"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




sábado, 11 de junio de 2011

El poema del sabio

Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.

"¿Habrá otro - entre sí decía- 
más pobre y triste que yo?"

Y cuando el rostro volvió
halló la respuesta viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.


Calderón de la Barca



Éste es uno de mis poemas favoritos, y cuando me viene a la mente me convierto en alguien menos tremendista, menos tendente al drama, en definitiva, menos egoísta.

Que de vez en cuando hay que bajarse un poco del pedestal ombliguista en el que nos subimos cuando nos autoproclamamos las personas más desgraciadas del planeta Tierra para darnos cuenta de que al pie del pódium hay gente cercana, querida, que sufre tanto o más que nosotr@s.

No quiero ser una de esas personas que salen en la televisión llorando a su ser querido y diciendo "pero si era una persona de lo más normal, no tenía problemas" que luego descubren que no conocían a su hija, o a su sobrina, o a su hermano.

Si estoy, quiero estar. Y si no, me puedo ir. Pero elegir estar significa dejar a un lado las lamentaciones y darse cuenta, aquí y ahora, de que alguien me necesita.


Y si me necesitas, voy a estar. QUIERO estar.


 

miércoles, 8 de junio de 2011

La madurez

Desde mis profes de la infancia hasta Concha Velasco en los anuncios de compresas, pasando por supuesto por mi padre y mi madre, toda la gente adulta que ha pasado por mi vida, en primera persona o en formato anuncio, siempre ha coincidido en enviarme el mismo mensaje: en la vida hay que madurar. Y madurar es duro.

Si me voy a la definición que da la RAE del término madurar (yo en cuanto tengo una mínima duda tiro de diccionario), aparece lo siguiente:

2. tr. Poner en su debido punto con la meditación una idea, un proyecto, un designio, etc.
 5. intr. Adquirir pleno desarrollo físico e intelectual.

Normalmente una se queda casi como estaba después de ver las definiciones, aunque en este caso, ocurre que ninguna de las dos se corresponde con lo que yo entendía que era la madurez.

Pensando en la teoría universal de la acción-reacción, se me ocurrió que si recordaba los momentos en que la palabra madurar ha aparecido en mi vida en boca de otras personas como resultado de mis acciones, podría extraer el significado del término por mí misma. Parece complejo, pero ésto es la reflexión de la merienda, con el zumo y el bocata.


Durante toda mi infancia, e incluso durante mi adolescencia, cada vez que hacía algo que a mis profes o a mis padres les parecía inadecuado, me soltaban la misma frase:


- A ver si haces el favor de madurar, que eres una inmadura.


Lo mismo daba que me pillasen copiando, que llegase tarde o que me dejase los bordes de los filetes en la comida. Como pillase al/la adult@ de turno con el karma revirado, me caía la frase como si fuese un dogma de fe.


El tiempo pasó en mi vida, dejé de copiar, intenté ser más puntual y consentí comerme las ternillas asquerosas del filete (aunque aún las aparto cuando nadie me ve). Pensé que así sería un ejemplo de madurez, pero parece el término se modifica según vas creciendo, y la dichosa palabra seguía apareciendo en otros contextos.

Cuando estaba en la universidad encontré un trabajo en el que curraba de tarde y de noche, me dejaba la piel y me pagaban el salario mínimo interprofesional siguiendo el rasero de lo que paga Amancio Ortega a sus trabajador@s de Bután. 
Muchas veces me quejaba con mis compis del curro de lo poco que ganábamos, y casi siempre me decían lo mismo:


- Es que la vida es así, los salarios son una mierda y en el trabajo nos explotan. Pero es lo que hay, y mejor que te acostumbres, porque va a ser así siempre. Ésto te va a ayudar a madurar, ya verás.


Entendí entonces que lo estaba haciendo mal, y que tenía que resignarme a trabajar mil horas por un precio indigno que no me permitía ni comprarme el abono mensual, pero si aquello iba a servir para madurar, bienvenido fuese. Además de ser puntual, no copiar en los exámenes y comerme las ternillas de los filetes, ahora iba a currar con una sonrisa de oreja a oreja, agradecida por la oportunidad de tener un trabajo.


Hace poco, en un día de esos infernales en los que la cabeza no te da para más, y que estás a punto de echarte a llorar desconsolada, una persona me dijo en el colegio:


- Es que un puesto de responsabilidad es así, no permite parones. No te puedes detener cada vez que estés cansada ni dedicarte a quejarte, porque hay mucho trabajo aún por hacer. Ya lo entenderás cuando madures.

