"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




Mostrando entradas con la etiqueta academia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta academia. Mostrar todas las entradas

jueves, 9 de mayo de 2013

Me importa una mierda el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo

Fue lo que me dijo una de mis alumnas el otro día mientras repasábamos los tiempos verbales. En realidad no fue así del todo, fue más agresivo aún:

- Me importa una PUTA mierda el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo.

Ya ves tú, como si ese tiempo verbal me lo hubiese inventado yo.

El caso es que la chica estaba harta de estudiar, harta de trabajar, harta de intentar memorizar unos tiempos verbales que según ella "jamás servirán para nada" y que le quitan tiempo, ¡no para vivir la vida, señoras y señores, no!. Le quitan tiempo para memorizar otros contenidos de otras asignaturas que no aprobará este curso y que con suerte aprobará en septiembre previo "gracias, gracias" a la profesora que se las da.

Mis alumnos y alumnas molan porque no tienen filtro y no molan porque no tienen filtro. No tener filtro es genial, porque te permite hacer y decir basicamente lo que te sale de las narices las 24 horas del día. No tener filtro es un horror porque no te permite pensar, ni reflexionar, ni parar un minuto a sopesar, y porque en el caso de la docencia, no te permite contestarle sin filtro, porque eso sería "ponerte a su nivel", pero tampoco quedarte callada, porque eso sería "perder autoridad".

Así que yo, sin inmutarme ni levantar apenas la vista del papel le dije:

- No te preocupes, no hay problema. Hay otros muchos tiempos verbales que tienes que repasar para el examen: ponte a conjugar mismamente el pretérito anterior, que también te flojea.

Y la chavala, echando humo por la nariz y acordándose de todos los antepasados que siembran mi árbol genealógico, se tiró encima de la mesa a ver la vida pasar y oye, quedaban cinco minutos de clase y no era plan de empezar el sermón de "La Vida es Dura" cuando ya nos íbamos a casa. La vida es dura y corta, y no hay que desperdiciar minutos.

El caso es que el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo es (modo clase de Lengua ON) el tiempo utilizado para el lamento. "Si yo hubiera/hubiese hecho ésto...", "Ay, si no hubiera/hubiese hecho lo otro..." y así sucesivamente (modo clase de Lengua OFF). Qué horror.

No me extraña que mi alumna lo aborrezca. El lamento es como la nostalgia cobarde que se enfrenta cuando ya no se puede cambiar nada de aquello que podría haber pasado o no pasado y sin embargo pasó o no pasó. "Pasado pisado", dice el refrán (y la canción de reggaeton), pero ahí está el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo para sujetarte el pie e impedir que termines de pisarlo por completo.

Tú quieres superar aquello que le dijiste o no le dijiste a aquella persona, pero ahí está el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo. Torturándote.

Tú sabes que tu jefe/a era un/a sinvergüenza y que hiciste bien en cantarle las cuarenta, pero ahí está el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo, entre tu seguridad y la hoja del paro. Persiguiéndote.

Tú tienes claro que ese/a amigo/a tenía que salir de tu vida porque no te aportaba nada, y por eso rompiste la relación sin escuchar unas excusas vacías, pero ahí está el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo. Sermoneándote.

Tú decidiste libremente salirte del camino, romper con aquella pareja, dejar de soportar a aquel/la compañero/a de trabajo insufrible, vender tu casa, cambiar de país, lo hiciste con seguridad, pero ahora las cosas no van como tú pensabas. Quizá si van como tú pensabas, pero no como el resto del mundo te dice que deberían ir, y ahí es cuando sale a relucir el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo, haciéndote dudar, recordándote que pudiste hacer las cosas de otra manera y que jamás podrás cambiarlo.

Tu seguridad anterior, tu control de antaño, tu confianza en tu "yo" del pasado y en el mundo que ya no existe caen por un simple tiempo verbal. Y mi alumna no entiende para qué puede servir conocerlo, conjugarlo, hacerle un hueco, entender qué expresa y qué omite, y así me lo hace saber, en presente de indicativo. ¿No será la misma vida la que le enseñe cómo conjugar sus tiempos?

