"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




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viernes, 15 de marzo de 2013

Diez consejos infalibles para que tu hij@ salga en Supernanny

(NOTA: Tregua a los posts dramáticos. En breve volveré a incorporarlos, disculpen las molestias).

El otro día me preguntaba la madre de una de mis alumnas que si los chavales y chavalas que salen en Hermano mayor eran así de verdad o si estaban actuando. Para quien no lo sepa, Hermano mayor es un programa de televisión (cómo no) que emiten en una cadena a la que no le hago propaganda y menos gratis, no por nada, sino porque yo no soy sponsor, soy maestra, y bastante tengo con lo que no tengo.

En ese programa, un ex jugador español de waterpolo mal avenido en los 80 por las malas compañías, los malos consejos y las buenas drogas (que se rehabilitó para deleite de su madre y de la prensa), se dedica a meter en vereda a adolescentes de todo tipo que tienen en común un aparente hijoputismo destacable. Su predecesora es mi adorada Supernanny, esa psicóloga que es la Ramos-Paul y que al margen de lo bien o mal que caiga me parece una tía que aguanta con bastante entereza las situaciones que le provocan en su programa (que también se emite en abierto) para disfrute del resto de madres y padres del mundo, que se vanaglorian desde sus sofás de que sus pequeñuelos/as no hayan salido tan gentuza como los de la tele.

El caso es que en Hermano mayor salen unos ejemplares de padreymuyseñormío. Adolescentes con caracteres agresivos, posesivos, violentos, manipuladores, egoístas y aparentemente malvados que ponen en jaque a abuelas y madres (y algunos padres) a cada minuto de sus vidas.
A mucha gente se le pasa por la cabeza ese bofetón que sus progenitores/as le dieron en su día y creen que de aplicarse a cada protagonista de Hermano mayor no hubiera existido nunca Hermano mayor: craso error, porque la teoría de "un bofetón a tiempo resuelve cualquier problema" es tan real como la de "no te bañes mientras tienes la regla que se te corta".
Otra gente piensa que el bofetón habría que habérselo dado a las madres, padres y abuelas (casi nunca ha salido un abuelo) que tutorizan a el/la adolescente insoportable. Otro error, la teoría "esa familia tiene toda la culpita de que su criatura eche espumarajos por la boca" es tan generalizable como la de "todas las rubias son tontas".

El caso es que entre estereotipos y prejuicios echa la familia media española enfrente del televisor la tarde del viernes, o del sábado, o del domingo, depende de si lo ve en directo o está viendo la reposición.

Lo que a mí más me llama la atención es la mera existencia del programa en sí, tanto de Hermano mayor como de Supernanny. A las madres y padres les mete tantas ideas en la cabeza esta sociedad española tan nuestra y tan nacida de la posguerra, gestada en la dictadura y envejecida en la democracia, que parece que no hay directrices con las que educar. El mundo nos vende que es más fácil tener en tu casa a un miniBárcenas que a una miniGhandi, y lo peor, puest@s a elegir estoy segura de que decenas de familias prefieren un hijo que lleve dinero a casa, aunque no sea suyo, a una hija metida en conflicto día sí día también por defender los derechos ajenos y propios.
El problema es que entre que nace y que llega con los sobres se te ha convertido en un hijoputa y claro, a llamar a Supernanny y a Hermano mayor y a preguntarse: "¿Pero qué hicimos mal, dinos Hermano mayor? Supernanny, ¿dónde nos equivocamos?". "En la concepción", diría yo a más de un@.

Yo no sé si las criaturas que salen en estos programas actúan o no, si exageran o son así, si lo guionizan o dejan que surja. Sin embargo  he aquí, desde mi experiencia, 10 consejos para que vuestros hijos e hijas sean protagonistas de estos programas que nos muestran las consecuencias potenciales de la educación en los cánones del siglo XXI, al menos según mi visión. No digáis que no avisé.

Diez consejos infalibles para que tu hij@ salga en Supernanny

1.- A poder ser, ten un hijo o una hija aunque no estés preparad@, no tengas los medios adecuados para su cuidado y mantenimiento o estés en crisis con tu pareja. En España está muy mal visto interrumpir un embarazo, si eso mira en Londres, pero vamos, que en esta lista de consejos se te recomienda que lo tengas.

2.- Cuando nazca, durante las primeras semanas, asume que tu hijo o hija es todo lo que hay en tu vida; recuerda que lo contrario es de ser egoísta, gentuza y mala madre o mal padre. Olvídate de tu relación de pareja, de tus amigos y amigas, de tu familia y de tí. Así, cuando no tengas vida, tendrás algo que echarle en cara.

3.- Olvídate de darle el pecho, de cogerte permiso por maternidad y/o paternidad y de cogerle en brazos. Está claro que eso hace a los bebés vulnerables, dependientes y en general flojuchos. Mano firme en los primeros meses, reprime tus ganas de comerte a besos a tu criatura.

4.- Prohíbele ser niño/a: que no corra por si se tropieza, que no pinte por si se mancha, que no beba por si se atraganta, que no toque un animal por si se contagia de vete a saber qué enfermedades, que no juegue con otros/as niños/as por si le pegan y en fin, que no TODO. Ya sabemos que, a diferencia del resto de niños/as del mundo, tu criatura es de cristal de Bohemia.

5.- Cuando tu hijo/a sea completamente dependiente y no sepa ni respirar sin tu ayuda, estarás hasta el mismísimo de ir detrás de él/ella (el punto anterior es muy costoso). En ese momento métele en casa durante todo el día y ahí sí, déjale que haga lo que le venga en gana. A poder ser, sin supervisión de nadie.

6.- Ponle la tele en su tiempo libre desde el minuto uno hasta el día en que cumpla 16 años, le dejen entrar en discotecas y ya no tenga tiempo libre en casa. En la tele se aprende mucho. Los libros ya que se los hagan leer en el colegio, que para eso pagas.

7.- Cómprale muchas consolas, ordenadores y acuérdate de que tenga su primer móvil antes de tener su primer diente. JUGAR con otros seres humanos está demodé.

8.- Dale siempre la razón, piensa y actúa por él/ella, no le hagas pensar de forma autónoma, ni reflexionar, ni tomar decisiones. Hazlo tú por él/ella y luego utiliza ésto en su contra ("¿por qué has hecho eso?"). Recuerda el punto 4: es de cristal.

9.- Cuando crezca, procura que tenga el día súper ocupado: mándale a un colegio de mucho prestigio en el que le fundan a deberes y le hagan pensar que es imbécil (y a tí también: échaselo en cara). Cuando acabe las clases apúntale a más clases de tenis, inglés nativo, flauta travesera, esgrima, apoyo de matemáticas, lengua, iniciación al chino mandarín y claquet. Que llegue a casa con el tiempo justo de hacer sus miles de deberes y morir, así ni da guerra, ni tenéis que hablar ni nada.

10.- Y por último, por encima de todo, jamás le digas cómo te sientes. Tampoco lo compartas con tu pareja: todo eso es de gente floja. No menciones a tu hij@ que le quieres, que confías en él/ella y que es un ser maravilloso: eso que se lo cuente Supernanny cuando llegue.


Sigue mis consejos al pie de la letra y habrás criado una criatura maravillosa, totalmente adaptada para vivir en el siglo XXI y darte grandes alegrías cuando sea mayor. En menos de cinco años desde su nacimiento tienes a Supernanny paseando por tu salón con el cuadernito de notas en la mano. Vas a ser la envidia del vecindario, lo importante es salir en la tele, qué más da para qué.

Eso sí, recuerda: no críes demasiados, o nuestra sociedad se llenará de gente vacía y sin inquietudes tan absorbida por la televisión y los bienes materiales que no sea capaz siquiera de relacionarse en familia.

Y si no estás de acuerdo, hazlo aunque sea por no saturar los recursos. Recuerda que Supernanny, como madre, no hay más que una.



sábado, 15 de octubre de 2011

El valor de las cosas

Un mes sin escribir es demasiado tiempo hasta para mí, y eso que el paso del tiempo es siempre muy relativo: no es lo mismo una hora estudiando que una hora durmiendo, ni una hora en la playa es igual que una hora con fiebre o que una hora de fiesta, inevitablemente. Tampoco son iguales los cinco minutos que pasan desde menos cinco hasta en punto cuando estás esperando a que llegue el metro y cuando es lo que te queda para levantarte de la cama.

El tiempo es sólo eso, una medida sujeta a circunstancias.

Decía M. Proust que "tendemos a pensar que el presente es el estado natural de las cosas", que nada cambia. Es complicado mirar hacia el futuro cuando el presente se estanca una y otra vez, como cuando vas nadando en el mar y te vienen todas las olas a la cara, que intentas coger aire pero no te da tiempo porque otra vez te entran unos cuantos litros de agua en la boca, que permitidme que diga que es de las peores sensaciones de este mundo mundial.

He tenido unas malas semanas, simplemente. Omitiré aquí lo que ha ocurrido porque me pasa como a l@s famos@s, que lo dejo en manos de quien corresponda, y borrón y cuenta nueva. Bueno, siendo sincera, por ahora voy por el borrón. Veremos a ver si hago cuenta nueva o no.



Sin embargo, por mal que vayan las cosas, lo bueno de currar con criaturas de la infancia de este mundo es que no puedes evitar seguir sonriendo pese a todo. Esta mañana sorprendía a una niña de apenas 3 años jugando entretenida con algo en el patio que no alcanzaba a ver qué era. Al acercarme (de forma ladina, por la espalda y en silencio, que es como nos gusta acercarnos a l@s profes en el patio) descubría que lo que el angelito tenía en sus manos era una tarjeta de crédito de verdad, y comprobaba con asombro que estaba a nombre de su madre:

- ¿Quién te ha dado eso? - le pregunto.

- Eh... - acierta a contestar con el consiguiente sobresalto, porque no me esperaba detrás de ella.

- ¿Te la ha dado tu mami?

- No, la he cogido yo.


Y acto seguido se gira y con toda tranquilidad sigue jugando con la tarjeta como si de una pala se tratase.

He corrido a avisar a la madre, que angustiada estaba anulando la tarjeta pensando, obviamente, que se la habían robado. La cría había cogido la tarjeta, posiblemente de una mesa o incluso del suelo, y sabiendo que no era un juguete la había escondido cómodamente en su mochila para sacarla en el patio lejos de miradas indiscretas.

Este caso me recuerda a uno que tuve hace unos años en un cole en el que trabajaba. Un día observamos a una niña de 4 años en el patio jugando a soplar arena a través de un tubito, y al acercarnos a quitarle el tubo pensando que sería metálico y por ende, peligroso, descubrimos que el tubito era ni más ni menos que un billete de 50 euros cuidadosamente enrollado y utilizado para el fin antes mencionado.

