"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




lunes, 26 de marzo de 2012

Fútbol

De toda la vida de Dios he tenido yo cosas que me han hecho ser muy mía, pero también muy firme en mis aspectos: no entro en garitos en los que exijan vestimenta determinada, no acepto trabajos en los que tenga que llevar uniforme y no tolero el fútbol. Así soy, chunga por naturaleza. Este último punto (y los anteriores a veces también) me ha traído y me trae conflictos, broncas y desplantes varios con familiares, amigos, amigas, novios, compis de trabajo y camareros de bares, que el día que hay un partido te ponen la tele a decibelios inhumanos mientras tratas de escuchar a la persona que está a tu lado y que ya no sabes si es profesor o comentarista de Estudio Estadio.

No es que no me guste el deporte en sí, ojo, que a mí los deportes en general me gustan bastante, pero el mundo de violencia, corrupción, agresividad y paletismo que trae consigo el fútbol es algo que choca con mi esencia, mis creencias y mi paz interior.

Quienes disfrutáis del fútbol no lo entendéis, pero en serio, yo he visto a mi padre, que no sería capaz de matar una mosca y que ni siquiera pita cuando conduce en hora punta por la M-30, decirle al árbitro de un Madrid-Barsa cosas que a su lado, el Vaquilla era un muchachuelo descentrado. Y no te digo lo que he visto en los campos (yo no critico lo que no conozco, así que sí, he ido mil veces a ver partidos en vivo y directo), gente que termina a hostia limpia porque no era penalti, que s'a tirao, que árbitro cabrón, que cabrón tu puta madre, y para qué queremos más. Por menos de eso ha habido guerras mundiales y se han lanzado bombas nucleares.

En la universidad tuve una asignatura que se llamaba Sociología de la Educación y que me la daba un profesor un poco raro que era un crack allá por donde le mirases. Uno de los trabajos que nos hizo hacer tenía por tema demostrar que el ser humano actúa de formas insospechadas si las circunstancias son favorables. Algo así como "el ser humano no es malo naturaleza, pero también depende de cuánto le toques los huevos".

Mi trabajo habló de lo salvaje que se vuelve el ser humano con el tema del fútbol. Gente de natural pacífica es capaz de romperse una silla en la cabeza por un fuera de juego dudoso. Gente que no levanta la voz jamás es capaz de reventar un tímpano ajeno al grito de "¡GOOOOOOOOOOOOOOL!", y así sucesivamente.

Ayer, en un acto de amor inconmensurable hacia mi amiga Cabaretera (que estaba tocada por el amor y por el sueño a partes iguales después de una noche cuanto menos interesante) la acompañé a ver un partido del Rayo. Ir a ver al Rayo es el único resquicio futbolero por el que yo estoy dispuesta a romper mis principios, porque esos partidos son como merendolas familiares en la Casa de Campo, con sus cervecitas, su bocata, su cigarrillo y si me apuras su pacharán, todo ello rodeadas de la misma gente con las que convives todos los días y con los edificios vallecanos cercando el horizonte.

Podría haber sido bonito. Error de base: aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

Aquello fue como una sucesión interminable de insultos, gritos, puños en el aire y desaires varios. Ni pipas podía comer del miedo que estaba pasando. Tuve un momento en el que creí que la cosa iba a cambiar. Detrás de mí se oía a una inocente criatura de unos 8 años a la que tiernamente su padre, un tipo con una barriga como todo Irlanda del Norte y con pinta de ser el el medio de los Chichos (el auténtico), le decía:

- Esto mola más que la Play, ¿eh?

Y el niño contestaba embelesado:

- Sí, papa.

Y los dos se abrazaban tiernamente mientras a mí se me escapaba una lágrima y volvía a creer en la Humanidad. Sin embargo, acto seguido comencé a oír cómo ambos coreaban, a la vez que todo el estadio:

- Que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, que eso no es un portero, es una puta de cabaret...

