"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




domingo, 22 de mayo de 2011

De cuando Lita llegó a nuestras vidas. Capítulo II

(Si te perdiste la primera parte de esta historia, puedes leerla aquí).


Las semanas pasaban y Lita se adaptaba a nuestras vidas, como nosotr@s nos adaptábamos a ella.

Bueno, mentira. Vuelvo a empezar.

Las semanas pasaban, y nosotr@s intentábamos adaptarnos a Lita a marchas forzadas. Ella tenía una serie de principios vitales que no pensaba romper de ninguna de las maneras, a saber:

- Como ya conté, nos seguía alimentando a base de soja y macarrones. Durante aquella etapa de nuestras vidas, el baño estaba más frecuentado de lo normal por exceso de hidratos y fibras varias.

- Sólo hablaba dos veces en cada conversación telefónica. Una llamada cualquiera solía transcurrir así:

Lita: "¿Sí?"

Persona que llama: "Hola, quería hablar con fulanita. ¿Está en casa?"

Lita: No.



Y ya está, colgaba el teléfono y ahí te mueras. En la temporada que estuvo en casa, perdimos decenas de recados, ya no sólo de familiares y amig@s, sino del banco, del taller, del médico, de la carnicería, de nuestros trabajos respectivos y de un sinfín de personas que habitualmente llaman a una casa a comunicar algo. Yo estuve a punto de perder algun@s amig@s a quienes les faltó poco para dejar de llamar a casa.

- Ídem con el tema de abrir la puerta. A cualquier tuercebotas que llamaba a la puerta a pedir o a sonsacar información le abría con alegría, pero a quien viniese a traer una carta, un certificado o a preguntar por un calcetín que se había caído al tendedero, le castigaba con la más profunda de las indiferencias y le cerraba la puerta en los morros. Sobra decir que, durante el tiempo que estuvo en casa, perdimos decenas de cartas, comunicaciones y relación con el vecindario en general, que prefería no volver a ver unas bragas a encontrarse con Lita en la puerta.


Pero lo peor no venía aquí.

En mi casa hay una terraza minúscula, que está dentro de la cocina, y en la que sólo cabe un armario con comida (a modo de despensa) y la lavadora. Dicha terraza da al tendedero, de forma que queda un pasillo entre la lavadora y la pared del tendedero por la que cabe una persona holgadamente para pasar de un lado a otro.

Una alegre mañana de primavera, mi padre intentó acceder desde la puerta de la terraza al tendedero porque quería asomarse para buscar la razón oculta por la que llevábamos tiempo echando de menos una decena de pares de calcetines; pensamos que se nos habrían caído de la cuerda y queríamos investigar si la vecina de abajo se los estaba quedando discretamente y condenándonos a ponernos chanclas antes de tiempo a falta de calcetines.

Mi padre intentó pasar por el pasillo y cuál fue su sorpresa cuando descubrió que, literalmente, no cabía.

- ¿Qué coño pasa aquí?- me preguntó.


Como la lavadora tenía sus años, yo sugerí una explicación:


- Será que se mueve al centrifugar y se ha desplazado, habrá que volver a pegarla a la pared.

Empezamos a empujarla hacia la pared, pero la lavadora no se movía. Por más fuerza que hacíamos, la lavadora no se desplazaba ni un milímetro. Después de sudar la gota gorda por el esfuerzo sobrehumano, decidimos que lo mejor sería sacar la lavadora para ver qué era lo que pasaba y por qué no se movía.En nuestra ignorancia, pensamos que a lo mejor había un cable doblado por detrás que impedía que la lavadora se moviese con normalidad.

Cuando mi padre consiguió sacar la lavadora, no podíamos creer lo que veían nuestros ojos: más de una veintena de calcetines de todos los tipos y pelajes se acumulaban detrás de la lavadora, haciendo un tope que impedía que ésta se pegase a la pared, y desplazándola tanto que ocupaba la mitad del pasillo y no dejaba que pasásemos al otro lado.