Como resultado, extraje que madurar era resignarse a comer lo que no gusta, aceptar un sueldo deplorable por un trabajo extenuante y además no permitirse fallar ni venirse abajo. Joder con la madurez, no sabía yo si los seres humanos podríamos soportarlo, pero había aprendido a no venirme abajo y a poder con absolutamente todo.

Ayer me encontré con una antigua compañera de trabajo por la calle. Me estuvo contando que se casó y tuvo un hijo, y acaba de meterse en una hipoteca a 40 años para pagar un chalet a las afueras. Su marido y ella hacen malabares de fuego para llegar a fin de mes.

- Pero así es la vida, hija, al final hay que madurar y sentar la cabeza, no queda otra - me decía.

Así que eso era, por fín tuve mi ansiada definición de madurez. Parece ser que madurar consiste en resignarse ante lo que nos viene impuesto, y lo mejor es darse prisa, buscarse una pareja millonaria, casarse, tener un churumbel, hipotecarse para toda la vida en un piso en el que refugiarse de las collejas (porque lo de "comprarse una casa" sólo está al alcance de ciertas personas privilegiadas, pero qué más da, al final hay que resignarse también a ésto) y encima ponerle una sonrisa a todo ésto, porque lo que diferencia a una persona infeliz de una persona madura es simplemente eso, la fachada. Pues vaya mierda lo de la madurez, para eso no quiero ser adulta.

Estaba a punto de apostatar del tema de la madurez y reafirmarme así como una eterna inmadura, cuando anoche me topé con un artículo tiulado "¿Qué es madurar?". Otra vez las casualidades. Es increíble.

Lo que leí me dejó descuadrada. No se parecía en nada a lo que yo había aprendido de la madurez. Empezaba así:

Cuando sé que comienzo a madurar Cuando ya no tengo dudas de mí, cuando paso por la vida segura de mí misma, cuando mis pasos me llevan al lugar que quiero, cuando ya no lloro por pequeñas cosas, cuando mi vida empieza tener sentido, cuando ya no dudo de lo que soy capaz… entonces sé que he madurado.









¡Osea,  que era ésto! Que madurar en realidad significa ser consciente, aquí y ahora, de quien soy. Interesante... Seguí leyendo:




Es común cuestionarse cuándo empezamos a madurar, y no es una cuestión de edad. Se puede ser muy joven y a la vez tener una madurez extraordinaria, también hay personas mayores que nunca maduran, viven la vida como niños y se visten como tales. Personas que hacen de su vida una fiesta, no tienen propósitos. Ni planes de vida. Por eso la madurez no es un estado mental, es una actitud, no es cuestión de edad, es de tener sentido común ante la vida.

Quién podría decir nada de tus pensamientos, sólo los conoces tú; pero al hacerte la pregunta ya estás empezando a tomar conciencia de qué es la madurez en nuestras vidas.

ESTÁS CRECIENDO.






Segundo descubrimiento: la madurez no es una cuestión temporal. No va a llegar un momento en el que por ciencia infusa me llegue el tiempo de ser madura. La madurez se trabaja, en segundo lugar, tomando conciencia de que crecemos.
Continué:


¿Cuando reconozco que he madurado?