Al preguntarle por el billete, la niña rompió a llorar amargamente y dijo enseguida que no era suyo. Lo requisamos a la espera de averiguar de dónde había salido el billete, y aún seguíamos discutiendo cuando encontramos a otras dos niñas jugando a las tiendas con sendos billetes auténticos, esta vez de 20 y 50 euros respectivamente. La escena se repitió: las niñas soltaron el dinero y juraron y perjuraron que no era suyo ni lo habían cogido de casa.

¿De dónde salía entonces tanto dinero?

Días mas tarde, y por tercera vez, un niño de 5 años rompía en mil pedazos otro billete de 20 euros para soplar después los trocitos a modo de confeti. Por el billete no se pudo hacer nada, pero el niño en cuestión, después de cambiar de opinión varias veces acerca de la procedencia del dinero, dejó caer una importante revelación:

- Me lo ha dao Fiorella.

Fiorella era una niña de 4 años, alumna del colegio, tranquila, sonriente, no especialmente traviesa ni conflictiva, vamos, la clásica niña que pasa por el colegio sin pena ni gloria pero que se recuerda con cariño.
Fuimos a verla:

- Fiorella, ¿estás dándole billetes a los niños y niñas de tu clase?
- Sí, tengo muchos - contestó la niña, y acto seguido se fue a por su mochila,  la abrió y sacó un puñado de billetes de diverso valor, todos auténticos y en curso. El asombro fue grande y se avisó a la familia de que la Dirección quería que vinieran al colegio para contarles nuestro hallazgo.

La madre llegó al poco tiempo, y contó que hacía cosa de un mes que les estaba desapareciendo dinero de la cajita de ahorros que tenían en casa en un sitio supuestamente secreto, aunque no para la pequeña de la casa. Sin explicarse lo que ocurría, el ambiente en casa estaba un poco tenso, ya que varios miembros de la familia discutían diariamente por el lugar en el que estaría el dinero, y mientras tanto Fiorella, a lo Robin Hood escolar, repartía dinero a diestro y siniesto entre sus compis.

Tod@s nos lamentamos de no haber sido amig@s de Fiorella mucho antes, siendo una fuente de ingresos inagotable.

Sin embargo, ningún niñ@ entendió por qué le dimos tanta importancia a aquel suceso. Para ell@s era sólo eso, un juguete con el que hacer tubitos, confeti o intercambios de trueque. Seguía teniendo mucho más valor cualquier juguete de la cocinita que aquellos trozos de papel que son la cruz de cualquier persona adulta.

Ojalá las cosas fueran tan sencillas siempre. Ojalá todo dependiese del valor que le damos.

Ojalá, muchas veces, tod@s pudiésemos ser Fiorella y sus amig@s.





martes, 13 de septiembre de 2011

El corazón de Hasa

El curso empezó hace una semana, y hace un rato, en la cena, se me han caído cinco pestañas del tirón. El estrés hace mella poco a poco, y el período de adaptación se hace tan cuesta arriba como se nos hizo el fin de curso. Hoy me preguntaba una amiga que si el período de adaptación era más necesario para las criaturas o para sus profes, y la verdad, casi opto por lo segundo. Los niños y las niñas lloran porque quieren volver a casa, y yo haría lo mismo si no fuese una persona adulta a la que la censura social ya no le permite patalear en el suelo, pero lo que nos cuesta es aguantar tantos llantos y tanta angustia, y no al revés.

En medio de todo este jaleo de lágrimas y gritos, llegó ayer a la hora de comer una llamada. Una mujer preguntaba por la directora, quería matricular a su nieta en el colegio.

- El curso ya ha empezado- decía Ara, la secretaria-, supongo que está al corriente.

- Sí - contestó la mujer-, pero éste es un caso especial. Si os parece mañana me acerco sobre las cuatro al colegio y os la presento.

De esa forma esta tarde, a las cuatro, unos preciosos ojos negros, con cierto deje de tristeza pero penetrantes y llenos de brillo, han entrado por la puerta del colegio de la mano de su abuela. Su piel de ébano brillaba con el sol de los últimos días de verano, y sus rizos, suaves y largos, estaban perfectamente recogidos dejando ver una cara que examinaba el mundo nuevo que se abría ante ella.

Así es como hemos conocido a Hasanatu, Hasa para l@s amig@s, nuestra nueva compañera, aunque sólo podremos disfrutar con ella durante un mes y medio. Hasa es una niña guineana que ha llegado hasta España de la mano de una ONG para operarse del corazón. Si te fijas un poco, se advierte la enorme cicatriz que le recorre el pecho y que llega casi hasta la garganta. La operación es muy reciente pero todo ha salido mejor que bien.

Una de las doctoras del equipo que la ha operado, y que colabora con la ONG habitualmente, ha acogido a la pequeña Hasa mientras cuidan de que el postoperatorio se desarrolle con normalidad. Gracias a su infinita generosidad, Hasa podrá llevar una vida normal, aunque por ahora tiene que privarse de jugar a rodar como una croqueta en el patio y evitar un balonazo en la tripa para cuidar su cicatriz y curarse cuanto antes.

Hasa lleva pocas semanas en Madrid, y Amparo, su abuela de acogida, quiere darle lo mejor mientras su hija, la mamá de acogida de Hasa, cura a otros niños y niñas durante el día. Por eso quieren matricularla en el colegio, porque no hay nada mejor que ofrecerle a una niña que amigos y amigas con quienes jugar.

Cuando Hasa llegó a su casa de Madrid y comenzó a explorar todo lo que allí había, fue a dar con el fregadero de la cocina, y levantó aquello que parecía una tapita encima de un tubo. Inmediatamente, un chorro de agua fresca brotó del grifo, y Hasa se quedó unos segundos mirándolo maravillada. Acto seguido lo cerró, y nunca ha vuelto a abrirlo por capricho. Se lava los dientes con un dedo de agua, por más que sus padres y su abuela le insten a llenar el vaso para enjuagarse. Ahorra cada gota como si fuese la última.

Hasa es muy limpia. En cuanto se mancha de arena o polvo jugando se sienta en un banco y se limpia con las manos de forma tremendamente ágil. Su carita siempre está limpia y sus manos impecables. Sin embargo, es extraño que siempre esté tan limpia, porque es asombrosamente hábil haciendo castillos y figuras de arena, así que puede pasar horas jugando en el arenero.


Al poco tiempo de llegar a Madrid, después de la operación, Amparo llevó a Hasa al supermercado. Querían hacer la compra de la semana y aprovechar para que la niña diese un paseo, había salido poco por estar convaleciente. Iban a dar un pequeño festín culinario para celebrar que todo estaba saliendo bien. Cuando entró, Hasa se quedó quieta en la puerta, sin dar crédito:

- ¿Todo ésto es para nosotras?- preguntó.

- Sólo lo que compremos- contestó Amparo divertida.

- Pues quiero comprar muchas cosas para mi familia y mis amigos- dijo la niña mientras cogía bolsas y envases de las estanterías.

- Ahora no, Hasa- le decía Amparo-; podrás comprar todo lo que quieras cuando vayas a volver a Guinea, así te lo puedes llevar en el avión para dárselo a tu familia y a tus amigos.

- Yo no quiero, no quiero ir en avión- lloriqueaba Hasa.

- ¡¡Pero si ya viniste!! ¡No me digas que te da miedo!- reía Amparo.

- No me da miedo- contestó la niña- pero no quiero ir en avión. No quiero volver. Quiero que vengan mis amigos y mi familia en avión aquí a vivir conmigo.

Y Amparo lloraba y lloraba emocionada pensando en el futuro de Hasa, la niña que volvió a nacer gracias a las manos de su madre de acogida y que va a pasar un mes con nosotr@s, ayudándonos a volver a nacer también. Hasa, la niña de mirada triste, seguramente porque no es fácil tener una dolencia cardíaca en el seno de una familia humilde de Guinea. No somos capaces de imaginar el sufrimiento de la pequeña y de su familia, y que ha marcado los ojos de Hasa. Seguro que tampoco podemos hacernos una idea de la felicidad que su padre y su madre, sus hermanos y hermanas, sus amigos y toda la gente que le quiere sintió cuando supo que existía la posibilidad de enviarla a España a coger un pasaporte para una vida sana.

Dentro de un mes, Hasa volverá a Guinea, a disfrutar de su corazón, que ahora funciona.

Lo que me da miedo ahora es el mío, mi corazón. Creo que me lo ha robado.





miércoles, 27 de julio de 2011

El equilibrio universal: ríete de un niño encerrado en un baño y morirás ahogada en un urinario público

Hace ya algunos años, cuando mi adorada P. vivía en mi barrio y mi adorada S. venía a clase conmigo, la vida era de color dorado (sin caer en lo choni) y los pajarillos revoloteaban alegres sin defecar en el techo de mi coche, estábamos en casa de la susodicha P. viendo vídeos de caídas de Youtube y descojonándonos de la risa una calurosa tarde de junio antes de ir a trabajar.

He de matizar algo: sólo nos reíamos S. y yo, porque en ese aspecto es la horma de mi zapato: podemos pasar horas (literales) viendo vídeos de Youtube, del tipo de que sean, y no aburrirnos. Y si son de caídas, ya ni te cuento. "La caída de Edgar" (http://www.youtube.com/watch?v=b89CnP0Iq30) es un vídeo que hemos visto más que el de nuestras comuniones respectivas. Una vez petamos un ordenador de tanto darle caña viendo vídeos bizarros, con eso lo digo todo.

Mientras S. y yo nos rompíamos las costillas emocionadas de tanto doblarnos con las caídas más tontas, P. nos miraba con seriedad y nos decía:

- No entiendo cómo os podéis reír con estas cosas, en serio, no tiene gracia. La gente que se cae, por norma general, se hace daño. No le veo la parte buena a reírse con alguien que lo está pasando mal.

- Que no, mujer, que no se hacen daño- contestaba S., y ponía otro vídeo mientras yo jaleaba encantada.

- Ya veréis como algún día os arrepentís de reíros con ésto, ya veréis- volvía a decir P.

- ¡¡PON ESE, PON ESE!!- señalaba yo, ajena a los comentarios de P., deseosa de seguir partiéndome la caja.


Y seguíamos a lo nuestro.


Cuando llegó la hora de irnos a currar nos bajamos a la calle a por el coche. Íbamos hablando las tres tan felices de sabe dios qué, cuando de repente S. desapareció. Literalmente. Venía charlando con nosotras y se la tragó la tierra. Por el aire salieron volando un cigarro y una lata de Coca Cola Light, los únicos objetos que quedaron de ella en nuestra dimensión terrenal. Ni rastro de su persona.

