"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




domingo, 30 de octubre de 2011

Querido habitante 7.000 millones

Querido Habitante 7.000 millones:

Tu nacimiento está previsto para el lunes, pero permíteme que te vaya saludando: bienvenido o bienvenida a este planeta.

Como vas a llegar de nuevas, no sabes a dónde vienes a vivir. Vas a ser importante, inauguras un nuevo millón de habitantes en la Tierra, que es el único planeta habitado de nuestro Sistema Solar, o al menos eso es lo que la mayoría de la gente dice. Si me preguntan a mí, creo que seguramente hay vida en otros planetas, pero una vida tan inteligente que no quiere aparecerse por la Tierra ni por asomo.

Querido amigo o amiga, tu nueva vida en la Tierra va a ser muy movida, ya verás. Vas a tener otros 6.999.999.999 amigos o amigas, aunque depende del país en el que nazcas te permitirán que te lleves bien sólo con unos o sólo con otros. Si naces en un país occidental es posible que acabes odiando a los inmigrantes africanos y asiáticos que vienen buscando una vida mejor, aunque también es posible que apadrines a un niño o niña africano o asiático con cualquier ONG para darles esa vida mejor. Dirás que qué contradicción, pero así funcionan las cosas.

También tienes que saber que de todos los amigos y amigas que viven en tu mismo planeta, más de la mitad viven en el umbral de la pobreza, y sólo una pequeña porción viven con todo lujo de posesiones. Más de una séptima parte viven en condiciones de absoluta insalubridad, mientras que un 1% de la población vive con el mismo dinero con el que toda la gente de la que te acabo de hablar viviría toda la vida. Ésto también es una contradicción, pero permíteme que te diga que sólo con la unión de polos opuestos se consigue el equilibrio. A menos, claro está, que todos y todas tuviésemos lo mismo. Pero nada, olvídate, eso es imposible, o al menos eso dicen.

Depende del lugar del mundo en el que nazcas, creerás en Dios o no, y depende del país en el que nazcas llamarás a Dios de una forma u otra, puede que incluso te enfrentes con otras personas por el nombre de ese Dios, y lo peor de todo, en el nombre de es Dios.
¿Sabes? Yo creo que todo el mundo cree en Dios, lo que pasa es que se pierden en los nombres, que por cierto es algo que pasa mucho en este planeta. Nos encanta llamar a las cosas asi o asá, y no creas que llegamos a una conclusión rápida, por norma general entramos en guerras y bloqueos de todo tipo para defender nuestra postura. Hay países que ya ni recuerdan por qué están en guerra, pero siguen matándose unos a otros. Esa es otra, querido amigo o amiga: en nuestro planeta mueren más de 100.000 personas diarias, pero te sorprendería saber que sólo la mitad lo hacen de muerte natural. El resto fallecen víctimas de epidemias, conflictos armados, atentados, acciones violentas o cómo no, a manos de otras personas.

Por otro lado, nacen el doble de las personas que mueren, como tú. Eso es una buena noticia, ¿no crees? Según mis cuentas nacen más de 200.000 personas al día, aunque con el panorama que te estoy mostrando no parece demasiado alentador, ¿verdad? Además hay que tener en cuenta que de esas más de 200.000 personas que van a nacer hoy, algunas verán su vida marcada negativamente porque nacerán mujeres, o negros, o discapacitados, o simplemente pobres. Dirás que es una locura que alguien vea su vida condicionada simplemente por ser como es, sin haberlo elegido. Te repito que nuestro mundo está loco.

Ahora llegas en un momento un poco complicado, aunque no te preocupes, ya nos ha pasado varias veces a lo largo de nuestra Historia y al final hemos salido de ello, pero a la gente no le interesa su historia. Estamos en crisis, que es lo que ocurre cuando no se sabe cómo resolver una situación. Hay personas acostumbradas a entrar en crisis, así que esas personas se lo toman mejor. Otras están demasiado acostumbradas a que las cosas funcionen, así que en cuanto algo falla se ponen nerviosas. Hay otras personas que pasan de las demás mientras sus cosas funcionen. Hay mucha gente en este mundo, querido amigo o amiga, ya los irás conociendo.

