"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




lunes, 7 de marzo de 2011

Canción de amor propio

"A veces me desdoblo, y me digo al oído: qué bueno respirar, sentirse vivo. ¡Qué suerte que te cruces por mi camino! (...) Qué grato es encontrarme, vaya donde vaya, por más que me cuento mis chistes siempre me hacen gracia, si me voy, si me duermo, la vida se apaga, qué potra saber que siempre me seré fiel, ¡qué suerte desde un principio caerme tan bien...!".

Esta reflexión no es mía (que ya me gustaría) sino de Ismael Serrano en su tema "Canción de amor propio" (si te apetece escucharla, puedes hacerlo pinchando aquí). Esa canción empieza como ha empezado esta entrada y es, en resumen, una oda a mí misma. Si la escuchas tú, será un homenaje a tí, porque se trata de elogiarse a un@ mism@, que es algo que no hacemos muy a menudo.

Adoro esta canción porque habitualmente, la música habla de otras personas: personas de las que te has enamorado, o personas a las que quieres, o a las que odias, o hablan de la familia, o de l@s amig@s... sin embargo, hay pocas canciones dedicadas a hablarle con amor a un@ mism@, y esta es una de esas canciones.

Reconozco que soy de esas personas que adoran estar rodeadas de gente; durante muchos años de mi vida, he pasado verdadero terror estando sola. No era una cuestión de sentirme sola, sino de estarlo de verdad, de no tener a nadie cerca si me pasaba algo, de no escuchar más voces que la mía, de no poder pedir ayuda si la necesitaba. Mis mayores terrores se enfocaban a momentos de soledad: terror nocturno si dormía completamente sola, imposibilidad total de quedarme sola en casa, pánico a caminar sola por la calle de noche... incluso el silencio me hacía sentir incómoda.

Paralelamente, he vivido todos estos años admirando a gente y queriendo parecerme a esas personas. Ser "tan buena como...", "tan trabajadora como...", "tan guapa como...", "tan feliz como...". Y de repente, un día, todo eso cambió.

Cambió el día en que me conocí.

No es redundar, no, señores y señoritas. Una puede convivir toda la vida consigo misma sin conocerse. Resulta que yo, por suerte, me conocí. Y me gusté.

Me gustaron mis manías, me parecieron racionales y soportables (yo, desde luego, las soporto perfectamente).
Me gustaron mis gustos, mis pequeños placeres, mis formas de disfrutar. Me gustó mi sensibilidad, no es mucha, ni poca, pero es la mía. Y me gusta.
Me gustaron mis miedos, porque tenerlos significa cuestionarme muchas cosas y afrontarlas. Me gustó aceptar que están ahí, esperando a ser superados.
Me gustó mi rutina, porque la he elegido yo. Me gustó mi pasión por mi trabajo, por dedicarme a lo que me gusta.
Me gustó el amor que encontré dentro de mí. Me hizo feliz descubrir que quiero a mucha gente y que me siento querida por otras tantas personas. Me gustó saber que no me siento sola (o no siempre).

Me gusté, en definitiva. Me caí bien.

Y decidí que lo más inteligente, lo más sabio, lo más natural, es cuidar lo que a una le gusta. Como se cuida a los buenos amigos y amigas, a la familia, como se cuida una parcela de la vida, como se cuida un puesto de trabajo o un jersey al que se le tiene cariño. Como se cuida a una pareja a la que se quiere, como se cuida a un hijo o a una hija porque es fruto de una misma.

Así que, en consecuencia, decidí cuidarme. Decidí apoyarme, estar conmigo siempre, porque en definitiva, soy mi mejor compañera de viaje. La gente va, viene, desaparece y vuelve, pero yo voy a estar conmigo hasta el fin de mis días.

Decidí creer en mí, siempre, ante cualquier circunstancia. Darme un voto de confianza, permitirme intentar las cosas. Decidí no regañarme si no lo consigo, no hacer que la desilusión se apodere de mí cuando las cosas no me salen, o no como yo quiero.

Decidí respetarme, no hacerme daño. No decirme cosas que pudieran herirme, no machacarme con errores pasados o incertidumbres futuras. Serme fiel, siempre, en todo momento, no traicionarme nunca.

Pero sobre todo, por encima de todo, decidí quererme. Quererme tanto que, en caso de entrar en conflicto conmigo misma, siempre ganase mi amor por mí, por valorarme por ser quien soy y por quien quiero ser.

De ahí nació mi "Canción de amor propio". Y me la canto siempre que puedo, porque no hay nada como recordarme a mí misma que soy feliz de tenerme cerca.

"A veces me desdoblo, y me digo al oído: ¡Qué bueno respirar, sentirse vivo...!"




1 comentario:

  1. Genial el texto y buena iniciativa es un camino largo pero vale la pena , bendiciones !

    ResponderEliminar

¡¡Gracias por dejar tu comentario!!