A los tres segundos se oyó un gemido:

- Ayyyyyyyyy... ay... ay

El gemido venía del subsuelo, así que al asomarnos vimos que una pierna y medio brazo asomaban desde el suelo:

- Ayyyyyy, ay, ay, ay...

Y más lloros. Por lo que veíamos, S. había pisado una alcantarilla que tenía la tapa mal colocada, por lo que al echar peso encima se había volcado y por ende, había absorbido a nuestra amiga. La reacción fue unánime en P. y en mí: rompimos a reír.

No una risilla de esa que se te escapa, no. Un ataque de risa maligna de esos que no se frenan así como así, de esos que te dan en medio de un examen, o en misa, o cuando estás hablando en público.
P. sólo decía entre carcajada y carcajada:

- Te lo dije, por malas, os tenía que pasar algo así.


Y seguía riéndose.

Mientras nosotras no podíamos parar, S. lloraba bajo tierra. Al ver que nosotras no nos compadecíamos, y sintiendo un profundo dolor en su ser (como contó luego), nos gritó desde el inframundo:

- ¡Pero sacadme de aquí, hijas de puta!

Con lágrimas en los ojos intentamos echarle una mano. Al final entre las dos tuvimos que echarle no sólo una mano, sino los dos brazos, porque estaba tan atascada que no podíamos sacarla. Cuando por fin lo conseguimos, la pobre tenía una herida brutal en la pierna y múltiples contusiones en todo el cuerpo (ésto siempre lo dicen en la tele, pase lo que pase) y después de curársela aprendimos la lección: eso nos pasaba por malvadas.


El episodio de la alcantarilla permaneció en nuestras conciencias un tiempo, pero ya hace mucho que volvimos a ser malas y a ver vídeos de Youtube con caídas y tropezones mientras se nos saltan las lágrimas. Yo, que no aprendo, he vuelto a regocijarme con los traspieses ajenos, que aprovecho para decir que me parecen de lo más divertido que ofrece esta vida de manera gratuita. Con el tiempo he vuelto incluso a congratularme con las situaciones tensas que le ocurren a las personas de manera aleatoria. Creo que la tensión me da ganas de reírme desde que tengo uso de razón.

Esta tarde estaba contándole a mi amiga Ra, con la que he estado disfrutando del atardecer del parque de las 7 Tetas, en Vallecas (si nunca has ido te lo recomiendo, ofrece una de las mejores puestas de sol de Madrid), que hace un par de semanas, en el mismo sitio, rescaté a un niño del cuarto de baño del único kiosco que hay en el parque. El pobre se había quedado encerrado y no podía salir, y gritaba desesperado desde dentro hasta que el hada salvadora que hay en mí le escuchó y le sacó del cuarto de baño atrapador de niños (todo ello después de un leve forcejeo que hubo que salvar porque el niño estaba histérico).
Después de contárselo, bromeaba yo con la putada que supone quedarte encerrad@ en un baño en medio de un parque. Como decía, no aprendo con lo de reírme de las desgracias ajenas.

Ha querido el destino, que es justiciero, que al irme a coger el coche para volverme a casa he notado que me hacía pis. No es algo raro, me suele pasar unas 8 o 10 veces al día. Como no me apetecía buscar un arbusto en medio del parque, me he acercado al baño del kiosco, que estaba vacío, y he entrado. He vaciado la vejiga adecuadamente y, cuando he ido a salir, la maldad cósmica ha vuelto a darme una lección: el pestillo no corría.

Decir que me han empezado a entrar sudores fríos es decir poco. El pánico se ha apoderado de mi cuerpo serrano y mis manos han intentado, desesperadamente, soltar el pestillo una y otra vez. En mi cabeza sólo resonaba una frase:

- Si es que soy gilipollas, joder.

Por más que lo intentaba, el puñetero pestillo no iba ni p´alante ni p´atrás. Qué estrés. Después de un rato intentándolo, he desistido. Me he encendido un cigarro para relajarme. Al darle una cala me ha venido a la mente la horrible idea de quedarme sin oxígeno y lo he apagado. No tenía cobertura. No quería gritar. He visto el fin.

Con paciencia y buena letra, lo he vuelto a intentar. No lo conseguía, hasta que de la misma tensión le he dado una patada con mi piececillo del 40 desnudo al pestillo y, milagrosamente, el cerrojo ha cedido y la puerta se ha abierto. Eso sí, me ha costado una heridaca en el pie de un calibre considerable.

Al salir, todo el mundo me miraba. Habrían oído los golpes, imagino, y se estarían regocijando internamente, como yo hice hace un par de semanas. Me he ido al coche con el pie magullado, la vergüenza en lo alto y la dignidad por los suelos.

Hoy he vuelto a aprender la lección de la alcantarilla: el universo todo lo pone en su sitio. Sé buena persona, y se te devolverán buenas acciones. Ríete de los niños que se quedan encerrados en el baño, y correrás el riesgo de morir ahogada en un urinario público.

Qué dolor de pie que tengo, por dios.


Es lo que llaman equilibrio universal.


viernes, 8 de julio de 2011

Los padres y madres de hoy en día

Llevo tiempo sin escribir, pero no son falta de ganas ni apatía, es falta de tiempo.

Bueno, vale, también hay un poco de apatía derivada de estas temperaturas africanas, para qué mentir. Pero es que se está tan bien al fresco...

En estas semanas han pasado muchas cosas que ya tendré tiempo de contar en sucesivos posts, seguro. Hay un largo verano por delante para sentarse delante del ordenador a desgranar ideas y vivencias, pero todavía no tengo vacaciones, así que aún no ha empezado el verano para mí. Yo, que estudié Magisterio entre otras cosas por las amplias vacaciones, ahora trabajo en el mes de julio. Una desgracia como otra cualquiera.

Hoy estaba en el despacho volviéndome loca con el presupuesto del material del año que viene cuando M. ha traído a un pequeño de unos 4 años que está en el campamento (sí, tenemos campamento tooooodo el mes de julio):

- Mira a ver si le puedes poner el termómetro, que para mí que tiene fiebre.

No es que el niño estuviese templado, es que irradiaba un calor que se me estaban quemando las pestañas. Los ojos vidriosos, las ojeras marcadas y la mirada perdida hacían ver que el niño estaba lo suficientemente enfermo como para mandarle a casa por la vía rápida.

El termómetro sólo ha confirmado lo que ya sabíamos: 39º, y seguía subiendo.

- Quédate aquí un poquito, tranquilo que voy a llamar a mamá.

El niño me ha mirado lánguido cual oveja como diciendo: "haz lo que quieras pero que ésto termine rápido".

He buscado los datos de la familia, y he empezado por llamar al fijo de su casa. No lo cogían.

He llamado al móvil de su padre. Apagado.

He llamado al móvil de su madre. Comunicando.

Segunda ronda de llamadas, a ver, qué vamos a hacer.

Fijo de casa. Un tono. Dos tonos. Tres tonos. Cuatro ton... contestador.

Móvil de su padre. El teléfono móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura.

Móvil de su madre. Un tono. Dos tonos. Tres tonos. Mi dedo a punto de pulsar el botón de colgar...

-¿Sí?

- Hola, buenas tardes, ¿Gema? (nombre ficticio, no sea que la liemos).

- Sí soy yo.

- Hola Gema, le llamo desde el cole de A., que está enfermo.

- ¿Cómo de enfermo?

- ¿Perdón?

- Sí, que cómo de enfermo está.

- Ah... pues mire, tiene bastante fiebre, concretamente 39º, está tiritando y tiene muy mala carita.

- La verdad es que lleva toda la noche vomitando, con fiebre y tiritando ahora que lo dices (¿?¿??¿?¿¿?).

- Ah, y entonces ¿cómo es que le trae al colegio?

- Mujer, porque tengo muchas cosas que hacer, total, pensé que habría tragado agua de la piscina y por eso estaba revuelto.Ya sabes, hay tanta cosa ahora por las piscinas...


Hago aquí un paréntesis para dejar clara mi estupefacción. Me gustaría saber varias cosas:

- 1ª cosa que quiero saber: ¿Cómo caminará esta señora? Lo digo porque tiene un par de ovarios que igual no se lo permiten...
- 2ª cosa que quiero saber: ¿Por qué las familias nos toman por imbéciles? ¿De verdad pensará que me voy a creer que ella manda al crío a clase pensando que ha tragado agua? ¿Qué pensará que lleva el agua de la piscina? ¿Bromuro?
- 3ª cosa que quiero saber: En el caso de que la mujer crea realmente que su hijo está convulsionando en el cole por haber tragado agua en la piscina, pese a que con el flotador sea absolutamente imposible que introduzca la cabeza en el agua, ¿cuántas veces ha visto esta señora "Hospital Central"? (a mi juicio demasiadas).
- 4ª cosa que quiero saber: ¿Qué madre en su sano juicio manda al colegio a su hijo de 4 años con 39º de fiebre, vomitando y temblando, y se marcha a seguir con su vida con la satisfacción del deber cumplido?


Cerrando el paréntesis, continúo con la conversación:

- Pues no, no va a ser un tema del agua, lo que sí le digo es que el niño se encuentra fatal y que es mejor que vengan a buscarle y le lleven al médico y a casa por este orden.

- ¡¡¡UYUYUYUYUYUYUYYYYYY!!! Eso va a estar muy difícil... mira que tnego un montón de cosas que hacer, y no voy a molestar a la cuidadora para un rato. Yo creo que le sacáis al patio un rato y se le pasa.

- Mire, le voy a meter en la cama hasta que usted venga, pero si dentro de una hora no ha venido, le llevo yo al centro de salud y ya le recoge usted allí.

- Pues eso como tú veas, pero te dejo que me llaman por la otra línea. Ya si eso me llamáis.




Y ha colgado. Con un par. ¿No decía yo que esta mujer tenía unos ovarios como dos balones de fútbol?

Con esas he metido al pobre crío en una camita y le he dejado durmiendo, temblando de frío (con 40º a la sombra que hace) y del color del gotelé de la pared. Después me he venido a comer (ya eran las 16.00), y dentro de un rato llamaré a ver qué tal sigue la criatura. Con un poco de suerte, cuando a su madre le terminen de dar las mechas, llama a la cuidadora para que le vaya a buscar.




Me descojono cuando los padres y madres del mundo se quejan de l@s hij@s de hoy en día.




Y de los padres y madres de hoy en día, ¿quién se queja?






martes, 15 de marzo de 2011

El Niño Pateador

No sé por qué extraño motivo o razón cósmica, las clases de 3 años siempre tienen bastantes elementos entre sus filas.