  1. Cuando ya no espero nada de mi pareja, cuando  no le busco si me hace infeliz y pienso detenidamente que no vale mi desgaste emocional quien no sabe apreciarme.
  2. Me siento madura cuando veo que ya puedo caminar sin muletas, que soy capaz de enfrentar la vida sin miedos porque los he podido superar. Ya no le temo a la vida. Es y será como yo quiero que sea.
  3. Maduro cuando a pesar del dolor que me ha causado la muerte de lo más querido, me vuelvo a levantar y ya no lloro, sino que su recuerdo es comparado a un campo de rosas de paz y tranquilidad, cuando su recuerdo me produce sensación de bienestar, porque aunque se que ya nunca más le vuelva a ver, lo tuve en mi vida y lo amé tamo que ese amor durará hasta el último día de mi vida. Acepto su partida porque la vida es así… nadie lo puede cambiar.
  4. Cuando le tomo el valor al dinero, cuando ya no derrocho ni despilfarro, cuando lo material no ocupa gran parte de mi vida sé que voy creciendo como persona.
  5. Maduro cuando veo las injusticias, los malos tratos, cuando quiero correr y decir que basta, que todo eso pasará, que mañana será otro día en el que se podrá volver una nueva luz en su camino. Me hacen madurar, y mucho, el sufrimiento ajeno porque me doy cuenta que vivo en una sociedad y debo ser una componente activa en ella.
  6. Cuando en mi trabajo ya me pongo en mi nivel y le puedo decir a mi jefa/e que es un abusivo conmigo, que me trata mal, que no es justo que me haga la vida imposible; aun con miedo de perder mi trabajo, lo digo con mucha delicadeza porque sé que estoy en una situación delicada y él/ella vive buscando donde no hay. Ya no le temo a nada.
  7. Maduro en cada golpe que la vida me da. Maduro si pese a los golpes que recibo, no permito que ello me haga una persona dura y fría, sino que me convierto en una persona que da amor, que va ayudando a quien lo necesita, dando palabras de aliento a quien se me acerca. No me quedo pegada en ese dolor, salgo adelante y crezco como persona.
  8. He madurado cuando he aprendido a no sentirme obligada a ir con mis amigos y amigas cuando me invitan a salir, sin temor a que se molesten por ello o a lo que piensen de mí.
  9. Cuando digo NO a quien me deja y me toma cuando quiere, haciéndome daño. Ya no acepto cosas de segunda mano, ni pedacitos de felicidad. No merezco eso, y mientras más vivo más exigente soy respecto a mis relaciones. Aun con el corazón destrozado digo NO, porque no quiero esa vida para mí, he crecido en mi autoestima.





Estaba aprendiendo muchas cosas. Resulta que madurar, lejos de suponer resignación, implica luchar, pelear, abrirse camino por ser una misma. Aceptar las cosas, sí, pero sólo las que suponen leyes naturales que no se pueden cambiar. Acepto que mi cuerpo cambia, porque es una cuestión física. Acepto que la gente muere, porque es algo inherente al ser humano. No acepto todo aquello que me hace infeliz pero que tiene un resquicio por el que cabe mi voluntad. Y sobre todo, por encima de todo, la aceptación de lo que ocurre en mi vida, aunque sea negativo, no me hace un ser frío y dolido: me hace disfrutar de cada momento y estar agradecida por haberlo vivido. Me hace querer dar todo el amor del mundo a quienes me rodean para que también disfruten.

 El final del artículo estaba cerca:


Habré madurado cuando me levante y sonría mirando la vida con optimismo a pesar de haber llorado toda la noche. Porque envejecer es una obligación y madurar es opcional. Me decido por madurar para poder mirar a mi alrededor y descubrir qué es lo que más me hace feliz. Hoy sólo busco vivir en completa paz y felicidad, para dar a los que me rodean el mismo nivel de afecto.
Muchas personas necesitan de ti…

¡Que grande y maravillosa eres!



Y al leer el final, me dí cuenta de una cosa: todo el tiempo que había pasado intentando adivinar qué coño era la madurez, estaba madurando.
Cuando tomaba decisiones por mí misma.
Cuando sonreía recordando momentos bonitos de mi vida.
Cuando me permitía cagarla porque sabía que eso me enseñaría a hacer las cosas mejor.
Cuando me felicitaba por mis logros y me perdonaba mis fracasos.
Cuando me liberaba de algunas personas, de algunas situaciones, de aquello que me impedía crecer.
Cuando buscaba ser feliz por encima de todo.






Va a ser que al final, después de todo, estaba madurando. 








sábado, 4 de junio de 2011

Tierra, tráganos

Estoy en un período de bonanza inspiradora, tengo un montón de cosas que me apetece escribir. Antes de nada, gracias a todos y a todas l@s que me visitáis, comentáis y le dais un sentido a este espacio. Gracias.

Después de este momento tan bonito, traigo hoy una historia de esas que se cuentan en las cañas de los viernes, en las comidas domingueras y en las fiestas navideñas. Traigo uno de esos momentos de "tierratrágame" que la vida pone en nuestros caminos y que de los que luego te ríes con el tiempo. Es como las montañas rusas: en el momento en que te abrochan el cinturón de seguridad y arrancas piensas "pero quién me mandaría a mí meterme en estos embolados", y vas todo el viaje con el corazón el un puño, pero luego te bajas con la adrenalina a flor de piel, te preguntan que cómo ha estado y dices: "buah, ha sido increíble, de verdad, no te lo pienses, móntate". Cuando han pasado unos meses lo recuerdas como una experiencia incomparable y cuando ha pasado un año jurarías con el corazón en la mano que fue uno de los momentos mas divertidos de tu vida.
El tiempo no lo cura todo, pero ayuda a mejorar la perspectiva.

