Estoy en un período de bonanza inspiradora, tengo un montón de cosas que me apetece escribir. Antes de nada, gracias a todos y a todas l@s que me visitáis, comentáis y le dais un sentido a este espacio. Gracias.
Después de este momento tan bonito, traigo hoy una historia de esas que se cuentan en las cañas de los viernes, en las comidas domingueras y en las fiestas navideñas. Traigo uno de esos momentos de "tierratrágame" que la vida pone en nuestros caminos y que de los que luego te ríes con el tiempo. Es como las montañas rusas: en el momento en que te abrochan el cinturón de seguridad y arrancas piensas "pero quién me mandaría a mí meterme en estos embolados", y vas todo el viaje con el corazón el un puño, pero luego te bajas con la adrenalina a flor de piel, te preguntan que cómo ha estado y dices: "buah, ha sido increíble, de verdad, no te lo pienses, móntate". Cuando han pasado unos meses lo recuerdas como una experiencia incomparable y cuando ha pasado un año jurarías con el corazón en la mano que fue uno de los momentos mas divertidos de tu vida.
El tiempo no lo cura todo, pero ayuda a mejorar la perspectiva.
Hace cosa de un año y medio o algo así, un sábado como otro cualquiera, salí con mis colegas a tomar unas cañas, y luego unas copas, y luego lo que nos echasen. Fuimos de bar en bar echándonos unos bailes y tomándonos una copa aquí y otra allá, y con la tontería nos dieron las 4 de la mañana. Faltaba una de nuestras amigas, pero hacía tiempo que había conocido a un chico misterioso del que habíamos oído hablar pero al que aún no conocíamos, y había quedado con él esa noche.
Cuando decidimos que ya estaba bien la cosa, mi amiga P. y yo marchamos a coger un taxi. Nos costó un poco arrancar y llegar a la parada, y cuando casi estábamos a punto de cogerlo, nuestra amiga, la que no había ido, nos llamó:
- Estoy en un bar del centro con este chico (al que llamaremos Chicodemiamiga para preservar su identidad), estamos tomando algo con más gente, ¿por qué no os venís y os lo presento?
Después de reunirnos (era una reunión de dos, vale, pero fue larga y compleja debido a la hora que era y a nuestro estado de somnolencia) y consensuar, decidimos que los caminos del señor son inescrutables, y que si había puesto un plan en nuestro camino, no éramos nosotras quienes para negarnos a aceptarlo.
Yo necesitaba urgentemente pasar por un baño, pero hice un esfuerzo sobrehumano por montarme en el taxi y darle la dirección del sitio en el que estaba nuestra colega.
Quiso el destino que a esas horas de la madrugada hubiese muchos coches en la carretera, y además el camino estaba siendo bastante más largo de lo que yo había calculado. Mi vejiga hacía tiempo que había dado la voz de alarma y llegué a ese punto físico en el que, sin importar dónde, me iba a mear. Decidí hacerlo público y comunicárselo al taxista. Con un golpecito en el hombro le dije:
- Perdone, señor, pero es que me hago pis y de verdad, no puedo aguantar. Si es usted tan amable de parar en un ladito de la calle, me bajo y no tardo nada.
Dicho y hecho. El hombre, que seguro que ya había vivido ese momento y otros tantos similares en su vida de taxista, dio un volantazo ante el susto de mi amiga y el mío propio y se paró donde yo le había dicho: en un ladito de la calle. El único detalle a resaltar es que era una de las calles principales del centro de Madrid, con sus 6 carriles y su afluencia de viandantes a cualquier hora del día.
El taxista se inclinó sobre la guantera, sacó un rollo de papel y me dijo:
- Toma, te esperamos.
Mi amiga me miraba con cara de "nodoycréditoperohazloquequieras", así que la presión me pudo y me bajé del taxi. Hice una visión panorámica, sopesando pros y contras de mear en medio de la calle a las tantas de la mañana, pero mi vejiga empezó a meterle prisa a mi cerebro y me agazapé entre dos coches.