Será porque es el primer curso del ciclo, el primer curso en el que la mayoría de niños y niñas van al cole, será porque vienen de la vida más asalvajada, de la anarquía de sus casas, de la comida a demanda y las tardes con los abuelos, será por lo que sea pero hay determinadas criaturas que tienen miga.

En mi cole del año pasado sólo había una clase de 3 años, pero bastaba y sobraba. En esa clase llena de pequeñeces había unos trillizos, dos niñas y un niño, que eran como una mafia organizada pero sin el "como". Lo que yo he visto hacer a esas criaturas es digno de película de Tarantino como mínimo, pero no hablaré de ellos ahora. Un día les dedicaré una entrada.

En mi cole de este año hay dos clases de 3 años que aparentemente son iguales: niños y niñas por lo general sonrientes, cariños@s, felices y agradables. Sólo hay una diferencia: en una clase hay tres niños un poco cabrones y en la otra no.

Decir de un niño que es "un poco cabrón" no queda muy fino ni muy tierno, pero así son las cosas. Estos niños se caracterizan por ser cañeros, movidos, listos como ellos solos y con una capacidad absolutamente sorprendente de hacer putadas con poco menos que nada.
Los niños y niñas un poco cabrones suelen ser, inevitablemente, hijos e hijas de padres y madres un poco o bastante desbordados por la situación de tener criaturas que se revelan como pequeñas personitas malignas en potencia.

Algunas de esas familias invierten muchos esfuerzos en enderezar a sus hijos e hijas y otras lo dejan por imposible antes de empezar y luego llaman a Supernanny movidas por la estupefacción que les causa no haber atajado el problema a tiempo y preguntándose "cuándo se nos torció el niño", aunque el crío en cuestión tenga 2 años. Así funcionamos en este país y en otros tantos igual de desastrosos que el nuestro en materia de infancia.


Ayer por la mañana fui a esta clase que menciono a hablar un minuto con la profe. Cuando entré por la puerta uno de estos niños (que por cierto estaba castigado), que estaba en plena rabieta, me atizó un patadón digno de un discípulo del Señor Miyagui. De hecho, si el mismo Señor Miyagui hubiese conocido a este niño, le iban a dar a Daniel San por donde amargan los pepinos.

La patada, efectuada con elegancia, precisión, fuerza y un trazo casi perfecto, aterrizó en el punto justo de mi espinilla, ese punto que te tiene coja toda la mañana sólo comparable al golpe en el llamado "hueso de la risa" sito en el codo y que te deja sin resuello y con lágrimas en los ojos.

En esos momentos en que un niño me enchufa una leche, o un pisotón o me vomita encima, me cuesta mucho controlarme. Por un lado pienso que pobre, no sabe lo que hace, pero por otro me dan ganas de darle con toda la mano abierta. Sin embargo, respiro hondo, me controlo, y procedo a echarle la charla correspondiente sobre lo doloroso que es recibir una patada y lo duro que se hace venir al cole pero lo muy cuesta arriba que puede resultar venir a clase si yo le acabo cogiendo tirria. El clásico "yo por las buenas soy muy buena pero por las malas soy muy mala" de toda la vida, vaya.

Después de soltarle la correspondiente chapa, que me pidiese perdón con lágrimas cocodrileras en los ojos, que me diese un beso restregándome todos los mocos por la cara y darle mi bendición, me fui para el despacho y conté un poco a mis compis lo que había pasado.

En qué hora.

Una jarana de conversaciones cruzadas, opiniones detractoras y quejas con suspiro se alzó de inmediato. Estamos un poco hasta arriba de estos niños y el segundo trimestre es duro, así que en cuanto surge una situación así, todo el mundo ataja a la desesperada poniendo al niño en cuestión de vuelta y media y dando medidas drásticas para paliar la situación: cambiarle de clase, hablar con la familia, castigarle hasta que haga Selectividad e imponerle una sanción son algunas de las opciones que se barajan con asiduidad en estas ocasiones.

Calmando un poco los ánimos, le quité hierro al asunto ("ha sido una chiquillada", dije yo nada convencida de mis propias palabras) y las aguas volvieron a su cauce. Horas más tarde, me puse el abrigo, cogí el bolso y me dispuse a salir del cole para irme a comer.

Quiso la casualidad que en el aparcamiento me encontrase al niño pateador (al que en adelante llamaremos El Niño Pateador por alusiones) y a su familia, que estaba hablando animadamente con otra familia mientras los retoños jugaban en la calle.

El Niño Pateador se dedicaba, en ese momento, a tirar piedras a los coches a vista de todo el mundo. Recé una novena casi entera por que ninguna de esas piedras impactase contra la luna de un coche, y particularmente del mío, porque las piedras tenían un tamaño considerable y mi paciencia un límite cada vez más delgado. Sólo de imaginarme el suelo lleno de cristales se me ponían los pelos de punta.

Me estaba poniendo de los nervios, pero fue otra mamá en cuyo coche impactó una piedra la que, saliendo del coche, le llamó la atención al Niño:

- Oye bonito, no se tiran piedras a los coches.

La madre del Niño Pateador apareció en escena: se giró, miró con odio visceral a la madre que le había llamado la atención a su hijo y le dijo:

- Oiga, ¿usted quién es para llamar la atención a mi hijo? Si están jugando, déjeles en paz.

Y acto seguido se dio la vuelta y siguió rajando animadamente con su interlocutora.


En esos momentos entiendes muchas cosas: entiendes que El Niño Pateador sea un poco cabrón, que pegue patadas, que llame la atención, que tire piedras, y lo entiendes porque su madre pasa de él y de todo lo que no sea ella misma, y no piensa hacerle caso ni siquiera cuando otras personas están recibiendo pedradas de su hijo.

Entiendes entonces que ese niño no es el verdugo, que es la víctima, como tantos otros niños y niñas, adolescentes, chavales y chavalas que no encajan porque dan problemas, porque tienen conductas agresivas, porque roban, porque pegan, porque contestan mal y que enseguida con llevad@s al castigo pero que en el fondo son el resultado de padres y madres que pasan, que no les prestan atención, que no les escuchan.

Entiendes que esa patada, como tantas otras cosas, no es una maldad, sino una bengala lanzada desde un barco perdido en medio del mar para que otros barcos las vean en el cielo estrellado. Que esa patada, como tantas otras cosas, es un S.O.S. Que es un "oye, que estoy aquí".

Y empiezas a querer al Niño Pateador. Aunque te siga doliendo la espinilla.

miércoles, 16 de febrero de 2011

La maestra a la que no le gustaban los niños

Cuando estaba en 2º de carrera, hice las prácticas en un cole bastante majete con otras 4 compañeras, de las cuales 3 estábamos en el mismo curso y la otra estaba en 3º, a punto de finalizar la carrera. Todas estudiaban Ed. Infantil (Magisterio, se entiende, porque estar cursando Infantil en el cole con veintitantos es para preocuparse) y yo en Ed. Primaria.

Mientras estábamos de prácticas, surgió una reunión imprevista en horario escolar y l@s profes nos ofrecieron la posibilidad de quedarnos al frente de nuestras respectivas clases durante una tarde. Hay gente a la que le causa pavor quedarse tan pronto sola en una clase, para mí era la oportunidad más genial que me podían dar en ese momento. En gustos no hay nada escrito, está claro.

Comimos en el comedor y luego nos subimos a la clase. Yo entraba media hora más tarde por ser de Primaria (en Primaria se come más tarde), así que cuando ellas se fueron a sus clases a mí me quedaba un ratito libre y me fui a dar una vuelta por el cole. Cuando volvía hacia mi clase pasé por la puerta de las clases de Infantil y allí me encontré a mi compañera la que estaba terminando la carrera, sentada en la puerta llorando.

Cuando la ví salí corriendo pensando que pasaba algo grave. Desde el cristal de la puerta se veía la locura padre dentro de la clase: niños y niñas de 4 años saltando por las mesas, corriendo, lanzándose lápices a la cabeza y comiéndose las tizas; mientras tanto, mi compañera seguía llorando amargamente en la puerta.

- ¿Qué te pasa? - le pregunté alarmada.

- Que no me atrevo a entrar - contestó entre lágrimas.

- ¡Pero están como locos! - decía yo alucinada.

- Lo sé, pero es que me da miedo - decía ella, y volvía a llorar.

- ¿Cómo que te da miedo?

- Es que es la hora de los cuentos, y me da miedo contar un cuento a niñ@s tan pequeñ@s. Me imponen mucho...



A mí me dejó flipada. Abrí la puerta, intenté cruzar la clase entre la locura y poco a poco, con un par de voces altas y un par de palmadas, conseguí que se relajaran un poco. Cuando conseguí (15 minutos después) que se sentaran en el puñetero círculo, les dí unas pinturas y unos folios para pintar, para hacer tiempo hasta encontrar la solución. Yo tenía que volverme a mi clase y no podía quedarme allí resolviéndole la papeleta a la chica. Más tarde me enteré de que dejó la carrera después de ese episodio.


Aquel día creí que jamás volvería a ver algo semejante, y lo creí firmemente hasta ayer.

Otro de mis cometidos en el cole es coordinar el Practicum. Gestiono y coordino todos los períodos de prácticas de todos los alumnos y alumnas que vienen al centro, que este año son 7, ni más ni menos.

Hace como 3 semanas entró una chica de unos 30 años que, en la entrevista inicial, me dijo que era abogada del estado (nada menos) y que estaba estudiando la carrera de Magisterio porque tenía una hija de 3 años y quería atenderla de la manera más completa y profesional posible.

De por sí es bastante extraño que una persona estudie una carrera para hacer algo que no necesita una formación académica específica, es el mismo caso que si yo estudio Medicina y me especializo en Urología sólo para mear con conocimiento de causa.

No obstante no quise judgarla y le adjudiqué una clase de primer ciclo, concretamente la de los niños y niñas de 2 años. Me pareció una buena oportunidad para ella porque normalmente en los coles no hay primer ciclo, es decir, que l@s niñ@s entran al cole por primera vez con 3 años. Al tener en nuestro centro clases de 1 y 2 años, procuro darle a la gente de prácticas la oportunidad de aprender a desenvolverse con estos peques, que requieren una atención muy particular básicamente porque no hablan, necesitan un montón de amor extra (el apego a las mamás y los papás es difícil de suplir) y para qué negarlo, cambiar 20 pañales en media hora es todo un reto difícil de asumir.

Ayer se planta la susodicha en mi despacho. Cuando digo "se planta" quiero decir que ni llama, ni avisa, ni pide permiso. Ella entra porque es la Reina de Saba y hace y dice lo que le place, que para eso es abogada del estado y se lo puede permitir.