Hace cosa de un año y medio o algo así, un sábado como otro cualquiera, salí con mis colegas a tomar unas cañas, y luego unas copas, y luego lo que nos echasen. Fuimos de bar en bar echándonos unos bailes y tomándonos una copa aquí y otra allá, y con la tontería nos dieron las 4 de la mañana. Faltaba una de nuestras amigas, pero hacía tiempo que había conocido a un chico misterioso del que habíamos oído hablar pero al que aún no conocíamos, y había quedado con él esa noche.

Cuando decidimos que ya estaba bien la cosa, mi amiga P. y yo marchamos a coger un taxi. Nos costó un poco arrancar y llegar a la parada, y cuando casi estábamos a punto de cogerlo, nuestra amiga, la que no había ido, nos llamó:

- Estoy en un bar del centro con este chico (al que llamaremos Chicodemiamiga para preservar su identidad), estamos tomando algo con más gente, ¿por qué no os venís y os lo presento?

Después de reunirnos (era una reunión de dos, vale, pero fue larga y compleja debido a la hora que era y a nuestro estado de somnolencia) y consensuar, decidimos que los caminos del señor son inescrutables, y que si había puesto un plan en nuestro camino, no éramos nosotras quienes para negarnos a aceptarlo.

Yo necesitaba urgentemente pasar por un baño, pero hice un esfuerzo sobrehumano por montarme en el taxi y darle la dirección del sitio en el que estaba nuestra colega.

Quiso el destino que a esas horas de la madrugada hubiese muchos coches en la carretera, y además el camino estaba siendo bastante más largo de lo que yo había calculado. Mi vejiga hacía tiempo que había dado la voz de alarma y llegué a ese punto físico en el que, sin importar dónde, me iba a mear. Decidí hacerlo público y comunicárselo al taxista. Con un golpecito en el hombro le dije:

- Perdone, señor, pero es que me hago pis y de verdad, no puedo aguantar. Si es usted tan amable de parar en un ladito de la calle, me bajo y no tardo nada.

Dicho y hecho. El hombre, que seguro que ya había vivido ese momento y otros tantos similares en su vida de taxista, dio un volantazo ante el susto de mi amiga y el mío propio y se paró donde yo le había dicho: en un ladito de la calle. El único detalle a resaltar es que era una de las calles principales del centro de Madrid, con sus 6 carriles y su afluencia de viandantes a cualquier hora del día.

El taxista se inclinó sobre la guantera, sacó un rollo de papel y me dijo:

- Toma, te esperamos.


Mi amiga me miraba con cara de "nodoycréditoperohazloquequieras", así que la presión me pudo y me bajé del taxi. Hice una visión panorámica, sopesando pros y contras de mear en medio de la calle a las tantas de la mañana, pero mi vejiga empezó a meterle prisa a mi cerebro y me agazapé entre dos coches.

Rapidamente volví al taxi y le devolví al taxista su rollo de papel dándole las gracias. Volvimos a arrancar y a los tres minutos yo necesitaba parar otra vez. Es lo que tiene la presión, que no te permite evacuar a gusto, y claro, tuvimos que volver a hacernos a un lado de la calle para repetir el proceso. El taxista resoplaba, y en su cara se veía clararmente que estaba sopesando si le compensaban los 14 euros que le íbamos a pagar por el viajecito que le estábamos dando.

Aunque parezca imposible, media hora y dos pises después, llegamos al garito. Para alivio del taxista nos bajamos, y pese a que me avergüence reconocerlo, nada más bajar del taxi ya necesitaba ir de nuevo al baño, y esta vez mi amiga P., no sé si contagiada por mis necesidades o condicionada por las copas que se había tomado, secundaba mi opción y fruncía los labios desesperada por llegar al servicio.

Decidimos entrar directamente al baño y luego, ya más tranquilas, buscar a nuestra amiga y al Chicodemiamiga para conocerle. Entramos corriendo y nos lanzamos hacia el baño, pero sólo había uno y al llamar, resonó la clásica voz de "¡ocupado!".

Esperamos unos poco mientras charlábamos, pero cuando habían pasado lo menos 10 minutos largos, empezamos a desesperarnos. Llamamos a la puerta:

- Oye, ¿te queda mucho? Necesitamos entrar.

- Un momentito, ahora salgo - contestó una chica desde dentro.