Si naces en una familia, puedes sentirte muy feliz. No todos los seres humanos tienen la suerte de nacer en una familia que les quiera y celebre su nacimiento. Hay muchas personas que no tienen familia, o la tienen "de mentira", como dirían mis alumn@s, y la familia es muy importante, ¿sabes? Te apoyan siempre, en todo, y te quieren por lo que eres y no por quién eres. Ésto te parecerá muy complicado, pero ya verás qué pronto lo entiendes.

Nazcas donde nazcas, seguro que te fuerzan a consumir. Consumir es tener más y más cosas, cosas incluso que no necesitas, porque lo importante es tener cosas materiales para suplir el vacío que se crea cuando no tienes lleno el espíritu. El espíritu es difícil de definir, aunque yo lo entiendo como un conjunto de sentimientos y sensaciones: autoestima, fuerza, seguridad, honestidad, amor, paz y otras muchas. Cuando el espíritu flojea es cuando más te apetece consumir, pero espero que te des cuenta pronto de que merece más la pena que dediques tu vida a cultivar tu espíritu que tus posesiones, porque al final de todo, tú eres lo único que tendrás siempre contigo, y es algo importante cuidar de lo que con toda seguridad vas a tener siempre.

Espero que nazcas donde nazcas, te rodee gente que te quiera. El amor es uno de los temas más importantes para los seres humanos, por no decir el que más. Te pasarás la vida buscando el amor porque es lo que hacemos todas las personas, aunque espero que te des cuenta muy pronto de que el amor está en todas partes, en todas las personas que te quieren y a las que quieres, en los animales, en las plantas, en los objetos, en las energías y sobre todo, sobre todo, está en tí. Espero que te des cuenta muy pronto de que estás en la Tierra para dar y recibir, y que las cosas son mucho mejores cuando eso que das y recibes es amor. Y que lo demás está de adorno.

Lo dicho, querido amigo o amiga. Bienvenid@ a este mundo. Te deseo lo mejor. Y que seas muy feliz.



jueves, 27 de octubre de 2011

Soy yogini

Según los escritos, "Yogini es una palabra que se refiere a las mujeres que dedican parte de su vida a buscar el bienestar, al conocimiento interior y al bienestar espiritual". Pues eso, que soy yogini, o eso dice Cris, nuestra profe de yoga.


Lo de hacer yoga vino de parte de mi fisioterapeuta. Un fisioterapeuta es una persona que te palpa una parte del cuerpo, preferentemente musculada, que tienes llenas de contracturas, nudos y dolores, después te apalea, te retuerce y te machaca y encima te cobra por ello. Una clínica de fisioterapia es un lugar en el que entras con el cuerpo hecho polvo y pensando que no puedes estar peor y sales con el cuerpo hecho polvo y constatando que sí, que podías estar peor. Sólo mi fisioterapeuta y mi prima B., que también es fisio, son capaces de tocarte sin hacerte (demasiado) daño. El resto, a la hoguera.


Mi fisio, un chaval encantador que no sólo no hace daño sino que te hace volver a creer en la vida y volver a girar el cuello con pasmosa normalidad, me dijo después de darme la millonésima sesión para descontracturarme:


- Tienes que hacer algún ejercicio específico de estiramientos o tendrás contracturas toda tu vida. Elige entre pilates, natación y yoga.




La natación no me gusta, y lo sé. Durante años nadé en mi época colegial y me aburría como una ostra. Existe una línea muy delgada entre la relajación y el aburrimiento, y yo la sobrepasé demasiado rápido cuando nadaba. Además de aburrirme, me congelaba en invierno con el pelo mojado, me tenía que depilar a la perfección todo el año y el bañador es una prenda incómoda, así que ni siquiera se me pasó por la cabeza dedicarme a hacer largos.


El pilates me cae mal. Dirá mi amigo Fer que el pilates es marvilloso, que se conoce gente maravillosa (o no) y que es sanísimo, pero aunque le adore y le de la razón siempre, en este caso no me da la gana aceptarlo porque el pilates engaña: te lo venden como algo relajado y equilibrado y es la clásica gimnasia de siempre pero haciéndote ver que no la haces, total, una vil mentira de la que sales sudando a litros.