Se planta y me dice que quiere hablar conmigo. Cuando le ofrezco una silla y se sienta, me dice que siente que está "estancada" en las prácticas. Que los niños y niñas de su clase no leen, ni escriben, ni nada, y que ella para pintar y colorear, hacer plastilina, pinchitos, jugar y cantar, que ya tiene a su hija. Que ella quiere "aprender".

Le pido que por favor me recuerde la carrera que está estudiando. "Magisterio de Infantil", contesta, mirándome con cara rara porque piensa que se me ha ido la olla. Le pregunto que si sabe a qué se dedican los maestros y maestras de Infantil. Me vuelve a mirar con cara rara. Me dice que sí, que lo sabe, pero que el problema es que a ella no le gustan los niños tan pequeños.

Cuando una persona que se va a dedicar a cuidar y educar a niños y niñas de menos de 5 años te confiesa que no le gustan, ¿qué puedes hacer? Lo primero es llevarte las manos a la cabeza y llorar amargamente de pensar que siga quedando gente que engrose las listas de nuestro sistema educativo ya no con falta de voacación, sino con aversión confesa a la profesión.

Lo segundo es suspenderle las prácticas, claro. Aunque suene chungo, esa tía no da clase porque yo se lo haya facilitado, desde luego. Lo logrará porque empollará y sacará buenas notas, y así funcionamos en este país, pero no por mi colaboración, ya te lo digo.

Y lo tercero tratar de disuadirla de que termine con una carrera profesional desastrosa antes incluso de que empiece, pero sabiendo que eso no terminará así, y que esta personaja acabará la carrera, conseguirá trabajo en cualquier colegio de barrio bien de la periferia y contará en la sobremesa de la comida del domingo lo buena profesora que es y lo generosa que se supone alguien que, siendo abogada del estado (una profesión tan valorada, importante y remunerada), deja su cómoda vida de despacho para pasar al tedioso mundo de los mocos y los pañales, porque eso es todo lo que ella entiende que es el colegio.

Y mientras tanto, miles de maestros y maestras engrosan las listas del paro deseando tener una oportunidad.

Y yo no sé si reírme o llorar, la verdad.

Por lo pronto confío en que sea buena abogada para cubrir adecuadamente las necesidades legales de los ciudadanos y ciudadanas, porque como tenga que cubrir las necesidades educativas de sus hijos, estamos jodidos.









PD: Mientras inserto la imagen que ilustra este post, se me apaga el ordenador y entro en crisis existencial pensando que he perdido la entrada. Gracias a los dioses, Blogger tiene un sistema que guarda automáticamente la entrada mientras la escribes. Bendito seas por siempre, sistema recuperador de entradas. Me has ahorrado una parada cardíaca innecesaria...

jueves, 3 de febrero de 2011

La escuela mata

Cuando llegan estas fechas tan señaladas (como diría el Rey), las editoriales empiezan a fundir a los coles con miles de propuestas apasionantes para conseguir que compremos su material para los próximos cursos. Esta carrera de fondo es la de "marica el último", y como en el amor y en la guerra, todo vale. Hoy ha venido un representante de una editorial que me ha prometido que si le compramos su material, nos regala ordenadores, pizarras digitales, mobiliario e incluso un olivo para el cole, que es un árbol bastante caro que pocos coles se ponen a plantar.

Después de chuparme con entereza cuadernos, cuadernillos, fichas, libros, pegatinas y otras mil cosas más, y aguantar estóicamente toda la chapa pedagógica que me suelta cada persona que viene de cada editorial, me encierro en el despacho y me miro, me remiro, analizo y comparo todos y cada unos de los miles de puñeteros cuadernillos que me traen.

Hoy estaba mirando un método a mi juicio bastante chulo. El material estaba bastante bien, era atractivo, estimulante y los temas que trataba me han parecido muy adecuados. De por sí me da bastante rabia tener que escoger material para niñ@s de Infantil, así que al menos que sea chulo.

Yo estaba casi convencida de quedármelo, cuando se lo he enseñado a mi compañera. Tiene que haber consenso entre las dos para elegirlo, yo opino en cuanto a referencias pedagógicas y metodológicas y ella en cuanto a contenido, y no le ha gustado porque era "poco completo". Al decir eso, se refería a que lo que trabajan l@s niñ@s con ese material es menos avanzado que lo que están trabajando ahora.

Total, que o mucho me lo curro, o vamos a terminar por deshecharlo definitivamente.

Sinceramente, esto me da terror. No es que me de terror que nos vayamos a quedar sin ordenadores, ni pizarra digital ni olivo, que tal y como está el patio, un poco sí me da.
Me aterra que les estemos metiendo a capón un montón de conocimientos de mates o lengua a niños y niñas de menos de 5 años y les estemos arrancando lo mejor de sus vidas, que es la infancia más primitiva.

En mi opinión, el fin más amplio de la etapa de Infantil debería de ser la de desarrollarse personalmente y socializarse. Aprovechando que entre los 0 y los 6 años se aprende lo más importante de toda la vida, vale, acepto que se les enseñen algunos contenidos, pero por dios, que no se nos olvide que son peques, que tienen que jugar, cantar, bailar, pintar, modelar, caerse, levantarse, revolcarse por el suelo, gritar, llorar y otros miles de cosas antes de aprenderse todos los números o las letras del abecedario.

La escuela mata. Mata la creatividad, la espontaneidad, la frescura. Al menos la escuela tal y como la tenemos planteada, obviamente, porque la institución en sí podría tener otros fines mucho más productivos.

Me pasaban un correo con un vídeo (si quieres verlo, pincha aquí) en el que Ken Robinson, un profesor de universidad experto en creatividad decía en unas jornadas acerca de este tema en 2006, que según la UNESCO, en los próximos 20 años, se van a titular más personas que en toda la historia de la humanidad. Que hoy en día tener un título es tan válido como no tenerlo, no te garantiza nada, ni te proporciona un futuro mejor. Simplemente acredita que has pasado unos años de tu vida intentando meterte en la cabeza unos cuantos contenidos, y poco más.

El mundo está plagado de gente con titulación.

El mundo está escaso, sin embargo, de gente con iniciativa, con creatividad, con motivación, que disfrute de lo que hace en la vida. En el mundo falta gente que adore pintar, cantar, bailar, jugar, VIVIR.

La escuela mata. La escuela SE mata.

A ver si podemos revivirla...




viernes, 14 de enero de 2011

Soy una señora mayor

Ya he explicado varias veces que hay muchos momentos cruciales en mi vida como los habrá en las vidas de otras tantas personas humanas que pueblan la Tierra, y son estos momentos los que me hacen replantearme la clase de persona que soy, la que pretendo ser y la que muestro al mundo que soy. Es complicado, lo sé, pero en mi cabeza es el pan nuestro de cada día.

Iré al grano: ayer le estaba abrochando el abrigo a un niño en el pasillo y cuando entró en clase y su profe le preguntó que quién le había abrochado los botones, se giró hacia mí y con todo su morro infantil me señaló y dijo:

- Esa señora mayor.

Me dolió en lo más profundo de mi ser. Vale que sólo tenía 3 años, y que las edades no las controla muy bien, pero joder, podría haber dicho "ella", o "esa chica", o señalar simplemente, que cuando quieren bien que no saben hablar del todo. Pero no. Dijo lo que dijo y se le llenó la boca. Me dejó seca para el resto del día.

Sólo ha habido un momento tan lamentable como ese en mi vida desde que esta transcurre codo con codo con la infancia. Ocurrió hace dos años, estaba yo de viaje en la playa con un grupo de madres e hij@s cuando se me acercó una niña que yo conocía de otros años.
Me dio un abrazo y al soltarse me miró fijamente, me puso la mano en el estómago y me dijo:

- Oye, ¿dentro de cuántos meses vas a tener el bebé?

Yo le contesté:

- Amiga, por ahora no voy a tener ningún bebé.

Y ella me dijo con cara de sorpresa:

- ¡Pero tienes tripa! ¿Por qué si estás embarazada no vas a tener ningún bebé?


Y tú dime a mí qué cara pones. Pobrecilla, en el fondo no sabe que ya le tocará tener un síndrome premenstrual, y ya le tocará retener líquidos, y le llegará ese momento en que cuando se coma un donut note como va directico directico de la boca al culo sin pasar por el estómago.

Criaturita...

Es lo que tiene trabajar con niñ@s: un día te conviertes en princesa, otro en duende, otro en hada y otro en señora mayor.

Facebook tiene razón: llegará el día en que tod@s seamos señoras...





martes, 11 de enero de 2011

La Reina de Corazones

H. M. llevaba varios días diciéndonos que, si nos apetecía, necesitaba que le echásemos una mano en una representación que se hacía en esta semana en el cole. Resulta que los niños y niñas tienen que escoger a la reina y al rey que les gustaría ser si tuviesen su propio reino, y necesitaba que R., M. y yo nos disfrazásemos de reinas buenas y malas e hiciésemos una pequeña representación en la clase para que l@s niñ@s pudieran decidir a quién elegir.

En seguida me pedí la Reina de Corazones. Odio la historia de Alicia en el País de las Maravillas en cualquiera de sus versiones (aunque todos los postmodernos y fans de Tim Burton y Lewis Carroll me quien empalar a partes iguales), pero adoro a ese personaje que es la Reina de Corazones. Cuántas veces al día gritaría aquello de:

- ¡Que le corten la cabeza!


Me parece que la pobre era una mujer tristemente sola en su reino, una reina de sí misma a quien nadie respetaba ni quería, ni siquiera por el hecho de que una corona hiciese equilibrios en su cabeza. Una mujer caprichosa, vanidosa, poco consciente de que lo que la hacía miserable no era ser tirana, sino ser ignorante, simplemente no ver más allá de sus narices.

El disfraz que me han hecho era algo absolutamente espectacular, aunque el corpiño no me dejaba realizar correctamente algunas funciones vitales, como respirar o permitir a mi corazón latir con normalidad. La falda era de un cabaretero que encandilaba. El término "cabaretero" referido a cualquier cosa que brille lo acuñó mi amiga P. cuando un día, viendo los fuegos artificiales de las fiestas de la U.V.A de Vallecas (por cierto, acabo de encontrar una reflexión sobre la U.V.A muy tierna, si alguien quiere leerla, puede pinchar aquí), lanzaron uno de esos fuegos de palmeras brillantes y ella gritó:

- ¡¡Mira!! ¡¡Qué fuego más cabaretero!!





Y nunca jamás nos deshicimos de esa expresión. Todo o casi todo en la vida es susceptible de ser cabaretero, y hoy lo eran nuestros vestidos.

