Odio los domingos.
Odio levantarme por la mañana "con las banderillas puestas", como dice la madre de mi amiga Elisa, con esa sensación de que al día siguiente hay que currar y que se acaba el descanso.
Odio el ambiente de la calle, lleno de gente mayor que sale de misa, compra el pan y pasea por la acera con la certeza de que, cuando la vejez llega, el domingo es sólo un día más de la semana.
Odio los programas de sobremesa, que recuerdan que cualquier tiempo pasado fue mejor. Odio las películas antiguas con las que lloras hasta deshidratarte.
Odio las tardes en las que la pereza se cierne sobre los cuerpos y el sofá parece el único lugar seguro. Odio que encima llueva y cualquier atisbo de salir a la calle se disuelva como lágrimas en el mar.
Odio los partidos de fútbol de los domingos. Odio las calles cortadas y las carreteras taponadas, odio los sonidos de las bocinas y los puestos que venden banderas. Odio que todos los bares se llenen de gente demasiado exaltada.
Odio las noches en las que cenas sobras de la semana, en las que hay que aterrizar de nuevo en el mundo para recordar que mañana tengo que hacer ésto, que la semana pasada se me olvidó hacer aquello, que tengo que llamar a no sé quién.
Los domingos sólo me gustan si las Rogelias jugamos contra las Moraítas y ganamos, o perdemos, qué importa. Si estamos juntas.
Los domingos sólo me gustan si como en casa de mis abuelos (siempre el mismo menú, me encanta) y luego cotilleo con mi abuela, y beso a mi abuelo antes de que se pierda en sueños, y comemos chocolate mientras hablamos de nuestra infancia, y me duermo en el sofá con mi hermana.
Los domingos sólo me gustan si voy a cenar a casa de mi amiga M. y me tumbo en su sofá a ver una peli, o una serie, o a charlar de lo divino y lo humano.
Los domingos sólo me gustan si me acerco al Rastro con mis padres, y me hacen un regalito tonto y les invito a una cañita de aperitivo. Si mi padre amenaza con comprarse un sombrero nuevo para su colección y mi madre bromea con lo mal que le quedan siempre.
Los domingos sólo me gustan si sale el sol y puedo dar un paseo por el Retiro. Solía pasear, hasta que perdí la compañíar. De todas formas, nadie dijo que pasear sola no es maravilloso.
Los domingos sólo me gustan si hace un buen día y puedo ir al campo, y correr por el camino de una montaña, y respirar, y gritar, y cantar, y comer en un buen restaurante de pueblo en el que un matrimonio encantador me invite a natillas.
Los domingos sólo me gustan si Merche nos invita a comer en su casa, y nos reímos juntas, y jugamos al mus, y comemos como si no hubiera un mañana para arrepentirnos el lunes. El lunes ¿a quién le importa?
Los domingos sólo me gustan si mis colegas se acercan a cañear para sobrevivir y me sacan de casa, y me cuentan un chiste o imitan a alguien y encontes recuerdo lo divertido que es hablar de todo y de nada.
Los domingos sólo me gustan si surge un plan inesperado,si como hoy, voy con una amiga, con mi amiga de siempre, a un concierto maravilloso.
Los domingos sólo me gustan si estás tú.
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