Hace años, como ya he contado alguna vez, trabajé en una guardería (si quieres revivir de qué fue la cosa, pincha aquí y luego aquí). Hoy en día, la palabra "guardería" casi no se usa, porque proviene de "guardar" y no sólo se utilizan para guardar a l@s niñ@s, sino para otras muchas cosas. Yo sin embargo, puedo decir que guardaba niños y niñas en un espacio cerrado llamado "casa" y mientras tanto les daba de comer y les cambiaba los pañales, pero había tantos que casi no me daba tiempo a hacer otra cosa.
En aquella época trabajaba con unas 12 personas entre titulares, auxiliares, personal de cocina y un bedel realmente grimoso y extraño, un retrato perfecto de Norman Bates de Psicosis pero sin cortina de la ducha de por medio.
Entre mis compañeras había de todo, como en la mayoría de los curros: gente maja, gente un poco menos maja pero correcta, gente insoportable y una persona completamente desequilibrada. La mujer en cuestión se llamaba Elena, tenía unos 30 y tantos y no estaba bien de la cabeza.
Para empezar, físicamente era una persona peculiar; no digo que fuese estilísticamente rara, porque era una chica de lo más corriente, bajita, rubia, con una voz dulce y siempre muy mona vestida. Pero en sus ojos, en sus gestos, en su respiración se notaba que algo en su cabeza no carburaba del todo bien.
Elena era la profesora de la clase de 3 años, la más grande y guay de todas. Esa sala tenía una pared de cristal por la que todas las familias podían ver lo que hacían sus criaturas, un tatami o colchoneta gigante en el suelo, una piscina de bolas (el sueño dorado de toda persona entre los 0 y los 8 años) y decenas de peluches y juguetes de todos los tipos y pelajes.
En primer lugar, Elena no dejaba a casi ningún niño o niña meterse en la piscina de bolas. Se creería que se iban a ahogar o algo así, por lo que la tenía en todo el medio de la clase pero no dejaba a nadie acercarse. Le gustaba mucho jugar a los exploradores, algo que tenía su gracia la primera media hora, pero hasta para las criaturas de 3 años jugar a los exploradores durante 6 horas seguidas terminaba cansando.
Otra cosa para la que Elena tenía poca paciencia era para la comida. Contemos con que el niño o niña que no comía o tardaba siglos en tragarse el puré tenía un castigo poco apetecible, que era comer en el cambiador. Sí, estamos de acuerdo, es poco o nada higiénico, pero Elena no conocía esa expresión. Ella lo limpiaba con amoníaco (para intoxicación general de todo el mundo) y ya por eso se creía que podía hacer albóndigas directamente en el suelo, porque estaba todo limpísimo. Mi duda es por qué ella se ponía guantes simplemente para entrar, si todo estaba tan limpio, pero tengo muchas dudas en mi vida que nadie me resuelve y sigo viviendo, así que podré morir con la incertidumbre.
Otra cosa más chunga que hacía era dar azotes a los niños y niñas. Azotes de esos con la mano hueca y sin fuerza, hay que matizar que nunca jamás la ví pegar un bofetón a un niño o niña, pero los azotes, por muy mano hueca que pongas, no dejan de ser una agresión. Por todo esto yo tenía a Elena una manía horrible y ella a mí, pero mi única motivación para seguir en aquel curro era denunciarla y que la echasen a tomar por culo. El problema era que me costaba demostrarlo, porque jamás nunca lo hacía delante de la jefa, y aquello me ponía negra.
Teníamos un cuchitril bajo tierra (real como la vida, porque era un sótano) que hacía las veces de vestuario para el personal, y ahí nos cambiábamos y dejábamos la ropa mientras currábamos, porque llevábamos uniforme. En el armario dejábamos la ropa y en un armarito los zapatos, y cuando terminábamos dejábamos allí el uniforme y el calzado de curro, que en casi todos los casos eran unos zuecos de esos un poco ortopédicos pero que tienen su interés cuando te pegas 8 horas diarias cargando con niños y niñas en brazos. La espalda lo agradece.
Una tarde, cuando entre a trabajar, descubrí a Elena voceando a todo vocear. No era muy común en ella gritar, porque solía hablar con voz suave pese a estar completamente loca. Ese día, sin embargo, se la escuchaba casi desde la calle, y con ella a mi compañera Cris devolviéndole los gritos.