Hemos ido hacia la clase. Por el pasillo ya hemos sido el cuadro general, porque la verdad es que estábamos de traca, con esas telas de colores brillantes y esas pelucas, y para mí que nos han hecho alguna foto, de esas que luego se cuelgan a traición en el corcho de la puerta o se enseñan en la sobremesa de las comidas de trabajo.

Cuando hemos llegado, H. M. nos ha presentado y hemos entrado. No sé cómo la mitad no se han puesto a llorar, porque eran bastante peques. Han alucinado con los trajes, yo no sé si se han enterado mucho de la historia que queríamos venderles pero han tenido la boca abierta y la sonrisa puesta durante la media hora que hemos estado allí moviéndonos por la clase entre dimes y diretes. Luego, muchos aplausos y dificultad para volver a las tareas rutinarias.

A veces somos un poco Reina de Corazones, no nos damos cuenta de que existen mas opiniones, otros pareceres, necesidades y exigencias que no son como las nuestras pero que merecen ser escuchadas, y pensadas, y tenidas en cuenta. Que la corona se nos pone a veces pero es fácil que caiga, y sobre todo que dentro de cada un@ hay un corazón pequeño, mucho más pequeño que los corazones de la falda y del corpiño, pero mucho más lleno de amor que el cofre donde guardamos todo lo que consideramos importante.

A veces hay que quitarse el traje de Reina de Corazones, y a quienes quieran ponérnoslo...


¡¡Que les corten la cabeza!!



lunes, 3 de enero de 2011

Quiero quererte

Como no tengo yo suficiente con mi trabajo de todos los días, me busco de cuando en cuando trabajos para las épocas vacacionales, básicamente para poder estar quejándome después todo el rato de lo que necesito unas vacaciones y lo bien que me vendría descansar. Una, que es así de compleja.

Estas navidades me ha tocado por obra y gracia de la Consejería de la Mujer hacer unas jornadas de conciliación no sexista, que como dice mi madre consiste en que "ni l@s machistas sean tan machistas ni l@s hembristas sean tan hembristas" (porque ¡oh, sorpresa!, el contrario de "machista" no es "feminista", sino "hembrista"). En las jornadas hay de todo un poco para toda la familia: actividades, juegos, dinámicas, talleres, charlas, coloquios varios...etc. Yo me dedico a la parte de infancia en unos pueblos madrileños que están donde da la vuelta el aire, y que no menciono por si alguien lo lee y se ofende porque resulta que es el pueblo donde veranea de toda la vida. Sólo os digo que os deseo un veraneo lejos de los pueblos del oeste de Madrid. Qué horror.

El caso es que, cuando empecé hace ya unos días, estaba yo colocando el material antes de que llegaran l@s chaval@s cuando se acercó una madre a hablar conmigo:

- Mira, te quería contar que Guillermo es un niño estupendo y muy bueno, con un currículo muy normalizado, pero cuando era pequeño le diagnosticaron un trastorno del lenguaje y un principio de autismo, y aunque está mucho mejor, si hay mucho ruido, o se frustra en una actividad, o se siente atacado, es muy probable que reaccione de manera agresiva, así que intenta que eso no ocurra. No sé si te estoy predisponiendo antes de que conozcas al niño, pero prefiero avisáretelo. Te dejo que tengo hora en la peluquería.


Y allá que se fue, dejándome con una cara que no sabría definir, pero que desde luego no quería decir: "Que te lo pases fenomenal con el tinte y los rulos". Las madres del mundo es que son así, te sueltan una historia truculenta de tratamientos médicos, diagnósticos y episodios paranormales y luego se marchan tan tranquilas con la sensación del haber cumplido y ala, ahí te las arregles como puedas. Yo, que me pasé toda la carrera (o casi toda) haciendo figuritas de arcilla y trabajos en grupo, a ver qué cojones hago con los accesos agresivos de un niño que no se expresa bien y que tiene rasgos de autismo. Pues nada, encomendarme a un santo cualquiera y tirar p´alante.

Resulta que el Guillermo en cuestión, trastorno del lenguaje, lo que se dice trastorno del lenguaje, no parece que tenga. Por la facilidad con la que se caga en la puta madre del primero que pasa se diría que tiene bastante destreza en expresar su frustración, aunque sí, quizá tenga razón su madre, es un poco agresivo. Pero el lenguaje lo usa con mucha alegría, ojo.

Lo de las reacciones chungas sí que ha pasado ya un par de veces, concretamente en los dos talleres que entrañaban una dificultad mínima. Si no le sale a la primera se pone atacado de los nervios y empieza a arramplar con todo lo que encuentra a su paso. Total, que me paso el día entero pegada a él, aunque desde la discrección, porque si se da cuenta se mosquea y para qué queremos más.

Hoy estábamos en un taller haciendo cometas, que reconozco que no es lo más sencillo de hacer pero es uno de los talleres que más gustan a peques y mayores porque con ayuda lo pueden hacer bastante bien y el resultado es precioso, cometas que vuelan de verdad y muy bien, por cierto.

En el taller me he buscado la manera de que Guille se sentase a mi lado (pidiéndole que me ayudase con el material) y allí que se ha venido conmigo tan contento de ser el ayudante de la profe. Estábamos haciendo la cometa cuando se le ha arrugado un poco el plástico, le ha dado la histeria y ha dicho que no quería hacerla más, que era muy complicada. Llevaba media cometa rota cuando le he parado.

Abrazándole un poco, le he dicho:

- Oye Guille, que ésto tiene arreglo, que ésto no está estropeado, sólo hay que ponerle un poco de paciencia para que quede perfecta.

Y le he pasado otro trozo de celo para que le pusiese un parche. Estábamos tan concentrados recomponiendo la cometa, cuando, de repente, Guille me ha abrazado y me ha dado un beso. Yo me he girado, le he devuelto el abrazo y el beso y le he dicho:

- ¡Gracias, Guille!

Él me ha contestado:

- No me des las gracias, tú quieres ayudarme y yo quiero quererte.

Y me ha vuelto a abrazar. Casi pierdo los papeles y me pongo a llorar. Creo que se da cuenta de que me paso el día intentando hacerle las cosas más fáciles, intentando ayudarle, que participe en los juegos, que le salgan los talleres, que baile y cante con el grupo... Ese abrazo y ese beso han sido su "Gracias" de niño, lo sé.

Y Guille ha terminado su cometa, llena de parches de colores, y hemos salido al parque, y ha corrido por toda la explanada gritando, y riendo, y mirando al cielo, y por un rato no importaba nada, ni nadie, sólo él y su cometa.

Él quiere quererme.

Y yo quiero quererle a él.


Dar y recibir amor, creo que lo llaman...


miércoles, 22 de diciembre de 2010

De ilusión también se vive

Otro de mis curros allá por el año 2006 consistió en entrenar a un grupo de chavales que tenían la sana costumbre de juntarse para jugar al baloncesto. Yo les sacaba unos 5 años y ellos a mí unas 5 cabezas, pero nos entendimos bastante bien desde el principio, era un grupo súper majete.

Un par de días por semana nos veíamos en el barrio de Arganzuela y allí jugábamos un rato y charlábamos otro rato, un par de veces nos fuimos a cenar por ahí (me apasionan las cenas como forma de relacionarse) y cuando se me terminó el contrato, aún mantuve contacto con algunos de ellos bastante tiempo. A lo largo de estos años me han ido contando que acabaron el instituto, que pasaron a la universidad, o que encontraron su primer curro, o su primera novia, y me encanta que de cuando en cuando me lo cuenten porque me hace feliz que sean felices.

Hoy estaba escribiendo un post acerca de otra cosa cuando me ha llegado un mensaje de uno de aquellos chavales diciéndome que me mandaba una invitación para escuchar unas canciones que ha compuesto con un amigo, al chico le gustaba el rap cuando nos conocimos y parece que ha tenido las ganas y la energía para plasmar su afición en expresión. Yo soy de las que leo y escucho todo lo que me mandan, más cuando es de algún chaval/a con quien he trabajado, así que llevo un rato oyendo lo que me ha mandado.

Me gusta. No deja de ser hiphop, con mucha frase chunga y mucha reflexión callejera, pero me encanta ver como, según pasa el tiempo, los que eran unos niños van creciendo como voy creciendo yo y llevan adelante sus sueños, y se dedican a disfrutar y a ser felices, o al menos lo intentan como lo intentamos tod@s durante toda la vida.

Estas cosas me hacen darme cuenta de que la ilusión mueve el mundo, de que si realmente le pones ganas, no hace falta tener una gran productora, ni un magnífico estudio de grabación, ni siquiera una voz privilegiada. Si lo que realmente te gusta es rimar y mezclar bases, aunque tu madre te diga que eso es "música ratonera", adelante. El éxito empieza por la voluntad, y la voluntad nace de la ilusión.


De ilusión también se vive.


Y se vive realmente bien.




viernes, 19 de noviembre de 2010

De mayor quiero ser traficante

Hay veces que las evidencias hablan por sí solas, aunque tú quieras hacer como que no.

Hace cuatro o cinco años estuve haciendo un voluntario con la fundación Caja Madrid (tod@s tenemos un pasado duro) en un colegio público con un bagaje de alumnado que telita del telón. En mi clase había chavales de todos los pelajes y condiciones con un único objetivo: no estar en la calle.
Retenerles allí durante unas cuantas horas era como retener a una manada de dóbermans a la puerta de la carnicería.

Se suponía que allí había que hacer los deberes, pero yo no soy muy partidaria de esos sistemas, porque bastante tiempo pasan las criaturas en clase como para chuparse dos horas más de apoyo escolar, así que sin que me oiga nadie, un ratito hacíamos deberes y el resto charlábamos de lo divino y lo humano.

Un día me preguntaron que por qué yo era maestra. Les conté un poco de mi vocación de la infancia hecha realidad y parece que no les convencí, pero al menos les valió mi razonamiento.

Luego les pregunté que qué querían ser de mayores. Nada nuevo bajo el sol: futbolistas, bomberos, maderos, cantantes y demás.
Uno de los chavales me dice:

-Profe, yo me cambio, lo he pensado mejor. Yo de mayor quiero ser traficante (13 dulces años tenía la criatura, ahora que lo pienso ya tendrá 18, ¿habrá cumplido sueño?).

Automáticamente le solté la clásica charla de "pero cómo vas a querer ser eso, es un trabajo que hace infeliz a mucha gente, vas a explotar a personas, no te vas a motivar ni a apreciar, con lo que tú vales, y bla bla bla".

