"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




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viernes, 27 de septiembre de 2013

13 Meses

13 meses.

52 semanas.

1560 días.

37440 minutos.

2246400 segundos.

Ese es el tiempo que he estado esperando este día.

En 13 meses, o 52 semanas, o 1560 días, o 37440 minutos, o 2246400 segundos, da tiempo a hacer muchas cosas.

Da tiempo a concebir a una criatura, gestarla, alumbrarla, amamantarla y destetarla.

Da tiempo a pagar una deuda a plazos, o a contraer muchas.

Da tiempo a irse de vacaciones, al menos, dos veces.

Da tiempo a vivir una Navidad, con su turrón, sus polvorones, sus villancicos, su marisco en oferta. O a pasar de ella.

Da tiempo a pasar por cuatro estaciones, primavera, verano, otoño, invierno. Da tiempo a sacar y guardar abrigos, bufandas, chaquetas, botas, gorros, sudaderas, vestidos, vaqueros, faldas y camisetas, bikinis y chanclas, sombrillas y paraguas. Y a recoger hojas, da tiempo a recoger muchas hojas.

Da tiempo a rellenar una agenda entera, con sus meses y sus semanas, con sus cosas pendientes y sus metas cumplidas.

Da tiempo a gastar un calendario, rellenándolo con cumpleaños, fechas de citas médicas, planes de cenas, cines, teatros y bares.

Da tiempo a ir, al menos, una vez (a poder ser más) al teatro y muchas veces al cine; hay muchos Días del espectador en 13 meses. Da tiempo a visitar exposiciones en museos, alguna rara por lo menos.

Da tiempo a hacer muchas veces la compra y darse caprichos. Da tiempo a tener muchas cajas de Donuts en la mano y a devolverlos a la estantería pensando que si entran en nuestros cuerpos jamás saldrán de ellos.

Da tiempo a pasar muchos buenos momentos en buena compañía, a disfrutar de muchas terrazas, de muchas casas chulas, de muchos vinos y cervezas, de muchas conversaciones. Da tiempo a tener muchas discusiones de esas que terminan sin saber cómo empezaron ni porqué, y cuyo final, simplemente, se brinda.

Da tiempo a deprimirse sin sentido (y con él) al menos una o dos veces, y a ponerse música en bucle maligno (mi preferencia son los cantautores españoles) hasta dejar de verle sentido a la vida. Y a recibir una llamada y salir de la depresión al instante.

Da tiempo a coger muchas manos, a rozar muchos brazos, a dar muchos besos de mejilla de esos mal dados que te ponen en una situación incómoda por la cercanía de las bocas.

Da tiempo a dar decenas, cientos, miles de abrazos.

Da tiempo a formar parte de un grupo de rock infantil, a gastar botes y botes de purpurina disfrazándote de payasa, a pintar muchas caras, a hacer muchos perritos con globos, a cantar muchas canciones, a bailar muchas otras. Da tiempo a ir a bodas, cumpleaños, fiestas, bautizos, eventos, reuniones, y a salir de ellas agotada de tanto dar botes. Da tiempo a empezar una carrera. Da tiempo a aprender un idioma.

Da tiempo a que una de tus mejores amigas se vaya al otro lado del mundo. Da tiempo a que muchas otras se queden cerca. Da tiempo a que un abuelo se vaya, y a que una abuela vuelva a nacer. Da tiempo a descubrir a mucha gente que se hace imprescindible. Da tiempo a perder a una poca, para que haya equilibrio.

Da tiempo a reír mucho. Da tiempo a llorar. Da tiempo a suspender una oposición y que el mundo caiga a plomo. Da tiempo a planificar una vida lejos. Da tiempo a una segunda oportunidad, a un cambio de criterio que te devuelve al mundo, a ese mundo que transcurre dentro de una clase de escuela pública. Da tiempo a cumplir un sueño.

Trece meses pasan a veces lentos, a veces rápidos. Pero lo más importante es que pasan y, pese a ser ese número con tan mal augurio, llegan a un día nuevo. Un día como hoy.

Y te devuelven, entre libros y témperas, entre niños y niñas, entre un contrato y un destino, otra vez, una vez más, la sonrisa.

