- Hija, ni que volvieras de Canadá.
- Pues casi, la verdad, he pasado el mismo frío.
Fueron
las primeras palabras que mi amiga del alma, mi M., la mujer que dio
sentido a las pastas de té en mi vida, me dijo cuando subí al autobús.
Odio las despedidas. Con todas mis fuerzas.
El
2013 ha empezado lleno de despedidas y no me siento con fuerzas de
afrontar ninguna más (por favor, si tenéis pensando emigrar, huír o
desaparecer, contádmelo de manera secuenciada, poco a poco, que no
necesite yo una caja entera de Omeoprazoles para digerirlo). No es el
hecho en sí de despedirme de alguien lo que me angustia, sino el ritual
de las despedidas, salvo que esa persona se vaya a vivir al otro lado
del Universo y no tenga la certeza de que la voy a volver a ver, que ahí
sí que es el hecho de despedirme lo que me bloquea. Y hasta eso pasó
hace un mes. La otra pata de nuestro banco emigró a Sydney y aún no me
hago a la idea.
Donde antes compartía confidencias,
sonrisas, maldades, cañas, secretos, mentiras, verdades y cotidianidad,
ahora comparto conversaciones de Skype, y sólo si las diferencias
horarias de los distintos países a los que mi gente ha volado tienen a
bien permitírnoslo. Mi círculo, que con tanto sacrificio y esfuerzo
construí, se ve mermado por culpa de las crisis (la mundial
económica-política-laboral y la interna, que no son poca cosa) sin
haberme pedido siquiera permiso, sin haberme informado con tiempo. Y
claro, eso se paga. Hoy no tengo el día de post chascarrillero.
Los
anclajes que me quedan, que no son pocos, están peleando contra viento y
marea, especialmente uno. Una lucha, una sonrisa, un gesto, unos ojos
que cada día me recuerdan que la vida es corta, y como decía Guadalupe
Urbina, yo quiero llegar a mujer loca y vieja. Una superheroína que no
podía dejar de pasar por la vida sin haber peleado como una loba (nota:
al escribir "loba" se me trastabillan los dedos, coronados por unas uñas
recién pintadas de rojo, y escribo "loca"; rectifico, pero no quería
dejar de añadirlo, peleona como una loba y como una loca, como la mujer
que dibuja la Urbina y yo quiero llegar a colorear) y que a cada paso da
una lección. Una mujer que tiene un chalet maravilloso y una sonrisa
más maravillosa aún si cabe. Olga. Mi amiga, casi mi hermana, que ha
pasado tanto tiempo en mi vida como yo misma. Sin querer ahondar, te
menciono ahora como cada día, cuando le pido al Universo que la batalla
enfermedad-Olga quede zanjada con victoria por goleada. Y el Universo me
guiña un ojo, estáte tranquila.
Para huír de las
despedidas emigré al norte unos días, porque necesitaba recoger
sonrisas, dispersarme, respirar, descansar. Parece mentira que en unos
días una pueda desconectar tanto que se le olvide que la vida, aunque
corta, a veces es densa de cojones.
Así que me subí al
autobús de vuelta antes siquiera de ser consciente de que estaba allí, y
de la forma más tonta me sobrevino la despedida y me hice chiquitina en
el asiento, como cuando l@s niñ@s pequeños lloriquean los lunes por la
mañana porque no quieren levantarse.
Me hubiera vuelto
loca escribiendo aquí, desahogándome en un post que jamás hubiera
publicado, como tantos otros, pero no tenía ordenador. Recordé entonces a
la Mujer Pompa (término que acuñé yo misma al escucharla hablar, al descubrir que sus palabras son siempre tan redondas y tan perfectas como las pompas de jabón), una de las que venía de visitar, y con la que
había pasado un día entero en busca de una libreta, y metí la mano en el
bolso para sacar la mía, la que me acompaña para recordarme números de
teléfono, direcciones, horarios. El autobús se sumió en el silencio y yo
me sumí en la libreta, y escribí, y escribí y me quedé sin libreta y
sin tiempo. Llegué a mi casa y mi vida me cayó en la cabeza como un
balonazo en el patio del recreo.
Y de repente, antes de
querer darme cuenta, me topé de nuevo con la sonrisa de Olga, y tantas
otras que me recuerdan cada día que el mundo es de las valientes. Y que
Guadalupe Urbina tiene razón: la vida es corta, y hay que disfrutarla
pese a los adioses.
Con el camino recién
empezado de nuevo no puedo, de todas formas, negar la realidad: qué mal
me sientan el vinagre, los lácteos y las despedidas.
"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."
Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry
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viernes, 1 de marzo de 2013
Qué mal me sientan el vinagre, los lácteos y las despedidas
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miércoles, 2 de enero de 2013
El 2013 se llama Pilar
Llevaba bastante tiempo dándole vueltas y recopilando ideas acerca de qué escribir para cerrar el año, y luego a qué escribir para abrirlo. Es una reacción muy natural del ser humano recopilar, recopilar sobras de la cena para comer al día siguiente, recopilar fotos para hacer álbumes que jamás volvemos a ver (salvo en los tiempos muertos de las cenas familiares, que ahí sí que son buena excusa para pasar el rato), recopilar recuerdos amontonados en cajas y paredes, recopilar momentos para hacer listas interminables de cosas que han pasado en el año que termina y cosas que esperamos que pasen en el venidero. Esta última lista es la de propósitos que jamás cumplimos, y no lo hacemos porque esa lista la está haciendo nuestro "yo" de las circunstancias, el que hace las cosas "que toca hacer", pero que en cualquier otro momento jamás dejaría de fumar, ni se pondría a dieta ni se propondría correr todos los días. Mi "yo" interno, de hecho, piensa que correr es de cobardes.
Han pasado tantas cosas en 2012 que es complicado hacer una recopilación: se nos quedaría una lista larguísima y pesadísima de desasosiegos, angustias, recortes brutales, pérdidas de derechos adquiridos, mamoneos varios, paro, inflacción y demás dramas sociales parapetados por mensajes pseudopositivistas rollo Campofrío que lejos de subirnos la moral a mí personalmente me suben el ácido láctico. En fin.
Al final de todo, mientras pensaba, el 2012 me dejó un momento que tapó por completo mis ansias de recopilar y rebuscar en los cajones de mis miserias personales (y las colectivas, que no estoy yo peor que la mayoría de la gente), y me lo dejó de la mano de quien siempre tiene un punto de sabiduría más que el que podamos tener entre toda la juventud humana: mi abuela.
Mi abuela Maruja es la madre de mi madre, y es la única de mis abuelos que aún puede hacer una vida mínimamente autónoma. Los padres de mi padre fallecieron (y de hecho este pasado 2012 nos dejó mi abuelo Patricio, puedes recordar cómo lo viví pinchando aquí) y el padre de mi madre vive, pero el hombre está ya en una silla de ruedas, con su cabeza y su salud en perfecto estado pero sin movilidad ni autonomía. Mi abuela es la única que aún va a la peluquería, y a la compra, y a tomarse unas cañitas, y al cine todos los miércoles de la vida ahí llueva, nieve o truene. Mi abuela es una crack.
Mi familia cercana (véase mi padre, mi madre, mi hermana y yo) vamos a verles una vez a la semana, aunque no necesariamente todos juntos el mismo día. El caso es que hace un par de semanas estaba yo tomando el aperitivo tan feliz con ella en la terraza cuando me dijo:
- Oye hija, este año me haría mucha ilusión que me llevaras a conocer a Pilar.
Pilar es la asistente de Teleasistencia que les corresponde a mis abuelos. El servicio de Teleasistencia es eso que mis abuelos llaman "el botón rojo", ese pulsador que los abuelos del mundo llevan colgado del cuello y que pulsan veinte veces al día por equivocación, pero que en realidad está pensado para las emergencias y para comunicarse con ellos.
Las operadoras y operadores de Teleasistencia llaman además a los abuelos y abuelas del mundo varias veces a la semana para charlar, contarse batallas, recordarles que no abran la puerta a gente extraña, que beban agua, que se tomen el pastel de medicinas que les receta el médico (a partir de ahora, por cierto, previo pago de un euro por receta), que hagan ejercicio, que no se pongan al sol y todas las recomendaciones que se dan para preservar las vidas ancianas.