Si yo hubiera o hubiese sido mi alumna, tampoco habría tenido interés en saber de qué va la vaina de los tiempos verbales, porque me quedarían muchos momentos para vivir de los que hoy, a veces (muy pocas veces), me arrepiento en subjuntivo, muchas incógnitas por cerrar que hoy, a veces, me pregunto en subjuntivo, y muchas decisiones por no tomar que hoy, a veces, me planteo en subjuntivo.

Si yo hubiera o hubiese sido mi alumna, tendría una cosa clara: me importaría una puta mierda el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo.





lunes, 28 de febrero de 2011

El (maldito) día en que decidí opositar

Desde que me alcanza la memoria, siempre he querido ser maestra. Tuve pequeños coqueteos con la idea de ser bombera (hasta que descubrí que había pruebas físicas) y con la fascinante idea de ser torera, hasta que descubrí de qué iba la historia (por razones que no me explico, cuando era pequeña creía que ser torera era ponerse el traje y pasearse, como una modelo pero con capote; luego descubrí el pequeño detalle de matar al toro y me horroricé), pero la idea de ser maestra siempre estuvo presente.

Creo que esa fue la única motivación que tuve para sacarme la ESO y el Bachillerato, porque mi batalla personal con algunas asignaturas estuvo a punto de truncar mi carrera estelar en unas cuantas ocasiones. Finalmente lo conseguí, aprobé Selectividad como una campeona y me matriculé en Magisterio de Ed. Primaria.

Una vez más, mi motivación personal fue la que me ayudó a sacarme la carrera, porque era absolutamente incomestible. Un conjunto de personas con las mismas ganas de impartir las asignaturas que yo de estudiarlas, se paseaban con relativa frecuencia por las aulas poniendo unas transparencias aquí, mandando unos trabajos allá, poniendo notas (a veces sin criterio alguno) y recibiéndonos en sus lánguidos despachos para escuchar nuestras quejas con los ojos en blanco.
Ese grupo de docentes que nos repetían incesantemente que ser profe "no es recortar y colorear" y que, acto seguido, nos mandaba un trabajo de recortar y colorear, me enseñó poco menos que nada. Sí mucho sobre el estilo de maestra que yo no quería ser y un par de leyes orgánicas que se quedaron por el camino; con semejante panorama, comprenderéis que la motivación debía mantenerse en su punto álgido para que yo me levantase cada mañana al ritmo del politono del despertador.

Por fin terminé la carrera y conseguí titularme, para descubrir acto seguido que tener el título me servía, exactamente, para nada.

Se presentaban dos opciones ante mis ojos miopes:

- Trabajar en un colegio privado, en el que me hiciesen trabajar mil horas por un sueldo nada cera de los mil euros, con un horario más lleno de horas extras que lectivas, aguantando que me dirigiesen madres, padres, directores y directoras y por supuesto, niños y niñas.

- Trabajar en un colegio púbico, con menos medios, menos recursos, menos pasta invertida en infraestructuras, pero mejor pagado (o justamente pagado, a secas), con menos presión y menos respaldo, pero más autonomía.

Desheché la primera opción, no por falta de ganas sino por falta de oportunidades. En los colegios privados que visité no les interesaba un perfil como el mío por varios motivos que no voy a hacer constar aquí por si las moscas. El caso es que el "ya te llamaré" se hizo una constante en sus bocas y yo decidí tomar la otra vía.

El problema es que para acceder a esa otra vía tenía que pasar por un trance duro, largo y maligno en líneas generales: la oposición.

Una oposición es un camino de miles de espinas para llegar a una puñetera rosa. Lo peor de todo es que existe la opción de que jamás nunca llegues a la rosa, pero lo de clavarte las espinas no te lo quita nadie.

La cosa empieza apuntándote a una academia, porque por supuesto, es prácticamente inviable sacar plaza a la primera sin un temario en condiciones y sin una preparación básica, eso es algo sólo al alcance de auténticos maestros yedai. El resto de l@s mortales, pagamos una pasta para que nos enseñen a redactar un buen examen y a defenderlo en público.