Cuántos trecemeses quedarán por delante a partir de hoy, el día en que, por fin, vuelvo a ser maestra, la que nunca, nunca, dejé de ser...




viernes, 15 de marzo de 2013

Diez consejos infalibles para que tu hij@ salga en Supernanny

(NOTA: Tregua a los posts dramáticos. En breve volveré a incorporarlos, disculpen las molestias).

El otro día me preguntaba la madre de una de mis alumnas que si los chavales y chavalas que salen en Hermano mayor eran así de verdad o si estaban actuando. Para quien no lo sepa, Hermano mayor es un programa de televisión (cómo no) que emiten en una cadena a la que no le hago propaganda y menos gratis, no por nada, sino porque yo no soy sponsor, soy maestra, y bastante tengo con lo que no tengo.

En ese programa, un ex jugador español de waterpolo mal avenido en los 80 por las malas compañías, los malos consejos y las buenas drogas (que se rehabilitó para deleite de su madre y de la prensa), se dedica a meter en vereda a adolescentes de todo tipo que tienen en común un aparente hijoputismo destacable. Su predecesora es mi adorada Supernanny, esa psicóloga que es la Ramos-Paul y que al margen de lo bien o mal que caiga me parece una tía que aguanta con bastante entereza las situaciones que le provocan en su programa (que también se emite en abierto) para disfrute del resto de madres y padres del mundo, que se vanaglorian desde sus sofás de que sus pequeñuelos/as no hayan salido tan gentuza como los de la tele.

El caso es que en Hermano mayor salen unos ejemplares de padreymuyseñormío. Adolescentes con caracteres agresivos, posesivos, violentos, manipuladores, egoístas y aparentemente malvados que ponen en jaque a abuelas y madres (y algunos padres) a cada minuto de sus vidas.
A mucha gente se le pasa por la cabeza ese bofetón que sus progenitores/as le dieron en su día y creen que de aplicarse a cada protagonista de Hermano mayor no hubiera existido nunca Hermano mayor: craso error, porque la teoría de "un bofetón a tiempo resuelve cualquier problema" es tan real como la de "no te bañes mientras tienes la regla que se te corta".
Otra gente piensa que el bofetón habría que habérselo dado a las madres, padres y abuelas (casi nunca ha salido un abuelo) que tutorizan a el/la adolescente insoportable. Otro error, la teoría "esa familia tiene toda la culpita de que su criatura eche espumarajos por la boca" es tan generalizable como la de "todas las rubias son tontas".

El caso es que entre estereotipos y prejuicios echa la familia media española enfrente del televisor la tarde del viernes, o del sábado, o del domingo, depende de si lo ve en directo o está viendo la reposición.

Lo que a mí más me llama la atención es la mera existencia del programa en sí, tanto de Hermano mayor como de Supernanny. A las madres y padres les mete tantas ideas en la cabeza esta sociedad española tan nuestra y tan nacida de la posguerra, gestada en la dictadura y envejecida en la democracia, que parece que no hay directrices con las que educar. El mundo nos vende que es más fácil tener en tu casa a un miniBárcenas que a una miniGhandi, y lo peor, puest@s a elegir estoy segura de que decenas de familias prefieren un hijo que lleve dinero a casa, aunque no sea suyo, a una hija metida en conflicto día sí día también por defender los derechos ajenos y propios.
El problema es que entre que nace y que llega con los sobres se te ha convertido en un hijoputa y claro, a llamar a Supernanny y a Hermano mayor y a preguntarse: "¿Pero qué hicimos mal, dinos Hermano mayor? Supernanny, ¿dónde nos equivocamos?". "En la concepción", diría yo a más de un@.

Yo no sé si las criaturas que salen en estos programas actúan o no, si exageran o son así, si lo guionizan o dejan que surja. Sin embargo  he aquí, desde mi experiencia, 10 consejos para que vuestros hijos e hijas sean protagonistas de estos programas que nos muestran las consecuencias potenciales de la educación en los cánones del siglo XXI, al menos según mi visión. No digáis que no avisé.