Y eso sólo fue el principio. Sólo estuve en la segunda parte,en un partido no demasiado emocionante, y además de eso oí poesía pura: unas frases, unas rimas consonantes, unos versos alejandrinos, unas figuras literarias... Ahora, que como este es mi espacio y yo no hago apología de cosas chungas, no pienso reproducir las salvajadas que la criatura y cientos de personas corearon una y otra vez. Sólo digo que ni a Bush le dijeron por lo de la guerra de Irak la mitad de lo que le dijeron ayer a la madre del portero. Pobre mujer.

Total, que el fútbol es para gente con mucha boca grande. Y rabia contenida. Y poco oído. Y ningún criterio.

Y el que diga que no, como dirían vuestros colegas: que lo vengan a ver, que lo vengan a ver...

miércoles, 21 de marzo de 2012

Papá

En medio de todo este maremágnum de circunstancias potencialmente peligrosas para la supervivencia de una maestra, pasó el día 19, que como todos los 19 de marzo del mundo, es el Día del Padre. Hace tiempo escribí sobre mi madre, como puedes leer aquí, y no quería dejar pasar la oportunidad de hacer lo propio y presentar a mi padre.

Mi padre es un hombre que nació con bigote. Seguramente los documentos gráficos de su nacimiento contradigan este dato,pero lo cierto es que cuando conoció a mi madre, allá por los 70, ya venía con él. Mis padres se conocieron en La Central, un bar que hay en la plaza de Chueca donde cada año volvemos a tomarnos un vino y una tapa de atún. Parece que ella, una pitiminí de libro, hija de sastres y afincada en lo que entonces era la zona pijo-castiza de Madrid, celebraba su cumpleaños allí, y que mi padre y sus hermanos, provincianos de pueblo de los de celebrar la matanza, iniciaron la clásica maniobra del acople, algo por cierto muy dado aún en las noches de fiesta madrileña, en las que como te descuides se te han metido dos o tres grupos de tíos entre las filas y no te has dado ni cuenta.

Parece que después de muchos dimes y diretes y otros avatares, se casaron, y tiempo después me engendraron a mí. Mi padre siempre dice que como ellos eran cuatro hermanos, él siempre quiso tener hijas, y espero que el resto pensase lo mismo porque todos mis tíos tienen chicas. Cuando yo nací debe ser que fui el juguete que mi padre esperaba: me convirtió en su alter-ego en femenino y en pequeño, aunque sin bigote. Me cortaba el pelo a lo chico con estilo y elegancia y me vestía de alternativa, con pantalones anchos y americanas con chapas. Por aquel entonces era yo una niña riquísima, con mis hoyuelos y mi sonrisa, y a mi padre se le caía la baba. Siempre hemos ido juntos a todas partes.

Mi padre es ese tío valiente que cuando se prejubiló cumplió su amenaza de toda la vida: cortarse el bigote. Mi madre le estuvo mirando con cara rara y luego riéndose como si no se lo creyera durante semanas, y aún mi amiga Chari me dice cuando le ve que no parece él.

Mi padre es ese hombre que nos pintó un cuadro a cada una, como ya conté, y que hace que el cuarto de estar de su casa parezca la trastienda del Prado con tanto bodegón y retrato.

Mi padre es ese hombre que nos repite diez mil veces al día que "no se dejan los cables enchufados a la corriente sin conectar el aparato, que un día salimos ardiendo" cuando ve las regletas de la casa, llenas de enchufes y con todos los cables tirados.

Mi padre es ese hombre al que le decimos: "Papá, que dice mi hermana que le traigas unos crispis que son como integrales pero que no lo son, con chocolate pero que no son todos, vienen algunos sí y otros no, y que sea chocolate negro belga 100%, y a mí tráeme pan integral con semillas, pero del que no lleva fibra, que luego no paro de ir al baño, y mamá dice no se qué de que le traigas sus barritas de centeno, pero no las de la otra vez, las de hace tres o cuatro semanas, gracias" y el tipo se recorre el mundo entero para atender a nuestras descripciones y tratar de satisfacernos. Cuando le mando al herbolario debe de ser de traca.

Y cuando por fin aparece con todo perfecto siempre nos dice: "Me tendríais que estar haciendo constantemente la ola, eso es lo que tendríais que hacer".