La mujer que llama a mis abuelos varias veces a la semana se llama Pilar, como digo. Mi abuela, como todas las abuelas y abuelos de este mundo, disfruta infinito de las conversaciones con Pilar, porque aunque hable con mi madre y con nosotras treinta veces al día, nosotras siempre hablamos de las mismas cosas, nos tenemos muy vistas. Sin embargo, con Pilar cada día es una conversación nueva, porque no se conocen: que si el tiempo en primavera, que si cómo está mi abuelo, que si no se qué nueva medicina, que si las nietas, que si mis hijas, en fin, lo que a nosotras no nos cuenta porque es hablar de lo pesadas que somos.
Pues mi abuela, a su ochenta y tantos años, tenía una ilusión para este año que ha terminado: ponerle cara a Pilar. A veces jugábamos, por la voz, a intentar imaginarla: mi abuela decía que sería bajita, gordita y con cara de simpática. Mi padre que tendría unos cuarenta y tantos años y que era tan dulce porque tenía dos hijos no muy mayores. Mi tía se la imaginaba un poco anticuada vistiendo, con lo entrañable de las personas que no le dan importancia a la ropa porque exceden a las modas. Yo la imaginaba muy blanquita de piel, con ojos claros y sonrisa tierna.
Por fin nos armamos de valor y averiguamos la dirección del servicio de Teleasistencia. Quedamos al día siguiente para conocer, por fin a Pilar, después de haberla interrogado discretamente en sucesivas llamadas acerca de la posibilidad de ir a verla ("sí, sí, por favor, venid cuando queráis") y de cuándo podríamos acercarnos ("yo es que sólo tengo horario de tarde, Maruja").
Mi abuela estaba radiante cuando llegué a buscarla, con su pañuelo azul cielo y su camisa blanca. Mi abuela es una mujer guapísima y elegantísima con cualquier cosa que se ponga, pero es que además va siempre impecable. Llevaba dos cajas de bombones y una felicitación navideña que no le dio la gana de escribir a ella ("tengo muy mala letra", pero era vaguería, vamos, porque ella tiene la clásica letra redondilla típica de quien aprendió a escribir con métodos tipo "Rubio" y jamás volvió a escribir de corrido) y que terminé rellenando yo. Nos cogimos mi coche y fuimos en busca de Pilar.
Para no liarla puse el GPS, que es algo que sólo hago si voy con prisa y no me quiero perder. A mí es que a veces me gusta perderme, es la mejor forma de descubrir sitios interesantes, pero esta no era la mejor ocasión, porque mi abuela ya iba nerviosa y no queríamos dar vueltas infinitas por todas las callejuelas, a riesgo además de llegar tarde y perdernos a Pilar. El corazón de mi abuela y el mío, que funcionan a golpe de susto porque somos muy dramáticas y hemos visto juntas muchas telenovelas, no hubieran aguantado esa situación.
Mi abuela iba flipando con el GPS, y se iba quejando de lo desagradable que era la voz que indica la dirección. La pusimos a parir entre las dos, que qué pito, que qué borde, que qué mal vocalizaba; en una de estas la vocecilla me indicó:
- En la siguiente rotonda, gire a la derecha. Gire a la derecha. GIRE A LA DERECHA.
Yo estaba en un semáforo parada, no podía girar aún, pero claro, eso la voz del GPS no lo entiende, así que a la tercera vez que me lo dijo me puse nerviosa y dije elevando la voz:
-¡QUE SÍ! ¡QUE TE HE OÍDO! ¡QUE AHORA GIRO!
Y justo se abrió el semáforo, giré, la voz se calló y la vida siguió. Mi abuela me miraba desencajada:
- ¡Anda! ¡No me digas que la señorita que habla nos está oyendo...! Y nosotras diciendo todo ésto...
Yo me empecé a reír:
- Abuela, no nos oye, es una grabación...
Y ella:
- Pues le has hablado y se ha callado.
Podríamos haber debatido durante horas sobre la tecnología, pero por fin habíamos llegado a la sede de Teleasistencia. Después de poner el ticket del parquímetro entramos a la sede, y nos recibieron decenas de caras maravillosamente sonrientes. Preguntamos por Pilar, pero estaba descansando, así que nos invitaron a sentarnos en la una silla a esperarla.
Durante un rato, mi abuela y yo jugamos a intentar adivinar quién era: esa mujer de pelo corto y alta que nos sonríe... no, no es. Aquella otra de la larga trenza rubia que parece que se acerca... pues tampoco es, mira, se sienta. Igual es ésta que viene, la de la melenita pelirroja que nos mira intrigada... pero no, se va a la calle.
Así estuvimos un rato hasta que se abrió la puerta y entró Pilar. Supimos que era ella.
Era todo lo que habíamos imaginado: con la piel blanca y los ojos claros, como yo pensaba, con sonrisa encantadora, como decía mi abuela, con la ternura de los ojos de las madres, como decía mi padre, aunque no era anticuada vistiendo, sino sorprendentemente elegante y sencilla. Se acercó a nosotras, y mi abuela se echó a llorar. No les hizo falta decirse más. Se abrazaron un rato mientras yo observaba la escena sin saber bien si unirme al abrazo, si salir, si llorar, si reír. Al final esperé un segundo y cuando mi abuela la liberó, me uní al abrazo.
Lo demás fue como esperábamos: le estuvimos contando nuestras vidas, y ella la suya en Teleasistencia, claro, porque no va a contarnos la pobre mujer su vida personal. Conocimos las instalaciones y a otras asistentes (encantadoras todas ellas) y mi abuela les contó lo encantada que estaba, y ellas le dijeron que qué guapa, que qué joven, que no se la imaginaban así, que cómo estaba mi abuelo. Les dio los bombones y se le iluminaron los ojos cuando ellas le dieron las gracias. Faltaba un querubín rubio lanzando pétalos de rosa desde una nube algodonosa en el techo de aquel despachito. Fue una tarde genial.
Mientras salíamos por la puerta y mi abuela se ponía el abrigo, Pilar nos dio las gracias por la visita y mi abuela le dio las gracias por ser tan maravillosa; entonces me dí la vuelta, abracé a Pilar y le dije al oído:
- Gracias, gracias, gracias, por hacer a mis abuelos tan felices, pero sobre todo gracias por haber hecho crecer nuestra familia, y la de tanta gente que no tiene la suerte de tener una. Sois increíbles.
Y ella me dijo:
- Gracias a tí, por hacer crecer la nuestra y hacer que tu abuela se permita disfrutar tantio.
Y entonces Pilar y yo compartimos una lagrimilla que no hemos contado a nadie (yo al menos no lo he hecho, no sé si Pilar lo habrá comentado) porque formó parte de aquel momento, y nos miramos con la esperanza de encontrarnos de nuevo.
Después de este episodio reflexioné, y decidí que mi deseo para este 2013 iba a ser éste: conocer a tantas Pilares que hay por el mundo, y generar familias nuevas, y estar pendientes de todas ellas, y generar redes, que al final son lo único importante, lo único que está siempre, por encima de la crisis, la recesión y nuestros dramas de telenovela.
Mi abuela, una mujer que ha vivido tanto y con tanta gente, sólo quería, al final de este año, ponerle cara a todos los corazones que hay en su vida.
Que el 2013 os traiga la figura de Pilar a tod@s vosotr@s y a tanta gente que está (o se siente) sola y que aún así, como dice mi amigo Mario, enfrenta con tanto valor la vida cada día.
Os quiero.
Han pasado tantas cosas en 2012 que es complicado hacer una recopilación: se nos quedaría una lista larguísima y pesadísima de desasosiegos, angustias, recortes brutales, pérdidas de derechos adquiridos, mamoneos varios, paro, inflacción y demás dramas sociales parapetados por mensajes pseudopositivistas rollo Campofrío que lejos de subirnos la moral a mí personalmente me suben el ácido láctico. En fin.
Al final de todo, mientras pensaba, el 2012 me dejó un momento que tapó por completo mis ansias de recopilar y rebuscar en los cajones de mis miserias personales (y las colectivas, que no estoy yo peor que la mayoría de la gente), y me lo dejó de la mano de quien siempre tiene un punto de sabiduría más que el que podamos tener entre toda la juventud humana: mi abuela.
Mi abuela Maruja es la madre de mi madre, y es la única de mis abuelos que aún puede hacer una vida mínimamente autónoma. Los padres de mi padre fallecieron (y de hecho este pasado 2012 nos dejó mi abuelo Patricio, puedes recordar cómo lo viví pinchando aquí) y el padre de mi madre vive, pero el hombre está ya en una silla de ruedas, con su cabeza y su salud en perfecto estado pero sin movilidad ni autonomía. Mi abuela es la única que aún va a la peluquería, y a la compra, y a tomarse unas cañitas, y al cine todos los miércoles de la vida ahí llueva, nieve o truene. Mi abuela es una crack.