Con este panorama me decidí por probar el yoga.
R. y yo nos calzamos las mallas (prenda que nunca sentó bien hasta que Decathlon sacó mallas de todo tipo y pelaje y consigues dejar de parecer una abuela en clase de gym-jazz) y empezamos por ir a una clase de Hatha yoga en un centro cerca de casa con muy buena pinta. Al entrar, nos hicieron quitar los zapatos y los calcetines y dejarlos en una especie de estantería de tela, muy propia de Ikea. Después pasamos a una sala donde varias mujeres de una edad considerable se abalanzaban, literalmente, sobre una montaña de mantas para escoger la mejor. Buscamos un sitio discreto, cogimos una manta y esperamos a que la eminencia docente hiciera su aparición.

El profesor, un tal Guru Himayinar (nombre ficticio, pero por ahí era) de nombre Manolo Díaz (también ficticio, pero también era del estilo) surgió de repente (lo juro, no caminó, no entró, simplemente surgió) y comenzó a cantar con una voz grave y melodiosa que nos hipnotizó al minuto. Nos hizo repetir unos cuantos cantos sin darnos explicación ninguna (ahora sé que esos cantos se llaman mantras) y acto seguido empezó a contorsionarse para nuestro asombro. Por si acaso no había sido suficiente, las mujeres, aparentemente rígidas como varas, comenzaron a imitarle, y creedme, yo no llego ni de coña a donde aquellas mujeres llegaban. Lo de ponerme la pierna en la oreja ya ni lo comento.


Después de flipar en colores durante hora y media, salimos de aquella clase para no volver. No es que la cosa nos hubiera disgustado demasiado, pero los 55€ que cobraban mensuales por ir un día semanal a partirnos el esternón nos parecieron desorbitados.


Pocos días después, y tras la segunda charleta de mi fisio, probé en un segundo centro. El sitio era muy acogedor, un pisito también cerca de casa en el que una mujer guapísima, rubísima y delgadísima me recibió con una sonrisa. Fui a entrar hasta la sala que intuí al fondo y casi me da un infarto:


- ¡¡¡¡¡¡NO ENTRES!!!!!!!! -sonó un grito detrás de mi espalda.


Me quedé clavadita en el sitio.


- Quítate primero los zapatos, que la energía de la calle es mejor que no entre a la sala - me dijo la profesora con voz ya un poco más dulce.


Me dejó muerta. Una coas es una cosa y otra cosa es otra, así que tal cual me volví a poner los zapatos y me fui a mi casa dejando a la rubia espectacular con la palabra en la boca.


En las siguientes semanas R. y yo probamos diferentes sitios, desde sesiones maratonianas de Bikram yoga (un tipo de yoga que se practica en una habitación caliente, vamos, lo que es una sauna de toda la vida, para prevenir lesiones, contracturas y dolores varios. Sólo os digo que lo probéis. L@s que sobreviváis, ya me contáis qué tal la experiencia) hasta sesiones de Hatha yoga (el que habíamos hecho en el primer centro, un tipo de yoga principalmente postural, lo que los antiguos gurús hacían para descontracturar el cuerpo y meditar profundamente) impartidas en gimnasios, donde lo más parecido a la relajación es la ducha.

Yo ya estaba desesperada. No me había gastado aún un duro (aprovechaba la clásica clase de prueba que regalan en casi todos los lugares) pero mi objetivo, que era encontrar un buen lugar para hacer yoga, seguía sin ser conseguido. He de decir que terminé por pensar que el yoga era algo absurdo y que no era para mí. Mi amiga R. estaba también desesperada y cansada de ir de lado a lado rodeándose de gente de lo más variopinta. Mis contracturas iban a peor y mi fisio cada vez insistía más en la necesidad de hacer algún ejercicio de espalda. 

Para quitarme el estrés acompañé a mi amiga M.a ver a una colega que había conocido en un curso hacía relativamente poco. Llegamos a su casa y, hablando con ella, me contó que era profesora de Kundalini yoga (un tipo de yoga que mezcla de forma equilibrada meditación y ejercicios de muchos tipos) y me comentó:


- Pues tengo ganas de montar un grupillo de Kundalini yoga, con poca gente y no muy caro. Si te interesa me dices y te aviso cuando lo monte.




