Hasta donde llega mi memoria (y llega lejos, porque la tengo muy buena), nunca he estado orgullosa de ser española.
No quiere decir que me avergüence de la nacionalidad que tengo, y algunas veces he presumido de haber nacido en este país cuando se habla de gastronomía, de música, de paisajes, de fiestas. Sin embargo, si pienso en el sentimiento de orgullo, se me viene a la mente lo que siento cuando miro a mi familia, o lo que siento cuando un niño o una niña de mi clase hace algo grande, o lo que siento cuando hago algo bien. Eso es, hacer algo bien es lo que enorgullece a una persona.
Tampoco he sentido orgullo cuando España ganaba el Mundial, ni cuando se hablaba de reformar la Constitución de nuestro país para abolir la Ley Sálica, ni cuando Penélope Cruz recogió el Óscar. Una se alegra, pero sigue sin sentirse orgullosa.
Y ahora, de repente, descubro que me invade una satisfacción enorme cuando leo el nombre de España en el periódico.
El pasado día 15, much@s español@s nos reunimos en diferentes partes del país para reivindicar algo muy simple: que queremos un estado democrático REAL. Que España lleva muchos años con un sistema democrático que es ficticio, porque las leyes que lo regulan favorecen a unos partidos políticos y aíslan a otros. Que cada cuatro años se nos llama a las urnas para votar a uno de los 3.000 partidos políticos que presentan su candidatura pero curiosamente, siempre salen los mismos. Que en la historia de la democracia sólo han gobernado 3 partidos diferentes de las miles de opciones posibles. Quienes realmente utilizamos sistemas democráticos en el día a día para tomar decisiones sabemos que ésto, cuanto menos, huele a chamusquina.
Ese día, decenas de miles de personas unimos nuestras voces para reclamar un hueco en el sistema que mantenemos día a día con nuestro trabajo, con nuestro esfuerzo, con nuestra participación. Ese día, decenas de miles de personas alzamos nuestras consignas, nuestros reclamos, nuestras ideas. Ese día no fue un día cualquiera.
Al terminar la manifestación, muchas personas en todo el país decidieron no apagar las voces tan pronto. Decidieron utilizar la calle que pagamos tod@s para seguir hablando, para seguir pidiendo lo que es inherente a la democracia: que la voz del pueblo cuente.
Han pasado casi 5 días desde aquel momento, y las voces no callan. Al contrario, las voces se han organizado, y de una forma tan pacífica que asusta a quienes temen que se les joda el chiringuito, se mantienen en las plazas de muchas ciudades para reclamar un lugar en este Estado que nos acusa de ir contra él, cuando él nunca dejó que fuésemos a su favor.
Las consignas no son políticas. Las banderas, las ideologías y la violencia no son bien recibidas. Las reclamaciones son claras y las ideas bien recibidas: queremos una democracia real. Y la queremos ahora.
Nos hemos cansado de esperar, de aguantar, de sobrevivir, cuando lo que queremos es vivir a secas.
Se ha acabado la cuenta atrás. Ya no vale callar. Ya no vale aguantar. Ahora hay que ACTUAR.
Por primera vez, españoles y españolas de todas las edades, condiciones sociales, ideologías políticas y creencias religiosas se unen para pedir que el sistema las acoja. Ahora sólo queda la respuesta del sistema.
Estoy orgullosa de ser Española, de esta España que por primera vez no se asusta y avanza, que se organiza, que pide vivir en paz, que busca su hueco.
Os dejo un resumen del sentimiento de revolución que estamos viviendo estos días en Madrid, en la Puerta del Sol. Seguís estando invitados e invitadas a uniros.
Nunca fue tan importante ver cada día el Sol.
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