"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




lunes, 5 de noviembre de 2012

El síndrome de Stendhal (o qué he venido yo a hacer a este mundo)

Cuando me hallaba yo surcando los mares en velero cual Rose Dewitt Bukater en Titanic, bajamos nadando a visitar una isla cuyo nombre no recuerdo, la verdad, pero que era el paraíso mismo rodeado de agua por todas partes.
Como toda isla que se precie, tenía un punto con un mirador natural increíble, así que tras muchos minutos ascendiendo cuesta arriba, con cuarenta grados a la sombra, la ropa empapada del baño y la cara roja como un tomate, subimos hasta lo más alto para tener las mejores vistas del conjunto.

Al llegar arriba, nos quedamos casi sin respiración: era con diferencia una de las vistas más increíbles que yo recuerdo en mis largos años de viajar por el mundo. De repente confluían todos los elementos naturales habidos y por haber (sol intenso, nubes algodonosas, aguas cristalinas, olas embravecidas, arboleda salvaje, miles de pájaros y mariposas revoloteando, flores de colores) en una armonía tan perfecta que hacía daño a los ojos. No sé cuánto tiempo pasó cuando de repente una de mis compis dijo:

- Os juro que creo que estoy teniendo un brote del Síndrome de Stendhal.

Casi me amarga el momento, porque sin saber yo a qué sindrome se refería me imaginé un desvanecimiento por el sol, o algo así, y la miré asustada. El resto la miraban con la msima cara que yo, así que vio que era el momento de explicarnos.

Resulta que el Síndrome de Stendhal es una somatización que se produce por no poder soportar tanta belleza como hay en el mundo a veces. La realidad es que en sus inicios se refería a la belleza en el arte, concretamente en el arte florentino, pero ahora se puede usar también para definir lo que acabo de expresar.

Me recordó a una frase de Albert Espinosa:

"Rompí a llorar. Me encanta esa expresión. No se dice "rompí a comer" o "rompí a caminar". Romper a llorar o reír. Creo que vale la pena hacerse añicos por esos sentimientos".

Hay cosas por las que merece la pena romperse, aunque eso incluya padecer un síndrome. En este caso el Síndrome de Stendhal me pareció una maravillosa forma de bloquearse, puestas a bloquearse por algo. La belleza, la inmensidad o el placer infinitos son premios que para mi gusto bien se merecen el (puto) camino que a veces hay que recorrer.

Hasta aquí yo lo tengo todo clarísimo. El tema es cómo romperse o lo que es peor, cómo romper.

Llevo tiempo con la sensación de que todo es complicadísimo. Incluso lo que tú pensabas que era fácil, resulta que no, que es complicado. Vivir es una contrarreloj entre lo que ya sé y lo que me queda por descubrir, y a veces me sorprendo sin tiempo material entre medias para disfrutar de las dos cosas. Y me agoto.

Me agoto de tener que ir corriendo a todas partes, me agoto de discutir. Me canso de romper con los estereotipos, me canso de luchar contra el techo de cristal que ni siquiera he creado yo misma. Me ahoga el sentimiento de desmotivación de la gente en general, me saturo con tanto como hay por lo que protestar.

Hay veces, sin embargo, que veo un resquicio de luz. Que de repente me enamoro de un lugar, o de un momento, o de la energía vital de una persona, y entonces pararía ese instante para que no se me escapara entre los dedos y pudiera saborearlo, y retenerlo un poco más para sentir que la vida no es siempre tan complicada, tan sufrida, tan difícil, que se puede vivir sin dar tantos trompicones.
Dice mi amiga Cabaretera que soy una persona intensa en los inicios de las relaciones, y tiene razón, pero no lo soy con todo el mundo, es una reacción que ni siquiera controlo, es instintiva: cuando alguien me atrae trato de retenerle, es mi forma de ir llenando los huecos que tengo con pequeños ataques del síndrome de Stendhal para que luego, cuando de viejecilla (si llego) mis nietos y nietas me pregunten como yo hago:

- Abuela, ¿vivir merece la pena?

Yo pueda responderles con una sonrisa, ni sí ni no, pero sonrisa abierta, de las que confirman que no hemos venido al mundo sólo a sufrir, sino que también tenemos la obligación de maravillarnos con tantos lugares, tantos momentos, tantas personas y tantos colores que se esconden en cada esquina para sorprendernos.

A eso he venido yo al mundo: a sorprenderme cada día con todo lo que el mundo es, con lo que eres,  lo que soy, y especialmente con todo lo que todo lo que tú y yo podemos llegar a ser.
A morir, puestas a morir por algo, por no poder soportar tanta belleza como nos rodea cuando abrimos los ojos, respiramos, y simplemente, nos dejamos llevar.

En esas estoy. A ver qué pasa.

1 comentario:

  1. Me ha encantado el post!hacía tiempo que no podía leerte (no creas que eres la única a la que le faltan horas al día ;)) y da gusto acordarse de que el mundo es maravilloso. Sólo hay que levantar un poco la cabeza y salir de su agujero. "Anneciènne"

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