"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




jueves, 14 de junio de 2012

Cosas que aprendí en una escalera

Cuando el río suena, agua lleva.


Cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo.


Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar.


Cuando marzo marzea, abril mayea.

El refranero español es, como todo el mundo sabe, una de las debilidades de mi existencia. Yo creo que junto con los Donuts de chocolate fondant y mi almohada, es de las pocas cosas por las que estoy dispuesta a hacer sacrificios. Si el refranero español dice una cosa, a misa que voy con ella. Por eso aspiro a aportar algún concepto de sabiduría que se pueda integrar en las consignas universales de nuestro folklore popular, y en eso las maestras tenemos mucha experiencia:

Cuando una cabeza veas rascar, busca piojos hasta reventar.

Niñ@ que se sube a determinada altura, brecha segura.

Lentejas y pescado, tarde de fiestón asegurado.

Examen final en el que entra todo, levantas la mano de cualquier modo.


Y la mejor de todas:

Cuando el final de curso llega por la esquina, prepárate para la que se avecina.




Y es que el mes de junio es duro. Muy duro. Infernal, practicamente. No hay descanso, ni respiro, ni consuelo.
Hace un calor infinito, la gente suda (y l@s niñ@s sudan de forma inversamente proporcional a su masa corporal, no hay quien se lo imagine, en serio), y las profes de este planeta estamos agotadas y ya no nos da fuerzas ni siquiera ver la arena de la playa ahí, a lo lejos, esperando a nuestras toallas de muñecos de los años 50 que no hemos reciclado desde que las heredamos de algún familiar porque total, vivimos en un mundo infantil que nos exime de responsabilidades estéticas.
A lo sumo tenemos la clásica toalla de microfibras de Decathlon, que en un arranque de postmodernismo nos hemos agenciado y que molan porque no abultan, pero secar, lo que se dice secar, pues no secan demasiado. No les da tiempo, son servilletas de bar, camuflan pero no absorben, y vaya por delante que Decathlon es una empresa que se me tenía que haber ocurrido a mí de tanto amor que le tengo, pero no. No cuela.

En este mes, lleno de evluaciones y de exámenes finales, una tiene que irse a sus pensamientos personales para desconectar, y todos esos pensamientos radican en un mismo hecho: hace calor, y eso implica cambiar la ropa de invierno por la de verano.

Qué infierno, oye. Sólo de coger los jerseys de lana (con sus correspondientes pelotillas) con la mano a 40º a la sombra te da sarpullidos. Y en el sentido literal, que a mí me da grima hasta tocarlos.
Vuelven a tu mano algodonosos vestidos de verano, camisetas frescas (en mi caso no, porque uso las mismas todo el año) y pantalones ligeros, que te dan unas ganas de tirarte a la piscina con ellos puestos que crees que jamás te acostumbrarás a volver a vestir con semejante ligereza. La vida parece sonreír de nuevo y el sol asoma por las montañas con los pajarillos cantando como en Heidi.

La cara chunga de todo esto (además de tener que volverse esclava de la depilación después de un invierno más relajado en ese plano) es desembalar esa ropa y comprobar a ojos vista que no sabes de qué cojones te has alimentado durante el largo invierno, pero esa falda que sostienes en tus manos mucho te temes que no te cabe ni en el brazo.

Lo peor es que lo compruebas y sí: no puedes respirar y llevar la falda al mismo tiempo. Y si las lorzas no te caben, imagínate el orgullo, que a esas alturas pugna por salir desesperado reclamando su parte y diciendo: "tú hace un año cabías aquí". En ese momento te visualizas a tí misma y piensas: "si este problema lo tengo con un pantalón cagao, imagínate con bikini, voy a parecer un fuet, o peor, una pechuga de pollo entera".

En mi caso no me dio tiempo a desembalar la ropa de verano. Me fui a poner el último pantalón de invierno y casi me ahogo al intentar abrochármelo. Cabe destacar que he conseguido, presa del hambre más infrahumana, adelgazar casi 7 kilos a lo largo del año, pero cogí la mitad otra vez durante el curso y claro, me flipé poniéndome ropa elegante que ya no me valía. Entonces decidí ponerme a planestrictoquesólomesaltolosfindesdesemana.

Después de mucho investigar en fuentes fidedignas (internet y mi madre, tampoco me volví loca), descubrí que por mucha agua que beba, por mucha proteína que coma, por mucho que me esfuerce, la única manera de perder peso es hacer ejercicio. Tan fácil de decir, tan complejo de hacer.

Yo hago mis ejercicios yóguicos durante 40 minutos diarios, pero parece que no era suficiente. Me ví la Teletienda entera y ni las máquinas de abdominales, ni el Zumba (¿qué coño es eso exactamente? ¿los vídeos de Jane Fonda remasterizados? ¿por qué esa gente, harta de dar botes y brincos, no suda ni gota? no me fío de la gente que no suda ni de la gente que no bebe, lo aviso), ni las cremas quemagrasa me convencieron.

