"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




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viernes, 27 de septiembre de 2013

13 Meses

13 meses.

52 semanas.

1560 días.

37440 minutos.

2246400 segundos.

Ese es el tiempo que he estado esperando este día.

En 13 meses, o 52 semanas, o 1560 días, o 37440 minutos, o 2246400 segundos, da tiempo a hacer muchas cosas.

Da tiempo a concebir a una criatura, gestarla, alumbrarla, amamantarla y destetarla.

Da tiempo a pagar una deuda a plazos, o a contraer muchas.

Da tiempo a irse de vacaciones, al menos, dos veces.

Da tiempo a vivir una Navidad, con su turrón, sus polvorones, sus villancicos, su marisco en oferta. O a pasar de ella.

Da tiempo a pasar por cuatro estaciones, primavera, verano, otoño, invierno. Da tiempo a sacar y guardar abrigos, bufandas, chaquetas, botas, gorros, sudaderas, vestidos, vaqueros, faldas y camisetas, bikinis y chanclas, sombrillas y paraguas. Y a recoger hojas, da tiempo a recoger muchas hojas.

Da tiempo a rellenar una agenda entera, con sus meses y sus semanas, con sus cosas pendientes y sus metas cumplidas.

Da tiempo a gastar un calendario, rellenándolo con cumpleaños, fechas de citas médicas, planes de cenas, cines, teatros y bares.

Da tiempo a ir, al menos, una vez (a poder ser más) al teatro y muchas veces al cine; hay muchos Días del espectador en 13 meses. Da tiempo a visitar exposiciones en museos, alguna rara por lo menos.

Da tiempo a hacer muchas veces la compra y darse caprichos. Da tiempo a tener muchas cajas de Donuts en la mano y a devolverlos a la estantería pensando que si entran en nuestros cuerpos jamás saldrán de ellos.

Da tiempo a pasar muchos buenos momentos en buena compañía, a disfrutar de muchas terrazas, de muchas casas chulas, de muchos vinos y cervezas, de muchas conversaciones. Da tiempo a tener muchas discusiones de esas que terminan sin saber cómo empezaron ni porqué, y cuyo final, simplemente, se brinda.

Da tiempo a deprimirse sin sentido (y con él) al menos una o dos veces, y a ponerse música en bucle maligno (mi preferencia son los cantautores españoles) hasta dejar de verle sentido a la vida. Y a recibir una llamada y salir de la depresión al instante.

Da tiempo a coger muchas manos, a rozar muchos brazos, a dar muchos besos de mejilla de esos mal dados que te ponen en una situación incómoda por la cercanía de las bocas.

Da tiempo a dar decenas, cientos, miles de abrazos.

Da tiempo a formar parte de un grupo de rock infantil, a gastar botes y botes de purpurina disfrazándote de payasa, a pintar muchas caras, a hacer muchos perritos con globos, a cantar muchas canciones, a bailar muchas otras. Da tiempo a ir a bodas, cumpleaños, fiestas, bautizos, eventos, reuniones, y a salir de ellas agotada de tanto dar botes. Da tiempo a empezar una carrera. Da tiempo a aprender un idioma.

Da tiempo a que una de tus mejores amigas se vaya al otro lado del mundo. Da tiempo a que muchas otras se queden cerca. Da tiempo a que un abuelo se vaya, y a que una abuela vuelva a nacer. Da tiempo a descubrir a mucha gente que se hace imprescindible. Da tiempo a perder a una poca, para que haya equilibrio.

Da tiempo a reír mucho. Da tiempo a llorar. Da tiempo a suspender una oposición y que el mundo caiga a plomo. Da tiempo a planificar una vida lejos. Da tiempo a una segunda oportunidad, a un cambio de criterio que te devuelve al mundo, a ese mundo que transcurre dentro de una clase de escuela pública. Da tiempo a cumplir un sueño.

Trece meses pasan a veces lentos, a veces rápidos. Pero lo más importante es que pasan y, pese a ser ese número con tan mal augurio, llegan a un día nuevo. Un día como hoy.

Y te devuelven, entre libros y témperas, entre niños y niñas, entre un contrato y un destino, otra vez, una vez más, la sonrisa.

Cuántos trecemeses quedarán por delante a partir de hoy, el día en que, por fin, vuelvo a ser maestra, la que nunca, nunca, dejé de ser...




lunes, 10 de junio de 2013

No vas a ser nadie en la vida si no sabes matemáticas

Mi madre dice hoy en día que yo fui buena estudiante. Pobrecilla. Eso es porque no se acuerda de las broncas, los suspensos, la desesperación, la angustia, la frustración, los castigos, los levantamientos de castigo porque no tenían sentido, las clases particulares... yo me acuerdo perfectamente. He pasado por los estudios en mi vida como se pasa por encima de un puente poco estable, deseando que se termine y con las piernas temblando.

No es que haya vivido yo un infierno, que no es el caso, pero mis 4 o 5 asignaturas por trimestre caían todos los cursos desde 5º de Primaria. Luego parece que en la Universidad remonté un poco, porque no había trimestres y porque no me conocía nadie, pero en el colegio entre lo alta y lo rebelde, me ponía cara todo el mundo y claro, eso condicionaba.

He suspendido casi todas las asignaturas alguna vez porque me gusta probarlo todo en la vida para poder hacer un juicio integral de las situaciones: sólo se han resistido la Lengua y la Literatura, que me apasionan, y a lo mejor alguna otra por ahí. Plástica y Educación Física también las cateé, señoras y señores, en algún momento de mi escolaridad.