Después del estupor inicial, reclamamos a Lita para que nos explicase el motivo por el que nuestros calcetines, aparentemente desaparecidos, estuviesen detrás de la lavadora, y ella nos lo explicó muy amablemente: cada vez que se le caía un calcetín por el tendedero, echaba el otro del par detrás de la lavadora, obviando el pequeño detalle de comunicárnoslo. Vamos, que un par de semanas más y la lavadora sale volando por la ventana del tendedero de la cantidad de calcetines que se acumulaban en aquella pared y que ya dábamos por muertos.

Todavía estábamos recuperándonos del descubrimiento, cuando una tarde llegué a casa de la universidad como a las 6 de la tarde, y me la encontré vacía. Me extrañó, porque Lita estaba en casa hasta las 7, pero pensé que habría bajado al piso de abajo a por algo del ya famoso tendedero.

Llegué hasta mi habitación, dejé mis cosas y me fui a la cocina. Me bebí un vaso de agua, lo dejé en el fregadero y volví hacia mi habitación. Desde el pasillo, ví un jersey en el cuarto de estar, y me acerqué a cogerlo. Al entrar, casi me da un infarto doble: un niño de unos 5 años absolutamente desconocido dormía placidamente en el sofá.

Después del shock incial, pensé en cómo actuar; al principio decidí que lo mejor era despertarle y preguntarle directamente quién cojones era, pero luego me dí cuenta de que seguramente se iba a asustar y no íbamos a sacar nada en claro. Juro que llegué a pensar si esa era mi casa, si eso era un sueño, si era el espíritu de la Navidad pasada (o futura, quién sabe) o si habían entrado a robar y se habían olvidado de él con las prisas.

Una vez más, recurrí a un ser superior: llamé a mi madre.

- Mamá, perdona que te moleste, pero es que hay un niño durmiendo en el sofá del cuarto de estar que no se quién es.

- ¿Cómo que hay un niño durmiendo en el cuarto de estar?

- Te lo juro, que no se quién coño es, pero que está aquí conmigo, tan dormido.

- Pues le despiertas y le preguntas quién es.

Aquella situación era subrrealista, en serio. Yo, en mi propia casa, acojonada por no entender qué cojones hacía un niño extraño en mi sofá. Le empecé a mover un poco para intentar despertarle, pero nada, el niño estaba como muerto. Poco a poco empecé a hablarle elevando el tono de voz:

- Eh... amigo... oye, despierta... amigo, despierta...

El niño empezó a reaccionar y a moverse, hasta que abrió los ojos. Me miró, esbozó una gran sonrisa y me dijo:

- ¡¡¡¡¡HOLA!!!!!

Yo, mientras tanto, le retransmitía a mi madre:

- Que dice que hola.

- ¿Pero le quieres preguntar quién es?

Y le volví a preguntar al niño:

- Amigo, que quién eres.

El niño contestó:

- Abuela Lita en compra. Ahora viene abuela. Tengo hambre. Quiero merendar.

Todavía flipando, le dije a mi madre:

- Que creo que es el nieto de Lita, que dice que quiere merendar.

- Pues ale, le das un vaso de leche y unas galletas y cuando llegue Lita me llamas.

Fue colgar y sonar la puerta, y en ese momento apareció Lita en el salón:

- Hola, este mi nieto. Yo en compra en mercado y mi nieto sueño y yo le tumbo aquí. Muy guapo mi nieto, ¿eh?

La tía cachonda se había llevado al nieto a mi casa, en un momento dado el crío se había quedado sopa y ella le había dejado descansando mientras bajaba a hacer la compra, que por otro lado era un tema que podía hacer casi mejor en su tiempo libre, y no en el de trabajo, pero aquello ya era lo de menos.

Le dí un vaso de leche con galletas a la criatura y encima le tuve que entretener una hora mientras Lita, dueña y señora de la casa, terminaba de planchar.


Puede parecer que no podía pasar nada más, pero todavía quedaba un sprint final, aunque eso ya es harina de otro costal, o tema para otro post, sin duda.

El final de la historia se acerca, y mi casa nunca volvió a ser la misma...


1 comentario:

  1. xD, soy testigo y doy fe que Lita abandonaba las comunicaciones con una soltura maravillosa. Muchas veces me decía para mi mismo, ¿le habrá sentado algo mal de lo que he dicho?, ¿no me habrá entendido?. Yo creo que en el fondo era una buena persona.

    Un eBso desde La Atlántida.

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