Mi familia cercana (véase mi padre, mi madre, mi hermana y yo) vamos a verles una vez a la semana, aunque no necesariamente todos juntos el mismo día. El caso es que hace un par de semanas estaba yo tomando el aperitivo tan feliz con ella en la terraza cuando me dijo:
- Oye hija, este año me haría mucha ilusión que me llevaras a conocer a Pilar.
Pilar es la asistente de Teleasistencia que les corresponde a mis abuelos. El servicio de Teleasistencia es eso que mis abuelos llaman "el botón rojo", ese pulsador que los abuelos del mundo llevan colgado del cuello y que pulsan veinte veces al día por equivocación, pero que en realidad está pensado para las emergencias y para comunicarse con ellos.
Las operadoras y operadores de Teleasistencia llaman además a los abuelos y abuelas del mundo varias veces a la semana para charlar, contarse batallas, recordarles que no abran la puerta a gente extraña, que beban agua, que se tomen el pastel de medicinas que les receta el médico (a partir de ahora, por cierto, previo pago de un euro por receta), que hagan ejercicio, que no se pongan al sol y todas las recomendaciones que se dan para preservar las vidas ancianas.
La mujer que llama a mis abuelos varias veces a la semana se llama Pilar, como digo. Mi abuela, como todas las abuelas y abuelos de este mundo, disfruta infinito de las conversaciones con Pilar, porque aunque hable con mi madre y con nosotras treinta veces al día, nosotras siempre hablamos de las mismas cosas, nos tenemos muy vistas. Sin embargo, con Pilar cada día es una conversación nueva, porque no se conocen: que si el tiempo en primavera, que si cómo está mi abuelo, que si no se qué nueva medicina, que si las nietas, que si mis hijas, en fin, lo que a nosotras no nos cuenta porque es hablar de lo pesadas que somos.
Pues mi abuela, a su ochenta y tantos años, tenía una ilusión para este año que ha terminado: ponerle cara a Pilar. A veces jugábamos, por la voz, a intentar imaginarla: mi abuela decía que sería bajita, gordita y con cara de simpática. Mi padre que tendría unos cuarenta y tantos años y que era tan dulce porque tenía dos hijos no muy mayores. Mi tía se la imaginaba un poco anticuada vistiendo, con lo entrañable de las personas que no le dan importancia a la ropa porque exceden a las modas. Yo la imaginaba muy blanquita de piel, con ojos claros y sonrisa tierna.
Por fin nos armamos de valor y averiguamos la dirección del servicio de Teleasistencia. Quedamos al día siguiente para conocer, por fin a Pilar, después de haberla interrogado discretamente en sucesivas llamadas acerca de la posibilidad de ir a verla ("sí, sí, por favor, venid cuando queráis") y de cuándo podríamos acercarnos ("yo es que sólo tengo horario de tarde, Maruja").
Mi abuela estaba radiante cuando llegué a buscarla, con su pañuelo azul cielo y su camisa blanca. Mi abuela es una mujer guapísima y elegantísima con cualquier cosa que se ponga, pero es que además va siempre impecable. Llevaba dos cajas de bombones y una felicitación navideña que no le dio la gana de escribir a ella ("tengo muy mala letra", pero era vaguería, vamos, porque ella tiene la clásica letra redondilla típica de quien aprendió a escribir con métodos tipo "Rubio" y jamás volvió a escribir de corrido) y que terminé rellenando yo. Nos cogimos mi coche y fuimos en busca de Pilar.
Para no liarla puse el GPS, que es algo que sólo hago si voy con prisa y no me quiero perder. A mí es que a veces me gusta perderme, es la mejor forma de descubrir sitios interesantes, pero esta no era la mejor ocasión, porque mi abuela ya iba nerviosa y no queríamos dar vueltas infinitas por todas las callejuelas, a riesgo además de llegar tarde y perdernos a Pilar. El corazón de mi abuela y el mío, que funcionan a golpe de susto porque somos muy dramáticas y hemos visto juntas muchas telenovelas, no hubieran aguantado esa situación.
Mi abuela iba flipando con el GPS, y se iba quejando de lo desagradable que era la voz que indica la dirección. La pusimos a parir entre las dos, que qué pito, que qué borde, que qué mal vocalizaba; en una de estas la vocecilla me indicó:
- En la siguiente rotonda, gire a la derecha. Gire a la derecha. GIRE A LA DERECHA.
Yo estaba en un semáforo parada, no podía girar aún, pero claro, eso la voz del GPS no lo entiende, así que a la tercera vez que me lo dijo me puse nerviosa y dije elevando la voz:
-¡QUE SÍ! ¡QUE TE HE OÍDO! ¡QUE AHORA GIRO!
Y justo se abrió el semáforo, giré, la voz se calló y la vida siguió. Mi abuela me miraba desencajada:
- ¡Anda! ¡No me digas que la señorita que habla nos está oyendo...! Y nosotras diciendo todo ésto...
Yo me empecé a reír:
- Abuela, no nos oye, es una grabación...
Y ella:
- Pues le has hablado y se ha callado.
Podríamos haber debatido durante horas sobre la tecnología, pero por fin habíamos llegado a la sede de Teleasistencia. Después de poner el ticket del parquímetro entramos a la sede, y nos recibieron decenas de caras maravillosamente sonrientes. Preguntamos por Pilar, pero estaba descansando, así que nos invitaron a sentarnos en la una silla a esperarla.
Durante un rato, mi abuela y yo jugamos a intentar adivinar quién era: esa mujer de pelo corto y alta que nos sonríe... no, no es. Aquella otra de la larga trenza rubia que parece que se acerca... pues tampoco es, mira, se sienta. Igual es ésta que viene, la de la melenita pelirroja que nos mira intrigada... pero no, se va a la calle.
Así estuvimos un rato hasta que se abrió la puerta y entró Pilar. Supimos que era ella.
Era todo lo que habíamos imaginado: con la piel blanca y los ojos claros, como yo pensaba, con sonrisa encantadora, como decía mi abuela, con la ternura de los ojos de las madres, como decía mi padre, aunque no era anticuada vistiendo, sino sorprendentemente elegante y sencilla. Se acercó a nosotras, y mi abuela se echó a llorar. No les hizo falta decirse más. Se abrazaron un rato mientras yo observaba la escena sin saber bien si unirme al abrazo, si salir, si llorar, si reír. Al final esperé un segundo y cuando mi abuela la liberó, me uní al abrazo.
Lo demás fue como esperábamos: le estuvimos contando nuestras vidas, y ella la suya en Teleasistencia, claro, porque no va a contarnos la pobre mujer su vida personal. Conocimos las instalaciones y a otras asistentes (encantadoras todas ellas) y mi abuela les contó lo encantada que estaba, y ellas le dijeron que qué guapa, que qué joven, que no se la imaginaban así, que cómo estaba mi abuelo. Les dio los bombones y se le iluminaron los ojos cuando ellas le dieron las gracias. Faltaba un querubín rubio lanzando pétalos de rosa desde una nube algodonosa en el techo de aquel despachito. Fue una tarde genial.
Mientras salíamos por la puerta y mi abuela se ponía el abrigo, Pilar nos dio las gracias por la visita y mi abuela le dio las gracias por ser tan maravillosa; entonces me dí la vuelta, abracé a Pilar y le dije al oído:
- Gracias, gracias, gracias, por hacer a mis abuelos tan felices, pero sobre todo gracias por haber hecho crecer nuestra familia, y la de tanta gente que no tiene la suerte de tener una. Sois increíbles.
Y ella me dijo:
- Gracias a tí, por hacer crecer la nuestra y hacer que tu abuela se permita disfrutar tantio.
Y entonces Pilar y yo compartimos una lagrimilla que no hemos contado a nadie (yo al menos no lo he hecho, no sé si Pilar lo habrá comentado) porque formó parte de aquel momento, y nos miramos con la esperanza de encontrarnos de nuevo.
Después de este episodio reflexioné, y decidí que mi deseo para este 2013 iba a ser éste: conocer a tantas Pilares que hay por el mundo, y generar familias nuevas, y estar pendientes de todas ellas, y generar redes, que al final son lo único importante, lo único que está siempre, por encima de la crisis, la recesión y nuestros dramas de telenovela.
Mi abuela, una mujer que ha vivido tanto y con tanta gente, sólo quería, al final de este año, ponerle cara a todos los corazones que hay en su vida.
Que el 2013 os traiga la figura de Pilar a tod@s vosotr@s y a tanta gente que está (o se siente) sola y que aún así, como dice mi amigo Mario, enfrenta con tanto valor la vida cada día.