Sin embargo ha habido en mi vida una piedra en el camino, un dolor de muelas, una viga en ojo propio (y paja en el ajeno, imagino), un sufrimiento de costalero en Semana Santa, una lágrima caída en la arena: las matemáticas.

Las putas matemáticas. Voy por la segunda estancia en la Universidad y las sigo suspendiendo, es muy fuerte. Llevo más años cateando matemáticas de los que llevo haciendo continuadamente cualquiera de las cosas que hago en mi vida.

Cuando era pequeña lo llamaban dislexia. Empecé a crecer y lo llamaron distracción. Llegué a la enseñanza secundaria y lo llamaron vaguería. Alcancé el bachillerato y lo llamaron "NO VAS A SER NADIE EN LA VIDA".

Así me lo dijo la profesora que tuve cuatro largos años de mi existencia. Una perra sin escrúpulos, maleducada, rancia, altiva, déspota, cínica, y todos los calificativos que pueda buscar para definirla y que seguramente no hagan justicia al sufrimiento que esa mujer me provocó. Me amargaba los lunes, los martes, los miércoles y los viernes. Los jueves no teníamos clase de matemáticas, pero me los amargaba también indirectamente. Sufría pensando en que tenía que corregir un ejercicio en la pizarra, en que teníamos examen, en que nos daba las notas, su misma existencia me hacía sufrir.

Mis padres no podían entender qué era lo que me pasaba para no aprobar la asignatura nunca; me escuchaban, me entendían, pero no sabían que hacer conmigo. En vez de llevarme a terapia (que era lo que yo necesitaba para convivir con la profesora maligna) me llevaron a una academia, y luego trajeron la academia a casa en forma de profesora particular, que venía religiosamente 5 horas semanales. Más clases particulares que ordinarias, ya digo, y ni por esas.

No crea el lector o la lectora que me acercaba yo al aprobado, ni de lejos. Era una regla de proporción inversa: a más esfuerzo hacíamos mi círculo y yo por sacar buena nota, peor nota sacaba. La tía se regodeaba:

- Señorita S., tu examen. Has mejorado, mira tú qué bien.

Yo recogía la hoja, miraba la nota: 0,75.

¡¿Cómo podía ser?! Ahora que soy maestra entiendo que un punto en un examen se da casi porque sí, por poner el nombre con las tildes y las mayúsculas correspondientes y por presentarte al examen, por valorar la participación.

Pues no, ella me ponía esa nota y dormía como una reina por las noches.

Otras veces me decía:

- Señorita S., tu examen. Lamentable.

Yo recogía la hoja, miraba la nota: 4.

No entendía nada: cuanto mejor era mi nota, peor me trataba, como si le molestase.

Entre sus perlas había varias buenas: "Como no estudies vas a terminar vendiendo clínex en un semáforo", "A éste paso tu única aspiración en la vida va ser la de repartir con la furgoneta del pan", "No sabes NADA DE NADA", "Mira qué nota, ¿pero tú de qué vas?" y la perla: "¿Tú qué quieres, ser como Arsenio?". (Arsenio era el de mantenimiento del colegio, y en siete vidas que hubiera vivido ella jamás nos hubiera hipnotizado con sus puñeteras matemáticas como nos hipnotizaba Arsenio con su elegancia limpiando los cristales. Era como ver El cascanueces en versión aérea, qué delicadeza, qué sutileza, qué maravilla. Ella le odiaba, como a todo menos a su reflejo en el espejo.)

Cuando me quedaba poquísimo para acabar el Bachillerato y mis compis ya pensaban en qué hacer en vacaciones, yo sólo podía pensar en una cosa: me van a caer las matemáticas y jamás saldré de este bucle infernal. No me quitaba el hambre ni el sueño, porque hasta la fecha no ha existido nada que me quite esas dos cosas, pero me robaba las ganas de ir a clase cada mañana, de luchar por aprobar y hasta de vivir en este planeta.

No sabía qué hacer, así que un día me volví loca y fui a hablar con ella. Llamé a la puerta de la sala de profes y me abrió el de Economía, que era mi tutor (y como era un centro concertado también era profe de Filosofía, y de Psicología, y tutor...):

- ¿Le puedes decir a M. que salga?

- Un momento, que la llamo.

Qué 15 segundos de espera pasé. El día que tenga un hijo o una hija no se me va a hacer tan largo el parto, estoy segura. A los 15 segundos un olor a café, tabaco y Chanel nº5 salieron por la puerta, y detrás salió ella:

- Dime nenita (así nos llamaba por sistema, ahí tuvieras 50 años), que estoy muy ocupada.

- Mira M., yo no sé qué hacer con tu asignatura, de verdad. Estudio, hago los ejercicios, voy a clase particular, le echo horas y nunca llego al 5. No sé si hay algo que yo pueda hacer, un trabajo, ejercicios extras, algo, que me ayude a aprobar antes de ir a Selectividad...

- A ver nenita, te digo una cosa: si no sabes matemáticas, JAMÁS LLEGARÁS A HACER NADA NI SER NADIE EN LA VIDA. Si no eres capaz de superar un obstáculo, no vas a hacer nada digno de ser reconocido.

Y acto seguido se dio la vuelta, entró por la puerta de la sala, esperó a que entrasen su olor a café, tabaco y Chanel y me cerró en las narices.

Las lágrimas que yo vertí en aquella puerta, sentada en el suelo, hubieran llenado los pantanos españoles hasta 2020. Nunca había estado tan frustrada, tan desesperada y tan disgustada. Empecé a ver mi futuro negro como el carbón, a creerme que hoy eran las matemáticas, pero otro día se me atascaría otra cosa y no llegaría a superar los baches nunca. Llegué a casa y se lo conté a mis padres.