Pasaron otros cinco minutos, y nuestra desesperación estaba pasando a ser angustia. Volvimos a llamar, esta vez dejando de lado la cortesía y aporreando la puerta:

- ¡Oye tía! Que necesitamos entrar, joder.

- Ya salgo, ya salgo.

Dos minutos después íbamos a tirar la puerta abajo cuando ésta se abrió. De dentro del baño salió una chica riéndose, y detrás de ella salió un chico subiéndose los pantalones. Mi amiga P. y yo nos miramos como diciendo "era de suponer", y le observamos aún un rato abrochándose los botones, subiéndose la bragueta y colocándose un poco antes de salir del baño. En cuanto salieron nos lanzamos como locas hacia la taza del váter.

Cuando terminamos, salimos del baño y entramos en el bar. Saqué mi móvil y llamé a nuestra amiga:

- Estamos dentro del bar, que hemos ido directas al baño. ¿Dónde estás?

- Estoy aquí con este chico y otros colegas al lado de la barra.

Me puse de puntillas y oteé el horizonte hasta que la ví. Le hice señas con la mano y colgué el móvil mientras me dirigía hacia ella. Al final conseguí llegar, y mientras le daba un abrazo le dije:

- Hemos tardado mil horas en el taxi, y encima nos hemos metido en el baño y no te lo creerás, pero...

En ese momento me interrumpió:

- ¡Anda, mira! Si estoy viendo a mi chico, venid que os le presento.

Y cogió a un muchacho del brazo, haciéndole señas para que viniese a darnos dos besos. El chico vino hasta nosotras y nos dijo:

- ¡Hola! ¿Qué tal? Encantado de conoceros.

P. y yo nos miramos con los ojos salidos de las órbitas. El Chicodemiamiga era el mismo chaval que hacía menos de 5 minutos había salido del baño de chicas subiéndose los pantalones y acompañado por otra muchacha que no era nuestra amiga, y por cuya culpa casi nos explota la vejiga. Le dimos dos besos sin saber muy bien cómo reaccionar y acto seguido salimos a la calle con una excusa barata para comentarlo.

Después de una segunda reunión, conseguimos llegar a un acuerdo: no se lo diríamos a nuestra colega. ¿Para qué? Tampoco podíamos probar nada,  y segudamente no nos hubiera creído mucho. Menos mal que no duraron, pero por si acaso ella nunca sabrá lo que aquella noche ocurrió.

Volvimos a entrar al bar con nuestra mejor cara, y decidimos llevarnos el secreto a la tumba y no hablar más del tema.

Bueno, en realidad no es verdad.

Ayer estuvimos recordándolo, riéndonos y evocando aquel momento en el que quisimos que la Tierra nos tragase. En su momento lo pasamos mal, pero ahora podemos reírnos despreocupadas de aquel rato horrible.

En fin, lo que yo decía: el tiempo no cura todo, pero mejora las perspectivas. Es como cuando te montas en una montaña rusa...




jueves, 2 de junio de 2011

La función de fin de curso

Como todos los años por estas fechas, llega el final del curso escolar.

Con esta perspectiva, a tod@s se nos hace el camino más cuesta abajo: las peleas no nos molestan tanto, aguantamos un poco más los gritos y perdonamos los guisantes en el comedor. Es cierto que a ratos sentimos la enorme necesidad de meter a todos los niños y niñas en una clase y dejar que se maten entre ell@s, pero al contrario que nos pasaba en el mes de febrero (donde sólo queríamos morir), se nos pasa en poco tiempo.
La gente ya habla de vacaciones, verano, playas, hoteles, viajes en general; el café de media mañana está plagado de sonrisas y nos cedemos el paso a la salida:

- Anda, pasa tú.

- Fatlaría más, sal tú.

- Insisto, pasa, por favor.

- Que no mujer, si no tengo prisa, de verdad.

Es una versión laboral del clásico "Cuelgatú, quenocuelgatú" pero en vivo y en directo. Falta un niño subido en una nube algodonosa lanzando pétalos de rosa desde el dintel de la puerta.

Lo único que rompe todo este clima de amor y compañerismo que hace unos meses sólo era una utopía es la función de fin de curso.

La función de fin de curso es una especie de representación que suele salir entre medio regular y desastrosamente mal y que, por alguna extraña razón, a las familias les encanta.