El cielo se me abrió. Es de esas veces que tienes una palpitación de "Ésta es la buena". Como cuando te has comido unas cuantas pipas agrias y llegas a una que dices "ésta no va a saber a palo, ésta me quita el mal sabor". Le dije que sí al instante.


Poco tiempo después recibí un correo suyo. El grupo empezaba, me dijo, y tuve que hacer durante unos meses malabrismos con mi horario en el cole para llegar a clase, que sólo se impartía en un horario determinado que me coincidía con las clases.


Ahí descubrí que el yoga era lo mío.


No sabría describiros la sensación que se siente cuando todas las personas que estamos ahí conectamos, y os juro que se conecta. Nos contorsionamos, nos estiramos, sudamos como pollos, nos marcamos, nos relacionamos (o no), nos escuchamos, nos comunicamos sin hablar. Y sobre todo, el yoga, en todas sus variantes, es un ejercicio de superación. Creedme cuando digo que más de una vez he pensado que me rompía un hueso, o que nunca más podría devolverle a una parte del cuerpo su forma original viendo la contorsión que estaba experimentando. Estar cada segundo haciendo un ejercicio o montando una postura es un arma que se hace bastante más poderosa cuando la llevas a la vida, en esos momentos en los que crees que no puedes más. 
Si no quieres, vale. Pero siempre se puede salir. Siempre se puede seguir. Siempre puedes darle una nueva vuelta.


Y todo esto, como siempre en el mundo de la docencia, tiene mucho peso de la profe. Ay, cómo es Cris. Me encanta de ella que no siempre tenga la sonrisa en la boca. Me gusta la gente auténtica, la gente de verdad, y la gente de verdad no siempre tiene un día maravilloso.
Cómo nos cuida, cómo nos quiere, cómo sabe, no sé cómo, lo que necesitamos cada día. Al corregirte lo hace con dulzura, como haciéndote sentir que los errores son parte de los aprendizajes. Al reforzarte lo hace con firmeza, felicitándote por lo que consigues. Y nos fuerza a sonreírnos. Cuando estás al borde de la muerte y te sonríes, te das cuenta de lo absurdo que es el vaso de agua en el que a veces nos ahogamos.


Y sobre todo, sobre todo, me encanta cuando me arropa durante la relajación (que hacemos después de los ejercicios para recuperar) y me da un beso en la frente después de apagar la luz. Me recuerda a mi madre cuando me acostaba en la cama de pequeña y se quedaba conmigo hasta que me dormía. Ese momento en el que sientes que nada malo puede pasar, en el que disfrutas de verdad de ser.


Estoy eternamente agradecida al profesor gurú que se aparecía, a la profesora rubia que me gritó por entrar con zapatos, a la sauna donde mi hidratación peligró considerablemente, a los monitores de gimnasio que me hicieron renegar y a todas las personas que me hicieron pensar que, como tantas otras veces, no estaba en lo cierto y que me llevaron hasta Cris. 


Porque sólo equivocándote puedes acertar. 

Porque sólo sintiendo que no puedes más puedes darte cuenta de que sigues viva.





domingo, 23 de octubre de 2011

Domingos

Odio los domingos.

Odio levantarme por la mañana "con las banderillas puestas", como dice la madre de mi amiga Elisa, con esa sensación de que al día siguiente hay que currar y que se acaba el descanso.

Odio el ambiente de la calle, lleno de gente mayor que sale de misa, compra el pan y pasea por la acera con la certeza de que, cuando la vejez llega, el domingo es sólo un día más de la semana.

Odio los programas de sobremesa, que recuerdan que cualquier tiempo pasado fue mejor. Odio las películas antiguas con las que lloras hasta deshidratarte.

Odio las tardes en las que la pereza se cierne sobre los cuerpos y el sofá parece el único lugar seguro. Odio que encima llueva y cualquier atisbo de salir a la calle se disuelva como lágrimas en el mar.

Odio los partidos de fútbol de los domingos. Odio las calles cortadas y las carreteras taponadas, odio los sonidos de las bocinas y los puestos que venden banderas. Odio que todos los bares se llenen de gente demasiado exaltada.