Mi padre es el hombre creativo y con recursos que el día aciago en que mi madre perdió un pendiente de esos que son reliquia familiar cara-carísima, y en su depresión post pérdida le dio el otro a mi padre, mi padre se lo engarzó en un anillo para que pudiese seguir llevándolo en solitario y nunca más lo perdiera.

Mi padre es un hombre con tanto estilo y tanta elegancia que nos compra ropa, como él define, de "rabiosísima actualidad", que la ves y dices: "yo esto no me lo pongo", pero te lo pruebas y resulta que es lo más cómodo del mundo, o lo que mejor te queda, o ambas cosas. Mi padre antes vestía sólo de negro, como Karl Lagerfield, pero mi madre le ha convencido de que "pareces un cucaracho" y ahora es una explosión de color.

Mi padre es el hombre que pacientemente nos ha escuchado, arreglado todo lo que nos cargamos habitualmente, resuelto todos los problemas en los que le hemos pedido ayuda, y confirmado que sí, que estaba loco por tener dos hijas.

Hace un par de años, mi hermana le regaló un cuadrito en el que ponía:

"Todos los hombres pueden ser padres, pero hay que ser muy especial para poder ser papá".

Mi padre es un papá. Le adoro.


Feliz día, papá. Feliz vida.

PD: Edito para decir que el análisis de algunas de las frases de mi padre lo ha hecho mi hermana, alias Neita, los derechos de autora son lo primero (esto lo hago bajo presión de ella misma y su amenaza de denunciarme por no citaría, ahí queda Litel)

lunes, 19 de marzo de 2012

El día O

Los días avanzan impasibles y poco a poco nos acercamos peligrosa (y milagrosa) mente al que llamaremos el día O, de Oposición, de Oral y de Ohdiosmíoquieroqueestotermineyayrecuperarmivida. Concretamente el día O es mañana. Sí que ha pasado el tiempo echando leches.

El día de un examen oral es una experiencia que todo el mundo debería pasar al menos una vez en la vida. Lo único que se le puede acercar medianamente es la espera de una cola de una atracción en un parque de atracciones, donde se escuchan gritos y golpes, algunas personas salen partiéndose el culo y otras llorando, algunas se hacen fotos y otras tienen ataques de ansiedad, y tú estás ahí, en una cola en la que te has metido voluntariamente, de la que ahora te irías pensando "qué necesidad tengo yo", pero de la que al final no te marchas porque quieres vivir la experiencia. Imagínate si además, para montarte, te hubieran obligado a estudiarte todo el manual de funcionamiento del Top Spin. Pues eso.

Yo soy partidaria de, desde el día antes del día O, no estudiar ni hacer nada que tenga que ver con la oposición. Bastante tensión se acumula ya en esa sala, donde 5 personas aparentemente normales te observan minuciosamente. Y digo aparentemente porque en mi última experiencia opositora, allá por 2009, un miembro del tribunal se salió a por un café, otro a hablar por teléfono y todo ello informando en voz alta de su proceder (¡ME VOY A POR UN CAFELITO!) mientras yo exponía y mi yugular amenazaba con petar y liar la de Tarantino. Encantador todo.

Y del momento de "la encerrona" no hablo: es una hora (minuto a minuto y segundo a segundo) en la que te encierran en una clase en la soledad más absoluta para "preparar el tema". Pero ¿quién va con los temas sin estudiar? Y quien va en blanco, ¿para qué perder una hora en algo que no tiene sentido? Yo me lo llevo todo aprendido de casa, y como en ese momento no puedo memorizar nada, me dedico a mirar por la ventana, escuchar música y bailar para relajar el cuerpo (hace tres años, cuando entraron a buscarme para ir al examen, me pillaron intentando seguir un ritmo de claqué con resultados poco certeros).

En fin, mañana es el día O. El final de un largo, tedioso y en ocasiones doloroso camino que recorro cada dos o tres años (Esperanza Aguirre mediante) para aspirar a algo más en la vida.

