"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




sábado, 8 de enero de 2011

Paraguas del cielo

Hoy llueve en Madrid a mares. Cuando yo digo que en algún lugar llueve a mares, quiero decir que por las calles es más sencillo cruzar a braza que andando, y eso es lo que se podía hacer hoy en la capital, tirarse de cabeza y hacer unos largos, porque lo que es andar por la acera era algo prácticamente imposible.

El diluvio me ha pillado cambiando regalos de Reyes, que es una de las cosas que más rabia me da hacer (amiga, si estás leyendo esto, apúntalo en la lista: me da coraje cambiar regalos). Cambiar regalos es un rollo porque te toca pedir los tickets, irte de tienda en tienda, buscar algo que case más o menos con el precio de lo que vas a cambiar y que te guste, probarte, irte a la caja, descambiar, guardar tropecientos tickets y otra vez a otras tantas tiendas, y a buscar, y así eternarmente en un bucle de consumo y desesperación que acabaría con la paciencia del Santo Job si en su época hubiese existido Inditex.

Digo que me ha pillado la lluvia maligna en plena vorágine cambiadora y me he dado cuenta de que con las prisas, he salido sin paraguas. Llevaba tropecientas bolsas en las dos manos, pero tenía que ir a varias tiendas que estaban unas muy cerca de las otras, así que me he ido echando pequeñas carreras sin paraguas rezando para que no me cayese de ninguna cornisa una gota de agua cerebral, que son esas gotas que te caen de repente no se sabe bien de dónde en la cabeza y te la taladran hasta inundarte parte del cerebro, haciéndote perder, por ejemplo, el tema 3 y el 14 de la oposición que habías memorizado dos días antes.

Había tanta gente que entre carrera y carrera me he ido refugiando en los paraguas de unos y otras para no mojarme, y viendo los paraguas de la gente, me he dado cuenta de que todos eran grises, o negros, o marrones, o verdes oscuros. De por sí el día estaba triste, pero con esos colores tan deprimentes parecía que todos los paraguas estaban tristes por la lluvia, y todos sus dueños y dueñas exactamente igual de bajos de ánimo.

Me estaba pareciendo tan triste que he entrado a una tienda, he comprado un paraguas de muchos colores y he salido a la calle, esta vez cubierta y esta vez intentando cambiar el asqueroso día de hoy, como ya se hizo en una muestra de calle en Barcelona hace un tiempo:






Hay que cambiar los colores del cielo, sobre todo si el día ha amanecido gris...

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