Mis padres primero me miraron, después se miraron, y después me miraron otra vez. Me abrazaron. Lloré otro rato. Les abracé. Cuando esta escena de Mujercitas terminó, mi madre me dijo:

- Mira hija, ve y haz el examen. Da igual si no sacas buena nota, ya la sacarás. Lo importante es que lo hagas lo mejor que puedas y sepas y ya está. Si haces lo mejor que sepas hacer, nada puede ir mal, ya verás.

Y me hizo macarrones, que para el disgusto quieras que no, motiva.

Llegó el examen final y lo hice. De repente me crecí, me sentí poderosa, supe que podía hacerlo bien. Salí contenta, liberada, feliz.

Suspendí, claro.

Por azares del destino, valorando mis notas globales parece que la presión le hizo subir la mano y ponerme el ansiado 5 que me dio boleto para entrar en la Universidad, pero jamás se me quitó de la cabeza aquella frase, "si no consigues superar un obstáculo jamás vas a llegar a hacer nada digno de ser reconocido".

9 de junio de 2013, 18.30 horas. Ayer, vamos.

Estaba yo en la puerta de una finca esperando para entrar, en una zona residencial de Madrid. A unos 10 metros había varias familias con peques charlando, y al ratito me dí cuenta de que me miraban y cuchicheaban, me señalaban y volvían a cuchichear.

Dos minutos después, una de las mujeres se me acercó:

- Perdona, ¿eres Paulix? ¿Paulix de "Paulix y los ATTG Kids"?

Me quedé seca. "Paulix & de ATTG Kids" es un proyectillo pequeño en el que me he metido y que ha salido ya un par de veces (y sale otra vez en unas semanas) con el que hacemos un cuentacuentos dinamizado con rock para pequeños/as: una maravilla. Lo ví y pensé que si yo tocase el bajo, la guitarra eléctrica y la batería, y además tuviese la voz adecuada, y todo lo pudiese hacer a la vez ("mujer orquesta" lo llaman) lo hubiera montado yo. Me encantó la idea y en unos días vamos a abordar la tercera representación que hacemos en menos de dos meses. Para quienes nos dedicamos a ésto a cualquier escala sabemos que si gusta a la infancia, es bueno. Parece que gusta y estoy encantada.

Cuando esa mujer se me acercó ayer, no supe qué decir. Bueno, contesté "Sí", claro, y ella siguió:

- Te vimos, bueno, os vimos en el teatro el día 20 de abril y NOS ENCANTÓ, ¡qué chulada! ¡qué idea más cojonuda! (así dijo, "cojonuda"), cómo lo pasamos... hacéis algo digno de ser visto.

Y entonces, entre tanta sonrisa y abrazos y fotos que me hice con los niños y las niñas, me vino a la cabeza la imagen de mis lágrimas en la puerta de aquella sala de profesores/as, donde una mujer ignorante, acomplejada y desde luego cruel me vaticinó el fracaso que, no tantos años después, ha caído por su propio peso. Así entendí la frase de mi madre:

-  Lo importante es que lo hagas lo mejor que puedas y sepas y ya está. Si haces lo mejor que sepas hacer, nada puede ir mal, ya verás.

Las madres siempre tienen razón.

Me hice maestra, pero sobre todo me hago persona todos los días, para recibir tantas y tantas cosas que la vida, la historia y cada persona me enseña cada día.

Quién iba a decir que sería a ritmo de rock...




miércoles, 29 de mayo de 2013

Serenata a un imbécil escrita en Do Menor

Hace unos cuantos años (no quiero pensar cuántos, pero unos pocos), trabajé yo en un campamento urbano de forma altruista y voluntaria (diría incluso que pagando yo, porque mi tiempo y la gasolina son valores en alza) en la estepa vallecana, de la que ya he hablado muchas veces. Coordinaba aquel campamento mi amiga S., maravillosa ella y en todo su esplendor laboral por aquel entonces, y nos tuvo pintando y recortando árboles y flores durante un mes como si no hubiera un mañana, porque la temática que elegimos a ciegas fue "El País de los Cuentos" y para S. era de vital importancia que al entrar en aquel pasillo angosto de la casa de curas donde hacíamos el campamento te sintieses como en medio de la selva amazónica, pero con brillos mágicos y estelas de hada revoloteadora flotando en el aire.

Hay que decir en honor a la verdad que nos quedó un bosque de puta madre, con sus flores coloridas, su césped que nos llegaba por la cintura (ergo a los/as niños/as les llegaba por la nuca) y sus pajarillos colgando de las brillantes manzanas que colgaban de las recias ramas que colgaban de cada puñetero árbol de aquel pasillo. Ya digo, un mes montando el bosquecito para luego tener un Faunia en miniatura de tal realismo que te daban ganas de llevarte un machete y echarte repelente en cada centímetro de la piel.

Para cuando lo terminamos y el campamento empezó, los monitores y monitoras éramos más que colegas, éramos casi hermanos/as de sangre. Yo, desde luego, hubiera donado un riñón por cada uno/a de mis compañeros/as. El pegamento de barra infantil y las tijeras de punta redonda (que ni pega una cosa ni corta la otra) unen a cualquier ser humano de cualquiera que sea su condición, porque obliga a compartir momentos de frustración, abandono y desazón. Y allí se usaron barras y barras y tijeras y tijeras. Empezamos ya con un buenrrollismo que rozaba lo empalagoso.