Lo peor es que luego, cuando acaba, se echa un poco de menos. Síndrome es Estocolmo lo llaman.

Pero ahora no hay que pensar en qué pasará, sino desearme suerte y... que gane la mejor.

domingo, 11 de marzo de 2012

El abuelo

Hace poco me decía Raquel, la formadora de un curso, que "lo único seguro en esta vida es que tod@s, en algún momento, vamos a pasar a otro plano". Estoy de acuerdo, si alguna certeza tenemos en esta vida es que antes o después, la muerte va a venir a hacernos una visita. Yo creo que no es el hecho de morirnos en sí lo que nos inquieta, sino dudar de lo que vendrá después. El ser humano necesita certezas a las que agarrarse.

Cuando yo he pensado en la muerte en algún momento de mi vida, siempre se me ha venido a la mente mi abuelo Patricio. Mi abuelo es el padre de mi padre, y a sus 95 años es la persona con más paz que conozco. Mi abuela Isidora, su mujer, falleció hace casi 5 años, y fue la primera de mis cuatro abuelos en marchar. Tod@s creímos que tras más de 70 años juntos mi abuelo duraría pocas semanas más, pero lo cierto es que lo que duró poco fue el luto, que se quitó voluntariamente cuando, pocos meses después, vio nacer a su primera bisnieta, y digo primera porque hasta hoy ha visto nacer a otros 4 más y ha recibido la noticia de un quinto que viene en camino.

Mi abuelo Patricio nació el mismo día que yo pero muchos años antes, quizá por eso es mi padrino. Vivió muchos años en un pueblo perdido en la sierra de Gredos, es una casa maravillosa entre ovejas y jornaleros. Tuvo muchos hermanos, ni siquiera acertaría a decir cuántos, sólo se que uno de ellos mató a otro durante la Guerra civil, durante la que cada uno estuvo en un bando. Las guerras siempre son crueles y rompen familias.

En algún momento de su vida conoció a mi abuela, hija de un terrateniente pudiente del pueblo, y se casó con ella. Juntaron las tierras que uno y otra tenían y se trasladaron a vivir a casa de ella, donde podían guardar cómodamente a los animales y acoger a los jornaleros que en períodos de recolecta pasaban por allí.

En los siguientes años tuvieron cuatro hijos. Los chavales se hicieron mayores, y llegado un momento se instalaron em Madrid en busca de nuevas oportunidades. Años más tarde, mis abuelos se vinieron a vivir también a la capital, aunque cada año regresaban durante varios meses a su aldea natal a reencontrarse con sus raíces.

Mi abuela era una mujer fuerte, temperamental, amable en su rectitud, y a la que la vida fue consumiendo hasta el final de sus días. Murió como decía hace casi cinco años en su pueblo, la parca le pilló en su retiro anual.

Mi abuelo, sin embargo, fue siempre un hombre sonriente, amable, cariñoso. La paz de la que hablaba era asombrosa, siempre sentado en su sofá, sin oír nada, sonriendo a todo el mundo, lanzando besos. Todo el vecindario le conoce, es un gusto verle salir a la calle con su bastón y su sonrisa para pararse cada medio metro a saludar a gente mayor, joven, de toda la vida del barrio, de nueva incorporación, y allá donde se oye su nombre sigue un abrazo. Nunca se quejó de la vida como hace la gente mayor, que ve venir la muerte.

A sus 95 años ha visto morir a sus hermanos, a sus amigos, a su mujer, pero no por ello ha tirado nunca la toalla. "La vida merece la pena, hijitas" se leía en sus ojos. Cada año nos hemos felicitado el cumpleaños de la misma forma: "yo también cumplo, hijita, pero alguno más", y yo sonrío pensando en cuánta serenidad hay en alguien que cumpliendo tantos años sigue disfrutando de ello.

El viernes, mi abuelo pasó a ese otro plano que Raquel hablaba. Murió después de comer, durmiendo la siesta, como todo español quisiera morir, habiendo dado su paseo matinal y habiendo regalado sonrisas a quienes tuvieron la suerte de cruzarse con él.

