"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




sábado, 8 de septiembre de 2012

Aproarse

A mediado del mes de junio, Charini me propuso una idea vacacional: recorrer las Rías Baixas en el velero de un amigo que es patrón de barco (o algo así, que yo de títulos no entiendo nada) y lo alquilaba a buen precio (o eso dijo, porque tampoco entiendo de precios de veleros. Qué paletilla soy).

Cuando me lo propuso, allá por el último mes del curso, cuando los boletines de notas salían por todas partes, cuando la Escuela de verano del cole no había empezado, cuando arreciaba el calorcillo y las terrazas comenzaban a ser un remanso de descanso y cuando las vacaciones se atisbaban cerca, me pareció una idea estupenda. Me visualicé a mí misma en la parte delantera el barco, alias proa (por aquel entonces no tenía yo vocabulario técnico marinero) a lo Kate Winslet en Titanic y sólo pensaba en lo guay que quedaría la foto con un filtro de Instagram y en lo fácil que se me iba a hacer sobrevivir al calor sobrehumano del mes de agosto en las frías aguas gallegas.

Desde que Charini me lo propuso y acepté hasta que me subí en el barco, sucedieron muchas cosas: la Escuela de verano empezó, transcurrió con infernal calor, infernal volumen de trabajo y tardes cada vez más pesadas y duró cinco largas semanas. En medio de una de ellas mi jefa me llamó a su despacho para ofrecerme unas condiciones para el próximo curso que no se veían en España desde los años 60, y con las que la palabra "mileurista" pasaba a significar "Pancho, el perro de la Lotería". Concretamente aludió a la crisis para anunciarme con voz afectada y semblante dolorido que se veía obligada a reducirme la jornada y por tanto el sueldo con todo el dolor de su corazón, pero ojo, que encimadagraciasquetienescurro.

Estando las cosas como están pensé en aceptar. Al fin y al cabo siempre puede una currar media jornada y buscarse otro curro para la otra media y aquí paz y después gloria. Por suerte para mí esto lo pensé en alto en aquel momento y en aquel despacho, y mi jefa se apresuró a torcer el morro: "Que tu jornada se reduzca no implica que el volumen de trabajo baje. Si has colocado un listón no puedes bajarlo, así que la empresa (llamar a un colegio "empresa" es una triste realidad muy extendida) te pedirá como favor especial que des un poquito más y trabajes lo que sea necesario". Ole las mujeres guapas.

Me costó como tres semanas que se me quitase la impresión. Ni cuando vi a Franco hablando en inglés en aquel vídeo (el célebre "Ju jiar dis... cauntri! riliyion! famili!") me impresioné tanto. Era algo tan... y a la vez tan poco... que no supe reaccionar.

Pedí mi tiempo para pensármelo, y lo peor es que hasta me lo pensé. Al final decidí hacer lo que tenía que haber hecho hace mucho, mucho tiempo: salir por patas antes de que se caiga todo el operativo, que antes o después y con esa política de no-contratación, caerá. Estar de nuevo en manos de la Comunidad de Madrid en los tiempos que corren para el funcionariado me va a suponer menor riesgo que jugarme la salud en la mesa de un despacho.

Sin embargo en esta historia no quedo como una valiente. Con todo hice las maletas y me marché de vacaciones con la idea de dar marcha atrás rondando, y los fantasmas de la lista del paro acechándome como los dementores a Harry Potter. Sabía que siempre podía volver con las orejas gachas y renunciar a la dignidad y al desempleo a cambio de alargar la situación un año o dos más. Mi adorada M. y yo marchamos a Ibiza y allí (casi) se me olvidó el tema entre arena, agua, puestas de sol y reggaeton en la radio.

El mismo día que volví de Ibiza marché hacia Galicia a embarcarme en el velero. El resto de la tripulación estaba ya allí, y me esperaban para zarpar (para salir, vaya, otra muestra de ampliación semántica). Después de deshacer la maleta (yo llevo maleta allá donde voy, aunque sea un velero del tamaño de una cajetilla de Camel) y hacer las últimas compras, nos pusimos en marcha.

Quien crea que hacerse a la mar sin tripulación cualificada es un viaje de placer y relax, se equivoca. Yo había hecho un par de cruceros en grandes barcos y recordaba la experiencia como un conjunto de turismo, mareos y barra libre non-stop en la cubierta al ritmo de orquestas y dj´s que amenizaban sin parar.

Pero como en todo, hasta que no te ves en el berenjenal no entiendes lo que implica que un velero avance y la cantidad de factores humanos, meteorológicos, materiales e incluso casuales que tienen que confluir con la luna en Júpiter para que cada paso salga bien. El cuadro que dábamos con nuestros complementos rogelios (pamelas, bikinis y gafas fashion) amarrando los cabos en medio de las maniobras era para cobrar entrada.

Lo que es curioso es que para hacer maniobras de modificación de la dirección del barco (es decir, para ir hacia la izquierda, hacia la derecha, dar la vuelta, etc) hay que (aquí es donde me flipo) aproar el barco, es decir, dirigirlo hacia la proa, vamos, ponerse de cara al viento. Es la única manera de cambiar de rumbo hacia otras partes del ancho mar.

Durante las vacaciones, y pensando seriamente aceptar la oferta tercermundista que me ofrecían en el curro por miedo al paro (que es como el Coco pero para trabajador@s), me he dado cuenta de que en la vida, efectivamente, hay que aproar para poder cambiar de rumbo, en todo. Intentar hacerlo a medias sólo conduce a cambios a medias. Para virar en serio hay que enfrentarse a las circunstancias y poner todas las velas a disposición del viento, y confiar en que las condiciones serán favorables a los cambios.

Hace poco ví una peli que terminaba así:

"Al final, todo acaba bien. Y si no acaba bien, es que aún no es el final".

Pues eso, feliz Septiembre y en tiempos de crisis a aproarse, coño.

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