"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




viernes, 5 de noviembre de 2010

El profe ideal

Ayer tuve sesión maratoniana en la academia, aunque decir esto es redundar, porque todas las sesiones de academia son maratonianas. Nos metemos allí a las 5 de la tarde y salimos a las 10 de la noche, con un pequeño espacio de 15 minutos en medio que hay que repartirse: 5 minutos para subir y bajar (es un cuarto sin ascensor), 5 minutos para un cigarro y una minimerienda y 5 minutos para ir al baño. Ni un minuto más ni uno menos.

Las dos horas y media primeras las aguanto bastante bien. Vengo fresca, de la calle, y tengo el pico de concentración en auge. Ahora, que la vuelta del descanso, sobre todo la primera media hora, es un crimen de los peores, ese momento sólo comparable al de después de comer, donde te dejarías rapar una ceja con gusto antes de entrar a clase con toda la modorrilla.

Para más inri, la preparadora de ayer (una chica de unos 30 años monísima, finísima y por supuesto encantadora) era venezolana, y por más que me esforzaba en atender a la apasionante teoría del currículo, sólo podía escuchar su toniquete y su voz dulce e imaginarme una escena de telenovela en la que Luis Arismendi discute con Julia Patrisia Elisondo por la hacienda familiar.

Entre el culebrón venezolano y el sopor de la tarde, la clase se me hizo un poquito más larga de lo normal. Entendí que el sentimiento era generalizado cuando Fer lo verbalizó mirándome con los ojos entrecerrados y balbuceando:

- Como siga hablando así, me quedo dormido.

Cuando ya estábamos tod@s a punto de entrar en la fase REM y haciendo esfuerzos sobrehumanos por entender algo de todo aquel berenjenal de objetivos, contenidos, competencias, criterios y otras lindezas, la preparadora lanzó una reflexión al aire:

- Me imagino que tod@s tendréis un referente en la enseñanza, aquel profesor que te marcó en Primaria, esa otra que te encandiló en secundaria, aquel que explicaba tan bien en bachillerato, esa mujer que sabía un montón y te dio clase en la universidad. Quiero que todo el mundo piense en esa persona que nos hizo querer dedicarnos a ésto.

(Nota: previamente ella aclaró que su motivación inicial para dedicarse a la enseñanza eran las vacaciones y el sueldo y que jamás había tenido un profesor/a medianamente bueno. Todo un ejemplo a seguir.)






Aquello pareció una explanada del Oeste a las cuatro de la tarde. Me atrevería a decir que ví rodar un par de pelotas de paja de esas que se cruzaban en el plano justo antes de que el bueno y el malo se batieran en duelo.

Nadie recordaba a un buen profesor, pero de esos que te hacen llorar cuando les recuerdas en la etapa adulta de tu vida.

Nadie.

Yo, la verdad, tengo bastantes malos recuerdos de mis profes en secundaria y bachillerato. Y en primaria también, qué cojones. Cabe destacar que estudié en un cole de monjas en el que si sacabas los pies del tiesto te los metían dentro a puntapiés. Y yo los saqué bastante.

El momento más tenso del curso suele ser el final, cuando te dan las notas. Todo el mundo está nervioso, es como un juicio que determina si tendrás el verano de un preso de Guantánamo o de un marajá de la India. Para mí siempre era mucho más tenso el primer día, en el que te enterabas (y confirmabas tus sospechas) de quién te daba clase durante todo el año en cada asignatura.

Los tres meses de verano te los podías pasar mejor o peor, estudiando o no, pero dentro de lo malo, en un clima cálido, descansado y reposado. Ahora, si te toca un profesor/a chungo, tendrás que aguantar NUEVE meses de ejercicios infernales, exámenes imposibles, correcciones eternas y negativos, notas y apuntaciones varias y todo ello regado por las lluvias otoñales y los vientos invernales. Yo creo que no se puede pasar por alto que un buen profe te hará la vida mucho más sencilla.

Yo, lamentablemente, no sólo no tengo referentes positivos, sino que tengo pequeñas espinas clavadas en mi corazón en forma de profesoras, a saber:

- M.C.G.- Apodada en el colegio "La sobaquillos" (es que éramos muy finas), las clases con ella eran toda una experiencia. Le gustaba dejarnos trotar a nuestras anchas por la clase mientras ella leía revistas de cotilleo. Me hacía escrbir cada viernes en una hoja cómo había sido mi comportamiento para que lo leyera mi madre y me amargase el fin de semana.

- N.J.- Me hizo corregir ortografía en voz alta hasta que le resultó aburrido escuchar mi voz en alto. Un día me pidió las tijeras y acto seguido salió al pasillo a cortarse las uñas. La vi por el reflejo del cristal. Luego en pasillo estaba lleno de trozos de una pintados de rosa. Tiré las tijeras.

- M.G-R.- Otra que tal baila. Ésta decidió hacer de mi madre durante el año que fue mi tutora y se dedicó a hacerme un marcaje permanente a lo largo del curso. Como mis amigas no le parecían buena influencia me tuvo todo el año sentada al fondo de la clase, sola y aburrida, para que no hablase con nadie.

-M.G.- La persona que más negativamente me ha influido en la vida. Profesora de matemáticas de mi curso durante cuatro años, me dedicó perlas como "no tienes ni idea de matemáticas", "como no estudies vas a acabar vendiendo clínex en un semáforo", "¿qué quieres ser en la vida, Felipe?" (Felipe era el hombre de mantenimiento del cole, conocido por hipnotizarnos a todas mientras limpiaba los cristales) y su frase estrella: "NO SABES NADA". Menos mal que yo venía curtida de años anteriores, porque todo esto podría haber acabado con mi salud mental.

-P.G.- Ésta ya me dio clase en la universidad. Me dio las asignaturas de Fundamentación de la Lengua y la Literatura durante toda la carrera e incluso en tercero me dio además Literatura Infantil. Me suspendió la transcripción desde febrero de 1º de carrera hasta septiembre de 3º (es decir, agoté todas las convocatorias) argumentando que no me podía pasar ni una porque me llamo como su hija mayor, y no podía evitar llamarme constantemente la atención. Cuando por fin aprobé fui a su despecho y le conté que aprobar esa asignatura era doblemente grande, primero por lo aburrida que había sido y luego porque se llama como mi madre y estaba harta de que me llamase la atención.


Éstas son algunas de las personas que han marcado mi educación. Aún a veces me pregunto cómo pude, con estos referentes, dedicarme a ésto...

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