En mi grupo, S. tuvo la elegante idea de ponerme un compañero y una compañera y más de una veintena de niños y niñas. Mi compañera era una chica que me sacaba unos 15 años y con pinta de Pippi Längstump que llegó dos días después de que empezase el campamento porque ella era así; la recordaríamos después por ser obligada a disfrazarse de Reina de Corazones en la piscina municipal y verse asediada por miles de cabezas infantiles mientras se escondía detrás de un contenedor de basura a la espera de sorprender a nuestras criaturas. Se llamaba O., "O" de "omitir" su identidad por no tener su consentimiento.

Mi otro compañero era un cura que aún no era cura pero que estaba en proceso de serlo. Era un "precura". Era el hombre que todas las mujeres de aquel campamento hubieran querido en su grupo: treintañero atractivo, simpático, gracioso, rápido, con labia, con mano para los/as niños/as, cariñoso, atento... lo tenía todo, incluída una mala leche importante cuando se mosqueaba. El chaval había sido camarero nocturno durante su juventud en una ciudad española famosa por su fiesta inconfundible y claro, traía de serie la pose de madurito interesante que hacía que a las jovencillas del lugar les temblase el vaso de tubo. Normal.

Decía que mi compi, al que llamaremos C. ("C" de su inicial y "C" de "C...", bueno, "C." porque no quiero dar más datos), era un tío espectacular le mirases por donde le mirases salvo en un detalle: cuando se enfadaba hacía temblar las paredes. Sus broncas y sus castigos eran temidos por pequeños/as y por mayores, si te caía un rapapolvo de C. ya podías dejarle explayarse y luego intervenir. No tenía sentido discutirle durante el enfado porque lo más seguro era que la cosa acabase con sapos y culebras saliendo de ambas bocas (especialmente de la suya).

En el otro punto, C. tenía un sentido del humor que a mí me apasiona: ácido, irónico, un poco negro y ágil, muy ágil. Era capaz de hacer mil chascarrillos por minuto y claro, fuimos a juntarnos el hambre y las ganas de comer. No había detalle, mirada, comentario, gesto o situación de las miles que ocurrían a cada minuto que quedase fuera de nuestra capacidad, y claro, a los 10 días teníamos a todo el campamento frito con nuestras bromas, los niños y las niñas nos tenían un poco de manía y nuestros/as compis huían de nosotr@s en esos momentos en que entrábamos en bucle con esas zarandajas que sólo entienden quienes las inventan y que pierden sentido de tanto repetirlas.

Sin embargo, entre sus miles de chascarrillos, había una cosa que decía C. que era, como yo digo, la reina de las Pompas, la palabra redonda, brillante, perfecta, dicha con la contundencia y la fuerza precisas: imbécil.

De hecho, C. decía así: imBÉcil.

No se ha visto a ser humano que dijese tanto con tan poco: como no decía palabrotas había descartado todos los insultos (incluído el socorrido "hijoputa", que tanto estrés libera) que puestos juntos parece que son muy exagerados pero que en el fondo decimos cada medio minuto exacto. Él ponía cara de concentración, miraba fijamente a los ojos y decía:

- Pero cómo se puede ser tan imBÉcil.

Y yo me partía de risa, incluso cuando en su seriedad me lo decía a mí.

Hablábamos con un proveedor petardo y me decía al oído "Mira, éste se cree que le vamos a comprar a él, hace falta ser imBÉcil". Venía una madre petarda a dar por saco con tonterías de su hijo y me decía al oído: "Esta mujer es pesada y es profundamente imBÉcil". Los socorristas musculitos de la piscina nos hacían caso omiso cuando reclamábamos atención para nuestros niños y niñas y C., en silencio (por los/as niños/as) pero moviendo los labios, señalaba al Ken de turno y me decía un "imBÉcil" mudo que me hacía retorcerme con poco disimulo.

Jamás en la vida he vuelto a conocer a nadie que insulte mejor, ni diga más con menos letras. Ese "imBÉcil" de C. decía todo, englobaba todo, echaba en cara todo, callaba todo, sugería todo, atribuía todo.
Cuando el final del verano llegó y nos separamos para siempre me llevé aquella palabra en la mochila junto con las cartas de los niños y niñas y un par de fotos reveladas en baja calidad por la falta de presupuesto y me marché sin mirar atrás. Nunca más volví a ver a C., que emigró a su ciudad de origen, pero siempre conservé aquel "imBÉcil" guardado para sacarlo cuando fuese necesario.

No lo sacaba yo mucho hasta que empecé a salir con L. y sus colegas; un día, en un bar, estaba concentradísima contando una historia que no recuerdo acerca de un tipo que tampoco recuerdo cuando, inconscientemente, traje a C. al bar de Lavapiés y dije:

- Total, que el tío era un completo imBÉcil.

De repente una lluvia de risas y palmadas:

- ¡¡OTRA VEZ!! ¡DILO OTRA VEZ!

- ¿El qué? - decía yo.

- Lo de imbécil - me contestaban.

- Imbécil.

- No, así no, como lo has dicho antes.

- ¿Cómo? ¿así? ¡¡imBÉcil!!

Y otra vez risas y palmadas.

Desde entonces, cuando nos vemos, siempre se da algún momento, una circunstancia, una conversación en la que viene al pelo traer a C. y a su imBÉcil al lugar donde estemos.

Siempre está ese taxista que te hace un quiebro lanzándote hacia la mediana (o hacia una acequia, depende) mientras tratas de esquivarle y sobrevivir, o está esa frutera que te vende un melón diciéndote que "es miel" para que llegues a casa y descubras que es un pepino sin sabor. O el quiosquero que no te guarda la revista que compras TODOS los miércoles desde hace diez años, o el médico que considera que no mereces la baja aunque lleves tres días en cama. Y qué decir de ese policía que te pone una multa mirándote a los ojos mientras tú corres como loc@ por la acera hacia el coche para evitar que te la pongan.