Os quiero.

viernes, 21 de septiembre de 2012
Decálogo a seguir para que un/a trabajador/a no salga de una entrevista en tu empresa con ganas de clavarte una cucharilla en el bazo
Como todo el mundo sabe (menos mi abuelo, que no se lo cuento para no darle el disgusto y acortarle la vida) en julio dejé el trabajo. Lo hice sin que una recortada apuntase a mi cabeza, voluntariamente, con ganas de romper con la esclavitud y cambiar de aires, y con la decisión de aproar mi vida para mirar hacia rumbos nuevos.
Esta decisión me ha llevado al inquietante mundo del desempleo, que no del paro, porque yo no me paro ni cuando estoy durmiendo. Soy de las que dan vueltas en la cama y roban sábanas, así lo digo. La vida es dura.
Por aquello de sentirme útil para la sociedad, he empezado a dar vueltecillas mirando trabajos. Sobra decir que el percal está para cobrar entrada y que cada vez veo más difícil ser maestra en este país, al menos tal y como yo concibo la educación. Como funcionaria las cosas estaban negras, pero ahora están opacas; sólo llaman a especialistas de inglés que no tienen ni un triste 0,5 de media, así que he pensado presentarme en la siguiente convocatoria por esta especialidad y cuando llegue al examen decir (con sonrisa desbordante):
- My name is Feis. Yours not. Yeah, yeah, oh yeah.
Y luego hacer gestos de negrata del Bronx chunga.
Tendré un cero, lo sé, pero tendré trabajo en septiembre. Total, si lo pronuncio bien igual me gano ese 0,5 y puedo incluso elegir destino.
Como maestra en la privada tampoco creas que está mejor la cosa. Cuando hago entrevistas se abstienen de mirarme a la cara y me piden un título que avale mi bilingüismo (já) certificado por Cambridge, que estoy deseando pedirle a esa gente que escriba en un papel "Cambridge" y echarme unas risas yo también. Parece que ahora no interesa que sepas escribir tu nombre correctamente mientras Cambridge firme un trozo de cartulina en la que certifique que te capacitan para trabajar en su cojocolegio bilingüe (¡JÁ!).
Total, que he tenido que rehacerme el currículum. Normalmente lo tengo actualizado, porque aunque tenga trabajo voy añadiendo experiencias por si me pasa como ahora, que necesito enviarlo y no recuerdo cuántas horas tenía tal curso o tal otro, o cuánto tiempo estuve aquí o allá. Elegir la foto es otro tema, así que creo que voy a contactar con el fotógrafo que ha hecho el book de la web de la Casa Real (doscientas y pico fotillos de nada en las que Doña Letizia parece Betty Missiego), que como total, ya lo he pagado (yo y tod@s vosotr@s) igual me hace precio de clienta habitual.
Mandar currículums es casi tan denigrante como llevarlos en mano. Yo creo que hay un error de concepto, o es que yo me tengo mucho amor a mí misma, que también puede ser, pero mi concepto es sencillo. Cuando voy a un lugar a llevar mi currículum no estoy mendigando un puesto de trabajo, no se confundan. No me hacen ningún favor. Estoy ofreciendo todo lo que soy y todo lo que puedo llegar a ser para que puedan sumarlo a los ya de por sí maravillosos perfiles con los que ya cuentan ustedes, y no lo hago tampoco para hacerles un favor a ustedes, porque busco remuneración. Pero no mendigo dinero ni un contrato indefinido. Vengo porque creo que puedo aportar algo, o al menos así lo veo yo.
El problema es que me siento como si fuese a las rebajas de enero a pelearme con otras cuatrocientas personas por un jersey de canalé, que después de matarte entre las estanterías te haces con él y descubres que quedaba mucho más mono en la percha, pero claro, casi llegas a la sangre por ese jersey, te sabe mal dejarlo ahora. Por eso tenemos los armarios llenos de ropa que no nos ponemos y por eso nos lucen los flequillos como nos lucen con los estreses laborales.
La cuestión es que en plena inmersión en el mundo de la búsqueda de empleo doy con esta noticia tomada de www.theartiststools.com (si quieres leerla entera puedes hacerlo en este link http://www.theartiststools.com/riot-cinema/#.UFuhha7KcxQ): la historia de Carlos, un chaval cualquiera de un lugar cualquiera de nuestra querida piel de toro que manda un mail a una productora llamada Riot Cinema para buscar trabajo. Hasta aquí todo correcto.
El caso es que el chaval comete el "garrafal" error de mandar ese mail como parte de un envío masivo de su currículum a decenas de empresas, y por tanto queda muy patente que es un mail genérico y a la productora le sienta fatal que el chaval ni se moleste en personalizarlo un poco. Hasta aquí es una cagada, pero el muchacho ha cometido ese error, no vamos a crucificarle por ello.
Pues sí.
Resulta que uno de los socios fundadores de la empresa, un tal Nicolás Alcalá, le contesta al mail humillándole y ridiculizándole hasta cotas insospechadas. Parece que Nicolás se cree por encima del bien y del mal, y por eso osa hablar a Carlos en términos en los que yo no hablaría ni al ser más paleto del planeta Tierra. He aquí el mail original y su respuesta.

Todo esto, por supuesto, terminó en escándalo mayúsculo y en la publicación de una disculpa pública en la página de la productora que, lejos de calmar los ánimos, ha hecho, como leía en uno de los comentarios, "que nuestra bilis suba hasta el ático".
La verdad es que aunque no haya estado fino, yo empatizo con Carlos (con el tal Nicolás este no, me alegro de que su productora se hunda en la miseria, por listo), porque no hay derecho, ni necesidad, de tratar así a quienes buscamos trabajo o la oportunidad de intentar integrarnos en empresas y centros laborales. Así que para que esto no vuelva a ocurrir, me permito decirte, querido Nicolas (y jefes y jefas de personal de este mundo), que lejos de buscarnos millones de defectos, os apuntéis antes mi Decálogo a seguir para que un/a trabajador/a no salga de una entrevista en tu empresa con ganas de clavarte una cucharilla en el bazo:
1.- Que yo busque trabajo en tu empresa no te convierte automáticamente en el señor feudal ni a mí en tu esclava. Somos personas en diferentes situaciones, pero personas. Trátame como tal.
2.- Ten piedad de mi estado de nerviosismo absoluto. No trates de putearme a muerte haciéndome de primeras preguntas completamente absurdas cuyas respuestas no necesitas pero que hacen que mi estómago se coloque a la altura de mi nariz (aproximadamente).
3.- Sé que no soy tú, pero tampoco creas que me interesa serlo. Sé que no consideras que nadie esté a tu altura en la mayoría de los casos y que sabes más de la empresa que nadie, por eso estás entrevistándome. Te anticipo que no me ayudas echándome en cara todo lo que no he hecho. Háblame o déjame que te hable sobre lo que soy y lo que sé, y sobre todo acerca de lo que he hecho. Igual te sorprendo.
4.- Vale, quieres que hable idiomas. Muchos. Miles. En tu empresa es básico. Dame la oportunidad de demostrarte lo que sé: entrevístame (o que lo haga otra persona, si es tan importante digo yo que alguien hablará algo que no sea castellano, aunque sea élfico) en otro idioma y verás de lo que soy capaz.
5.- Ya que tú eres dios y yo no, demuéstralo en tus formas y en tus modales. No pienses que porque entrevistas tú puedes descuidar tu educación, no me hables mal ni me faltes al respeto.
6.- Yo no te conozco. Tú a mí tampoco. Ni somos colegas, ni familia, ni sabemos si lo hemos sido en otra vida. No me llames "niña", "chica", "nena" ni similares. Si no me permites tutearte, no lo hagas conmigo. Vuelve al punto uno de este decálogo: recuerda que yo también soy persona.
7.- Siendo tu empresa el mejor lugar del mundo mundial para currar (por eso me pides taaaaaaantos requisitos), demuestra que tenéis espacios medianamente acogedores para una entrevista. La cocina, la recepción (de pie), la sala del café o el cuartito de fumar no son lugares dignos de una charla relajada, y menos si la cosa va de querer conocerme o de que yo conozca tu empresa.
8.- Sé clar@: háblame de las condiciones en un lenguaje normal, no en una mezcla entre Punset y los Lunnis.Créeme, por lamentables que sea tu propuesta no me voy a asustar. Yo sabía a lo que venía, si no me interesa ya te lo haré saber.
9.- Léete mi currículum, aunque sea sobre la marcha. Haz como que te interesa y como que sabes cómo me llamo. Si te molesta recibir mails en cadena, imagínate como me sienta a mí que me entrevistes con las mismas palabras que a la anterior y al siguiente.