Diez consejos infalibles para que tu hij@ salga en Supernanny

1.- A poder ser, ten un hijo o una hija aunque no estés preparad@, no tengas los medios adecuados para su cuidado y mantenimiento o estés en crisis con tu pareja. En España está muy mal visto interrumpir un embarazo, si eso mira en Londres, pero vamos, que en esta lista de consejos se te recomienda que lo tengas.

2.- Cuando nazca, durante las primeras semanas, asume que tu hijo o hija es todo lo que hay en tu vida; recuerda que lo contrario es de ser egoísta, gentuza y mala madre o mal padre. Olvídate de tu relación de pareja, de tus amigos y amigas, de tu familia y de tí. Así, cuando no tengas vida, tendrás algo que echarle en cara.

3.- Olvídate de darle el pecho, de cogerte permiso por maternidad y/o paternidad y de cogerle en brazos. Está claro que eso hace a los bebés vulnerables, dependientes y en general flojuchos. Mano firme en los primeros meses, reprime tus ganas de comerte a besos a tu criatura.

4.- Prohíbele ser niño/a: que no corra por si se tropieza, que no pinte por si se mancha, que no beba por si se atraganta, que no toque un animal por si se contagia de vete a saber qué enfermedades, que no juegue con otros/as niños/as por si le pegan y en fin, que no TODO. Ya sabemos que, a diferencia del resto de niños/as del mundo, tu criatura es de cristal de Bohemia.

5.- Cuando tu hijo/a sea completamente dependiente y no sepa ni respirar sin tu ayuda, estarás hasta el mismísimo de ir detrás de él/ella (el punto anterior es muy costoso). En ese momento métele en casa durante todo el día y ahí sí, déjale que haga lo que le venga en gana. A poder ser, sin supervisión de nadie.

6.- Ponle la tele en su tiempo libre desde el minuto uno hasta el día en que cumpla 16 años, le dejen entrar en discotecas y ya no tenga tiempo libre en casa. En la tele se aprende mucho. Los libros ya que se los hagan leer en el colegio, que para eso pagas.

7.- Cómprale muchas consolas, ordenadores y acuérdate de que tenga su primer móvil antes de tener su primer diente. JUGAR con otros seres humanos está demodé.

8.- Dale siempre la razón, piensa y actúa por él/ella, no le hagas pensar de forma autónoma, ni reflexionar, ni tomar decisiones. Hazlo tú por él/ella y luego utiliza ésto en su contra ("¿por qué has hecho eso?"). Recuerda el punto 4: es de cristal.

9.- Cuando crezca, procura que tenga el día súper ocupado: mándale a un colegio de mucho prestigio en el que le fundan a deberes y le hagan pensar que es imbécil (y a tí también: échaselo en cara). Cuando acabe las clases apúntale a más clases de tenis, inglés nativo, flauta travesera, esgrima, apoyo de matemáticas, lengua, iniciación al chino mandarín y claquet. Que llegue a casa con el tiempo justo de hacer sus miles de deberes y morir, así ni da guerra, ni tenéis que hablar ni nada.

10.- Y por último, por encima de todo, jamás le digas cómo te sientes. Tampoco lo compartas con tu pareja: todo eso es de gente floja. No menciones a tu hij@ que le quieres, que confías en él/ella y que es un ser maravilloso: eso que se lo cuente Supernanny cuando llegue.


Sigue mis consejos al pie de la letra y habrás criado una criatura maravillosa, totalmente adaptada para vivir en el siglo XXI y darte grandes alegrías cuando sea mayor. En menos de cinco años desde su nacimiento tienes a Supernanny paseando por tu salón con el cuadernito de notas en la mano. Vas a ser la envidia del vecindario, lo importante es salir en la tele, qué más da para qué.

Eso sí, recuerda: no críes demasiados, o nuestra sociedad se llenará de gente vacía y sin inquietudes tan absorbida por la televisión y los bienes materiales que no sea capaz siquiera de relacionarse en familia.

Y si no estás de acuerdo, hazlo aunque sea por no saturar los recursos. Recuerda que Supernanny, como madre, no hay más que una.



sábado, 19 de febrero de 2011

Ni una lágrima

Ayer mientras la cotidianidad de nuestras vidas se sucedía como cada día, una niña de 3 años corría feliz en el patio.

