"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




lunes, 8 de noviembre de 2010

Uniformes

Esta tarde he ido a buscar a una amiga a la salida de su colegio, porque el día de hoy ha sido lo que podemos catalogar de "asqueroso" en lo que a tiempo se refiere. Un cielo gris plomizo y un viento que hacía temblar los árboles anunciaban que el otoño está aquí con fuerza. Decía Mari que hoy era el día "idóneo" para volar cometas (ésto lo decía porque el fin de semana pasado estuvimos intentando volar una y aquello parecía el desierto de Gobi, no se movía ni una brizna del poco viento que había). Yo creo que hoy era el día perfecto para salir volando, con cometa o sin ella.

El caso es que he llegado antes de que ella saliera y la he esperado unos minutos en la puerta dentro del coche, en parte por el frío que hacía y en parte porque cuando una pasa mucho tiempo con niños lo último que necesita es ver más niños en el tiempo libre. Quedarse en el coche y hacerse la loca en un barrio en el que has trabajado cuatro años te hace evitar situaciones agobiantes de familias asediándote y preguntándote cómo te va la vida y por qué has engordado (son las dos apreciaciones que más les gusta hacer a las familias residentes en la periferia).

El caso es que mientras esperaba pacientemente y tarareando una cancioncilla de la radio, me he fijado en que en la puerta del cole habían colgado una nota en la que informan de que finalmente se ha aprobado la implantación de los uniformes para primaria en el centro.





El tema de los uniformes es un poco controvertido, cosa que no entiendo. A mí personalmente, me parece una idea maravillosa en primaria. Para las familias es un ahorro de dinero brutal, porque en esas edades (entre los 6 y los 12) es cuando más crecen los chavales, y la ropa les dura un suspiro. Además, lo de llevar uniforme hace que desaparezcan las competiciones absurdas por la ropa de marca, la camiseta más cara o el pantalón más moderno. El uniforme pone a todo el mundo al mismo nivel, y en cuestión de posición social eso es algo que me gusta, aunque claro, siempre está el que lleva el uniforme perfectamente planchado, limpio y va hecho un pincel y el que lo lleva arrugado y hecho polvo, pero ahí no se puede hacer nada.

Yo llevé uniforme durante 13 años, desde infantil hasta final de secundaria.

Mi uniforme era lo más horroroso del panorama estilístico en todos los sentidos. Quien lo diseñó, desde luego, no se lo puso jamás, porque lo habrían retirado del mercado.
Estaba hecho de la clásica tela "saco de patatas", esa que te rasca las piernas hasta resultar desgradable. El estampado era gris con pata de gallo, que también me parece horroroso, porque si hay algo que me gusta de la infancia es la estimulación visual, todo lo hacen de miles de colores maravillosos. Para un niño/a de tres años llevar un uniforme gris es poco menos que deprimente.

Es verdad que en cuanto a estampado y color, era muy sufrido, porque las manchas de boli, rotulador y comida del comedor no se veían nada, aunque el ojo atento de madre se daba cuenta rápido de que ese día habían tocado macarrones con tomate.
Sin embargo, otra cosa horrible era que, aparte de ser feo y picar, el uniforme estaba concebido de tal manera que en invierno te congelabas porque no abrigaba nada pero en verano te asfixiabas porque tampoco transpiraba. Entre unas cosas y otras, durante mi infancia odié ese uniforme hasta que lo acabé asumiendo como mi segunda piel.

En mi cole eran muy estrictas con el tema del uniforme. Hasta 6º de Primaria era obligatorio llevarlo de cuerpo entero (el famoso "pichi") y a partir de ahí, y hasta final de secundaria, ya podías llevar sólo la falda, que la verdad, era un alivio. A mí encima me ponían camisa en vez de polo, así que encima llevaba el cuello erguido como una vela. Qué infancia más dura.

Cuando llegábamos a secundaria, era tradición remangarnos la falda, porque ya teníamos un estatus social y una reputación que mantener cuando salíamos a la calle, y no se puede mantener una reputación si llevas una falda que, aparte de ser fea y picar, te llega por mitad del gemelo. En ese momento nos encantaba lucir carne, ya daba igual que fuese tobillo, rodilla o codo, y había compañeras que se remangaban tanto la falda que tenían más tela en el "remangado" que en la propia falda. Un cuadro.

Las monjas, que se las sabían todas, nos hacían ponernos de rodillas en la clase. ¿Que no te llegaba la falda al suelo estando de rodillas? ¡RAS! Te tiraban de la falda y te desarmaban ese rulillo de tela recogida que con tanto esfuerzo te habías apañado al salir de casa.

Pero esta táctica del tirón de la falda tenía un "pero": que el uniforme te quedase corto porque realmente te estaba pequeño y urgía comprar otro. En ese caso, te mandaban una notita muy discreta a casa recordándoles a tus padres que al colegio se iba a estudiar y no a enseñar piernas, y que hiciesen el favor de mandarte decorosamente vestida.

Todos los complementos tenían que ser, desde el abrigo a loz zapatos, pasando por la goma de la coleta y los calcetines, de color azul marino. Puede parecer tema baladí, pero mi madre y el resto de madres se las han visto y deseado durante una década y pico para encontrar unos zapatos azules marino, que no es tan sencillo. Nadie en su sano juicio compra a un niño/a unos zapatos de ese color tan triste. Mi madre lo que hacía, desesperada de la vida, era comprárnoslos negros y teñirlos en casa con betún. Los pollos que nos armaban las monjas cuando el betún se empezaba a desteñir...

Sin embargo, no recuerdo jamás una discusión ni un quebradero de cabeza por pensar qué me tenía que poner para ir al cole. Lo que sí recuerdo es la maravillosa sensación que sentía cada fin de semana al ponerme mi propia ropa. Aquello sí que era valorar realmente lo que tenía y disfrutar al máximo usándolo. Un lazo rojo en la coleta era toda una locurilla.

Es verdad que además el uniforme estaba hecho de una tela poco menos que inífuga (yo creo que arpillera, si no no me lo explico) y resistía a caídas, quemaduras, cortes y otros avatares de la vida infantil. Te ibas de boca al suelo desde el columpio y te destrozabas las rodillas, pero la falda ni se inmutaba, era algo sobrenatural. Si hiciesen los chalecos antibalas de tela de uniforme, se ahorrarían una pasta.

Lo que no me gusta tanto es lo de poner uniforme en secundaria, que una ya empieza a forjarse su personalidad y quiere expresarlo con su ropa. Nosotras le dábamos nuestros toquecillos personales (un broche, una chapa, una chuleta cosida a los bajos), pero tampoco estaba permitido, así que durante esa etapa preferíamos ir en pelotas en pleno invierno antes que ponernos el uniforme cada día.

El caso es que cuando llegamos a bachillerato y dejamos de llevarlo, el último día le rendimos un sentido homenaje a la famosa falda gris. Leímos unas palabras, le pusimos una a la virgen de la capilla (casi nos cuesta la expulsión), nos bañamos con ellas en la piscina y nos las firmamos. La falda de repuesto de la clase (había una para cambiarnos en alguna emergencia) la enterramos en un sitio secreto, y con aquella falda enterramos también muchos momentos, muchas sensaciones, nuestra más tierna infancia.

Qué momentos aquellos... ¡Verás lo bien que se lo van a pasar en el cole de mi amiga ahora que les han puesto uniforme!

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