Si me voy a la definición que da la RAE del término madurar (yo en cuanto tengo una mínima duda tiro de diccionario), aparece lo siguiente:
2. tr. Poner en su debido punto con la meditación una idea, un proyecto, un designio, etc.
5. intr. Adquirir pleno desarrollo físico e intelectual.
Normalmente una se queda casi como estaba después de ver las definiciones, aunque en este caso, ocurre que ninguna de las dos se corresponde con lo que yo entendía que era la madurez.
Pensando en la teoría universal de la acción-reacción, se me ocurrió que si recordaba los momentos en que la palabra madurar ha aparecido en mi vida en boca de otras personas como resultado de mis acciones, podría extraer el significado del término por mí misma. Parece complejo, pero ésto es la reflexión de la merienda, con el zumo y el bocata.
Durante toda mi infancia, e incluso durante mi adolescencia, cada vez que hacía algo que a mis profes o a mis padres les parecía inadecuado, me soltaban la misma frase:
- A ver si haces el favor de madurar, que eres una inmadura.
Lo mismo daba que me pillasen copiando, que llegase tarde o que me dejase los bordes de los filetes en la comida. Como pillase al/la adult@ de turno con el karma revirado, me caía la frase como si fuese un dogma de fe.
El tiempo pasó en mi vida, dejé de copiar, intenté ser más puntual y consentí comerme las ternillas asquerosas del filete (aunque aún las aparto cuando nadie me ve). Pensé que así sería un ejemplo de madurez, pero parece el término se modifica según vas creciendo, y la dichosa palabra seguía apareciendo en otros contextos.
Cuando estaba en la universidad encontré un trabajo en el que curraba de tarde y de noche, me dejaba la piel y me pagaban el salario mínimo interprofesional siguiendo el rasero de lo que paga Amancio Ortega a sus trabajador@s de Bután.
Muchas veces me quejaba con mis compis del curro de lo poco que ganábamos, y casi siempre me decían lo mismo:
- Es que la vida es así, los salarios son una mierda y en el trabajo nos explotan. Pero es lo que hay, y mejor que te acostumbres, porque va a ser así siempre. Ésto te va a ayudar a madurar, ya verás.
Entendí entonces que lo estaba haciendo mal, y que tenía que resignarme a trabajar mil horas por un precio indigno que no me permitía ni comprarme el abono mensual, pero si aquello iba a servir para madurar, bienvenido fuese. Además de ser puntual, no copiar en los exámenes y comerme las ternillas de los filetes, ahora iba a currar con una sonrisa de oreja a oreja, agradecida por la oportunidad de tener un trabajo.
Hace poco, en un día de esos infernales en los que la cabeza no te da para más, y que estás a punto de echarte a llorar desconsolada, una persona me dijo en el colegio:
- Es que un puesto de responsabilidad es así, no permite parones. No te puedes detener cada vez que estés cansada ni dedicarte a quejarte, porque hay mucho trabajo aún por hacer. Ya lo entenderás cuando madures.
Como resultado, extraje que madurar era resignarse a comer lo que no gusta, aceptar un sueldo deplorable por un trabajo extenuante y además no permitirse fallar ni venirse abajo. Joder con la madurez, no sabía yo si los seres humanos podríamos soportarlo, pero había aprendido a no venirme abajo y a poder con absolutamente todo.
Ayer me encontré con una antigua compañera de trabajo por la calle. Me estuvo contando que se casó y tuvo un hijo, y acaba de meterse en una hipoteca a 40 años para pagar un chalet a las afueras. Su marido y ella hacen malabares de fuego para llegar a fin de mes.
- Pero así es la vida, hija, al final hay que madurar y sentar la cabeza, no queda otra - me decía.
Así que eso era, por fín tuve mi ansiada definición de madurez. Parece ser que madurar consiste en resignarse ante lo que nos viene impuesto, y lo mejor es darse prisa, buscarse una pareja millonaria, casarse, tener un churumbel, hipotecarse para toda la vida en un piso en el que refugiarse de las collejas (porque lo de "comprarse una casa" sólo está al alcance de ciertas personas privilegiadas, pero qué más da, al final hay que resignarse también a ésto) y encima ponerle una sonrisa a todo ésto, porque lo que diferencia a una persona infeliz de una persona madura es simplemente eso, la fachada. Pues vaya mierda lo de la madurez, para eso no quiero ser adulta.
Estaba a punto de apostatar del tema de la madurez y reafirmarme así como una eterna inmadura, cuando anoche me topé con un artículo tiulado "¿Qué es madurar?". Otra vez las casualidades. Es increíble.
Lo que leí me dejó descuadrada. No se parecía en nada a lo que yo había aprendido de la madurez. Empezaba así:
Cuando ya no tengo dudas de mí, cuando paso por la vida segura de mí misma, cuando mis pasos me llevan al lugar que quiero, cuando ya no lloro por pequeñas cosas, cuando mi vida empieza tener sentido, cuando ya no dudo de lo que soy capaz… entonces sé que he madurado.
¡Osea, que era ésto! Que madurar en realidad significa ser consciente, aquí y ahora, de quien soy. Interesante... Seguí leyendo:
Es común cuestionarse cuándo empezamos a madurar, y no es una cuestión de edad. Se puede ser muy joven y a la vez tener una madurez extraordinaria, también hay personas mayores que nunca maduran, viven la vida como niños y se visten como tales. Personas que hacen de su vida una fiesta, no tienen propósitos. Ni planes de vida. Por eso la madurez no es un estado mental, es una actitud, no es cuestión de edad, es de tener sentido común ante la vida.
