"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




miércoles, 27 de julio de 2011

El equilibrio universal: ríete de un niño encerrado en un baño y morirás ahogada en un urinario público

Hace ya algunos años, cuando mi adorada P. vivía en mi barrio y mi adorada S. venía a clase conmigo, la vida era de color dorado (sin caer en lo choni) y los pajarillos revoloteaban alegres sin defecar en el techo de mi coche, estábamos en casa de la susodicha P. viendo vídeos de caídas de Youtube y descojonándonos de la risa una calurosa tarde de junio antes de ir a trabajar.

He de matizar algo: sólo nos reíamos S. y yo, porque en ese aspecto es la horma de mi zapato: podemos pasar horas (literales) viendo vídeos de Youtube, del tipo de que sean, y no aburrirnos. Y si son de caídas, ya ni te cuento. "La caída de Edgar" (http://www.youtube.com/watch?v=b89CnP0Iq30) es un vídeo que hemos visto más que el de nuestras comuniones respectivas. Una vez petamos un ordenador de tanto darle caña viendo vídeos bizarros, con eso lo digo todo.

Mientras S. y yo nos rompíamos las costillas emocionadas de tanto doblarnos con las caídas más tontas, P. nos miraba con seriedad y nos decía:

- No entiendo cómo os podéis reír con estas cosas, en serio, no tiene gracia. La gente que se cae, por norma general, se hace daño. No le veo la parte buena a reírse con alguien que lo está pasando mal.

- Que no, mujer, que no se hacen daño- contestaba S., y ponía otro vídeo mientras yo jaleaba encantada.

- Ya veréis como algún día os arrepentís de reíros con ésto, ya veréis- volvía a decir P.

- ¡¡PON ESE, PON ESE!!- señalaba yo, ajena a los comentarios de P., deseosa de seguir partiéndome la caja.


Y seguíamos a lo nuestro.


Cuando llegó la hora de irnos a currar nos bajamos a la calle a por el coche. Íbamos hablando las tres tan felices de sabe dios qué, cuando de repente S. desapareció. Literalmente. Venía charlando con nosotras y se la tragó la tierra. Por el aire salieron volando un cigarro y una lata de Coca Cola Light, los únicos objetos que quedaron de ella en nuestra dimensión terrenal. Ni rastro de su persona.

A los tres segundos se oyó un gemido:

- Ayyyyyyyyy... ay... ay

El gemido venía del subsuelo, así que al asomarnos vimos que una pierna y medio brazo asomaban desde el suelo:

- Ayyyyyy, ay, ay, ay...

Y más lloros. Por lo que veíamos, S. había pisado una alcantarilla que tenía la tapa mal colocada, por lo que al echar peso encima se había volcado y por ende, había absorbido a nuestra amiga. La reacción fue unánime en P. y en mí: rompimos a reír.

No una risilla de esa que se te escapa, no. Un ataque de risa maligna de esos que no se frenan así como así, de esos que te dan en medio de un examen, o en misa, o cuando estás hablando en público.
P. sólo decía entre carcajada y carcajada:

- Te lo dije, por malas, os tenía que pasar algo así.


Y seguía riéndose.

Mientras nosotras no podíamos parar, S. lloraba bajo tierra. Al ver que nosotras no nos compadecíamos, y sintiendo un profundo dolor en su ser (como contó luego), nos gritó desde el inframundo:

- ¡Pero sacadme de aquí, hijas de puta!

Con lágrimas en los ojos intentamos echarle una mano. Al final entre las dos tuvimos que echarle no sólo una mano, sino los dos brazos, porque estaba tan atascada que no podíamos sacarla. Cuando por fin lo conseguimos, la pobre tenía una herida brutal en la pierna y múltiples contusiones en todo el cuerpo (ésto siempre lo dicen en la tele, pase lo que pase) y después de curársela aprendimos la lección: eso nos pasaba por malvadas.


El episodio de la alcantarilla permaneció en nuestras conciencias un tiempo, pero ya hace mucho que volvimos a ser malas y a ver vídeos de Youtube con caídas y tropezones mientras se nos saltan las lágrimas. Yo, que no aprendo, he vuelto a regocijarme con los traspieses ajenos, que aprovecho para decir que me parecen de lo más divertido que ofrece esta vida de manera gratuita. Con el tiempo he vuelto incluso a congratularme con las situaciones tensas que le ocurren a las personas de manera aleatoria. Creo que la tensión me da ganas de reírme desde que tengo uso de razón.

Esta tarde estaba contándole a mi amiga Ra, con la que he estado disfrutando del atardecer del parque de las 7 Tetas, en Vallecas (si nunca has ido te lo recomiendo, ofrece una de las mejores puestas de sol de Madrid), que hace un par de semanas, en el mismo sitio, rescaté a un niño del cuarto de baño del único kiosco que hay en el parque. El pobre se había quedado encerrado y no podía salir, y gritaba desesperado desde dentro hasta que el hada salvadora que hay en mí le escuchó y le sacó del cuarto de baño atrapador de niños (todo ello después de un leve forcejeo que hubo que salvar porque el niño estaba histérico).
Después de contárselo, bromeaba yo con la putada que supone quedarte encerrad@ en un baño en medio de un parque. Como decía, no aprendo con lo de reírme de las desgracias ajenas.

Ha querido el destino, que es justiciero, que al irme a coger el coche para volverme a casa he notado que me hacía pis. No es algo raro, me suele pasar unas 8 o 10 veces al día. Como no me apetecía buscar un arbusto en medio del parque, me he acercado al baño del kiosco, que estaba vacío, y he entrado. He vaciado la vejiga adecuadamente y, cuando he ido a salir, la maldad cósmica ha vuelto a darme una lección: el pestillo no corría.

Decir que me han empezado a entrar sudores fríos es decir poco. El pánico se ha apoderado de mi cuerpo serrano y mis manos han intentado, desesperadamente, soltar el pestillo una y otra vez. En mi cabeza sólo resonaba una frase:

- Si es que soy gilipollas, joder.

Por más que lo intentaba, el puñetero pestillo no iba ni p´alante ni p´atrás. Qué estrés. Después de un rato intentándolo, he desistido. Me he encendido un cigarro para relajarme. Al darle una cala me ha venido a la mente la horrible idea de quedarme sin oxígeno y lo he apagado. No tenía cobertura. No quería gritar. He visto el fin.

Con paciencia y buena letra, lo he vuelto a intentar. No lo conseguía, hasta que de la misma tensión le he dado una patada con mi piececillo del 40 desnudo al pestillo y, milagrosamente, el cerrojo ha cedido y la puerta se ha abierto. Eso sí, me ha costado una heridaca en el pie de un calibre considerable.

Al salir, todo el mundo me miraba. Habrían oído los golpes, imagino, y se estarían regocijando internamente, como yo hice hace un par de semanas. Me he ido al coche con el pie magullado, la vergüenza en lo alto y la dignidad por los suelos.

Hoy he vuelto a aprender la lección de la alcantarilla: el universo todo lo pone en su sitio. Sé buena persona, y se te devolverán buenas acciones. Ríete de los niños que se quedan encerrados en el baño, y correrás el riesgo de morir ahogada en un urinario público.

Qué dolor de pie que tengo, por dios.


Es lo que llaman equilibrio universal.


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