo que como el resto de las madres.

Mi madre es esa persona que me trajo al mundo con un mes de retraso, en un parto un poco largo y un poco cansino, en el que yo tomé como primera decisión en mi vida que no me apetecía salir. Mi madre me recuerda cada poco tiempo que "fuiste vaga hasta para nacer", osea que yo creo que todavía me guarda cierto resquemorcillo por haber prolongado aquel momento sin duda poco relajado.

Mi madre es esa persona que se venía a verme a todas las funciones del colegio y que me grababa con la cámara, siempre en planos movidos, o con demasiado zoom, o desencuadrados, porque a la pobre no se le han dado nunca demasiado bien las nuevas tecnologías. Mi madre es esa persona que aparecía en El Parque por sorpresa a recogerme y hacía que se me pasasen todas las penas.

Mi madre es esa persona que siempre estaba viajando y trayendo miles de recuerdos de todos los países y miles de historias para contar sobre esta o aquella ciudad, este o aquel hotel, ese o aquel monumento, estos o aquellos paisajes. Mi madre es esa persona gracias a la que hemos recorrido una pequeña porción de mundo visitando, conociendo y disfrutando de lugares que nunca hubiéramos conocido sin ella.

Mi madre es esa persona que colecciona figuritas de focas, nadie sabe por qué, y que tiene una repisa en el salón que ha estado en todas las casas en las que hemos vivido, con su colección de focas. Es esa persona cuyos amigos y amigas no saben lo que es una foca y que ahora colecciona, además de figuritas de focas, figuritas de leones marinos, topos, pingüinos y otros seres vivos que, tallados en piedra, podrían tener ciertas similitudes con el perfil de una foca, pero que desvirtúan ligeramente la colección de mi madre.

Mi madre es esa persona que baila fenomenal, canta fenomenal, compone fenomenal y en general, es bastante artista. Es esa persona de quien yo heredé la falta de vergüenza, la ausencia de pánico escénico, el amor por el folklore en general, la vena cotilla, la oreja avispada, la mente ágil. Es esa persona de quien también heredé la negación para las Matemáticas durante la infancia, la poca mano para el dibujo o la falta de paciencia y minuciosidad en los juegos de manos.

Mi madre es esa persona que se diferenciaba del resto de las madres del colegio en sus chaquetas de colores, en sus faldas galácticas (apodadas así por sus detalles en tonos de tendencia, por decirlo de alguna manera), en sus altísimos tacones que siempre me han dado un poco de vértigo, en el carmín rojo que se ponía en el ascensor con una precisión que nos hipnotizaba, en las pestañas largas y voluminosas.

Mi madre es esa persona que siempre huele a perfume, hasta cuando va en bata. Es la que se fumaba los cigarros sólo hasta la mitad, la que piensa que el vino nunca está suficientemente frío.
Es la amante de Pablo Milanés y de Silvio Rodríguez, pero la incansable intérprete de los Mojinos Escozíos. Es la devoradora de novelas que luego deja en mis manos y que comentamos más tarde, normalmente para discrepar en algo aunque en el fondo sabemos que nos ha encantado.

Mi madre es esa persona que me castigó hasta lo indecible por mis malas notas pero que peleaba con tod@s mis profes para que me echaran un cable, la que se trajo de Roma una Bendición del Papa para regalársela a la Superiora y así evitar que me expulsaran del colegio (no sirvió de nada, pero al menos fueron unos días y no eternamente), la que cuenta chistes verdes y se parte sola, la que te funde en Facebook con invitaciones de granjas e islas aunque ni siquiera sepa de qué va la historia.

Mi madre es esa persona que me tiñó las cejas de castaño después de que yo me las tiñiera de leopardo, la que me abrochó mal la parte superior del bikini en una playa de Marruecos y gracias a la cual me marqué un "Guaraná" al tirarme de cabeza y perder dicha parte ante la atenta mirada de decenas de hombres que observaban la escena ojipláticos. Mi madre es la que, pese a siniestrar tres coches en un mes nada  más sacarse el carnet, continuó conduciendo y animándome a mí a sacarme el carnet.

Mi madre es la que toda la vida me ha puesto para el recreo un bocadillo de lo único que no me gusta en el mundo, el jamón serrano, para alimentar con un 5 jotas a todas las niñas de mi clase. Mi madre es la que me sigue preguntando qué carrera estudié, la que le dice a la gente que estoy en Huelva cuando estoy en Bilbao, la que mientras hablo con mi jefa me grita de fondo "¿¿Éstas bragas son tuyaaaaaaaaaas??", la que me sigue dando besos y abrazos diciéndome lo mucho que me quiere y la pena que le da que sus hijas crezcan.

La que ha inaugurado su día haciendo el Saludo al Sol en su nueva esterilla de yoga.

La que nos llama cada día por teléfono para ver cómo ha ido el día, la que nos cuenta cómo ha terminado un capítulo de una serie si nos hemos quedado dormidos, la que nos hace regalos sorpresa en días normales para sacarnos la sonrisa, la que no quería tener hijos y dice que nunca te compensa tenerlos pero enmarca las notas de mi hermana para llevárselas a mi abuela. La que cuando vamos de compras nos trae todo lo bonito de la tienda y le da tiempo a probarse lo suyo antes de que te hayas desabrochado los pantalones para poder darte su opinión de madre.

La que ha hecho nuestra comida favorita en su día.

Esa es mi madre.


Feliz día, mamá.