Quién podría decir nada de tus pensamientos, sólo los conoces tú; pero al hacerte la pregunta ya estás empezando a tomar conciencia de qué es la madurez en nuestras vidas.
ESTÁS CRECIENDO.
Segundo descubrimiento: la madurez no es una cuestión temporal. No va a llegar un momento en el que por ciencia infusa me llegue el tiempo de ser madura. La madurez se trabaja, en segundo lugar, tomando conciencia de que crecemos.
Continué:
¿Cuando reconozco que he madurado?
- Cuando ya no espero nada de mi pareja, cuando no le busco si me hace infeliz y pienso detenidamente que no vale mi desgaste emocional quien no sabe apreciarme.
- Me siento madura cuando veo que ya puedo caminar sin muletas, que soy capaz de enfrentar la vida sin miedos porque los he podido superar. Ya no le temo a la vida. Es y será como yo quiero que sea.
- Maduro cuando a pesar del dolor que me ha causado la muerte de lo más querido, me vuelvo a levantar y ya no lloro, sino que su recuerdo es comparado a un campo de rosas de paz y tranquilidad, cuando su recuerdo me produce sensación de bienestar, porque aunque se que ya nunca más le vuelva a ver, lo tuve en mi vida y lo amé tamo que ese amor durará hasta el último día de mi vida. Acepto su partida porque la vida es así… nadie lo puede cambiar.
- Cuando le tomo el valor al dinero, cuando ya no derrocho ni despilfarro, cuando lo material no ocupa gran parte de mi vida sé que voy creciendo como persona.
- Maduro cuando veo las injusticias, los malos tratos, cuando quiero correr y decir que basta, que todo eso pasará, que mañana será otro día en el que se podrá volver una nueva luz en su camino. Me hacen madurar, y mucho, el sufrimiento ajeno porque me doy cuenta que vivo en una sociedad y debo ser una componente activa en ella.
- Cuando en mi trabajo ya me pongo en mi nivel y le puedo decir a mi jefa/e que es un abusivo conmigo, que me trata mal, que no es justo que me haga la vida imposible; aun con miedo de perder mi trabajo, lo digo con mucha delicadeza porque sé que estoy en una situación delicada y él/ella vive buscando donde no hay. Ya no le temo a nada.
- Maduro en cada golpe que la vida me da. Maduro si pese a los golpes que recibo, no permito que ello me haga una persona dura y fría, sino que me convierto en una persona que da amor, que va ayudando a quien lo necesita, dando palabras de aliento a quien se me acerca. No me quedo pegada en ese dolor, salgo adelante y crezco como persona.
- He madurado cuando he aprendido a no sentirme obligada a ir con mis amigos y amigas cuando me invitan a salir, sin temor a que se molesten por ello o a lo que piensen de mí.
- Cuando digo NO a quien me deja y me toma cuando quiere, haciéndome daño. Ya no acepto cosas de segunda mano, ni pedacitos de felicidad. No merezco eso, y mientras más vivo más exigente soy respecto a mis relaciones. Aun con el corazón destrozado digo NO, porque no quiero esa vida para mí, he crecido en mi autoestima.
Estaba aprendiendo muchas cosas. Resulta que madurar, lejos de suponer resignación, implica luchar, pelear, abrirse camino por ser una misma. Aceptar las cosas, sí, pero sólo las que suponen leyes naturales que no se pueden cambiar. Acepto que mi cuerpo cambia, porque es una cuestión física. Acepto que la gente muere, porque es algo inherente al ser humano. No acepto todo aquello que me hace infeliz pero que tiene un resquicio por el que cabe mi voluntad. Y sobre todo, por encima de todo, la aceptación de lo que ocurre en mi vida, aunque sea negativo, no me hace un ser frío y dolido: me hace disfrutar de cada momento y estar agradecida por haberlo vivido. Me hace querer dar todo el amor del mundo a quienes me rodean para que también disfruten.
El final del artículo estaba cerca:
Habré madurado cuando me levante y sonría mirando la vida con optimismo a pesar de haber llorado toda la noche. Porque envejecer es una obligación y madurar es opcional. Me decido por madurar para poder mirar a mi alrededor y descubrir qué es lo que más me hace feliz. Hoy sólo busco vivir en completa paz y felicidad, para dar a los que me rodean el mismo nivel de afecto.
Muchas personas necesitan de ti… ¡Que grande y maravillosa eres!
Y al leer el final, me dí cuenta de una cosa: todo el tiempo que había pasado intentando adivinar qué coño era la madurez, estaba madurando.
Cuando tomaba decisiones por mí misma.
Cuando sonreía recordando momentos bonitos de mi vida.
Cuando me permitía cagarla porque sabía que eso me enseñaría a hacer las cosas mejor.
Cuando me felicitaba por mis logros y me perdonaba mis fracasos.
Cuando me liberaba de algunas personas, de algunas situaciones, de aquello que me impedía crecer.
Cuando buscaba ser feliz por encima de todo.
Va a ser que al final, después de todo, estaba madurando.
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