Odio las noches en las que cenas sobras de la semana, en las que hay que aterrizar de nuevo en el mundo para recordar que mañana tengo que hacer ésto, que la semana pasada se me olvidó hacer aquello, que tengo que llamar a no sé quién.

Los domingos sólo me gustan si las Rogelias jugamos contra las Moraítas y ganamos, o perdemos, qué importa. Si estamos juntas.

Los domingos sólo me gustan si como en casa de mis abuelos (siempre el mismo menú, me encanta) y luego cotilleo con mi abuela, y beso a mi abuelo antes de que se pierda en sueños, y comemos chocolate mientras hablamos de nuestra infancia, y me duermo en el sofá con mi hermana.

Los domingos sólo me gustan si voy a cenar a casa de mi amiga M. y me tumbo en su sofá a ver una peli, o una serie, o a charlar de lo divino y lo humano.

Los domingos sólo me gustan si me acerco al Rastro con mis padres, y me hacen un regalito tonto y les invito a una cañita de aperitivo. Si mi padre amenaza con comprarse un sombrero nuevo para su colección y mi madre bromea con lo mal que le quedan siempre.

Los domingos sólo me gustan si sale el sol y puedo dar un paseo por el Retiro. Solía pasear, hasta que perdí la compañíar. De todas formas, nadie dijo que pasear sola no es maravilloso.

Los domingos sólo me gustan si hace un buen día y puedo ir al campo, y correr por el camino de una montaña, y respirar, y gritar, y cantar, y comer en un buen restaurante de pueblo en el que un matrimonio encantador me invite a natillas.

Los domingos sólo me gustan si Merche nos invita a comer en su casa, y nos reímos juntas, y jugamos al mus, y comemos como si no hubiera un mañana para arrepentirnos el lunes. El lunes ¿a quién le importa?

Los domingos sólo me gustan si mis colegas se acercan a cañear para sobrevivir y me sacan de casa, y me cuentan un chiste o imitan a alguien y encontes recuerdo lo divertido que es hablar de todo y de nada.

Los domingos sólo me gustan si surge un plan inesperado,si como hoy, voy con una amiga, con mi amiga de siempre, a un concierto maravilloso.

Los domingos sólo me gustan si estás tú.

lunes, 17 de octubre de 2011

Imagina tu mundo

Imagina un país sin sanidad pública. Imagina un país en el que necesitases ahorrar dinero todos los meses para prepararte por si una enfermedad te afecta. Ya no hablamos de males comunes: una maestra como yo enferma cantidad de veces al año por la gastroenteritis, la gripe, las complicaciones de los constipados, qué se yo. Imagina que, ojalá no, pero como ser humano y vulnerable que eres, te afectase una enfermedad grave, o una enfermedad rara, que es casi peor. Imagina que tu vida se terminase simplemente porque no puedes pagar para que te ayuden a salir.

Imagina un país sin educación pública. Imagina que las familias tuvieran que, además de ahorrar por si una enfermedad les afecta, ahorrar otro poco para costear la formación de sus hijos e hijas. Imagina que sólo quienes más dinero tienen pudieran acceder a la educación básica. Imagina que sólo un puñado de personas supieran leer y escribir. Imagina que sólo un puñado de niños y niñas pudiesen disfrutar del colegio, aprender a convivir, expresar su creatividad, interpretar música, jugar durante horas. Imagina que sólo un puñado de personas pudiesen formarse para ser enfermeros, médicos, abogadas, policías, profesoras. Imagina que no pudieras aprender todo lo que la vida tiene para enseñarte.

Imagina un país sin transporte público. Imagina que tuvieras que rechazar el trabajo de tus sueños porque está demasiado lejos de tu casa, o dejar de comprarte la casa de tu vida sólo porque está demasiado lejos de tu trabajo. Imagina que, además de ahorrar para costear un médico y la educación de tus hij@s tuvieses que ahorrar para comprarte un coche, o dos, dependiendo de cuantas personas seáis y a cuantos sitios tengáis que ir. Imagina que tu movilidad estuviese sujeta a unos cuantos euros.


