"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




martes, 22 de febrero de 2011

Bien, como siempre

Es todo un ejercicio de autoevaluación analizar cuántas de las veces que preguntamos a alguien "¿Qué tal estás?":

a) Nos interesa lo más mínimo como está la otra persona.
b) Realmente estamos en disposición de escuchar qué tal está la otra persona.

Sin embargo, es la forma de empezar una conversación. No sé en qué momento de la historia se instauró esta tradición, supongo que en el principio de los tiempos, pero nadie coge el teléfono, o escribe un sms, o saluda a alguien por la calle sin preguntar "¿Qué tal estás?", y la mayoría de las veces ni siquiera somos conscientes de lo que estamos preguntando porque estamos pensando en si la lluvia que está cayendo ensuciará la ropa o si llegaremos a fin de mes con soltura y desahogo.

Es tal la cotidianeidad de esta pregunta como la de las respuestas estipuladas, que suelen ser del tipo:

a) No tan bien como tú.
b) Ahí vamos, tirando.


Con esa cantidad de preguntas y respuestas vacías que hay en nuestro día a día, ha perdido el sentido saber cómo están las demás personas, pero mucho más expresar cómo nos sentimos. Damos por sentado que con la respuesta estandarizada hemos cerrado cualquier resquicio que permita a la otra persona intuir que no estamos pasando por nuestro mejor momento; de hecho, para contar lo felices que somos lo hacemos con cualquiera, pero cuando es al contrario escogemos muy bien a quienes queremos que nos escuchen.

Por eso hay una respuesta estipulada tremendamente común en nuestras conversaciones que sirve para salir del paso con elegancia y soltura. El 90% de las veces que alguien pregunta "¿Qué tal estás?" la respuesta es "Bien, como siempre".

Y nos quedamos tan pichis.


Yo era de las de "Bien, como siempre" de toda la vida. Una es de costumbres fijas, de ducharse por las mañanas en vez de por las noches, de dormir con un pie fuera de la sábana, de apartar el trozo de puerro asqueroso en las lentejas (¿hay algo más asqueroso que el trozo blanquecino de puerro de las lentejas?) y de decir "Bien, como siempre", aunque el día haya sido absolutamente criminal.

De repente, cuando un día me dí cuenta de que no estaba ni "Bien" ni "como siempre", lo dije. No contaba mi vida, simplemente si alguien me preguntaba cómo estaba y no era mi mejor día, yo contestaba la verdad. "Cansada", "Triste", "Agobiada", "Estresada", o simplemente "Jodida".

Y resulta que la gente me empezó a escuchar. No quiere decir que antes no lo hicieran, sólo que esta vez no me oían, esta vez me escuchaban.

Y empecé a descubrir a personas de "Bien, como siempre" que tampoco estaban siempre "Bien" ni estaban siempre "como siempre" (valga la redundancia), y me ví compartiendo mis preocupaciones con propios y ajenos, y me ví escuchando a otras personas con problemas como los míos, y dándoles sentido, y sientiendo que no estamos solos, que al fin y al cabo el ser humano tiene puntos de conexión que no fallan, y que oiga, las penas con rumba son menos penas, morena.

El día en el que descubrí que iba a cambiar mi discurso fue una lluviosa mañana de septiembre, en la que mi vida hacía equilibrios entre la estabilidad más fugaz y la completa debacle, inclinándose con cierto entusiasmo hacia la completa debacle.

Me costó un triunfo sobrehumano levantarme de la cama, y cuando lo hice, mi padre me llamó para requerir mi ayuda en una tarea tan encantadora como ayudarle cambiar la ropa de verano por la de invierno, o algo así.

Vino a buscarme en su coche y, cuando íbamos de camino hacia el trastero (somos gente moderna que tiene un trastero en casa y otro en otro lugar), me debió de ver seria y me preguntó:

- ¿Te pasa algo? ¿Te encuentras mal?

Yo contesté:

- No papá, no estoy mala, sólo tengo un mal día. ¿Tú nunca tienes malos días?

Y él, asombrado, contestó:

- Yo sí, pero tú no.


Ese es el fruto que recoge una por estar siempre con la sonrisa tatuada en la cara, hasta cuando no apetece.

Por eso ahora me permito tener un mal día, poner cara de acelga, y dejarme llevar a la espera de que pase pronto y vuelva a salir el sol; con el sol, siempre nacen cosas nuevas.

Os invito a hacer lo mismo, y ya no hará falta que digáis "Bien, como siempre", porque realmente lo estaréis. Espero vuestros resultados...








PD: Toda esta reflexión, que parece que se me ha ocurrido esta mañana con el café y el panecillo, es en realidad fruto de varias tardes de diván con mi amiga P. (siendo con ella, eran tardes muy cabareteras), otra de las abonadas al "Bien, como siempre" hasta los restos. Me encanta que ya no conteste siempre lo mismo cuando la pregunto que qué tal está. Estaremos creciendo...

2 comentarios:

  1. Genial post Feis! A mí me ocurría lo mismo que a ti, según los demás yo no tenía días malos y yo siempre respondía que estaba de fábula. Pero eso cambió y ahora me llaman dramaqueen. Menos mal que Geno sufre más que yo ;)
    Termino contando lo que (atención) preguntaban en el pueblo de mi exnovia en lugar de "¿Qué tal estás?":

    -Bienytú???

    Así, de primeras..

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  2. ¡Amiga!
    Esto... ¿Qué tal estás? (jeje)
    Por si me lo preguntas te diré que ando rejodida porque he soñado cosas feas contigo!! (o que "bien, como siempre", ya tú sabes... Oye tía, y que pienso yo que lo peligroso del "bien, como siempre" - y te lo digo yo, que soy gran abonada a ello - es que al final te lo acabas creyendo, de tanto repetirlo y un buen día te das cuenta que ni tú misma eres capaz de identificar cómo estás...)
    Así que, ¿qué te parece que nos veamos a la de ya, pasemos una tarde bien cabaretera y hagamos esas compras que tenemos pendientes acabando con una cena rica (yo preparo) y tarde-noche de diván? Ve buscando día... ¡ya!
    Besote, maja!
    P.

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