10.- Y sobre todo, por encima de todo, mi tiempo vale tanto como el tuyo, no me hagas que lo pierda. Si no te intereso en absoluto, dímelo educadamente y seguiremos con nuestros caminos en paz y armonía.
En fin, que estoy con Carlos.Y con todas las personas del mundo que están en situación de desempleo y aprenden en cada entrevista que lo importante no es hacerla: es sobrevivir a ella hasta el final. Yo sigo esperando que a veces salga Juanma Iturriaga con un ramo de flores y el pedazo de muñeco de Inocente Inocente para decirme que todo es una broma.
Y eso que sólo llevo 10 días buscando trabajo...
PD: Por cierto, si eres de esas personas que buscan a alguien como yo, una maestra enamorada de su profesión, con mucho que aprender y que ofrecer, no te cortes, ¡contacta conmigo! Prometo no decir nada del decálogo, al menos hasta el final de la entrevista ;)
Esta decisión me ha llevado al inquietante mundo del desempleo, que no del paro, porque yo no me paro ni cuando estoy durmiendo. Soy de las que dan vueltas en la cama y roban sábanas, así lo digo. La vida es dura.
Por aquello de sentirme útil para la sociedad, he empezado a dar vueltecillas mirando trabajos. Sobra decir que el percal está para cobrar entrada y que cada vez veo más difícil ser maestra en este país, al menos tal y como yo concibo la educación. Como funcionaria las cosas estaban negras, pero ahora están opacas; sólo llaman a especialistas de inglés que no tienen ni un triste 0,5 de media, así que he pensado presentarme en la siguiente convocatoria por esta especialidad y cuando llegue al examen decir (con sonrisa desbordante):
- My name is Feis. Yours not. Yeah, yeah, oh yeah.
Y luego hacer gestos de negrata del Bronx chunga.
Tendré un cero, lo sé, pero tendré trabajo en septiembre. Total, si lo pronuncio bien igual me gano ese 0,5 y puedo incluso elegir destino.
Como maestra en la privada tampoco creas que está mejor la cosa. Cuando hago entrevistas se abstienen de mirarme a la cara y me piden un título que avale mi bilingüismo (já) certificado por Cambridge, que estoy deseando pedirle a esa gente que escriba en un papel "Cambridge" y echarme unas risas yo también. Parece que ahora no interesa que sepas escribir tu nombre correctamente mientras Cambridge firme un trozo de cartulina en la que certifique que te capacitan para trabajar en su cojocolegio bilingüe (¡JÁ!).
Total, que he tenido que rehacerme el currículum. Normalmente lo tengo actualizado, porque aunque tenga trabajo voy añadiendo experiencias por si me pasa como ahora, que necesito enviarlo y no recuerdo cuántas horas tenía tal curso o tal otro, o cuánto tiempo estuve aquí o allá. Elegir la foto es otro tema, así que creo que voy a contactar con el fotógrafo que ha hecho el book de la web de la Casa Real (doscientas y pico fotillos de nada en las que Doña Letizia parece Betty Missiego), que como total, ya lo he pagado (yo y tod@s vosotr@s) igual me hace precio de clienta habitual.
Mandar currículums es casi tan denigrante como llevarlos en mano. Yo creo que hay un error de concepto, o es que yo me tengo mucho amor a mí misma, que también puede ser, pero mi concepto es sencillo. Cuando voy a un lugar a llevar mi currículum no estoy mendigando un puesto de trabajo, no se confundan. No me hacen ningún favor. Estoy ofreciendo todo lo que soy y todo lo que puedo llegar a ser para que puedan sumarlo a los ya de por sí maravillosos perfiles con los que ya cuentan ustedes, y no lo hago tampoco para hacerles un favor a ustedes, porque busco remuneración. Pero no mendigo dinero ni un contrato indefinido. Vengo porque creo que puedo aportar algo, o al menos así lo veo yo.
El problema es que me siento como si fuese a las rebajas de enero a pelearme con otras cuatrocientas personas por un jersey de canalé, que después de matarte entre las estanterías te haces con él y descubres que quedaba mucho más mono en la percha, pero claro, casi llegas a la sangre por ese jersey, te sabe mal dejarlo ahora. Por eso tenemos los armarios llenos de ropa que no nos ponemos y por eso nos lucen los flequillos como nos lucen con los estreses laborales.
La cuestión es que en plena inmersión en el mundo de la búsqueda de empleo doy con esta noticia tomada de www.theartiststools.com (si quieres leerla entera puedes hacerlo en este link http://www.theartiststools.com/riot-cinema/#.UFuhha7KcxQ): la historia de Carlos, un chaval cualquiera de un lugar cualquiera de nuestra querida piel de toro que manda un mail a una productora llamada Riot Cinema para buscar trabajo. Hasta aquí todo correcto.
El caso es que el chaval comete el "garrafal" error de mandar ese mail como parte de un envío masivo de su currículum a decenas de empresas, y por tanto queda muy patente que es un mail genérico y a la productora le sienta fatal que el chaval ni se moleste en personalizarlo un poco. Hasta aquí es una cagada, pero el muchacho ha cometido ese error, no vamos a crucificarle por ello.
Pues sí.
Resulta que uno de los socios fundadores de la empresa, un tal Nicolás Alcalá, le contesta al mail humillándole y ridiculizándole hasta cotas insospechadas. Parece que Nicolás se cree por encima del bien y del mal, y por eso osa hablar a Carlos en términos en los que yo no hablaría ni al ser más paleto del planeta Tierra. He aquí el mail original y su respuesta.
Todo esto, por supuesto, terminó en escándalo mayúsculo y en la publicación de una disculpa pública en la página de la productora que, lejos de calmar los ánimos, ha hecho, como leía en uno de los comentarios, "que nuestra bilis suba hasta el ático".
La verdad es que aunque no haya estado fino, yo empatizo con Carlos (con el tal Nicolás este no, me alegro de que su productora se hunda en la miseria, por listo), porque no hay derecho, ni necesidad, de tratar así a quienes buscamos trabajo o la oportunidad de intentar integrarnos en empresas y centros laborales. Así que para que esto no vuelva a ocurrir, me permito decirte, querido Nicolas (y jefes y jefas de personal de este mundo), que lejos de buscarnos millones de defectos, os apuntéis antes mi Decálogo a seguir para que un/a trabajador/a no salga de una entrevista en tu empresa con ganas de clavarte una cucharilla en el bazo:
1.- Que yo busque trabajo en tu empresa no te convierte automáticamente en el señor feudal ni a mí en tu esclava. Somos personas en diferentes situaciones, pero personas. Trátame como tal.
2.- Ten piedad de mi estado de nerviosismo absoluto. No trates de putearme a muerte haciéndome de primeras preguntas completamente absurdas cuyas respuestas no necesitas pero que hacen que mi estómago se coloque a la altura de mi nariz (aproximadamente).
3.- Sé que no soy tú, pero tampoco creas que me interesa serlo. Sé que no consideras que nadie esté a tu altura en la mayoría de los casos y que sabes más de la empresa que nadie, por eso estás entrevistándome. Te anticipo que no me ayudas echándome en cara todo lo que no he hecho. Háblame o déjame que te hable sobre lo que soy y lo que sé, y sobre todo acerca de lo que he hecho. Igual te sorprendo.
4.- Vale, quieres que hable idiomas. Muchos. Miles. En tu empresa es básico. Dame la oportunidad de demostrarte lo que sé: entrevístame (o que lo haga otra persona, si es tan importante digo yo que alguien hablará algo que no sea castellano, aunque sea élfico) en otro idioma y verás de lo que soy capaz.
5.- Ya que tú eres dios y yo no, demuéstralo en tus formas y en tus modales. No pienses que porque entrevistas tú puedes descuidar tu educación, no me hables mal ni me faltes al respeto.
6.- Yo no te conozco. Tú a mí tampoco. Ni somos colegas, ni familia, ni sabemos si lo hemos sido en otra vida. No me llames "niña", "chica", "nena" ni similares. Si no me permites tutearte, no lo hagas conmigo. Vuelve al punto uno de este decálogo: recuerda que yo también soy persona.
7.- Siendo tu empresa el mejor lugar del mundo mundial para currar (por eso me pides taaaaaaantos requisitos), demuestra que tenéis espacios medianamente acogedores para una entrevista. La cocina, la recepción (de pie), la sala del café o el cuartito de fumar no son lugares dignos de una charla relajada, y menos si la cosa va de querer conocerme o de que yo conozca tu empresa.