ImBÉciles.

Pero que decir de ese/a imBÉcil, esa persona que entra en tu vida y a la que le darías, como yo a mis compis en el campamento, un riñón, o un pulmón, o un ojo, e incluso le das el corazón (que es el órgano más importante, como dicen la ciencia y Albert Pla) , y coge todo, y juega con ello durante días, meses, años, y luego, cuando se cansa, te devuelve los restos junto a dos cd´s que le regalaste y tres camisetas que te dejaste en su casa. Tu vida metida en una caja de cartón, tú decides si para tomar o para llevar.

A esa persona, como a las otras, sería de justicias contratarles una Tuna, o un grupo musical cualquiera, y componerles una canción, una serenata con la que la Tuna pudiera apostillarse en su ventana y arrullar sus sueños y sus despertares, sus paseos y sus reposos, sus alegrías y sus penas, hasta que la muerte le separe de su imbecilidad. Una serenata compuesta en Do Menor, que es una nota facilonga, a un imBÉcil no hay que estresarle porque no tiene demasiada  capacidad de absorción de información.

Esa serenata tendría una letra muy larga, dependiendo de cada circunstancia, pero lo importante es decir: "Querid@ imBÉcil, ya crecí. Ya no me importan ni tus quiebros de taxista, ni tus mentiras de frutera, ni tus desprecios de quiosquero, ni tu ignorancia de médico, ni tu indiferencia de policía. Ya te superé y me llevé mi caja y ahí ando, reconstruyéndome, pero es que todo es más fácil desde que me quité tanto lastre. Mi vida sigue y te supera, espero que nunca nos volvamos a cruzar, laralalalaaaaaaa, laralalalalaaaaaa, la la laralalalalalalalaaaaaaa...".

Seguiría, claro, aquí hay añadidos y cositas que pulir, eso era la esencia básica. Habría que hacer que rimase y encajasen los versos, y que fuera dulce y pegadiza. No es una serenata cantada desde el despecho, sino desde la liberación. Ésto tendríamos que ensayarlo, pero hacerlo igualmente, dedicárselo a esas personas que entran y salen impunemente de nuestras vidas, en el plano que sea.

Porque yo ya no soy lo que era.

Porque tú ya no eres lo que eras.

Porque no somos lo que esperábamos.

Sencillamente, porque eres imBÉcil.



PD. Dedicada, por entero, a L., la imBÉcil más bonita del mundo mundial.




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sábado, 3 de septiembre de 2011

La ESO no existe: es Esperanza Aguirre

- Dime tres montañas de Europa
- El Teide, la Montaña Rusa y Montserrat.

- A ver, las provicincias de Castilla y León
- Pues León, Asturias...


- Define "Edad Media"
- La Edad Media es hasta que los seres humanos hacen la Escritura. Se divide en tres partes: Paleolítico, Nelítico y Edad Media o Moderna.


- Háblame de la Edad Moderna
- Pues esa está muy bien, porque es en la que vivimos.


- ¿Y la Contemporánea?
- Esa es la que viene... ¿o la que ya ha pasado?

  
***

- Fernando Fernán Gómez, ¿te suena?
- Sí, un escritor o algo así ¿no?
- Aquí dice que fue miembro de la Real Academia Española
- De cine, digo yo...
- Será, porque aquí no pone nada


***

- La Madre Teresa, fue una monja albanesa, católica
- Pero, ¿una albanesa de dónde es?
- De Albania
- Pero ¿eso existe? ¿y dónde está?

***

- ¿Cuál es el mar que baña la costa valenciana?
- El mar... ¿Atlántico?

***

- ¿Provincia insular en la que nació el actor Javier Bardem?
- ¿Provincia insular? Eh... Castilla la Mancha

***



Todas estas frases, siendo éste un blog escrito por una maestra, no dejarían de ser anécdotas graciosas, curiosas, tiernas, si fuesen las clásicas respuestas de examen de mis niños y niñas de Primaria, que al estar aprendiendo se atreven con todo, o con casi todo, cuando les pregunto acerca de temas cotidianos como geografía, historia, religión, cine o literatura. 

Sin embargo, hay que matizar un pequeño detalle respecto a estas frases: no han sido pronunciadas por niños y niñas.

Las perlas dialécticas que acabas de leer han sido pronunciadas por personas adultas en los programas, concursos y realities televisivos de máxima audiencia en la historia de nuestro país. Y no sólo por personas analfabetas, ojo. Aquí hay respuestas dadas por actores, actrices, presentadores y presentadoras, periodistas y demás profesionales de diferentes gremios.

Y es que ser ignorante está de moda. Miento, ser ignorante no está de moda. Lo que se lleva ("lo que lo peta", dirían éstas personas seguramente) es presumir de no saber. Presumir de ignorar, de no conocer, de no saber ni escribir tu apellido. Y ser fan incondicional de quienes también se enorgullecen de su falta de saber y de conocimientos.

La presidenta de la Comunidad de Madrid ha decidido aplicar recortes drásticos en los presupuestos destinados a ¿Educación? para equilibrar el déficit que presentan las cuentas públicas, alegando que el despido de 3000 profesores y profesoras de Secundaria permitirá "dotar al sistema educativo de otros recursos". Mientras tanto, se sube el sueldo, se lo sube a sus colegas y se asegura de que el concejal de festejos de Villasuputamadre tenga su pensión vitalicia, que para eso le toca llamar a Melendi todos los años para que toque en las fiestas del pueblo de agosto.