Imagina un país sin becas ni ayudas públicas. Imagina a una persona mayor que no puede moverse y a quien nadie puede ayudar enviando a un profesional sanitario que supervise su estado. Imagina a una persona discapacitada que no puede salir de casa y a quien nadie atiende. Imagina a una persona que ha perdido su empleo y a quien nadie apoya para salir adelante y encontrar otro. Imagina que, además de ahorrar para costear un tratamiento médico en caso de necesidad, de ahorrar para pagar la educación de tus criaturas, de ahorrar para comprarte uno o varios coches, imagina que además de todo ésto tu bienestar futuro, tu vejez, que el último tramo de tu vida se viese roto por un puñado de billetes.

Imagina que no existiesen funcionari@s públicos: que si tienes un accidente tuvieses que pagar a un policía que levante atestado. Que tuvieras que pagar una doctora que te intervenga en carretera. Que tuvieras que pagar al servicio de limpieza que dejará la calzada despejada. Que tuvieras que ahorrar por si, de repente, tu vida es algo, simplemente, normal.

Imagina una vida en la que el dinero fuese el rey de todo. En la que las personas no contasen si no se les pone un precio. En que todo fuese una cuestión de cantidad, y no de calidad.

Imagina ahora que de repente, fueses consciente de ésto. Imagina que tuvieses tan claro como que te late el corazón que ésto NO ES LO QUE QUIERES. Imagina que encontrases que mucha, mucha, mucha gente piensa como tú.

¿De verdad te molestarías en ponerles una etiqueta? ¿De verdad creerías lo que dicen los periódicos? ¿De verdad les rechazarías por la ropa que llevan o su peinado? ¿De verdad les llamarías "exaltad@s", "violent@s" o "antitodo"? ¿De verdad, de verdad, de verdad que no te unirías?

No te dejes engañar, no te dejes llevar. No mires las cifras, a quién le importan. No pienses en las siglas: 15M, 15O, son sólo letras, números. No te quedes con las fotos, recogen un segundo en la eternidad. No te quedes en las palabras, son un arma tan poderosa como cualquiera. No te quedes en los estereotipos, sólo disfrazan realidades. No te quedes en casa, porque tu sofá no garantiza ni tu educación, ni tu sanidad, ni tu transporte, ni TU VIDA.

Cree. Cree en tu vecina. Cree en tu doctora. Cree en el basurero. Cree en la policía. Cree tus profes. Cree en la gente. Cree en mí. Cree en tí.

Es tu pasado. Es tu presente. Es tu futuro. Tú lo construyes. Tú decides si en silencio o haciéndote oír. Si en tu casa o en las calles. Si contigo o contra tí.


Imagina tu propio mundo y hazlo posible.



Para que pueda surgir lo posible es preciso intentar una y otra vez lo imposible. H. Hesse.




 

sábado, 15 de octubre de 2011

El valor de las cosas

Un mes sin escribir es demasiado tiempo hasta para mí, y eso que el paso del tiempo es siempre muy relativo: no es lo mismo una hora estudiando que una hora durmiendo, ni una hora en la playa es igual que una hora con fiebre o que una hora de fiesta, inevitablemente. Tampoco son iguales los cinco minutos que pasan desde menos cinco hasta en punto cuando estás esperando a que llegue el metro y cuando es lo que te queda para levantarte de la cama.

El tiempo es sólo eso, una medida sujeta a circunstancias.

Decía M. Proust que "tendemos a pensar que el presente es el estado natural de las cosas", que nada cambia. Es complicado mirar hacia el futuro cuando el presente se estanca una y otra vez, como cuando vas nadando en el mar y te vienen todas las olas a la cara, que intentas coger aire pero no te da tiempo porque otra vez te entran unos cuantos litros de agua en la boca, que permitidme que diga que es de las peores sensaciones de este mundo mundial.

He tenido unas malas semanas, simplemente. Omitiré aquí lo que ha ocurrido porque me pasa como a l@s famos@s, que lo dejo en manos de quien corresponda, y borrón y cuenta nueva. Bueno, siendo sincera, por ahora voy por el borrón. Veremos a ver si hago cuenta nueva o no.