8.- Sé clar@: háblame de las condiciones en un lenguaje normal, no en una mezcla entre Punset y los Lunnis.Créeme, por lamentables que sea tu propuesta no me voy a asustar. Yo sabía a lo que venía, si no me interesa ya te lo haré saber.
9.- Léete mi currículum, aunque sea sobre la marcha. Haz como que te interesa y como que sabes cómo me llamo. Si te molesta recibir mails en cadena, imagínate como me sienta a mí que me entrevistes con las mismas palabras que a la anterior y al siguiente.
10.- Y sobre todo, por encima de todo, mi tiempo vale tanto como el tuyo, no me hagas que lo pierda. Si no te intereso en absoluto, dímelo educadamente y seguiremos con nuestros caminos en paz y armonía.
En fin, que estoy con Carlos.Y con todas las personas del mundo que están en situación de desempleo y aprenden en cada entrevista que lo importante no es hacerla: es sobrevivir a ella hasta el final. Yo sigo esperando que a veces salga Juanma Iturriaga con un ramo de flores y el pedazo de muñeco de Inocente Inocente para decirme que todo es una broma.
Y eso que sólo llevo 10 días buscando trabajo...
PD: Por cierto, si eres de esas personas que buscan a alguien como yo, una maestra enamorada de su profesión, con mucho que aprender y que ofrecer, no te cortes, ¡contacta conmigo! Prometo no decir nada del decálogo, al menos hasta el final de la entrevista ;)
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sábado, 26 de mayo de 2012
El Artículo 14
Nuestro flamante ministro de educación (y no me da la gana de poner el título con mayúsculas porque él mismo ha devaluado la figura), el señor Wert, ha decidido que la prioridad número uno, total y absoluta, en el sistema educativo es darle una vuelta ideológica a la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que recordemos es impartida en 5º curso de Educación Primaria. Resulta que esa asignatura va a ser rebautizada como "Educación cívica y Constitucional"; y me encanta, porque por un lado a l@s maestr@s se nos forma (¡ja!) para que trabajemos con ese instrumento demoníaco que es la pizarra digital en pro de formar al alumnado con las "tecnologías del futuro" pero se nos obliga a trabajar un documento redactado hace más de 30 años que casi ni se menciona en el libro de Cono. Además se eliminan todos los contenidos que aluden a los conflictos políticos, sociales o ideológicos, porque eso no interesa, ni importa, ni nos gusta que l@s chaval@s lo sepan, no sea que les de por manifestarse, por quejarse o por votar a un partido minoritario y ya se sabe que del cuestionamiento del modelo a las drogas y el reggaeton hay sólo un paso.
Total, que me tengo que aprender la Constitución de arriba abajo, porque claro, igual este señor no se ha parado a pensarlo, pero las maestras y maestros del mundo nos preparamos las clases y tenemos que hacer un trabajo previo importante. Pues ahí que me pongo con los artículos y antes de que haya pasado un minuto llego a esto:
CAPÍTULO II.
Artículo 14.
Los españoles son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.
¿A que queda precioso así redactado? Una lee esto y piensa: "Joder, qué suerte tengo de ser española".
Pero una se va a trabajar con esta reflexión y tiene la mala suerte de que un niño se le cae en la clase y se parte el labio. Y cuando la criatura levanta la cabeza se da cuenta de que no es unniñocualquiera. De que es el hijo de Fulanito de Tal y Menganita de Pascual, ambos dos famosos, ambos dos forrados de pasta y ambos dos adorados por el resto de la Humanidad.
Entonces una, en su ignorancia y su conocimiento de la Constitución, entiende que todos los españoles (las españolas no estábamos en aquel entonces, sólo limpiábamos la casa y esperábamos a nuestros maridos sentadas en un sofá cubierto por una manta de croché con una sopa de sémola puesta en perola de loza encima de la mesa, llena de platos de Duralex y con servilletas de tela) somos iguales ante la ley, se lleva al niño diminuto al centro de salud, rodeado todo él (el niño, no el centro) de juguetes y muñecos para que se le pase el disgusto y no se de cuenta de que se acaba de dar la hostia padre.
Con ese percal, y sin ambulancia ni nada (la urgencia obliga), una se cruza medio pueblo con el niñoen brazos, pensando por qué cojones se puso una camisa blanca esta mañana que ahora aparece como si yo viniera de una reyerta pandillera, llena de sangre. La misma que escribe llega con la criatura en brazos al centro de salud, sudando como un pollo, hasta los ovarios de la sirena del coche de policía que el crío lleva en la mano ("la próxima vez se trae un peluche"; piensa para sus adentros) y con los DNIs de sus progenitores en la mano, la tarjeta del cole y la paciencia saliendo por todos los poros del cuerpo.
Después de esperar la cola del infierno, una llega al mostrador con el niño, los muñecos, los papeles, el mosqueo y la sangre e intenta hacerle entender a la amable señorita dónde se halla el problema. La amable señorita deja de ser "amable" al minuto uno, y "señorita" al minuto dos, y se convierte en Mrs. Mordor cuando, acto seguido, te informa de que allí no te atienden porque los padres de la criatura tienen seguro privado, y de que si quieres le ve el médico, pero previo pago.
Una se queda ojiplática y recoge al niño, los muñecos, los papeles, la paciencia y el alma (que ya anda por los pies) y mete todo ello junto con las taquicardias en su coche (obviamente los coches de empresa o la ruta del cole en este caso JAMÁS están disponibles cuando se los necesita), coge una sillita, la apaña en el coche, monta al crío y se lo lleva al hospital privado en el que se atenderá al pequeño, que a esas alturas ya ni siente ni padece y se está metiendo un pie del Nenuco en la boca con el consiguiente problema que supone en un labio partido el contacto bacteriano de un muñeco babeado por medio Colegio.
Ahora conduce, canta, baila (distrae al niño, vaya) y evita que se toque la herida, que llore, intenta localizar a la familia (por millonésima vez) y no pierdas de vista toda la parafernalia que llevas encima.
Si agobia leerlo, no te digo vivirlo. Y con la primavera cayendo encima a 40º a las 4 de la tarde.
Por fin se llega al hospital privado, donde servidora, criatura, aviones, cochecitos, Nenucos, papeles, sangre, sudor y lágrimas (literales) nos bajamos de mi humilde coche (para nada digno de ese ocupante hijo de la alta alcurnia, perfecto para una maestra que no sabe qué es la cirugía estética) donde la sillita queda colocada para la posterior vuelta.
Todos los entes entramos en el hospital donde hay una cola que parece la del paro, así que volvemos a esperar pacientemente a que nos atiendan. El pequeño sólo sabe decir "Mamá" y yo me siento como la protagonista de "La mano que mece la cuna", porque todo el mundo me pregunta "¿Es tuyo?" y yo digo "No, no, jeje" y el niño llora desesperado gritando "¡¡MAMÁAAAAA!! ¡¡MAMÁAAAA!!" y la gente me mira raro, como se mira a una secuestradora loca que lleva un niño en brazos, una camisa llena de sangre, los pelos revueltos y la cara empapada y va armada con un Nenuco.
Por fin llegamos al mostrador y ¡oh! ¡sorpresa! El señor recepcionista, que despacha a todos los enfermos hacia una sala de espera, al ver quiénes son los padres de la criatura abre una puerta trasera y le pasa el primero a un pequeño cuarto en el que al momento entran una enfermera, un pediatra, un cirujano de Traumatología y la señora de la limpieza, que intrigada quiere ver cómo es el muchacho al natural.
Y el resto de los españoles, que esperan la cola pacientemente, aceptan que ese niño rubio que busca a su mamá desesperado y al que acompaña una loca despeinada es alguien importante, y asumen con pasmosa entereza que el niño tiene prioridad por encima del resto de sus criaturas aunque el Artículo 14 de la Constitución diga lo contrario.
Pero no contentos con eso, los padres consiguen por fin ser localizados (estaban en una fiesta, de esas que todos y todas hacemos a las ¿¿3 de la tarde??) y acuden veloces al hospital, entran por la puerta de atrás entre gritos de miedo y suspiros lastimeros de ell@s mism@s y le preguntan al médico:
- Doctor, ¿es grave? ¿le quedará cicatriz? ¡¡Es que es la boca!! ¡¡LA BOCA!!
Y obvian a la acompañante, me obvian a mí, una española igual que ell@s ante la ley que no sólo lo es, sino que ha acompañado a su pequeño en los momentos posteriores a la hostia padre y le ha dado todo su amor, su paciencia y sus energías. Ni siquiera pueden pensar en tener ojos para alguien que no es su chiquitín.