Yo no sé si yo soy demasiado radical o ésto se nos ha ido del todo de madre. Bueno, sí lo sé: lo segundo.

Un país que decide aplicar recortes brutales en Educación, minimizando hasta lo indecible la inversión en formación de quienes serán los ciudadanos y ciudadanas del futuro, ha perdido el norte. Un país que permite que el fracaso escolar le sitúe a la cola de Europa, que los centros se llenen hasta la bandera sin que haya personas suficientes para atenderlos, que la mayor aspiración de un chaval sea ser tertuliano de un programa de cotilleo lamentable y que aún con esas, decida seguir quitando unos eurillos de aquí, una profesional de allá y un instituto del otro lado, debe reflexionar seriamente acerca de la que se le viene encima.

A mí, qué queréis que os diga, todo ésto me inquieta y me da miedo, lo reconozco. Pensar que estamos promoviendo el paletismo universal con total impunidad, y que además lo solventamos mirando hacia otro lado y cambiando de canal, me hace reflexionar acerca del lugar que ocupo yo en este mundo que si no se ha vuelto loco es que me ha vuelto loca a mí. Lo que no sé es cómo no lo ví venir cuando tuve aquella conversación con el chaval que de mayor quería ser traficante (si quieres recordarlo, puedes volver a la historia pinchando aquí).

Auguro que dentro de poco tiempo, tendremos un país lleno de tronistas de "Hombres, mujeres y viceversa" que no sepan hablar y que sólo se preocupen de buscar una bola de piercing que les combine con los zapatos. En el huerto del colegio plantaremos estramonio para poder flipar en la fiesta de fin de curso y resolveremos nuestras diferencias con el alumnado a través de indirectas vía Facebook. Y la jornada escolar terminará a las 3, que a y media empieza Sálvame.

Y la primera presidenta del Gobierno de nuestro país no será Esperanza Aguirre, será Belén Esteban.


Por cierto, las cinco primeras respuestas son suyas.








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miércoles, 23 de marzo de 2011

Y encima, muchas veces, es hasta marica

Hay veces que pienso que los peligros del mundo educativo no están en el Gobierno, que legisla para sí mismo, ni en l@s niñ@s, que cada vez vienen con menos ganas y más mala leche, ni en las familias, que conforman el HAMPA (ah, no, que es sin H, pero que al fin y al cabo las dos acojonan por igual). A veces pienso que el gran peligro es el tipo de gente que, a veces, se dedica a la enseñanza.

Estábamos hoy en el despacho mi compañera y yo charlando animadamente sobre la televisión. Son ese tipo de conversaciones de sobremesa que a veces sacamos para pasar el rato entre reunión y reunión cuando las cabezas no dan para más. Salíamos del despacho de la directora con las orejas echando humo por el esfuerzo de pensar en cómo hacer que el grupo de profesoras encantadoras que quieren asesinarnos sin piedad cedan a nuestras propuestas.

En semejantes circunstancias, sacar el tema de la televisión y su programación era completamente procedente.

Comentábamos que la tele da asco. Que la programación está llena de formatos chungos donde la gente, a unos decibelios seguramente dañinos para el oído humano medio, se pone de vuelta y media por menos de nada. Ojo, no me las quiero dar de nada porque admito que veo Gran Hermano desde que Mercedes Milá podía convivir con el humo del tabaco sin blasfemar como Regan McNeil en El exorcista, pero de ahí a poder ver Telecinco en la actualidad durante más de 10 minutos seguidos hay un mundo.

Sin embargo, me cuesta convivir con los programas del corazón, no porque no sea yo un poco marujilla, que también, sino porque se me hacen repetitivos, cansinos, aburridos y Belén Esteban me cae hasta mal. Al principio tenía su gracia, porque la gente un poco paletilla pero buen corazón siempre cala hondo, pero ahora ya ni eso. Me crispa los nervios verla a todas horas en todas partes.

Total, que en esas estábamos, comentando que a día de hoy, si quieres salir en la tele, tienes que ser un punto ordinaria, barriobajera, malhablada y sobre todo ignorante. Sin ir más lejos, toda la prensa nacional se hacía eco esta semana de que la ganadora de Gran Hermano 12 dice que "no hay ningún país en la Península Ibérica". Que nadie te pide un doctorado para salir en la tele, pero de ahí a vanagloriarte de tu analfabetismo hay un paso (largo).

Cuando hemos llegado a ese punto de la conversación, mi compi ha dicho:

- Lo peor es que no es sólo en los programas del corazón, es que luego en todas las películas y series de producción española siempre hace gracia o es protagonista "el tonto" o el que no sabe hacer nada. El ejemplo más claro lo tienes en El Luisma de "Aída", que ha hecho popular la expresión "Como el Luisma es tonto..."; y claro, el que estudia o se forma, o hace algo con su vida siempre aparece como el empollón, el listillo, el sabelotodo.


Hasta aquí iba bien. Hasta aquí me ha gustado hasta el paralelismo y me han dado ganas de decirle:

- Para, para, y sigue contando esto dentro de las clases de secundaria.


Pero ella ha cogido carrerilla, se ha emocionado y ha terminado:

- ... aparece como el empollón, el listillo, el sabelotodo. El repelente, el que cae mal. Como estudiar no se lleva, como saber cosas no está de moda, lo suelen pintar como un personaje sin éxito, feo o poco agraciado, flacucho, poca cosa. Y encima, muchas veces, es hasta marica.


Y se ha quedado tan ancha. Vamos, que ha seguido leyendo el periódico como si nada.

