"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




miércoles, 9 de febrero de 2011

Mis cejas de leopardo

En todo momento de la vida de alguien hay episodios lamentables, ridículos apoteósicos y meteduras de pata espectaculares que hacen las delicias de mayores y pequeños en las sobremesas de los domingos o en los postres de las reuniones familiares.

En mi vida ha habido grandes momentos de los que son dignos de entrar en esa clasificación, uno de ellos ya te lo conté en el post "Cómo ir a la nieve (y no morir en el intento)" (si quieres volver a leerlo, pincha aquí) y hay otros miles, como cuando hicimos botellón a los 14 años al lado de un coche y de repente arrancó, dió las luces, me cegó, y eran mis padres, o aquel momento en el que eché un duelo intenso con el quesero de mi pueblo a ver quién se sabía más letras de coplas, le gané y se enfadó tanto como para no venderme el queso que le estaba comprando, o ese momentazo en el que al ver una foto en casa de mi prima le dije "¿quién es esa hortera con el pelo rojo?" y me contestó "mi suegra" con cara de circunstancias, porque su novio (e hijo de la susodicha) estaba detrás. Son los tres primeros que me vienen a la cabeza, pero hay miles.

Hoy me estaba acordando de uno de los grandes momentos estelares de mi vida, que mi hermana llama "cejas+andina" y yo llamo "mis cejas de leopardo". En tu honor, Litel, va el remember de aquel momento.

Tenía yo unos 12 años, más o menos. Hoy en día, con 12 años te has fumado ya un par de porros y acabas de dejar a tu cuarta pareja formal, pero a mis 12 años yo me acababa de pedir el último muñeco que me pediría jamás a los Reyes, y era bastante feliz, aunque ya suspendía matemáticas.

Mis padres habían salido a cenar por ahí y me habían dejado a cargo de mi hermana de 7 años, que era bastante odiosa en aquella época y me las hacía pasar bastante canutas. Ahora que reflexiono, me extraña que me dejasen sola con semejante monstruo, pero en mis recuerdos de aquella noche no aparece nadie adulto, y si así hubiese sido seguramente esta historia jamás hubiera acontecido y yo ahora estaría hablando del Euríbor o cualquier tema relativo que me apasiona enormemente.

Mi hermana se había acostado y yo estaba dormitando en el sofá, cuando ya pasadas las 12 me desperté y medio a tientas me fui al baño a hacer pis antes de meterme definitivamente en la cama.

El baño de mis padres, que me pillaba fenomenal porque está enfrente de mi habitación, tiene un peligro, y es que el váter está enfrente de un espejo, por lo que una puede pasar las horas muertas mirándose en el espejo embobada, no por espectacular, sino porque mirarse al espejo de cerca es un entretenimiento gratuito que cubre facilmente un par de horas tontas de ocio sin utilizar. Siempre te encuentras un pelito, un granito o sabe dios qué, pero siempre hay algo que te entretiene un rato más que suficiente.

Mientras miccionaba, me miraba al espejo medio adormilada cuando decidí abiertamente que mis cejas eran demasiado anchas. Esto era una verdad objetiva, mi padre me dejó en herencia las clásicas cejas de la familia, pobladas, oscuras y anchas en general. En los hombres quedan bastante varoniles, y en las mujeres también, qué le vamos a hacer, así que aquello me frustraba bastante. En aquel estado de duermevela en el que estaba tuve de repente una idea lúcida, y decidí decolorarme la parte inferior, la que a mi juicio sobraba, y dejarme unas cejitas finas al estilo Lady Di en sus mejores tiempos. Todo estaba pensado, no se iban a notar nada un par de pelillos rubios, seguro.

Para quien no lo sepa, la crema decolorante es una mezcla formada por una crema cualquiera y un componente similar al amoniaco que se aplica en el vello a decolorar y se deja actuar unos minutos para conseguir el efecto deseado. En ese tiempo en el que la crema está actuando, el pelo se decolora progresivamente hasta "quemarse" (o algo así) y volverse compleamente rubio.