No lo entiendo, la verdad, porque me juego la mano izquierda, que es con la que escribo, a que en su casa bailan diez veces mejor, cantan veinte veces mejor y hacen muchas más monerías, pero la diferencia radica en que en casa lo hacen en la soledad, sin tres decenas de ojos pendientes de sus cuerpecillos serranos y claro, lo bueno, si en público, dos veces bueno.

Desde todos los rincones del cole salen poesías, disfraces, papeles de teatro y cancioncillas pegadizas. Llevo cantando "Head, and shoulders, knees and toes" una semana porque se me ha grabado en el córtex cerebral a fuego lento, y me estoy empezando a desesperar.

En realidad, a l@s niñ@s no les gusta nada ensayar la puñetera función. Tienen que estar de pie en el escenario una hora, mientras l@s profes lo miramos desde todas las perspectivas a ver si la fila se ve torcida o si mejor les colocamos en semicírculo. Si eres alt@ tu madre ya se puede despedir de verte bailar, porque siempre vas en la fila de detrás. Yo creo que mi madre no vio jamás la parte inferior de mi cuerpo en una función de fin de curso, así que yo me ahorraba el movimiento de caderas y salía de allí con agujetas en la cara de tanto sonreír, porque para una cosa que se me veía tenía que lucirme en las fotos.

L@s que se ponen delante tampoco es que disfruten especialmente, porque por ser la avanzadilla de la función tienen que hacerlo todo perfecto. No te puede picar una oreja, ni tener ganas de estornudar, porque llenas de babas a toda la primera fila del público y eso queda feo, de toda la vida. Además te encuentras en la soledad ante el peligro, porque sólo puedes mirar hacia delante y buscar a tu madre y a tu padre (o abuela y abuelo en su defecto) entre los focos mientras sudas como un pollo y se te derrite el maquillaje de alegre hada de los bosques que han decidido encasquetarte.

Luego tienen que repetir una y mil veces el mismo texto, la misma poesía, la misma canción, durante los dos meses previos. El niño que hace de zanahoria este año en la función de 1º de Infantil está a punto de suicidarse haciéndose el harakiri con su propio tallo (el del disfraz).

Los problemas de logística son otro tema aparte: tú te propones que este año los disfraces van a ser tan perfectos que el director del Circo del Sol va a venir a pedirte asesoramiento; luego pasas por consentir que les falte algún detalle (y convenciéndote a tí misma que si sale un león sin melena tampoco va a pasar tanto, aunque el niño acabe pareciendo una leona travestida) y finalmente, consientes que se hagan ell@s mism@s los gorros de duendecill@s del campo con papel film de envolver bocadillos.

La máxima "tiene que salir perfecto" pasa a transformarse en "tiene que salir", a secas.

El día de la función estás de los nervios. Te saludan un montón de mamás y papás que no recuerdas que hayan venido a ningun tutoría, pero pones la sonrisa automática y das manos y besos a diestro y siniestro. Al minuto descubres a la Reina Carola dándose de leches con el Bufón Fernando, y a la Tortuga Manola sentada en su propio caparazón, que se ha quitado porque estaba cansada y que ahora aparece un poco abollado y descolorido.
Y ya cuando viene una niña con sus lágrimas incipientes, los churretes por la cara y la vocecilla de cordero diciendo "Profe, no quiero saliiiiiiiiiiiiiiir...." sale de tí esa sonrisa y ese amor incondicionales que mostraste un minuto antes y pasas a ser el Rey con Chávez:

- ¡¡¡¡¡¿¿¿¿¿POR QUÉ NO TE CALLAS????!!!!!!!!


Pero al minuto se te pasa el enfado y te dices: "Todo sea por la obra", a riesgo de parecer una fundamentalista del Opus.
El telón sube, y la Reina y el Rey consiguen decir su papel, y la Tortuga acaba provocando la ternura del respetable con su caparazón abollado.
El escenario parece Cannes con tanto flash saltando a los ojos y al final el público se levanta y aplaude fervorosamente, mientras tú saludas con orgullo y cedes el protagonismo a tu rebaño, que está agotado y con ganas de irse a dormir directamente.

A la salida todo son "Enhorabuena" y "Qué monadas", como si aquello fuese el bautizo de una pareja de pandas en el Zoo, pero tú, aunque tengas las cervicales en "rompan filas", aguantas estóicamente con la mejor de tus sonrisas.

Todo el claustro está feliz, se abraza y comenta lo bien que ha estado, pero como todo lo bueno dura poco, a los pocos minutos siempre hay una voz que se alza:

- Oye, pues viendo la función, he pensado que para fin de curso del año que viene podríamos...