Ayer le llevamos por última vez a su casa, a su aldea, a sus raíces. Fue maravilloso ver como de repente el pueblo se llenó de gente a la que no conozco, pero que en algún momento de la vida se cruzó en su camino y que ayer quiso estar. Supongo que eso es a lo que todo el mundo aspira, a dejar huella. Volver de nuevo a la tierra en un último atardecer en la sierra de Gredos rodeado de pensamientos bonitos, de recuerdos felices y de sonrisas y lágrimas.

Al final es cierto que todo lo que somos vuelve. Mi abuelo fue amor, y su adiós terrenal no podía ser de otra forma. Estoy segura que en el cielo se ha encontrado con mi abuela, y lo han visto todo juntos, con las manos entrelazadas, como siempre caminaban, y sus sonrisas puestas. Seguro que el cielo tiene hasta sofás orejeros para que puedan merendar tranquilamente.

Sea como sea, confío en tener, algún día, la paz con la que vivió. Así sí que merece la pena volver a vivir. Morir dejando una lección que aprender es más de lo que puede aspirar una humilde maestra.

Gracias, de verdad, y hasta siempre, abuelo Patricio.

jueves, 8 de marzo de 2012

Feliz día, mujeres (un año más)

Mi abuela siempre cuenta a modo de anécdota de domingoenlasobremesadespuésdelapaella, que durante la guerra (todas las abuelas del mundo han vivido "la guerra")ocurrían muchas cosas, todas ellas horribles y disparatadas. En ese momento entra al quite mi abuelo contando cosas de la misma guerra, y son cosas diferentes.

¿Será que vivieron guerras distintas?

Mi excuñado es deportista profesional, el orgullo de la familia, vaya, la envidia de toda la gente de nuestra edad, que sería feliz viviendo de algo que le llenase. Ser tan bueno le ha llevado a fichar por un equipo de fuera de su ciudad y a trasladarse para poder realizarse profesionalmente.
Mi amiga A. también ha sido deportista profesional. Es una máquina, de verdad, contagia las ganas de echar a correr, disfruta tanto jugando... Es el quebradero de cabeza de familiares y amig@s, que una y otra vez le comen la cabeza para que "estudie algo, que el deporte está fatal". Al final estudió Empresariales y menos mal, porque con lo que cobra como deportista, por buena que sea, no le da la vida. Las becas ya no se conceden y los equipos no tienen tanta facilidad como para moverse por todo el mundo.


¿Será que no es el mismo "deporte" para ambos?


En un colegio de Madrid no muy lejos del mío, el profesorado tiene pautas de vestimenta. Los profesores no pueden llevar vaqueros y las mujeres no pueden llevar pantalones.
Ante la queja de ellas por lo difícil que es dar clase de Ed. Física con falda, el argumento del colegio es que "la falda viste más". ¿No sería más lógico que ni ellas ni ellos pudiesen llevar vaqueros y ya está?

¿Será que no son considerados y consideradas de la misma forma?



El año pasado escribí un post dedicado al día de la mujer tal día como hoy (si quieres leerlo, pincha aquí) que suscitó bastantes comentarios acerca del sentido de celebrar este día.

Mientras las mujeres demos una versión de la Historia diferente a la de los hombres, mientras las mujeres demos una visión diferente del deporte a la de los hombres, mientras las mujeres tengamos normas diferentes a las de los hombres SOLO POR EL HECHO DE SER MUJERES, merecerá la pena celebrar este día.


Así que a todas vosotras, mujeres trabajadoras, luchadoras, valientes, siempre dispuestas a estar, a crecer y a ser, feliz día.

Y a todos vosotros hombres conscientes, comprometidos, luchadores, feliz día también.

Porque estar con las mujeres nunca fue estar contra los hombres.

El mundo cambiará tanto el día que nos quitemos las etiquetas y de verdad, simplemente, seamos...