Leyendo una revista de belleza (quién me manda, pero es una de las cosas que más me gusta hacer en la peluquería) descubrí que lo más fácil era hacer ejercicio en las tareas cotidianas. La verdad es que yo, objetivamente, no tengo tiempo sano de hacer ejercicio, y cuando digo tiempo sano quiero decir que sí, tengo tiempo desde las 9 de la noche que llego a casa hasta las 9 que entro, pero no me veo haciendo Zumba, la verdad. Pensé entonces en aceptar el único ejercicio real que podía permitirme hacer a diario: subir las escaleras de casa andando.

Para una redactora cualquiera de revista de belleza esto puede parecer moco de pavo: seguro que las muy perras viven en un bajo.

Pero yo vivo en un 7º, y aparco en el 3º sótano, lo que suma 10 elegantes pisos a subir y bajar las veces que sea necesario para llevar tu vida. El primer día me lancé como una loca, pero a los 15 días que llevo estoy a caballo entre la depresión, el suicidio colectivo o la muerte por agujetas. Todo muy motivador, sí.

Sin embargo, subir por las escaleras es toda una experiencia. Da tiempo a pensar, en serio, a conocerse, a escucharse y a sentirse. Y da mucho tiempo a aprender cosas, todo espacio es susceptible de ser digno de aprendizajes. He aquí el decálogo de cosas que he aprendido subiendo las escaleras, en mi edificio y en los edificios ajenos:

1.- Jamás, y digo JAMÁS, subas por las escaleras nada más fumarte un cigarro. Te arrepentirás cada segundo antes de morir ahogad@.

2.- La mayoría de los tramos de escaleras oscilan entre los 15 y los 17 escalones. Eso quiere deicr que como te olvides las llaves, el cuaderno, un boli o los cleenex, tendrás que volver a subir y bajar los correspondientes escalones. Moraleja: revisa el bolso siempre antes de salir.

3.- Las luces de los descansillos instaladas con ahorro de consumo duran de 10 a 12 segundos encendidas (antes de que tengas que pararte en el descansillo a encenderlas y te acuerdes de la madre del instalador de la luz). Cada luz suele alumbrar a dos o tres pisos a la vez, es decir, como máximo tienes que parar cada tres pisos para dar la luz. Todo sea por el medio ambiente y por nuestros bolsillos.

4.- La gente en España empieza a hacer la cena a las 7 de la tarde. A esa hora los descansillos son todo un placer para los sentidos, especialmente para uno. Además, se nota en qué pisos viven familias con bebés que calientan potitos todo el tiempo y en qué pisos vive gente mayor y cena tortilla francesa día sí día también.

5.- La mayoría de las mangueras para incendios están en los tramos de escaleras. Si el tramo tiene dos partes, suele estar a la mitad. Cualquiera lo sabe, si hay un incendio están muy a mano, sí.

6.- Escuchamos la tele muy alto. Altísimo. Extremadamente alto. Con tanto volumen, nos vamos a quedar sord@s. Y vemos cada mierda que ni me detengo más en este punto.

7.- De cada tres pisos, un vecino o vecina toca algún instrumento. De cada tres que tocan un instrumento, dos desafinan. El o la que no desafina sólo toca canciones de amor trasnochadas.

8.- Jamás te cruzas a nadie por las escaleras. La probabilidad de cruzarte a alguien en el ascensor es de 2 de cada 3 veces que te montas. Ni Rita va por las escaleras, lo cual da una paz y una intimidad importantes.

9.- El corazón aumenta su velocidad al doble a partir del cuarto piso que subes andando, al menos en mi caso. A partir del 6º avisa de muerte, y hacia el 8º llega a su límite y lanza bengalas.

10.- Querer es poder. Al principio todo cuesta un infierno, luego sólo cuesta como una hipoteca, luego como aguantar un pesado en un garito y luego como la vida misma. Si inviertes ese tiempo en cantar una canción guay, en repasar un tema que tienes que estudiar, en mandar un sms (esto ya para nivel avanzado, te puedes hostiar al principio) o en decirte lo maravillos@ que eres, se te pasa volando.

10+1.- Bonus track. Te ahorras conversaciones vacías sobre el tiempo o la crisis. No esperas al ascensor. No te miras en el espejo y piensas "qué horror, qué cara llevo". No te puedes quedar encerrada. Eres libre.



Por ahora he adelgazado 4 kilos y he ganado una carga de autoestima importante. Me cierran los pantalones. Conozco a tod@s mis vecin@s, les he escuchado tocar el piano y sé quién cena fritanga y quién cena verduras. El corazón sólo me da toques de atención, pero no se me sale por la boca. Sé donde están todas las mangueras de incendio. Me canto una canción (mental) todos los días.

Soy maravillosa.

Y tú, también.


Cuántas cosas perdidas por estar encerrada en un ascensor. Cuántas por esperar a que llegue, cuando puedo elegir subir como y cuando quiera. Cuántas por esperar, a secas, a que l@s demás decidan cuándo subes y bajas, cuándo hablar y cuándo callar, cuándo salir y cuándo entrar, dónde parar y hacia dónde seguir.

A todo hay que sacarle partes positivas.

Qué bonita sería la vida (y ya lo decía Buero Vallejo) si todo transcurriera, siempre y con su dinámica, en los tramos de una escalera...




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