No se sabe por qué, pero le apetecía correr. No jugaba a nada concreto, no perseguía a nadie, no tenía prisa por llegar a ningún sitio, sólo quería que el viento le diese en la cara y soltar un poco la energía que había acumulado haciendo la letra "a" y el número "6" durante todo el día.

La niña corría feliz gritando, riendo, chocando a veces con otros niños y niñas, cambiando el sentido de su rumbo, variando la velocidad, saltando los obstáculos que encontraba a su camino.

La niña disfrutaba de su rato de dispersión cuando algo truncó su felicidad: una piedra en el camino que no vió, su pie que continuó por inercia con su pequeña zancada, el peso de su cuerpo, breve todavía pero suficientemente contundente, sus manos, que intentaban frenar el golpe pero que no llegaron a tiempo y su cara, que aterrizó contra el suelo antes de que nada ni nadie puedise evitarlo.

La mala suerte y el azar (a partes iguales) quisieron que fuese la cara de la pequeña la que actuase como escudo para el resto del cuerpo. Terminó de caer con el agravante de que fue finalmente su boca la que encontró el suelo en primera instancia, e incapaz de resistir semejante golpe, se malhirió de la peor de las maneras.

Si hay algo que a un padre o madre del mundo le da infinita rabia es una cicatriz en la cara de su pequeñ@. Hay cicatrices que importan menos, pero las de la cara son una faena, porque se quedan para siempre y luego de mayor deslucen bastante, aunque yo opino que las heridas de guerra en la cara son garantía de que nunca te vas a quedar sin conversación con nadie, porque siempre habrá alguien que rompa el silencio incómodo diciendo:

- ¿Y cómo te hiciste la cicatriz?


La protagonista de nuestra historia tuvo la mala fortuna de partirse el labio. La verdad es que esas bocas tan perfectas, tan pequeñas, todavía tan inocentes, que de repente aparecen con un corte que las divide en dos, dan una pena infinita.

La niña empezó a sangrar y las profesoras que la estaban cuidando se empezaron a marear, debo decir en defensa de estas últimas que la herida era altamente desgradable y escandalosa a la par.

Quiso el azar que en ese momento yo andase buscando a alguien y me diera de bruces con tan dolorosa situación. La profesora había cogido a la niña en brazos y le cantaba una canción al oído con tanta dulzura que tod@s l@s presentes miraban con infinita ternura la escena.

Lo de curarle la herida era la parte menos tierna, menos dulce y menos agradable, y para esas cosas estoy yo, que gracias a los dioses, no tengo aprensión ninguna con la sangre, ni con las heridas, ni con nada en general, salvo con los vómitos, que me pueden. Para todo lo demás, Mastercard.

Mientras le ponía un punto de aproximación a la niña para evitar que se le abriese más la herida, me fijé en que apenas había llorado. No hubo escenas, gritos, llantos lastimeros ni llamadas a mamá. La pobre estaba aguantando el tirón sin manifestarlo siquiera.

- ¿Sabes qué? - le dije mientras le limpiaba la herida - Si te apetece, puedes llorar, no pasa nada. Yo me caigo muchas veces y casi siempre lloro, a veces me ayuda a que no me duelan tanto las heridas.

- Es que yo soy muy valiente, por eso no lloro - contestó ella, y giró la cara para acurrucarse en brazos de su profesora.


Y yo me pregunto si tenemos del todo claro qué respuesta queremos de nuestros alumnos y alumnas, hijos, hijas, sobrinos, primas y demás niños y niñas del mundo. Si les estamos educando para superar la adversidad o si queremos construir máquinas que ni siquiera se permiten llorar cuando se acaban de partir un labio porque "tienen que ser valientes". Si ser valiente significa afrontar las dificultades sin llorar o ser valiente significa luchar por lo que se quiere, opinar sin miedo a la represión, pelear por lo que creemos justo.

Como decía la canción, "los chicos no lloran". Ahora ni los chicos, ni las chicas, ya no se estila llorar.

Lo que me da miedo es que, de tanto contener las lágrimas, se desborde el río por dentro. Quien no busca consuelo, tiene complicado encontrarlo.

Luego nos preguntaremos en qué momento se nos torcieron l@s niñ@s...