Lo dicho, feliz día, mujeres.

viernes, 2 de marzo de 2012

La espina

Resulta que hoy cumple Justin Bieber (ese cantante adolescente que inexplicablemente vuelve locas a las adolescentes de todo el planeta) 18 tiernos años, y ya está escribiendo para conmemorarlo sus segundas memorias, ¡las segundas! ¿Qué puede aportarle al mundo la experiencia vital de un cantante yanqui que ni siquiera es aún mayor de edad en su país?

Luego, pensándolo bien, me ha dado un poco de envidia, porque yo quiero escribir mis memorias, y quiero ir empezando ya, aunque luego pienso bien y me doy cuenta de que no va a haber soporte que las contenga teniendo en cuenta lo que hablo y las historias que me pasan.

Resulta que después de haber visto la muerte con una especie de virus que he tenido y que me ha postrado en la cama con fiebre durante un par de días (demasiado me he salvado durante todo el curso de las gastroenteritis itinerantes que nos han rondado como las moscas rondan los restos de chuletas en las barbacoas veraniegas), mi garganta quedó como las estanterías del Corte Inglés después del primer día de rebajas: hechas polvo y llenas de cosas que no se sabe ni lo que son después de tanta caña como se les ha dado. Tragarme un vaso de agua se ha convertido estos días en un acto propio de un fakir, que con infinita paciencia se zampa una caja de alfileres con cabeza. Hasta la última miga de pan me hace saltar las lágrimas, y me paso el día tragando saliva como el que se traga un bocadillo de palillos, con carita de estar comiéndome un limón permanentemente.

Para alegrarme la existencia, mi pobre madre me invitó a cenar ayer una cenita rica, con mejillones, boquerones y otros productos que el mar tiene a bien regalarnos con el Mercadona de por medio.

Estaba yo feliz intentando masticar mucho y tragar despacio, disfrutando a tope del fósforo en forma de animalillo marino, cuando mi padre me dijo:

- Bah, cómo sois, quitándole las raspas a los boquerones. Eso se come así, con su cabeza, su cola y sus espinas.

- Ya papá - contestaba yo mientras trasegaba el millonésimo pececillo -, pero que ya no tienes 20 años y cualquier día de estos se te va a ir una raspita por donde no es y te nos vas a ahogar de la forma más tonta.

- Sí, bueno - volvía a decir mi padre en una actitud más propia de un adolescente ofuscado que de un padre jubilado y amante de las buenas costumbres.

Pues no habíamos terminado de tener esta conversación cuando me dio un ataque de tos mortal. Digo "mortal" porque me empezó a faltar el aire y casi me ahogo, pero en seguida mi madre aplicó las maniobras clásicas de reanimación respiratoria (darme dos buenos golpes en la espalda con toda la mano abierta, que te reaniman porque están a punto de hacer que la clavícula se te salga por la boca)y volví en mí. Cuando me relajé noté algo extraño, un dolor punzante en la garganta que no me dejaba tragar: se me había quedado una espina clavada y atravesada en medio de la laringe.

Me metí el dedo índice en la garganta para intentar tocarla, con el consiguiente resultado que hasta un crío de 2 años podría anticipar: arcadas. Entré en bucle, dedo-arcada-vomitar-respirar-vengalointentootravez-dedo-mierdaotraarcada-jodervomitar-respirar, y así estuve media hora. Llamé a mi hermana, que irrumpió en el baño con los aparejos de dentista que tanto miedo dan a todos los mortales, y procedió a analizar mi garganta en busca de la espina, pero no la encontró. Cedió entonces el protagonismo a mi padre, que usando instrumentos propios de las cenas de Nochebuena (una cucharilla y un palo de polo) lo volvió a intentar con resultados semejantes.

Mientras yo abría la boca en circunferencias perfectas sentada en la taza del váter, a las cabezas de mi familia acudían amigos de amigos y capítulos de CSI Las Vegas en los que la gente se ahoga y muere irremediablemente por una espina de pescado, y lo peor es que me lo iban contando.
Cuando mi madre había contado la quinta historia dramática de asfixias y lágrimas impotentes, mi padre apareció vestido con ropa de "vámonosalmédico" y me arrastró para que hiciera lo propio mientras el decía:

- Acabamos antes: vamos a Urgencias.