La primera opción que barajé fue la de comprarme el temario sin ir a clase, pero luego decidí que, puesta a pagar, una paga todo del tirón y ancha es Castilla. Estuve un año entero yendo cada miércoles a clase, en un zulo sin ventilación alguna ni iluminación, copiando al dictado un montón de temario que nos daba un profesor inepto, machista, retrógrado y gentuza en general. Me estaba dando la sensación de que en lo de rodearse de gente inepta, la rama de la Educación estaba más que completa.

Tan poco convencida estaba de la academia, que a un mes del examen, cambié por completo el temario que estaba estudiando. Trabajaba en ese momento con una chica que también las estaba preparando en otra academia y que tenía un temario bastante clarito, y me decidí a echar los restos estudiándome sus apuntes a última hora.

Las últimas semanas antes del examen, con tal panorama, fueron un caos por completo. Mi vida (tal y como yo la conocía) desapareció, y mis horas pasaron a estar llenas de apuntes, subrayadores, atracones a la nevera y consultas diarias a la página del Ministerio de Educación en busca de ayudas divinas.

El día 24 de junio, a las 10.00, llegó por fin mi momento estelar. Unas cuantas decenas de personas y yo nos juntamos en un aula de un instituto de la periferia madrileña y nos dispusimos a jugarnos el futuro laboral a una sola carta.

El temario constaba de 25 temas, de los cuales se extraían 3 al azar y se elegía uno para realizar el examen. Por estadística pura, podía deshechar dos de los temas y siempre habría uno que me sabría. Desheché los dos que menos me gustaron, ni siquiera los más difíciles, ni los más aburridos, ni los más largos. Fui justa y honrada, joder.
Podréis imaginar, por tanto, el sentimiento que me invadió cuando nos comunicaron que, entre los tres temas escogidos al azar por una mano inocente, estaban los dos que yo me había dejado, por lo que me recé una novena para que, el tema restante, fuese uno que yo me supiera bien.

Quiso el azar que yo me lo supiera bien, efectivamente, tan bien como el resto de las mil personas que escogieron el mismo tema, porque era un título jugoso y de rabiosa actualidad con el que mucha gente vio el cielo abierto. Sabe dios que si me hubieran dado otra opción (de las 23 que me sabía), fuese la que fuese,la hubiese escogido sin dudarlo, pero dios no estaba ese día por la labor de hacerme el camino más fácil.

Hice el tema, el caso práctico (que iba sobre problemas matemáticos, mi gran punto fuerte como todo el mundo sabe) y llegué a la defensa oral, que fue una suma de circunstancias tales como dos miembros del tribunal que se levantaron y se fueron, una a tomarse un café y otra a fumarse un cigarro. No es que me lo invente yo, no, es que lo anunciaron ellas a voz en grito mientras yo trataba de defender mi programación alzando mi voz por encima de las suyas.

Al día siguiente de terminar el examen oral, me cogí un avión a Londres y allí estuve dos semanas, desintoxicándome. Me paseé todo lo que quise y más por Picadilly Circus entre otros, me cogí otro vuelo a Dublín, me mojé con la lluvia Irlandesa todo lo que las nubes decidieron (que fue mucho) y luego volví a Londres, a pasearme por la ciudad hasta que consideré que estaba preparada para volver.

Dos días antes de mi regreso a Madrid, me avisaron de que habían salido las notas, aunque aún no estaban en Internet. La compañera que me llamó no sabía cuándo saldrían publicadas en la web, así que me tuvo dos días enganchada al ordenador del hotel (a 1 euro la media hora) actualizando la página una y otra vez en busca de la ansiada calificación. Cada vez que en la pantalla aparecía "Cargando...Espere", mi ojo derecho comenzaba a latir a 5000 revoluciones por minuto. Cuando llegué a Madrid, aún sin la nota, había perdido la sensibilidad del párpado superior y estaba a punto de arrancarme el ojo entero.