Digo yo que esto en pleno siglo XXI es hasta obsceno. Que una persona joven que se dedica a enseñar, a formar, a inculcar valores diga "y encima muchas veces es hasta marica" refiriéndose a un calificativo despectivo roza lo que ella misma criticaba: roza lo paleto, lo ordinario y lo analfabeto. Que dicho de boca de la Esteban no sonaría peor, vaya.

Me da un poco de miedo que esa gente (porque el ejemplo de mi compañera es uno, pero hay cientos de docentes así o peores) asuma con libertad la tarea de educar a nadie. Está claro que no todo el mundo está cortado por el mismo patrón y que no puedo hacer de mi capa un sayo y esperar que todo el mundo piense como yo, pero me siento impotente cuando gente que se llena la boca con palabras como "respeto", "tolerancia" o "igualdad" diga estas cosas y no sólo las diga, sino que se las venda a l@s niñ@s como dogmas de fe.

¿Qué se hace en estos casos? ¿Cómo se lucha contra esto? ¿Cómo se frena la corriente de borreguismo que asola nuestras escuelas?



Borrego

jueves, 3 de febrero de 2011

La escuela mata

Cuando llegan estas fechas tan señaladas (como diría el Rey), las editoriales empiezan a fundir a los coles con miles de propuestas apasionantes para conseguir que compremos su material para los próximos cursos. Esta carrera de fondo es la de "marica el último", y como en el amor y en la guerra, todo vale. Hoy ha venido un representante de una editorial que me ha prometido que si le compramos su material, nos regala ordenadores, pizarras digitales, mobiliario e incluso un olivo para el cole, que es un árbol bastante caro que pocos coles se ponen a plantar.

Después de chuparme con entereza cuadernos, cuadernillos, fichas, libros, pegatinas y otras mil cosas más, y aguantar estóicamente toda la chapa pedagógica que me suelta cada persona que viene de cada editorial, me encierro en el despacho y me miro, me remiro, analizo y comparo todos y cada unos de los miles de puñeteros cuadernillos que me traen.

Hoy estaba mirando un método a mi juicio bastante chulo. El material estaba bastante bien, era atractivo, estimulante y los temas que trataba me han parecido muy adecuados. De por sí me da bastante rabia tener que escoger material para niñ@s de Infantil, así que al menos que sea chulo.

Yo estaba casi convencida de quedármelo, cuando se lo he enseñado a mi compañera. Tiene que haber consenso entre las dos para elegirlo, yo opino en cuanto a referencias pedagógicas y metodológicas y ella en cuanto a contenido, y no le ha gustado porque era "poco completo". Al decir eso, se refería a que lo que trabajan l@s niñ@s con ese material es menos avanzado que lo que están trabajando ahora.

Total, que o mucho me lo curro, o vamos a terminar por deshecharlo definitivamente.

Sinceramente, esto me da terror. No es que me de terror que nos vayamos a quedar sin ordenadores, ni pizarra digital ni olivo, que tal y como está el patio, un poco sí me da.
Me aterra que les estemos metiendo a capón un montón de conocimientos de mates o lengua a niños y niñas de menos de 5 años y les estemos arrancando lo mejor de sus vidas, que es la infancia más primitiva.

En mi opinión, el fin más amplio de la etapa de Infantil debería de ser la de desarrollarse personalmente y socializarse. Aprovechando que entre los 0 y los 6 años se aprende lo más importante de toda la vida, vale, acepto que se les enseñen algunos contenidos, pero por dios, que no se nos olvide que son peques, que tienen que jugar, cantar, bailar, pintar, modelar, caerse, levantarse, revolcarse por el suelo, gritar, llorar y otros miles de cosas antes de aprenderse todos los números o las letras del abecedario.

La escuela mata. Mata la creatividad, la espontaneidad, la frescura. Al menos la escuela tal y como la tenemos planteada, obviamente, porque la institución en sí podría tener otros fines mucho más productivos.

Me pasaban un correo con un vídeo (si quieres verlo, pincha aquí) en el que Ken Robinson, un profesor de universidad experto en creatividad decía en unas jornadas acerca de este tema en 2006, que según la UNESCO, en los próximos 20 años, se van a titular más personas que en toda la historia de la humanidad. Que hoy en día tener un título es tan válido como no tenerlo, no te garantiza nada, ni te proporciona un futuro mejor. Simplemente acredita que has pasado unos años de tu vida intentando meterte en la cabeza unos cuantos contenidos, y poco más.

El mundo está plagado de gente con titulación.

El mundo está escaso, sin embargo, de gente con iniciativa, con creatividad, con motivación, que disfrute de lo que hace en la vida. En el mundo falta gente que adore pintar, cantar, bailar, jugar, VIVIR.

La escuela mata. La escuela SE mata.

A ver si podemos revivirla...




viernes, 5 de noviembre de 2010

El profe ideal

Ayer tuve sesión maratoniana en la academia, aunque decir esto es redundar, porque todas las sesiones de academia son maratonianas. Nos metemos allí a las 5 de la tarde y salimos a las 10 de la noche, con un pequeño espacio de 15 minutos en medio que hay que repartirse: 5 minutos para subir y bajar (es un cuarto sin ascensor), 5 minutos para un cigarro y una minimerienda y 5 minutos para ir al baño. Ni un minuto más ni uno menos.

Las dos horas y media primeras las aguanto bastante bien. Vengo fresca, de la calle, y tengo el pico de concentración en auge. Ahora, que la vuelta del descanso, sobre todo la primera media hora, es un crimen de los peores, ese momento sólo comparable al de después de comer, donde te dejarías rapar una ceja con gusto antes de entrar a clase con toda la modorrilla.