El chico me dice:

- Mira profe, yo sé que no está bien, pero mírate, tu has ido a la universidad, eres profesora y vienes al cole en autobús y vives en un piso de barrio (eso último lo sabían porque yo se lo había contado en un trabajo que habíamos hecho).
Mi tío trafica con hachís y tiene un chalet con piscina, un cochazo y la Play con un montón de juegos. Y yo de mayor quiero ser como mi tío, no como tú. Si eres honrado, no te haces rico y te dan por todas partes.

Y encima, el crío, tenía toda la razón.

Hay que joderse.



martes, 16 de noviembre de 2010

La comida del comedor

Soy de las que piensan que en la universidad no se aprende absolutamente nada, o mejor dicho, absolutamente nada útil.
Te pegas 3, o 5 o los años que sean estudiando decenas de teorías, principios, enunciados e investigaciones y cuando terminas de aprendértelo todo eres la misma persona pero con menos hueco vacío en el cerebro. Con esto quiero decir que en absoluto te hace mas profesional saber que Fulano dijo esto o que Mengano descubrió lo otro.

Cuando una estudia Magisterio aprende muchas cosas relativamente absurdas aunque curiosas: que las marionetas tienen que llegar como mínimo al codo para que resulten estéticamente bonitas, que cuando entrevistas a una familia por primera vez es mejor poner una mesa de por medio para separar los roles o que la plastilina en realidad no es tóxica (salvo que te comas varios kilos, ahí ya no garantizan la inocuidad).

Sin embargo, hay cantidad de cosas fundamentales en la vida de todo docente para las que ya no sólo no te preparan, sio que ni siquiera te mentalizan: cómo analizar una cabeza en busca de piojos, saber aguantar el tipo ante un vómito matutino, qué hacer si una familia te amenaza con la muerte o cómo sobrevivir a la comida del comedor.

Cuando yo era pequeña, no me solía quedar al comedor de mi cole, porque vivía bastante cerca del cole. Jamás entendí, hasta muchos años después, lo feliz que hace a una persona comer la comida de su casa. Cuando yo tenga hijos, si es que algún día se da ese caso, les pienso matricular en un cole lo suficientemente cercano a casa como para que puedan prescindir del comedor.

El comedor es el único espacio de un colegio en el que reina la anarquía más absoluta, mal que te pese. El patio podría ser otro de esos espacios, pero l@s profes siempre nos enteramos de lo que pasa en un patio, bien porque lo vemos, bien porque alguien se chiva y nos viene contando que Fulanita ha pegado a Menganito y viceversa. En el patio hay muchos grupos de chavales: los que pegan, los que se defienden, los que vegetan, los que roban bocadilllos, los que juegan al fútbol, los que juegan a otras cosas (escondite, comba y otros juegos tradicionales), los que aprovechan para hacer los deberes... son infinidad de ellos.

Sin embargo, en el comedor sólo hay dos tipos de grupos: los niños que comen mal en casa y en el comedor y los que sólo comen mal en el comedor. Y es que una sopita de fideos de tu mami nunca se pareció en nada a ese bloque de pasta que tienes en la bandeja.

En primer lugar, manifiesto desde aquí mi odio radical hacia las bandejas de rancho, esas que son metálicas y tienen compartimentos para el primero, el segundo, el agua, y el pan/postre (que por cierto, qué asco da mezclar la macedonia de frutas con el pan duro).
Esas bandejas con esos huecos que cuando hay que llenarlos de puré de verduras caben (asombrosamente) cuatro cazos bien llenos, pero cuando hay que llenarlos de croquetas, parece que falta hueco y sólo caben dos o tres (acompañadas, eso sí, de hojas de lechuga del tamaño de la Plaza Mayor de Salamanca).

A decir verdad, yo no tengo problemas con la comida en sí, es decir, como de todo. Con esto no digo que me guste absolutamente toda la comida, pero toda me la puedo comer, no tengo especial aversión por nada. Sin embargo, en el tema del comedor no valen las experiencias previas, porque la comida no se parece en nada a cualquier cosa que hayas probado antes.

En primer lugar, el reciclaje del comedor puede llegar a ser demasiado cantoso. Eso de que el lunes pongan filetes de pollo, el martes croquetas de pollo, el miércoles sopa de pollo picado, el jueves empanadillas de pollo y el viernes picadillo de pollo, canta un poco, la verdad. Y es bastante tedioso.




Luego otra cosa que me alucina es que haya platos que estando sólo cocidos, sepan extraños. Por ejemplo, el arroz blanco. Si es arroz, y está cocido, ¿por qué sabe raro? Pues es así, no se identifica el sabor, así que por muy bien que comas en casa, ante esas cosas en el comedor tienes que rebelarte (este "rebelarte" es con "b", que nadie se asuste. El "revelarte" es del verbo "revelar" fotos, no sea que la Gramática de la RAE me cambie las normas).

Es verdad que debo decir en favor de los comedores escolares que muchas veces hacen menús para profes diferentes de los de l@s chaval@s, que es un detalle de agradecer. Vale que a tod@s deberían de darnos de comer con la misma calidad, pero sinceramente, yo no me puedo permitir comer varitas de merluza cada dos por tres, porque yo sí que como pescado aunque tenga forma de pescado (y no de corazón o de estrella) y no esté rebozado ni empanado. Si esa esa la única forma de que l@s niñ@s coman pescado, adelante, dénselo. Pero con mi estómago no jueguen.

Decía que nos suelen dar un menú un poco diferente, es decir, que si en el menú pone "ternera", puede que a los peques les toque hamburguesa y a nosotr@s filete, pero ternera comemos tod@s.
El drama viene cuando prefieres una hamburguesa congelada a un entrecot. No es que mi paladar se haya vulgarizado, no, es que cualquier parecido entre mi "filete" y el sabor de un filete cualquiera de un lugar cualquiera del mundo es pura coincidencia. Lo de las patatas fritas y los purés ya es cosa aparte, no entraré ni a diseccionarlos ni a comentarlos, porque me va a tocar comer todavía durante muchos años en los comedores y quiero hacerlo con la mayor entereza posible.

Cuando yo era pequeña, recuerdo que mis compis se guardaban en los bolsillos de la chaqueta del uniforme algunas cosillas de la comida del comedor que no podían comerse de ninguna de las maneras. Las envolvían en una servilleta y para el bolsillo.

Este es el diario de la supervivencia de una maestra.

Yo estoy sobreviviendo.

Tengo una bata repleta de bolsillos...

lunes, 15 de noviembre de 2010

Viajes de fin de curso

Quiso el azar que en el cole rural en el que pasé un curso entero, (y del que he hablado en Un pueblo es (parte I) y Un pueblo es (parte II) ), me ofrecieran, por obra y gracia del Espíritu Santo asistir al viaje de fin de curso.

Como alumna, yo hice dos viajes de fin de curso: en 1º de Bachillerato me fui a Italia (como manda la tradición de colegio de monjas, los colegios públicos son más de ir a Francia o a esquiar) y en 3º de carrera me fui de crucero por Turquía y las Islas Griegas. Es claramente apreciable cuál de los dos destinos fue elegido por el profesorado sin contar con el alumnado y cuál fue elegido justo al contrario. La capacidad de deducción es a veces asombrosa.

Mi recuerdo de ambos viajes es muy grato, pese a que fueron bastante diferentes. Básicamente hice lo mismo en los dos (visitar lugares, comer como una loca, beberme todas las copas que se me pusieron por delante, fumar y dormir) pero en el primero lo hice con la emoción de que no me pillaran las monjas y me echaran del colegio y en el segundo con la emoción de que no me echaran del barco. Por lo demás fueron unos días de disfrute, locurilla y desenfrenos, y jamás me importó ni lo más mínimo cómo lo vivían l@s profes que me acompañaron en Italia (en 3º de carrera éramos tod@s l@s profes).

Puede parecer a ojos del observador inexperto que irse de viaje de fin de curso en calidad de profe es una maravilla: una semanita de relax, vacaciones pagadas como quien dice, buen rollo generalizado... Bien, es exactamente así sólo cuando eres joven y sólo cuando te lo montas bien.
Cuando no, puede ser un completo infierno de gritos, comida de comedor volando por los aires, quejas, madres desesperadas llamando por teléfono y trabajo 24 horas.

En mi cole se hacía un único viaje de fin de curso, para 6º de Primaria (el curso que yo impartía), porque era el último curso que los chavales estaban en el colegio. El viaje de hacía a un multiaventura en la Sierra de Cazorla que era una auténtica pasada, el clásico sitio que hace que a un niño le den vueltas los ojos, lleno de atracciones, naturaleza y habitaciones con literas y baños comunes. Un sueño hecho realidad para la infancia preadolescente.

Cuando en el cole el director propuso el tema del viaje de fin de curso, nos ofrecimos muy pocas personas para ir: el tutor de 5º (que pringaba todos los años), el propio director, la PT (medio ofrecida, medio obligada, porque se llevaba fenomenal conmigo y queríamos hacer piña) y yo. No sé que inquietudes les moverían a ellos, pero a mí me movía la de disfrutar de l@s chaval@s en un entorno mucho más tranquilo, más lúdico y más bonito, además de que me seducía horrores la idea de pasar una semanita en el campo, aunque fuese currando. Llámame clásica, pero entre que me despierte el despertador y que me despierten los pajarillos, yo siempre he sido más de pajarillos.

El caso es que cuando vieron que me ofrecía yo, todo se zanjó rápido. Al grito (interno) de "sálvese quien pueda", el tutor de 5º se desmarcó del grupo, y con la excusa de "un responsable del equipo", el director se incluyó en el pack de los que iban sí o sí al viaje. Como la PT tenía una relación relativamente distante con él, encontró la excusa perfecta y me puso en bandeja la oportunidad de irme de viaje con la clase.

En aquel momento yo trabajaba todavía en la Compensatoria en Vallecas, así que me tuve que pedir un par de días libres. No tuvieron problemas en dármelos y yo veía el cielo abierto y el manto de la virgen asomando entre las nubes: una semana de campo, perder de vista las clases formales y no formales, dormir bajo las estrellas, horas interminables de futbolín... lo más cercano al Paraíso, vaya.

El día D (un lunes) a la hora H (8 de la mañana, horreur) nos embarcamos en el autobús rumbo a nuestro Viaje. Cabe destacar que como éramos pocos, compartimos autobús con otro cole de otro pueblo cercano, así que en aquel momento íbamos 4 profes para 40 chaval@s. Los ratios son algo que no se ha respetado nunca ni se respetará jamás.

Mi experiencia en cuanto a viajes con niñ@s en un autobús siempre ha sido horrible porque siempre ha sido en rutas de campamentos. Viajes de 11 horas Madrid-La Manga, con mareos, vómitos, aires acondicionados escandalosamente altos y canciones infantiles a volúmenes obscenos decoran mis recuerdos. Con estos antecedentes, me temblaban las canillas sólo de pensar en viajar de Madrid a Jaén en pleno mes de Junio con un autobús lleno de preadolescentes.