Yo no entiendo por qué a "Urgencias" lo llaman así; debería llamarse "Ustedvienedeurgenciaperonosotrosnotenemosningunaprisa". En España (para todas esas personas que me leéis misteriosamente desde otros países del universo, seguro mucho más desarrollados y avanzados que nuestra querida piel de toro), las Urgencias son una sala de espera en la que se amontonan decenas de personas con situaciones que a primera vista te alarman (por ejemplo con la cabeza abierta en canal o un ojo sangrando a mares) pero que cuando han pasado dos horas y no se mueren empiezas a pensar que la cosa no es tan grave.

Mientras la gente lloriquea entre dolores y suspiros malignos, sus familiares ocupamos diez mil asientos con bolsos, mochilas, papeles y otros menesteres, y el personal sanitario charla animadamente en la recepción sobre lo horrible que es su trabajo y lo interesante que estuvo La Noria anoche. Para cuando te llaman, unas cuantas horas después, ya ni recuerdas a qué fuiste al hospital, o te has curado por tu propio sistema inmunológico, que ha encontrado la forma de reabsorber la brecha o la sangre del ojo. Eso es Urgencias.

Así que allí me vi, tumbada en una silla con mi padre, con una chica a mi lado que, cual Lola Flores, yacía tirada con las gafas de sol puestas mientras sus dos amigas la etiquetaban en Facebook en el hospital. Al otro lado estaba el tipo del ojo sangrante (no, no era un ejemplo exagerado, había un chico con LOS DOS ojos sangrando), enfrente una mujer con un flemón como el Bernabéu de grande y detrás una tipa con más cuento que yo aquejada de un "picorcillo de garganta".

Después de una escena que me reservo para otro post (nota mental: contar otro día la escena híper racista y costumbrista a la par que viví en Urgencias), y tras dos alegres horas de espera en la sala, por fin sonó mi nombre, aunque no por megáfonos, porque no había. Una mujer salía cada rato a llamar a gritos a los pacientes, y mi compañera de silla, la de las gafas de sol, hacía gestos de querer morir de dolor de cabeza y oídos cada vez que la tipa vociferaba nuestros nombres y apellidos.

Conseguí entrar a una sala en la que compartía espacio y quejidos con un señor con más grapas que un taco de apuntes de derecho romano, un viejecito con la cabeza vendada, un pandillero con el tobillo tan hinchado que la palabra esguince quedaba fuera de lo posible, y una mujer absolutamente normal (aunque con este panorama igual tenía una perforación mortal en un tímpano).

Lo que voy a contar es asqueroso, aviso. Una doctora jovenzuela pronunció mi nombre pocos minutos después y me hizo pasar a una sala. Allí otro doctor me sujetó las manos mientras la primera me introducía unas pinzas de tamaño considerable hasta la campanilla buscando la espina. Como es evidente, entre la boca abierta y las arcadas acabé babeando como una anciana en mi propia camiseta, y a la petición de que alguien me limpiase o me soltasen para que lo hiciese yo, toda la respuesta que obtuve fue:

- Aquí no hay celadores, así que te tienes que limpiar tú, pero te esperas a que terminemos.

En fin, muy lamentable todo, total para nada, porque después de tenerme allí otra hora me dijeron que por la zona en la que la espina se había clavado ya era competencia de otro médico (el de digestivo), y que me fuera a casa a comer sopas y purés hasta que mi propia laringe reabsorbiera la espina. Que total, había perdido tres horas pero más se perdió en Cuba y volvieron silbando.

Así que salí de allí dolorida y llena de babas y aquí estoy, compuesta, con espina y viendo las estrellas cada vez que trago un poco de inocente saliva. Supongo que todo esto es un concepto vital, que las espinas (las de los pescados y las de la vida) a veces pasan, pero otras se clavan y entonces hay ocasiones en las que es mejor esperar a que el cuerpo las recoloque sabiamente y podamos seguir tragando, y respirando, y viviendo.


Lo que decía yo: si un boquerón da tanto de sí, a ver cómo termino mis memorias...