"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




lunes, 25 de julio de 2011

Primera parada: Ibiza

Me acabo de bajar de la primera parada veraniega, o lo que es lo mismo, acabo de llegar de la primera escapada del actual período estival. Cuando digo "acabo de llegar" lo digo en el sentido literal de la palabra, porque no hará ni una hora que el avión ha aterrizado en Madrid y yo ya tengo la extraña sensación postvacacional de vacío interno, no sé si ésto también os pasa al resto de los mortales o es algo sólo mío. Una se levanta por la mañana al borde del mar, con el sol saliendo por el horizonte, las olas meciendo a los pequeños barcos de vela que navegan en alta mar y la arenilla pegada en las piernas y saber que sólo un rato después estás encerrada en un piso en un barrio cualquiera de Madrid es duro. Natural como la vida misma.


Lo que decía, que acabo de llegar a Ibiza.


Ibiza es un lugar de difícil definición, aunque puedo intentarlo. Yo creo que lo definiría como una ventana de las de mi casa: brillo, transparencia, luminosidad, cristal (en todas sus acepciones) y silicona (también en todas sus acepciones). Puedes estar una semana allí, y dependiendo del kilómetro en el que estés vivirás unas vacaciones de sexo, drogas y techno o una estancia paradisíaca de playas maravillosas, buena comida, atardeceres espectaculares y hippismo trasnochado. Va un poco en función de lo que te quieras gastar, porque contra lo que la adolescencia pueda pensar, la primera opción es tremendamente barata en comparación con la segunda, que es la que escogemos quienes amamos la vida y las vacaciones y queremos descansar del mundanal ruido. No quiero decir que no me gusten las fiestas, que me gustan como a la que más, pero no tengo yo la necesidad imperiosa de pagar cifras desorbitadas por entrar a una fiesta en un polígono, beber Fairy sólo porque los guiris aceptan barco como animal de compañía y estar días enteros sin dormir, por mucho que pinchen Carl Cox o David Ghetta. Llámame clásica si quieres.

Las playas, sin embargo, son preciosas. Aguas cristalinas, acantilados que ponen a prueba mi vértigo y calas recónditas pertrechadas por cuestas imposibles hacen de la isla pitiusa el lugar ideal para disfrutar del mar, la arena, el sol y el incomparable marco que brindan las costas baleares.

El ambiente playero no dista mucho del que podamos encontrar en cualquier otra playa del litoral mediterráneo: familias enteras cargadas con sombrillas y bolsas llenas de juguetes de plástico compradas en el chiringo de la esquina, parejas enamoradas que se dedican arrumacos mientras ella le quita a él espinillas de la espalda, grupos de amigas y amigos que se autofotografían para chequear en Facebook que están viv@s y aburrid@s en la playa y multitud de "señoras que": señoras que nadan en el mar sin meter la cabeza y con las gafas de sol puestas, señoras que pasean por la orilla a ritmo de París-Dakar, señoras que se tuestan a fuego lento en sus hamacas de alquiler y señoras que bailan las coreografías que preparan l@s animador@s de los hoteles cercanos a la playa, montando con ello una "flashmob" digna de un festival centroeuropeo.

Fuera del ambiente playero, se respira un rollito especial, seguramente alimentado por decenas de personas espectacularmente guapas y espectacularmente elegantes y modernas mezcladas con decenas de personas del montón que pasamos ampliamente de arreglarnos para ir a la playa y que exhibimos nuestras miserias cultivadas durante el frío invierno a base de bollería industrial y pizzas precongeladas. La verdad es que se disfruta de la paz, el amor y el buen rollo, conocidos todos ellos por el mundo entero gracias a las fiestas flower-power y a las exclusivas de Paulina Rubio en el ¡Hola!


En esta semana que he pasado allí, en un apartamento situado en lo alto (altísimo) de una montaña, rodeada de pinares y mecida por el sonido del mar (me está quedando muy cursi pero es rigurosamente cierto) he descansado mucho, me he reído, he pintado mandalas, he cantado en el coche, he leído, me he bañado cada día en el mar, he presenciado una agresión de mi amiga M. a un señor octogenario por culpa de la posición en la cola del supermercado (las colas del súper acabarán un día con la Humanidad, seguro), he visto la muerte de cerca con D. por culpa del oleaje (de hecho sigo con el cuello rígido como una columna trajana), he comido mucho tomate (es lo que tiene no controlar las cantidades) y he hecho tantas cosas como sólo se pueden hacer en una semana de playa ibicenca.


En esta semana he descubierto que, aunque sea una maniática, aunque tenga un pronto (bastante) chungo, aunque a veces sea un poco dura en lo que dice y en cómo lo dice, hasta el punto de hacerme daño, aunque a veces no vea más allá de lo que ve, adoro a la Mari. Inevitablemente. Dicen las malas (y buenas) lenguas, concretamente la suya, que cuando va de viaje con ella, hay gente que vuelve sin hablarla. Les entiendo, de verdad. Pero a mí, al volver, me daban ganas de darle un abrazo y unos cuantos besos. Es una mezcla de sentimientos extraña, pero está ahí. Hay gente que aunque a ratos sea insoportable, no puedes evitar querer. Mucho. Los seres humanos somos como los caminos del señor, inescrutables.

También he tenido tiempo de descubrir a Dan(i), que no es que no le conociese, es que no le conocía. Y a buen entendedor, pocas palabras bastan. Hemos reído (mucho), hemos cotilleado, hemos jugado a las cartas como se suele hacer en los veranos familiares, hemos compartido, hemos hecho interminables fotos (todas ellas para hacer ver lo contrario, la clásica foto que subes a una red social emulando que es la primera que haces así, a la "remanguillé") y hemos disfrutado mucho juntos. Qué bonito es descubrir a gente que ya conocías.

Pero ya tendré tiempo de contarlo. Por ahora voy a intentar recuperar el sueño perdido durante estos días por culpa de los ronquidos y los sonidos proferidos por mis compis de apartamento, y a ver si lo consigo evocando el sonido del mar y las luces del atardecer en la playa.


Qué duro es volver de vacaciones en pleno julio.


Joder.





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