"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




sábado, 13 de noviembre de 2010

Un pueblo es (parte I)

Opositar fue, como ya comenté en Mamá, quiero ser maestra, algo en lo que me embarqué sin pensarlo mucho y que ahora presenta un futuro incierto.
Es como cuando te regalan una maqueta gigante de un trasatlántico del silo XVIII a escala y te pones a hacerla para demostrarte a tí misma que puedes, empiezas con unas ganas desaforadas y cuando llevas medio barco hecho no sabes si terminar de hacerlo aunque te vaya la vida en ello (y ya por el honor personal y el amor propio) o arrojar al vacío el barco, las piezas, la dignidad y el honor y empezar a vivir una etapa nueva y feliz de tu vida donde no haya topecillos de madera ni cola de contacto.

Más o menos eso me pasó a mí cuando oposité por primera vez, que cuando terminó y comprobé llena de estupor que me había quedado a 1.6 décimas de obtener la plaza, busqué incesantemente una motivación que hiciese que no me pegase un tiro allí mismo después de las horas que le había dedicado a estudiar, programar y perder el tiempo en una academia en la que respirábamos por turnos, dado el poco aire limpio que había.

Sin embargo, yo sabía cuál era mi motivación desde el principio: trabajar. Ser interina no me parecía ni tan remotamente malo como a otras personas, porque yo quería trabajar, y los interinos trabajan. Lo que yo no sabía era que 1,6 décimas suponen casi 1600 personas delante de tí en la lista, y cuando salió la publicación y lo verifiqué, se fue por el desagüe mi única motivación para seguir en ese camino de miles de espinas y una sola rosa: la plaza fija.

Para seguir con mi vida de la manera más normalizada posible y superar el trauma post-oposición, entré a trabajar en un cole concertado que la verdad, he visto estadios de fútbol más recogiditos que ese colegio. De línea 6 (esto quiere decir, 6 clases por curso), era tan monstruoso que llevábamos walkie-talkie para comunicarnos dentro del centro, dada la imposiblidad de "acercarnos" un momento a secretaría, al comedor o a otra clase. Allí estaba yo, como gato panza arriba, con mi depresión post-traumática y mi walkie-talkie. Asustaba al miedo, creo yo. Y encima nos daban fatal de comer (y pagando una pasta).

Pero hete aquí que la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, y cuando llevaba un mes en el MacroColegio, me llamaron del Cuerpo de Maestros/as del Estado. La sensación que sentí es la de haber terminado la maqueta del barco y encima ganar un concurso con ella. Mi felicidad no encontraba límites, los pájaron piaban en lo alto de los árboles, las flores perfumaban más que de costumbre y el sol me sonreía en lo alto del cielo. O al menos así me sentía.

Me despedí del MacroColegio (no se lo tomaron muy allá) y al día siguiente estaba como un clavo en la Dirección de Área Territorial de la que me habían citado, esperando a que la funcionaria de turno terminase de tomarse el café y me atendiese. Cuando por fin lo hizo, no se molestó mucho en prepararme para el momento, simplemente me dijo:

- Te ha tocado en Carabaña, no lo querrás, ¿no?

Yo, completamente alucinada, y no queriendo pecar de inculta más de lo necesario, fui capaz de expresarme con pocas palabras pero bastante acierto:

- Pero, ¿eso dónde queda?

Quedaba lejos, me dijo la mujer, y luego señaló un mapa de la Comunidad de Madrid para que me ubicase en un alarde de cariño que le dió a la tía avinagrada aquella.

Yo seguía sin encontrar aquello, entre relieves, carreteras principales, secundarias y áreas de servicio, así que para mi casa me marché aceptando el trabajo como quien acepta pan chino en vez de pan normal. Se arriesga, no nos vamos a engañar.

Cuando salí llamé a mi padre, y él sí conocía el pueblo:

- Eso queda como a unos sesenta y pico kilómetros de casa por la carretera de Valencia, es famoso por las Aguas Fuertes (motivo maravilloso para tener fama, un licor para irte de varas).

Yo nunca me había imaginado en un pueblo, y menos tan pequeño (800 habitantes), la verdad. Soy bastante urbanita, y con esto quiero decir que no concibo mi vida sin tiendas de chinos, cines, metro y parques grandes. Me parecen bienes y servicios de obligatorio consumo para el ser humano.

Total, que allí que marché yo al día siguiente a probar suerte. 60 km de autovía y otros 10 o 12 de carretera secundaria hasta llegar a un pueblecillo bastante cuco en apariencia, pero pueblo y pequeño. No me podía echar las manos a la cabeza porque hacía un frío infernal y las tenía en punto de congelación máxima.





Después de preguntar a los lugareños que paseaban por allí, me indicaron que, efectivamente, aquella casita con apariencia de psiquiátrico del siglo XVII (como decía mi padre) pero encantador era el colegio, y no habiendo timbre ni llamador para comunicarme, me lancé a golpear los barrotes alegremente esperando a que cualquier forma humana saliera a recibirme.

Y salió, vaya que si salió...

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