Decidida y sin pensármelo, hice la mezcla con los componentes que tenía mi madre y apliqué la crema en las cejas como dios manda, pero a mitad del proceso me aburrí del sueño que tenía, me lavé la cara y con los ojos medio cerrados me fui a dormir.

A la mañana siguiente, me levanté como si nada y me dirigí con los ojos aún medio cerrados a la cocina, dispuesta a dejarme cebar por mi madre, que nos preparaba unos desayunos que ríete tú del anuncio de Nocilla y su "desayuno de campeones". Entré en la cocina y encontré a mi madre calentando la leche y haciendo las tostadas.

- Buenos días, mamá- saludé al entrar.

- Buenos días, hi...

No pudo decir "...ja". Cuando se dio la vuelta y me vió, se le cayeron al suelo las tazas que llevaba en la mano, y ahogando un grito, se llevó las manos a la cara. Cuando consiguió volver en sí (minutos después), vociferó:

- ¿¿¿¡¡¡PERO QUÉ TE HAS HECHO!!!???

Desconcertada, la miré sin entender lo que me decía. Me toqué la cara, todo parecía estar en su sitio, así que como no hilaba, me fui al baño a mirarme al espejo. El espectáculo era dantesco.

Mis cejas aparecían con un estampado al estilo piel de leopardo, porque, al haberla retirado antes de tiempo, la crema decolorante había hecho su efecto en algunas partes sí y en otras no, y en las que había hecho efecto lo había hecho a diferentes niveles. Pelos negros, naranjas, rojos y amarillos poblaban mi cara ante mi estupor personal y el disgusto de mi madre.

La mama me echó una bronca digna de ser recordada por coger la crema sin permiso, porque si el amoníaco te cae en los ojos la cosa se pone cruda, y yo me lo había restregado por donde me había apetecido. En lo de que con esas cejas parecía una mezcla entre Sinead O´Connor y Paco Clavel no se metió mucho, porque debió pensar que bastante duro era ya tener esas cejas como para hacer sangre del asunto.

Sin perder tiempo, se bajó al súper, me compró un tinte de mi color y, por segunda vez en el mismo día, me tiñó las cejas una vez más, dejándomelas casi como al inicio.

Mi transición de normal a punki y de nuevo a normal duró poco, pero ahí estuvo.

Una, que es transgresora.




2 comentarios:

  1. Jajajajajajajaj es bonito como el paso de los años le distorsiona a una la memoria...quizás sea porque yo soy más joven o porque aquel momento me dejó una huella profunda, pero me parece que yo recuerdo la historia un poco diferente...sin embargo es genial que hayas tenido la valentía, el arrojo, el coraje...vamos que hayas tenido un par para contar semejante episodio al mundo en general. Aunque todo sea dicho de paso,yo no salgo muy bien parada, monstruo me llamas...andaaaaaaaa andaaaaaaaaa reivindico un post en el que con entre 500 y 1000 palabras te dediques a describir todas mis virtudes. Si te falta espacio puedes hacerlo en cómodos fascículos y publicarlos una vez a la semana o por ahí.
    Mientras meditas la idea agradecería que alguna tarde me contaras detalladamente aquel botellón a los 14...esa me la he perdido.
    Y como estoy que lo tiro y jamás me cansaré de oír esa historia, aprovecho las últimas líneas para sugerir que en próximas publicaciones abarques tu maravillosa educación secundaria obligatoria...pero nada de andarte por las ramas...directamente a la chicha, ya sabes, llamadas a Anne, intercambios de puertas fallidos o procesiones flagelándote con el jersey. La gente nunca se imaginará hasta dónde pueden llegar las anécdotas de tu vida.
    Hasta más ver Ginger.
    Yeli.

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  2. ¡Fotos!
    ¡Me muero por ver fotos!
    Y sí, ya sé que tu madre no te dió tiempo a hacértelas pero... ¡aún no es tarde!
    ¿Repetimos?
    Pa.
    (Mua)

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