Por avatares de la vida, tardé un par de días más en ver mi nota. Finalmente aprobé, saqué más o menos buena nota, me quedé a 6 décimas de la plaza pero entré en la lista preferente de interin@s.

Desde entonces he pensado, día tras día, en el momento en que pueda volver a presentarme para sacar la plaza fija. He trabajado como interina, he hecho cursos, me he presentado a las habilitaciones, todo lo que hago en mi vida laboral se rige por el rasero "Me sirve para la oposición/No me sirve para la oposición".

Me sigo preparando, sigo estudiando, creo que sé más de lo que sabían muchas personas que en su día sacaron la plaza fija a la primera, y mi vida ha girado en torno a un puñetero puesto de trabajo.

Y ahora el Gobierno decide que no hay dinero para invertirlo en Educación, y que no nos va a dar una oportunidad digna de optar a ese puesto. Primero dijeron que no iban a convocar oposiciones y nos iban a mantener en el mismo puesto en el que estábamos, sin opción a promocionar, pero resulta que se lo han pensado mejor y que sí, que en vez de desconvocarlas las van a sacar a concurso en las condiciones más precarias de la historia, para que en vez de mantenernos en el mismo puesto se puedan quitar a gente del medio y si te he visto no me acuerdo.

Y encima te tienes que dar con un canto en los dientes. Con este panorama, no me extraña que l@s niñ@s pongan cara de espanto cuando les preguntamos que si les gustaría ser profes de mayores.

A veces me pregunto por qué en vez de enseñarme a hacer marionetas, no me enseñaron a serlo, que mejor me hubiera venido.


viernes, 5 de noviembre de 2010

El profe ideal

Ayer tuve sesión maratoniana en la academia, aunque decir esto es redundar, porque todas las sesiones de academia son maratonianas. Nos metemos allí a las 5 de la tarde y salimos a las 10 de la noche, con un pequeño espacio de 15 minutos en medio que hay que repartirse: 5 minutos para subir y bajar (es un cuarto sin ascensor), 5 minutos para un cigarro y una minimerienda y 5 minutos para ir al baño. Ni un minuto más ni uno menos.

Las dos horas y media primeras las aguanto bastante bien. Vengo fresca, de la calle, y tengo el pico de concentración en auge. Ahora, que la vuelta del descanso, sobre todo la primera media hora, es un crimen de los peores, ese momento sólo comparable al de después de comer, donde te dejarías rapar una ceja con gusto antes de entrar a clase con toda la modorrilla.

Para más inri, la preparadora de ayer (una chica de unos 30 años monísima, finísima y por supuesto encantadora) era venezolana, y por más que me esforzaba en atender a la apasionante teoría del currículo, sólo podía escuchar su toniquete y su voz dulce e imaginarme una escena de telenovela en la que Luis Arismendi discute con Julia Patrisia Elisondo por la hacienda familiar.

Entre el culebrón venezolano y el sopor de la tarde, la clase se me hizo un poquito más larga de lo normal. Entendí que el sentimiento era generalizado cuando Fer lo verbalizó mirándome con los ojos entrecerrados y balbuceando:

- Como siga hablando así, me quedo dormido.

Cuando ya estábamos tod@s a punto de entrar en la fase REM y haciendo esfuerzos sobrehumanos por entender algo de todo aquel berenjenal de objetivos, contenidos, competencias, criterios y otras lindezas, la preparadora lanzó una reflexión al aire:

- Me imagino que tod@s tendréis un referente en la enseñanza, aquel profesor que te marcó en Primaria, esa otra que te encandiló en secundaria, aquel que explicaba tan bien en bachillerato, esa mujer que sabía un montón y te dio clase en la universidad. Quiero que todo el mundo piense en esa persona que nos hizo querer dedicarnos a ésto.

(Nota: previamente ella aclaró que su motivación inicial para dedicarse a la enseñanza eran las vacaciones y el sueldo y que jamás había tenido un profesor/a medianamente bueno. Todo un ejemplo a seguir.)






