Como todos los años por estas fechas, llega el final del curso escolar.
Con esta perspectiva, a tod@s se nos hace el camino más cuesta abajo: las peleas no nos molestan tanto, aguantamos un poco más los gritos y perdonamos los guisantes en el comedor. Es cierto que a ratos sentimos la enorme necesidad de meter a todos los niños y niñas en una clase y dejar que se maten entre ell@s, pero al contrario que nos pasaba en el mes de febrero (donde sólo queríamos morir), se nos pasa en poco tiempo.
La gente ya habla de vacaciones, verano, playas, hoteles, viajes en general; el café de media mañana está plagado de sonrisas y nos cedemos el paso a la salida:
- Anda, pasa tú.
- Fatlaría más, sal tú.
- Insisto, pasa, por favor.
- Que no mujer, si no tengo prisa, de verdad.
Es una versión laboral del clásico "Cuelgatú, quenocuelgatú" pero en vivo y en directo. Falta un niño subido en una nube algodonosa lanzando pétalos de rosa desde el dintel de la puerta.
Lo único que rompe todo este clima de amor y compañerismo que hace unos meses sólo era una utopía es la función de fin de curso.
La función de fin de curso es una especie de representación que suele salir entre medio regular y desastrosamente mal y que, por alguna extraña razón, a las familias les encanta.
No lo entiendo, la verdad, porque me juego la mano izquierda, que es con la que escribo, a que en su casa bailan diez veces mejor, cantan veinte veces mejor y hacen muchas más monerías, pero la diferencia radica en que en casa lo hacen en la soledad, sin tres decenas de ojos pendientes de sus cuerpecillos serranos y claro, lo bueno, si en público, dos veces bueno.
Desde todos los rincones del cole salen poesías, disfraces, papeles de teatro y cancioncillas pegadizas. Llevo cantando "Head, and shoulders, knees and toes" una semana porque se me ha grabado en el córtex cerebral a fuego lento, y me estoy empezando a desesperar.
En realidad, a l@s niñ@s no les gusta nada ensayar la puñetera función. Tienen que estar de pie en el escenario una hora, mientras l@s profes lo miramos desde todas las perspectivas a ver si la fila se ve torcida o si mejor les colocamos en semicírculo. Si eres alt@ tu madre ya se puede despedir de verte bailar, porque siempre vas en la fila de detrás. Yo creo que mi madre no vio jamás la parte inferior de mi cuerpo en una función de fin de curso, así que yo me ahorraba el movimiento de caderas y salía de allí con agujetas en la cara de tanto sonreír, porque para una cosa que se me veía tenía que lucirme en las fotos.
L@s que se ponen delante tampoco es que disfruten especialmente, porque por ser la avanzadilla de la función tienen que hacerlo todo perfecto. No te puede picar una oreja, ni tener ganas de estornudar, porque llenas de babas a toda la primera fila del público y eso queda feo, de toda la vida. Además te encuentras en la soledad ante el peligro, porque sólo puedes mirar hacia delante y buscar a tu madre y a tu padre (o abuela y abuelo en su defecto) entre los focos mientras sudas como un pollo y se te derrite el maquillaje de alegre hada de los bosques que han decidido encasquetarte.
Luego tienen que repetir una y mil veces el mismo texto, la misma poesía, la misma canción, durante los dos meses previos. El niño que hace de zanahoria este año en la función de 1º de Infantil está a punto de suicidarse haciéndose el harakiri con su propio tallo (el del disfraz).
Los problemas de logística son otro tema aparte: tú te propones que este año los disfraces van a ser tan perfectos que el director del Circo del Sol va a venir a pedirte asesoramiento; luego pasas por consentir que les falte algún detalle (y convenciéndote a tí misma que si sale un león sin melena tampoco va a pasar tanto, aunque el niño acabe pareciendo una leona travestida) y finalmente, consientes que se hagan ell@s mism@s los gorros de duendecill@s del campo con papel film de envolver bocadillos.
La máxima "tiene que salir perfecto" pasa a transformarse en "tiene que salir", a secas.
El día de la función estás de los nervios. Te saludan un montón de mamás y papás que no recuerdas que hayan venido a ningun tutoría, pero pones la sonrisa automática y das manos y besos a diestro y siniestro. Al minuto descubres a la Reina Carola dándose de leches con el Bufón Fernando, y a la Tortuga Manola sentada en su propio caparazón, que se ha quitado porque estaba cansada y que ahora aparece un poco abollado y descolorido.
Y ya cuando viene una niña con sus lágrimas incipientes, los churretes por la cara y la vocecilla de cordero diciendo "Profe, no quiero saliiiiiiiiiiiiiiir...." sale de tí esa sonrisa y ese amor incondicionales que mostraste un minuto antes y pasas a ser el Rey con Chávez:
- ¡¡¡¡¡¿¿¿¿¿POR QUÉ NO TE CALLAS????!!!!!!!!
Pero al minuto se te pasa el enfado y te dices: "Todo sea por la obra", a riesgo de parecer una fundamentalista del Opus.
El telón sube, y la Reina y el Rey consiguen decir su papel, y la Tortuga acaba provocando la ternura del respetable con su caparazón abollado.
El escenario parece Cannes con tanto flash saltando a los ojos y al final el público se levanta y aplaude fervorosamente, mientras tú saludas con orgullo y cedes el protagonismo a tu rebaño, que está agotado y con ganas de irse a dormir directamente.
A la salida todo son "Enhorabuena" y "Qué monadas", como si aquello fuese el bautizo de una pareja de pandas en el Zoo, pero tú, aunque tengas las cervicales en "rompan filas", aguantas estóicamente con la mejor de tus sonrisas.
Todo el claustro está feliz, se abraza y comenta lo bien que ha estado, pero como todo lo bueno dura poco, a los pocos minutos siempre hay una voz que se alza:
- Oye, pues viendo la función, he pensado que para fin de curso del año que viene podríamos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡¡Gracias por dejar tu comentario!!