Sin embargo, por mal que vayan las cosas, lo bueno de currar con criaturas de la infancia de este mundo es que no puedes evitar seguir sonriendo pese a todo. Esta mañana sorprendía a una niña de apenas 3 años jugando entretenida con algo en el patio que no alcanzaba a ver qué era. Al acercarme (de forma ladina, por la espalda y en silencio, que es como nos gusta acercarnos a l@s profes en el patio) descubría que lo que el angelito tenía en sus manos era una tarjeta de crédito de verdad, y comprobaba con asombro que estaba a nombre de su madre:

- ¿Quién te ha dado eso? - le pregunto.

- Eh... - acierta a contestar con el consiguiente sobresalto, porque no me esperaba detrás de ella.

- ¿Te la ha dado tu mami?

- No, la he cogido yo.


Y acto seguido se gira y con toda tranquilidad sigue jugando con la tarjeta como si de una pala se tratase.

He corrido a avisar a la madre, que angustiada estaba anulando la tarjeta pensando, obviamente, que se la habían robado. La cría había cogido la tarjeta, posiblemente de una mesa o incluso del suelo, y sabiendo que no era un juguete la había escondido cómodamente en su mochila para sacarla en el patio lejos de miradas indiscretas.

Este caso me recuerda a uno que tuve hace unos años en un cole en el que trabajaba. Un día observamos a una niña de 4 años en el patio jugando a soplar arena a través de un tubito, y al acercarnos a quitarle el tubo pensando que sería metálico y por ende, peligroso, descubrimos que el tubito era ni más ni menos que un billete de 50 euros cuidadosamente enrollado y utilizado para el fin antes mencionado.

Al preguntarle por el billete, la niña rompió a llorar amargamente y dijo enseguida que no era suyo. Lo requisamos a la espera de averiguar de dónde había salido el billete, y aún seguíamos discutiendo cuando encontramos a otras dos niñas jugando a las tiendas con sendos billetes auténticos, esta vez de 20 y 50 euros respectivamente. La escena se repitió: las niñas soltaron el dinero y juraron y perjuraron que no era suyo ni lo habían cogido de casa.

¿De dónde salía entonces tanto dinero?

Días mas tarde, y por tercera vez, un niño de 5 años rompía en mil pedazos otro billete de 20 euros para soplar después los trocitos a modo de confeti. Por el billete no se pudo hacer nada, pero el niño en cuestión, después de cambiar de opinión varias veces acerca de la procedencia del dinero, dejó caer una importante revelación:

- Me lo ha dao Fiorella.

Fiorella era una niña de 4 años, alumna del colegio, tranquila, sonriente, no especialmente traviesa ni conflictiva, vamos, la clásica niña que pasa por el colegio sin pena ni gloria pero que se recuerda con cariño.
Fuimos a verla:

- Fiorella, ¿estás dándole billetes a los niños y niñas de tu clase?
- Sí, tengo muchos - contestó la niña, y acto seguido se fue a por su mochila,  la abrió y sacó un puñado de billetes de diverso valor, todos auténticos y en curso. El asombro fue grande y se avisó a la familia de que la Dirección quería que vinieran al colegio para contarles nuestro hallazgo.

La madre llegó al poco tiempo, y contó que hacía cosa de un mes que les estaba desapareciendo dinero de la cajita de ahorros que tenían en casa en un sitio supuestamente secreto, aunque no para la pequeña de la casa. Sin explicarse lo que ocurría, el ambiente en casa estaba un poco tenso, ya que varios miembros de la familia discutían diariamente por el lugar en el que estaría el dinero, y mientras tanto Fiorella, a lo Robin Hood escolar, repartía dinero a diestro y siniesto entre sus compis.

Tod@s nos lamentamos de no haber sido amig@s de Fiorella mucho antes, siendo una fuente de ingresos inagotable.

Sin embargo, ningún niñ@ entendió por qué le dimos tanta importancia a aquel suceso. Para ell@s era sólo eso, un juguete con el que hacer tubitos, confeti o intercambios de trueque. Seguía teniendo mucho más valor cualquier juguete de la cocinita que aquellos trozos de papel que son la cruz de cualquier persona adulta.

Ojalá las cosas fueran tan sencillas siempre. Ojalá todo dependiese del valor que le damos.

Ojalá, muchas veces, tod@s pudiésemos ser Fiorella y sus amig@s.