Creo que estaba rezando ya los misterios dolorosos (aprendí mucho de las monjas en el rezo eterno del rosario) cuando me fijé en el autobús: los del otro cole estaban charlando animadamente con sus chavales, mi compi estaba intercambiando música de MP3 a Ipod con otro chaval de los nuestros y el resto iban hablando, riendo o durmiendo, pero a volúmenes normales.
Busqué la cámara oculta. ¿Qué clase de viaje era ese? ¿No había mareos? ¿Ni angustias? ¿Ni el clásico cafre comiendo patatas y llenando todo de grasa?

Me relajé, me puse los cascos, y llegamos a Jaén, todo seguido. No es que me haya saltado las 6 horas de viaje, es que me relajé tanto que me quedé en el sitio, dormida profundamente. Pagué el precio en forma de fotos que luego metimos en el vídeo final, pero no me importó. Era feliz.

Cuando llegamos, el autocar aparcó y bajamos completamente desaforados. Eso pasa siempre que te bajas de un autobús después de un viaje largo, que te apetece correr, saltar, gritar, estirar las piernas, aunque no sea ni el momento ni el lugar. Las reacciones humanas son así.

En la puerta había al menos dos docenas de monitores y monitoras con sonrisas de oreja a oreja y abrazos para regalar a tod@s l@s niñ@s. Yo empatizo mucho con los equipo de monitores, porque un par de meses después me suelo ver en ese lado, así que trato de cuidarles un montón con la esperanza de que la vida me lo devuelva a posteriori.

Pasamos al trozo de campo que actuaba como "recibidor" y mientras a los chavales les empezaban a sobreestimular con promesas de actividades que les hacían casi babear (en un momento se oyeron las palabras "Baile", "Fin", "Viaje", "Parejas" en la misma frase y a continuación gritos y aplausos como les hubiesen dicho que la comida se la iban a servir los Jhonas Brothers al completo), a los profes nos acompañaron para enseñarnos nuestras habitaciones.

Lo de mi habitación ya es punto y aparte. Una casita pequeña situada en medio de la montaña, con unas vistas como para caerse hacia atrás. Dos habitaciones, un baño pequeño, un saloncito con sofá de mimbre... pagaría bastante por tener una casa así en Madrid, la verdad.

Si la llegada fue espectacular, la estancia no fue menos: miles de actividades programadas por el equipo de monis de tal manera que a nosotros nos dejaban respirar e ir a nuestra bola. Con monitores que acompañaban sólo a los profes, dimos paseos a caballo, hicimos rutas de senderismo, nos lanzamos en tirolina, paseamos, hicimos miles de fotos a los chicos/as y todo ello regado de unas comidas de infarto y salidas esporádicas al pueblo más cercano para mover un poco el esqueleto y jugar a los dardos. Yo seguía en mi salsa.

















Los días se me pasaron volados, y cuando por fin nos tocó irnos, tod@s echamos algunas lagrimillas. Los chavales de pena, por irse del Paraíso. Los monitores de alegría, por tener unos días para descansar, y nosotros, los profes, de angustia, porque el al día siguiente era lunes y nos tocaba volver al patio de cemento, al café insustancial del bar del pueblo y a los "silencio por favor", "en clase no se come chicle", "las escaleras se bajan sin gritar".

Algún día contaré detalles escabrosos y sustanciosos (y todos los -osos que tienen morbo) del viaje, porque la gente se desatina mucho cuando no la están vigilando, pero por ahora cierro esta crónica con la sensación de que el brazo se me levanta solo cuando oigo: "¿Alguien quiere acompañar voluntariamente al grupo en el viaje de fin de curso?"


NOTA: La foto es auténtica y verídica de mí misma. Esto es lo que yo estaba haciendo el día y a la hora en que hubiera estado dando las fracciones por millonésima vez si me hubiera quedado en el cole... ¿compensa o no?

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Alcohol y pedagogía libertaria

Esta mañana, cuando he ido a seguir mi rutina diaria de despertar-iralbaño-lavarmelacara-consultarlosllamamientos, me he encontrado con un mail en mi correo que me mandaba una compañera del colegio en el que yo estudiaba. El mail hablaba de un manifiesto que ha redactado un colectivo de padres y madres para promulgar la pedagogía libertaria en los centros escolares, ya sean privados o públicos. He visto encontrar agujas en pajares con mucha más facilidad.

Mi compañera me mandaba el correo en calidad de madre de alumna (algunas fueron mucho más rápidas de lo que lo somos otras, porque creo que ella se pasó del sector de las alumnas al sector de las madres un par de años después de salir del colegio) y estaba bastante bien planteado, aunque su consecución se me hiciese harto complicada por varias razones.
Para quien no lo conozca, la pedagogía libertaria propone un modelo de escuela basado en el anarcosindicalismo, que entre sus principios encuentran el de autogestión, el de autonomía individual, el de desarrollo comunitario, el de anticapitalismo y el de libertad personal como parte de un colectivo.

El manifiesto incluía las demandas de las familias hacia la escuela en base a estos principios, y entre ellas se encontraban éstas:

- Libertad del individuo. Libertad del individuo pero colectiva es decir teniendo en cuenta a los demás y desde la responsabilidad a vivir en grupo.

- Autonomía del individuo, en contra de las dependencias jerarquizadas y asumidas, cada individuo tiene derechos y obligaciones asumidas voluntariamente, responsabilidad colectiva y respeto. Las personas afrontan sus propios problemas, crean sus propias convicciones y razonamientos.


A ver, si a mí me preguntasen, me parece que éste modelo es, más que ideal, idílico. Es cierto que la pedagogía libertaria se ha llevado a cabo en entornos muy concretos con resultados viables (el caso más conocido es la escuela Sumerhill, Reino Unido, 1921-actualidad), pero en otros entornos sería necesario echar la sociedad abajo y de nuevo arriba para viabilizarlo.

Los principios de autogestión, libertad y desarrollo comunitario me parecen maravillosos, y de hecho pienso que éstos sí se pueden llevar a cabo en la escuela actual, pero me asaltan dudas de cómo calaría ésto en los chavales de hoy en día, cada vez menos responsables, menos estimulados y menos maduros. ¿Cómo hacer entonces que adquieran responsabilidades grupales si son incapaces de asumir las propias?

Conste que pienso que la culpa de ésto la tenemos a partes iguales sus padres y la sociedad. Pensamos que los niños/as "no saben", "no conocen", "no entienden", y que se lo tenemos que dar todo hecho. Cuando de verdad demandan nuestra atención (y quienes nos dedicamos a la educación sabemos que ésto ocurre con frecuencia) les enchufamos a la tele, o al ordenador o a la consola, y no les escuchamos.

El año pasado me tocó trabajar en una escuela rural. Le dedicaré un post sólo a contar lo que fue mi experiencia, pero aprendí un montón acerca de muchas cosas. El cole era lo que llamamos un "línea uno", es decir, con una clase de cada curso, por lo que en total habría unos 120 niños/as en todo el cole más o menos.

Como llegué para sustituir a la jefa de estudios, me asignaron la mitad de mis horas de impartición (¿se dice así?) en 6º y la otra mitad de apoyos en infantil.

De entre l@s profes de primaria, la que más tiempo pasaba en infantil era yo, y me los conocía a todos, así que cuando alguna de las tres profes de ese ciclo faltaba a clase, me solían poner a mí las sustituciones. Si yo no me dediqué a la educación infantil fue por algo, pero el caso es que descubrí un mundo nuevo en esas clases llenas de peluches y plastilinas chupadas.

Un día se dio de baja la profe de 2º de infantil (4 años), porque el día anterior haciendo un baile le había dado un tirón en el cuello que se había quedado como la niña del Exorcista, con la cabeza mirando hacia atrás. La pobre estuvo en casa una semana y me mandaron a mí a sustituirla.

Lo que más me gusta de infantil es la asamblea. La asamblea es una dinámica que se sigue en infantil cada mañana: los niños/as se sientan en círculo con el/la profesora y realizan una serie de rutinas, hablan sobre el día anterior, sobre lo que van a hacer ese día, evalúan o planifican actividades. A mí me parece un espacio maravilloso que debería llevarse a la práctica en otros ciclos (ésto también lo plantea la pedagogía libertaria) en el que conocemos muchas cosas de los/as peques.

Recuerdo que una mañana de esta sustitución, les pedí que quien quisiese cantara una canción, la que le apeteciese, porque a mí me gusta mucho que los niños y niñas canten, y más en el colegio. Algunos cantaron, otros no, y yo les dije que para el día siguiente, si les apetecía, les pidiesen a las familias que les enseñasen una canción para cantarla en la asamblea.

Al día siguiente, los que el día anterior no habían cantado ninguna canción la cantaron, todos menos un niño que no se terminaba de decidir a cantar, y que cabe destacar que era uno de los más participativos y dinámicos del grupo. A mí me extrañó, pero tampoco le quise obligar.

Más tarde, cuando terminó la asamblea y empezamos a hacer una ficha, estaban sùper concentrados coloreando y yo paseando por las mesas, cuando de repente oigo a este niño que no quería cantar...cantando. Me acerco sigilosamente y le oigo cantar:

"Alcohol, alcohol, alcohol alcohol alcohol, hemos venido a emborracharnos, ¡el resultado nos da igual!"

Por si alguien no conoce la cancioncita, es un estribillo que se entona en los botellones, fiestas y demás jolgorios por los borrachos/as de turno.

Cuando le pregunté que de dónde había sacado esa canción, me dijo que era la que sus padres le habían enseñado para la asamblea, lo que no sé es si lo hicieron en plan coña o porque realmente no se sabían otra. El caso es que el muchacho se la había cantado antes de entrar en el cole a otra profe y ella había puesto cara extraña, así que el pobre me decía:

- A la profe Fulanita no le ha gustado mi canción... ¿es que dice alguna palabrota?

Y yo le expliqué que no, que no decía palabrotas, pero que no era una canción para niños/as porque no decía nada feo pero tampoco nada bonito, y que le iba a enseñar yo una estupenda para cantar en su casa, en la asamblea y en casa del rey si hacía falta.

¿Cómo voy a pretender que esta clase de padres eduque a sus hijos/as en la responsabilidad y en la autogestión, cuando son incapaces de autogestionarse ellos?

Sería precioso que Summerhill estuviera en cada rincón de nuestros centros educativos, pero todavía hay mucho "alcohol" que destilar para que esto ocurra.