Cuando conseguí llegar a la clase de Elena descubrí que la pelea venía porque Elena no encontraba su zueco izquierdo de currar. Al ojo experto le parecerá que puede ocurrir que un zueco se extravíe en el trajín de 12 personas con sus 12 pares de zuecos guardados en un cuchitril, pero Elena ni tenía ojo ni era experta, así que dedujo que se lo habíamos robado.
Elena, que calzaba un 36, no entendía el sinsentido de robarle un zueco a alguien sin la pareja, sin que te valga para absolutamente nada. Ella estaba erre que erre con que se lo habíamos robado sabe dios para qué.
Cris, que era bastante bruta, le gritaba que si le hubiera robado el zueco sería sólo para metérselo por el culo, y la otra le contestaba que era una ladrona y que bla bla bla.
En un momento en que las cosas se torcieron, Elena empujó a Cris y ésta tuvo la suerte de caerse de espaldas en la piscina de bolas (la sacrosanta piscina, sí). Nos quedamos tan flipadas que no supimos cómo reaccionar, así que yo me anticipé, me lancé a por Cris y mientras la calamaba la pedí que mantuviese la paciencia hasta que llegara la jefa para hablar con ella.
Cris se fue a su clase y yo me bajé a los niños y niñas de Elena a la suya, porque estaban comiendo.
El típico niño cansino bajaba sin haberse terminado ni el puré, así que me lo llevé a clase con el plato. Mientras el resto se aseaban y se metían en la cama para echarse la siesta, yo me senté con el niño en una mesa y le empecé a dar el puré.
- Que se lo coma solo - sentenció Elena con sequedad al verme dárselo.
- Se muere de sueño, Elena, se lo doy y le acuesto - le contesté yo con más sequedad aún, y seguí dándoselo.
Al rato la sentí a mi lado otra vez:
- Su profesora soy yo y te digo que tiene que comer solo - me repitió cada vez más nerviosa.
- Si quieres que se lo coma solo quédate tú - contesté - pero mientras esté yo, le ayudo y tardamos la mitad.
- Pues deja, que se lo doy yo - respondió Elena, y le levantó para llevarle al cambiador.
- Déjalo, se lo termino de dar yo, pero al cambiador no le llevas - dije, y después senté de nuevo al niño, cogí la cuchara y la llené de puré.
Fue cuestión de un segundo. La mano de Elena voló hacia la mía y me calzó un bofetón en toda la mano tirándome la cuchara y el puré a tomar por culo.
La muy loca estaba resoplando como un toro, toda roja y sudando de la rabia que tenía. Me dí cuenta de que los niños se habían quedado en silencio y nos miraban. Dos se asustaron y empezaron a llorar.
Me contuve y salí como despavorida hacia el despacho de mi jefa, que acababa de llegar. Entré por la puerta sin llamar y empecé a contar atropelladamente lo que había pasado: que me había pegado, que era una desequilibrada, que daba azotes, que hacía comer a los niños en el cambiador y que o ella yo.
Acojonantemente, mi jefa sacó los papeles para echarme. Me dijo con toda la paz del mundo que Elena era accionista del negocio y que no se la podía echar, y que si yo tenía tanto problema, que a la puta calle conmigo. Aquel día fue el último para mí: recogí mis cosas y me marché para nunca más volver. Esa ha sido la única vez que me han echado de un trabajo.
Al día siguiente me llamó una mamá que tenía mi teléfono porque se lo había dado yo el día que empecé a llevar la ruta. Al no verme en la guardería, hacía preguntado por mí y mis compañeras le habían contado que me habían echado.Me contó que había denunciado a la guardería y que me iría contando cómo iba la cosa, que había aportado pruebas de que la loca de Elena se portaba regular en el trabajo. Se me abrió una nube en el cielo, porque lo que justamente yo no tenía eran pruebas.
No sé cómo terminaría la cosa, pero un par de meses después la guardería cerró. Confío en que Elena haya tenido un juicio y que la hayan inhabilitado, porque hay mucha mala gente en el mundo que no lleva un cartel en la frente. Alguien capaz de portarse mal con un menor no merece perdón.
Lo que yo me pregunto es que, aunque la educación sea tu negocio, aunque vivas de ello y te importe mucho el dinero... ¿nadie piensa en l@s niñ@s?
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