Y por supuesto no dejan que le traten en ese hospital. Le llevan a su cirujano de confianza, porque ellos son españoles, iguales ante la ley que el resto de los demás, pero les van a recibir los primeros y a hacerle al niño un cosido de labio que ni Jesús del Pozo, el rey de las costuras. Y todo ello sin dar las gracias ni a los médicos, ni a la acompañante, ni a la cola de personas que se han dejado mangonear para que el crío pase el primero y que ahora, víctimas de esta sociedad de mierda, sólo están pendientes de si ella realmente es tan guapa como en la tele o él parece un poco más gordo que en las revistas.
Así que servidora se vuelve al coche, desmonta la sillita, se limpia el sudor y se mira en el retrovisor izquierdo para ver que parece que viene de la guerra. Y con cierta melancolía de quien sabe que no puede hacer nada y se siente vencida piensa en el próximo curso, cuando con total convencimiento tenga que decirles a sus alumnos y alumnas en algún momento del horario:
Buenos días, chicos y chicas, vamos por donde nos quedamos el último día. Empezamos. Artículo 14 de la Constitución Española: todos los españoles son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna...

Total, que me tengo que aprender la Constitución de arriba abajo, porque claro, igual este señor no se ha parado a pensarlo, pero las maestras y maestros del mundo nos preparamos las clases y tenemos que hacer un trabajo previo importante. Pues ahí que me pongo con los artículos y antes de que haya pasado un minuto llego a esto:
CAPÍTULO II.
DERECHOS Y LIBERTADES.
Los españoles son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.
¿A que queda precioso así redactado? Una lee esto y piensa: "Joder, qué suerte tengo de ser española".
Pero una se va a trabajar con esta reflexión y tiene la mala suerte de que un niño se le cae en la clase y se parte el labio. Y cuando la criatura levanta la cabeza se da cuenta de que no es unniñocualquiera. De que es el hijo de Fulanito de Tal y Menganita de Pascual, ambos dos famosos, ambos dos forrados de pasta y ambos dos adorados por el resto de la Humanidad.
Entonces una, en su ignorancia y su conocimiento de la Constitución, entiende que todos los españoles (las españolas no estábamos en aquel entonces, sólo limpiábamos la casa y esperábamos a nuestros maridos sentadas en un sofá cubierto por una manta de croché con una sopa de sémola puesta en perola de loza encima de la mesa, llena de platos de Duralex y con servilletas de tela) somos iguales ante la ley, se lleva al niño diminuto al centro de salud, rodeado todo él (el niño, no el centro) de juguetes y muñecos para que se le pase el disgusto y no se de cuenta de que se acaba de dar la hostia padre.
Con ese percal, y sin ambulancia ni nada (la urgencia obliga), una se cruza medio pueblo con el niñoen brazos, pensando por qué cojones se puso una camisa blanca esta mañana que ahora aparece como si yo viniera de una reyerta pandillera, llena de sangre. La misma que escribe llega con la criatura en brazos al centro de salud, sudando como un pollo, hasta los ovarios de la sirena del coche de policía que el crío lleva en la mano ("la próxima vez se trae un peluche"; piensa para sus adentros) y con los DNIs de sus progenitores en la mano, la tarjeta del cole y la paciencia saliendo por todos los poros del cuerpo.
Después de esperar la cola del infierno, una llega al mostrador con el niño, los muñecos, los papeles, el mosqueo y la sangre e intenta hacerle entender a la amable señorita dónde se halla el problema. La amable señorita deja de ser "amable" al minuto uno, y "señorita" al minuto dos, y se convierte en Mrs. Mordor cuando, acto seguido, te informa de que allí no te atienden porque los padres de la criatura tienen seguro privado, y de que si quieres le ve el médico, pero previo pago.
Una se queda ojiplática y recoge al niño, los muñecos, los papeles, la paciencia y el alma (que ya anda por los pies) y mete todo ello junto con las taquicardias en su coche (obviamente los coches de empresa o la ruta del cole en este caso JAMÁS están disponibles cuando se los necesita), coge una sillita, la apaña en el coche, monta al crío y se lo lleva al hospital privado en el que se atenderá al pequeño, que a esas alturas ya ni siente ni padece y se está metiendo un pie del Nenuco en la boca con el consiguiente problema que supone en un labio partido el contacto bacteriano de un muñeco babeado por medio Colegio.
Ahora conduce, canta, baila (distrae al niño, vaya) y evita que se toque la herida, que llore, intenta localizar a la familia (por millonésima vez) y no pierdas de vista toda la parafernalia que llevas encima.
Si agobia leerlo, no te digo vivirlo. Y con la primavera cayendo encima a 40º a las 4 de la tarde.
Por fin se llega al hospital privado, donde servidora, criatura, aviones, cochecitos, Nenucos, papeles, sangre, sudor y lágrimas (literales) nos bajamos de mi humilde coche (para nada digno de ese ocupante hijo de la alta alcurnia, perfecto para una maestra que no sabe qué es la cirugía estética) donde la sillita queda colocada para la posterior vuelta.
Todos los entes entramos en el hospital donde hay una cola que parece la del paro, así que volvemos a esperar pacientemente a que nos atiendan. El pequeño sólo sabe decir "Mamá" y yo me siento como la protagonista de "La mano que mece la cuna", porque todo el mundo me pregunta "¿Es tuyo?" y yo digo "No, no, jeje" y el niño llora desesperado gritando "¡¡MAMÁAAAAA!! ¡¡MAMÁAAAA!!" y la gente me mira raro, como se mira a una secuestradora loca que lleva un niño en brazos, una camisa llena de sangre, los pelos revueltos y la cara empapada y va armada con un Nenuco.
Por fin llegamos al mostrador y ¡oh! ¡sorpresa! El señor recepcionista, que despacha a todos los enfermos hacia una sala de espera, al ver quiénes son los padres de la criatura abre una puerta trasera y le pasa el primero a un pequeño cuarto en el que al momento entran una enfermera, un pediatra, un cirujano de Traumatología y la señora de la limpieza, que intrigada quiere ver cómo es el muchacho al natural.
Y el resto de los españoles, que esperan la cola pacientemente, aceptan que ese niño rubio que busca a su mamá desesperado y al que acompaña una loca despeinada es alguien importante, y asumen con pasmosa entereza que el niño tiene prioridad por encima del resto de sus criaturas aunque el Artículo 14 de la Constitución diga lo contrario.
Pero no contentos con eso, los padres consiguen por fin ser localizados (estaban en una fiesta, de esas que todos y todas hacemos a las ¿¿3 de la tarde??) y acuden veloces al hospital, entran por la puerta de atrás entre gritos de miedo y suspiros lastimeros de ell@s mism@s y le preguntan al médico:
- Doctor, ¿es grave? ¿le quedará cicatriz? ¡¡Es que es la boca!! ¡¡LA BOCA!!
Y obvian a la acompañante, me obvian a mí, una española igual que ell@s ante la ley que no sólo lo es, sino que ha acompañado a su pequeño en los momentos posteriores a la hostia padre y le ha dado todo su amor, su paciencia y sus energías. Ni siquiera pueden pensar en tener ojos para alguien que no es su chiquitín.
Y por supuesto no dejan que le traten en ese hospital. Le llevan a su cirujano de confianza, porque ellos son españoles, iguales ante la ley que el resto de los demás, pero les van a recibir los primeros y a hacerle al niño un cosido de labio que ni Jesús del Pozo, el rey de las costuras. Y todo ello sin dar las gracias ni a los médicos, ni a la acompañante, ni a la cola de personas que se han dejado mangonear para que el crío pase el primero y que ahora, víctimas de esta sociedad de mierda, sólo están pendientes de si ella realmente es tan guapa como en la tele o él parece un poco más gordo que en las revistas.
Así que servidora se vuelve al coche, desmonta la sillita, se limpia el sudor y se mira en el retrovisor izquierdo para ver que parece que viene de la guerra. Y con cierta melancolía de quien sabe que no puede hacer nada y se siente vencida piensa en el próximo curso, cuando con total convencimiento tenga que decirles a sus alumnos y alumnas en algún momento del horario:
Buenos días, chicos y chicas, vamos por donde nos quedamos el último día. Empezamos. Artículo 14 de la Constitución Española: todos los españoles son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna...

sábado, 19 de mayo de 2012
Estás gorda
Yo no sé qué cojones lleva el agua que beben las modelos, que se trincan dos litros y se mantienen toda la vida en una 34 de pantalón. Y no les hace falta nada más, ojo, todo es dormir 8 horas, beber dos litros de agua y ser feliz. Venga, coño.