Para más inri, la preparadora de ayer (una chica de unos 30 años monísima, finísima y por supuesto encantadora) era venezolana, y por más que me esforzaba en atender a la apasionante teoría del currículo, sólo podía escuchar su toniquete y su voz dulce e imaginarme una escena de telenovela en la que Luis Arismendi discute con Julia Patrisia Elisondo por la hacienda familiar.

Entre el culebrón venezolano y el sopor de la tarde, la clase se me hizo un poquito más larga de lo normal. Entendí que el sentimiento era generalizado cuando Fer lo verbalizó mirándome con los ojos entrecerrados y balbuceando:

- Como siga hablando así, me quedo dormido.

Cuando ya estábamos tod@s a punto de entrar en la fase REM y haciendo esfuerzos sobrehumanos por entender algo de todo aquel berenjenal de objetivos, contenidos, competencias, criterios y otras lindezas, la preparadora lanzó una reflexión al aire:

- Me imagino que tod@s tendréis un referente en la enseñanza, aquel profesor que te marcó en Primaria, esa otra que te encandiló en secundaria, aquel que explicaba tan bien en bachillerato, esa mujer que sabía un montón y te dio clase en la universidad. Quiero que todo el mundo piense en esa persona que nos hizo querer dedicarnos a ésto.

(Nota: previamente ella aclaró que su motivación inicial para dedicarse a la enseñanza eran las vacaciones y el sueldo y que jamás había tenido un profesor/a medianamente bueno. Todo un ejemplo a seguir.)






Aquello pareció una explanada del Oeste a las cuatro de la tarde. Me atrevería a decir que ví rodar un par de pelotas de paja de esas que se cruzaban en el plano justo antes de que el bueno y el malo se batieran en duelo.

Nadie recordaba a un buen profesor, pero de esos que te hacen llorar cuando les recuerdas en la etapa adulta de tu vida.

Nadie.

Yo, la verdad, tengo bastantes malos recuerdos de mis profes en secundaria y bachillerato. Y en primaria también, qué cojones. Cabe destacar que estudié en un cole de monjas en el que si sacabas los pies del tiesto te los metían dentro a puntapiés. Y yo los saqué bastante.

El momento más tenso del curso suele ser el final, cuando te dan las notas. Todo el mundo está nervioso, es como un juicio que determina si tendrás el verano de un preso de Guantánamo o de un marajá de la India. Para mí siempre era mucho más tenso el primer día, en el que te enterabas (y confirmabas tus sospechas) de quién te daba clase durante todo el año en cada asignatura.

Los tres meses de verano te los podías pasar mejor o peor, estudiando o no, pero dentro de lo malo, en un clima cálido, descansado y reposado. Ahora, si te toca un profesor/a chungo, tendrás que aguantar NUEVE meses de ejercicios infernales, exámenes imposibles, correcciones eternas y negativos, notas y apuntaciones varias y todo ello regado por las lluvias otoñales y los vientos invernales. Yo creo que no se puede pasar por alto que un buen profe te hará la vida mucho más sencilla.

Yo, lamentablemente, no sólo no tengo referentes positivos, sino que tengo pequeñas espinas clavadas en mi corazón en forma de profesoras, a saber:

- M.C.G.- Apodada en el colegio "La sobaquillos" (es que éramos muy finas), las clases con ella eran toda una experiencia. Le gustaba dejarnos trotar a nuestras anchas por la clase mientras ella leía revistas de cotilleo. Me hacía escrbir cada viernes en una hoja cómo había sido mi comportamiento para que lo leyera mi madre y me amargase el fin de semana.

- N.J.- Me hizo corregir ortografía en voz alta hasta que le resultó aburrido escuchar mi voz en alto. Un día me pidió las tijeras y acto seguido salió al pasillo a cortarse las uñas. La vi por el reflejo del cristal. Luego en pasillo estaba lleno de trozos de una pintados de rosa. Tiré las tijeras.

- M.G-R.- Otra que tal baila. Ésta decidió hacer de mi madre durante el año que fue mi tutora y se dedicó a hacerme un marcaje permanente a lo largo del curso. Como mis amigas no le parecían buena influencia me tuvo todo el año sentada al fondo de la clase, sola y aburrida, para que no hablase con nadie.

-M.G.- La persona que más negativamente me ha influido en la vida. Profesora de matemáticas de mi curso durante cuatro años, me dedicó perlas como "no tienes ni idea de matemáticas", "como no estudies vas a acabar vendiendo clínex en un semáforo", "¿qué quieres ser en la vida, Felipe?" (Felipe era el hombre de mantenimiento del cole, conocido por hipnotizarnos a todas mientras limpiaba los cristales) y su frase estrella: "NO SABES NADA". Menos mal que yo venía curtida de años anteriores, porque todo esto podría haber acabado con mi salud mental.

-P.G.- Ésta ya me dio clase en la universidad. Me dio las asignaturas de Fundamentación de la Lengua y la Literatura durante toda la carrera e incluso en tercero me dio además Literatura Infantil. Me suspendió la transcripción desde febrero de 1º de carrera hasta septiembre de 3º (es decir, agoté todas las convocatorias) argumentando que no me podía pasar ni una porque me llamo como su hija mayor, y no podía evitar llamarme constantemente la atención. Cuando por fin aprobé fui a su despecho y le conté que aprobar esa asignatura era doblemente grande, primero por lo aburrida que había sido y luego porque se llama como mi madre y estaba harta de que me llamase la atención.


Éstas son algunas de las personas que han marcado mi educación. Aún a veces me pregunto cómo pude, con estos referentes, dedicarme a ésto...