Rapidamente volví al taxi y le devolví al taxista su rollo de papel dándole las gracias. Volvimos a arrancar y a los tres minutos yo necesitaba parar otra vez. Es lo que tiene la presión, que no te permite evacuar a gusto, y claro, tuvimos que volver a hacernos a un lado de la calle para repetir el proceso. El taxista resoplaba, y en su cara se veía clararmente que estaba sopesando si le compensaban los 14 euros que le íbamos a pagar por el viajecito que le estábamos dando.
Aunque parezca imposible, media hora y dos pises después, llegamos al garito. Para alivio del taxista nos bajamos, y pese a que me avergüence reconocerlo, nada más bajar del taxi ya necesitaba ir de nuevo al baño, y esta vez mi amiga P., no sé si contagiada por mis necesidades o condicionada por las copas que se había tomado, secundaba mi opción y fruncía los labios desesperada por llegar al servicio.
Decidimos entrar directamente al baño y luego, ya más tranquilas, buscar a nuestra amiga y al Chicodemiamiga para conocerle. Entramos corriendo y nos lanzamos hacia el baño, pero sólo había uno y al llamar, resonó la clásica voz de "¡ocupado!".
Esperamos unos poco mientras charlábamos, pero cuando habían pasado lo menos 10 minutos largos, empezamos a desesperarnos. Llamamos a la puerta:
- Oye, ¿te queda mucho? Necesitamos entrar.
- Un momentito, ahora salgo - contestó una chica desde dentro.
Pasaron otros cinco minutos, y nuestra desesperación estaba pasando a ser angustia. Volvimos a llamar, esta vez dejando de lado la cortesía y aporreando la puerta:
- ¡Oye tía! Que necesitamos entrar, joder.
- Ya salgo, ya salgo.
Dos minutos después íbamos a tirar la puerta abajo cuando ésta se abrió. De dentro del baño salió una chica riéndose, y detrás de ella salió un chico subiéndose los pantalones. Mi amiga P. y yo nos miramos como diciendo "era de suponer", y le observamos aún un rato abrochándose los botones, subiéndose la bragueta y colocándose un poco antes de salir del baño. En cuanto salieron nos lanzamos como locas hacia la taza del váter.
Cuando terminamos, salimos del baño y entramos en el bar. Saqué mi móvil y llamé a nuestra amiga:
- Estamos dentro del bar, que hemos ido directas al baño. ¿Dónde estás?
- Estoy aquí con este chico y otros colegas al lado de la barra.
Me puse de puntillas y oteé el horizonte hasta que la ví. Le hice señas con la mano y colgué el móvil mientras me dirigía hacia ella. Al final conseguí llegar, y mientras le daba un abrazo le dije:
- Hemos tardado mil horas en el taxi, y encima nos hemos metido en el baño y no te lo creerás, pero...
En ese momento me interrumpió:
- ¡Anda, mira! Si estoy viendo a mi chico, venid que os le presento.
Y cogió a un muchacho del brazo, haciéndole señas para que viniese a darnos dos besos. El chico vino hasta nosotras y nos dijo:
- ¡Hola! ¿Qué tal? Encantado de conoceros.
P. y yo nos miramos con los ojos salidos de las órbitas. El Chicodemiamiga era el mismo chaval que hacía menos de 5 minutos había salido del baño de chicas subiéndose los pantalones y acompañado por otra muchacha que no era nuestra amiga, y por cuya culpa casi nos explota la vejiga. Le dimos dos besos sin saber muy bien cómo reaccionar y acto seguido salimos a la calle con una excusa barata para comentarlo.
Después de una segunda reunión, conseguimos llegar a un acuerdo: no se lo diríamos a nuestra colega. ¿Para qué? Tampoco podíamos probar nada, y segudamente no nos hubiera creído mucho. Menos mal que no duraron, pero por si acaso ella nunca sabrá lo que aquella noche ocurrió.
Volvimos a entrar al bar con nuestra mejor cara, y decidimos llevarnos el secreto a la tumba y no hablar más del tema.
Bueno, en realidad no es verdad.
Ayer estuvimos recordándolo, riéndonos y evocando aquel momento en el que quisimos que la Tierra nos tragase. En su momento lo pasamos mal, pero ahora podemos reírnos despreocupadas de aquel rato horrible.
En fin, lo que yo decía: el tiempo no cura todo, pero mejora las perspectivas. Es como cuando te montas en una montaña rusa...
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