Aquello pareció una explanada del Oeste a las cuatro de la tarde. Me atrevería a decir que ví rodar un par de pelotas de paja de esas que se cruzaban en el plano justo antes de que el bueno y el malo se batieran en duelo.

Nadie recordaba a un buen profesor, pero de esos que te hacen llorar cuando les recuerdas en la etapa adulta de tu vida.

Nadie.

Yo, la verdad, tengo bastantes malos recuerdos de mis profes en secundaria y bachillerato. Y en primaria también, qué cojones. Cabe destacar que estudié en un cole de monjas en el que si sacabas los pies del tiesto te los metían dentro a puntapiés. Y yo los saqué bastante.

El momento más tenso del curso suele ser el final, cuando te dan las notas. Todo el mundo está nervioso, es como un juicio que determina si tendrás el verano de un preso de Guantánamo o de un marajá de la India. Para mí siempre era mucho más tenso el primer día, en el que te enterabas (y confirmabas tus sospechas) de quién te daba clase durante todo el año en cada asignatura.

Los tres meses de verano te los podías pasar mejor o peor, estudiando o no, pero dentro de lo malo, en un clima cálido, descansado y reposado. Ahora, si te toca un profesor/a chungo, tendrás que aguantar NUEVE meses de ejercicios infernales, exámenes imposibles, correcciones eternas y negativos, notas y apuntaciones varias y todo ello regado por las lluvias otoñales y los vientos invernales. Yo creo que no se puede pasar por alto que un buen profe te hará la vida mucho más sencilla.

Yo, lamentablemente, no sólo no tengo referentes positivos, sino que tengo pequeñas espinas clavadas en mi corazón en forma de profesoras, a saber:

- M.C.G.- Apodada en el colegio "La sobaquillos" (es que éramos muy finas), las clases con ella eran toda una experiencia. Le gustaba dejarnos trotar a nuestras anchas por la clase mientras ella leía revistas de cotilleo. Me hacía escrbir cada viernes en una hoja cómo había sido mi comportamiento para que lo leyera mi madre y me amargase el fin de semana.

- N.J.- Me hizo corregir ortografía en voz alta hasta que le resultó aburrido escuchar mi voz en alto. Un día me pidió las tijeras y acto seguido salió al pasillo a cortarse las uñas. La vi por el reflejo del cristal. Luego en pasillo estaba lleno de trozos de una pintados de rosa. Tiré las tijeras.

- M.G-R.- Otra que tal baila. Ésta decidió hacer de mi madre durante el año que fue mi tutora y se dedicó a hacerme un marcaje permanente a lo largo del curso. Como mis amigas no le parecían buena influencia me tuvo todo el año sentada al fondo de la clase, sola y aburrida, para que no hablase con nadie.

-M.G.- La persona que más negativamente me ha influido en la vida. Profesora de matemáticas de mi curso durante cuatro años, me dedicó perlas como "no tienes ni idea de matemáticas", "como no estudies vas a acabar vendiendo clínex en un semáforo", "¿qué quieres ser en la vida, Felipe?" (Felipe era el hombre de mantenimiento del cole, conocido por hipnotizarnos a todas mientras limpiaba los cristales) y su frase estrella: "NO SABES NADA". Menos mal que yo venía curtida de años anteriores, porque todo esto podría haber acabado con mi salud mental.

-P.G.- Ésta ya me dio clase en la universidad. Me dio las asignaturas de Fundamentación de la Lengua y la Literatura durante toda la carrera e incluso en tercero me dio además Literatura Infantil. Me suspendió la transcripción desde febrero de 1º de carrera hasta septiembre de 3º (es decir, agoté todas las convocatorias) argumentando que no me podía pasar ni una porque me llamo como su hija mayor, y no podía evitar llamarme constantemente la atención. Cuando por fin aprobé fui a su despecho y le conté que aprobar esa asignatura era doblemente grande, primero por lo aburrida que había sido y luego porque se llama como mi madre y estaba harta de que me llamase la atención.


Éstas son algunas de las personas que han marcado mi educación. Aún a veces me pregunto cómo pude, con estos referentes, dedicarme a ésto...