Yo llevo más de la mitad de mi vida siguiendo algún plan de dieta. Yo bebo dos litros de agua al día, de la normal, de la del grifo de Madrid (que es la mejor del mundo) y lo único que hago es orinar (verbo asqueroso por cierto, bastante peor que mear a secas) de mil a mil quinientas veces diarias, pero adelgazar, lo que se dice adelgazar, pues no lo consigo. Y menos consigo que me quepa un pantalón de Stradivarius, tienda pensada para adolescentes de Biafra y nunca para mujeres de cualquier otra nacionalidad, edad o procedencia.
Por otro lado duermo con una calidad inmejorable, y pese a mis pesadillas tarantinianas consigo conciliar el sueño tantas horas como me lo proponga, consiguiendo en ocasiones incluso saltar de un día a otro sin tiempos de vigilia, así que no entiendo en qué estoy fallando y por qué no estoy tan buena como Gisele Bundchen, que es con diferencia la tía más buena de este planeta. Supongo que será herencia genética, porque si no no me lo explico.
El caso es que por mi herencia genética tengo una altura considerable que me permite (además de llegar a todas las estanterías y ver al vocalista de un grupo en un concierto por encima de la masa maligna) disimular aquellas pequeñas lorzas que la vida tenga a bien colocar en mi cuerpo con mayor agilidad que otras personas. A tí te sobran 10 kilos y parece que te sobran 20 y a mí me sobran 20 pero cualquiera diría que son 10 (hipotético todo, claro, si me sobrasen 20 kilos no estaría aquí tirada).
Lo que yo soy es una mujer española, con cuerpo guitarrero y gusto culinario. Por ese motivo me paso, como decía antes, la mayor parte del tiempo intentando bajar sin éxito un par de kilos para luego permitirme ponerme hasta el culo en cualquier ocasión venidera propicia.
El sábado pasado, una compañera con las que tengo mis roces (vamos, que no me aguanta) me llamó gorda, completamente en serio y delante de todo el mundo. Una madre me ofreció una galleta a la salida del cole y ante mi quinta negativa (se pueden aborrecer las galletas currando en un cole, de verdad que sí) ella le dijo a la madre:
- Ofrécesela a Fulanita, que está delgada.
- ¿Me estás llamando gorda? - le dije yo, medio en serio medio en broma.
- Pues mujer, un poco sí. Si no, te comerías esa galleta y otras veinte.
Y se quedó tan ancha.
Me sentó como un tiro, la verdad. ¿Será porque me atacó a una parte de mí que me creo a medias? Pues lo mismo sí, o lo mismo no. El caso es que el ataque a lo físico es muy fácil y jode mucho más que que te llamen "lerda"; porque en una sociedad en la que la imagen es todo una se siente herida en el orgullo cuando le dicen "no estás dentro de los cánones estéticos que han establecido El Corte Inglés y Sara Carbonero".
Con esta reflexión estaba yo cuando pensé en una cosa que ha ocurrido estas semanas atrás. El tema es el siguiente: hay una niña de 6 años que está gorda. No "rellenita", ni "entrada en carnes". Objetivamente, está gorda, es decir, muy por encima del peso normal e incluso el sobrepeso normal de su edad.
El resto de sus compis se lo dicen con bastante frecuencia, pero sin ninguna maldad. Para ell@s es un dato completamente objetivo: ella es gorda, la otra es rubia, este niño es cojo y el otro es alto. No lo viven como algo peyorativo, sino como una evidencia a ojos de cualquiera, y la niña en cuestión tampoco lo lleva mal, lo vive como algo normal. Por eso decimos que l@s niñ@s son crueles, pero al revés, son totalmente sincer@s. No entienden por qué si a una persona le falta un brazo no se le puede tratar como tal, por qué hay que hacer como que eso nunca ha pasado. Y es completamente normal que, en su curiosidad infantil, pregunten al susodicho:
- Oye, y a tí ¿por qué te falta ese brazo?
Es en la madurez, cuando empezamos a llenarnos de prejuicios y de miedos, cuando vemos las cosas evidentes como algo negativo. Es el rasero de la perfección que nos autoimponemos el que nos dice: "estás dentro" o "estás fuera".
El caso es que la madre de esta pequeña oyó como el resto de sus compañeros y compañeras decían "Menganita es esa niña de ahí, la que está más gorda" y se traumatizó. Se quejó al colegio y pidió que la pusiésemos a dieta. Nada de lácteos, nada de pasta, ni pan, nada de galletas ni de batidos. Cuando el resto tienen helado, ella tiene una pera, y claro, los niños y niñas empiezan a asociar: si estás gorda, tu vida es una mierda, tan horrible que no puedes comer arroz con leche los viernes. Y tu madre se enfada, y la profe te mira con cara de pena.
Cada vez que hacían referencia al tema, les llamábamos la atención. "Eso no se dice", "No seáis maleducados", "Pídele perdón": "¿Perdón por qué?" preguntaban. "¡Si es que es verdad!" se quejaban.
Así fue como la pequeña comenzó a asociar su forma física con algo negativo. Lo que antes era un comentario infantil comenzó a hacer que la muchacha llorase por las esquinas y la madre estuviese cada vez más nerviosa. La cosa ha ido empeorando hasta que la madre ha tomado la decisión de llevársela del cole y meterla en otro con la esperanza de que su pesadilla deje de serlo.
Mi pregunta es: ¿cambiará la cosa? ¿O estará una niña tan pequeña dentro del bucle obsesivo de "la imagen lo es todo" desde tan temprana edad por culpa de una obsesión adulta?
Yo sigo con mi reflexión, y pensando cómo puede ser que en este mundo, con la cantidad de cosas que pasan, una niña de 6 años y yo estemos unidas por la misma lacra social que une a miles de personas. Que cualquier persona, para hacernos daño, pronuncie tan sólo dos palabras:
"Estás gorda".

Yo llevo más de la mitad de mi vida siguiendo algún plan de dieta. Yo bebo dos litros de agua al día, de la normal, de la del grifo de Madrid (que es la mejor del mundo) y lo único que hago es orinar (verbo asqueroso por cierto, bastante peor que mear a secas) de mil a mil quinientas veces diarias, pero adelgazar, lo que se dice adelgazar, pues no lo consigo. Y menos consigo que me quepa un pantalón de Stradivarius, tienda pensada para adolescentes de Biafra y nunca para mujeres de cualquier otra nacionalidad, edad o procedencia.
Por otro lado duermo con una calidad inmejorable, y pese a mis pesadillas tarantinianas consigo conciliar el sueño tantas horas como me lo proponga, consiguiendo en ocasiones incluso saltar de un día a otro sin tiempos de vigilia, así que no entiendo en qué estoy fallando y por qué no estoy tan buena como Gisele Bundchen, que es con diferencia la tía más buena de este planeta. Supongo que será herencia genética, porque si no no me lo explico.
El caso es que por mi herencia genética tengo una altura considerable que me permite (además de llegar a todas las estanterías y ver al vocalista de un grupo en un concierto por encima de la masa maligna) disimular aquellas pequeñas lorzas que la vida tenga a bien colocar en mi cuerpo con mayor agilidad que otras personas. A tí te sobran 10 kilos y parece que te sobran 20 y a mí me sobran 20 pero cualquiera diría que son 10 (hipotético todo, claro, si me sobrasen 20 kilos no estaría aquí tirada).
Lo que yo soy es una mujer española, con cuerpo guitarrero y gusto culinario. Por ese motivo me paso, como decía antes, la mayor parte del tiempo intentando bajar sin éxito un par de kilos para luego permitirme ponerme hasta el culo en cualquier ocasión venidera propicia.
El sábado pasado, una compañera con las que tengo mis roces (vamos, que no me aguanta) me llamó gorda, completamente en serio y delante de todo el mundo. Una madre me ofreció una galleta a la salida del cole y ante mi quinta negativa (se pueden aborrecer las galletas currando en un cole, de verdad que sí) ella le dijo a la madre:
- Ofrécesela a Fulanita, que está delgada.
- ¿Me estás llamando gorda? - le dije yo, medio en serio medio en broma.
- Pues mujer, un poco sí. Si no, te comerías esa galleta y otras veinte.
Y se quedó tan ancha.
Me sentó como un tiro, la verdad. ¿Será porque me atacó a una parte de mí que me creo a medias? Pues lo mismo sí, o lo mismo no. El caso es que el ataque a lo físico es muy fácil y jode mucho más que que te llamen "lerda"; porque en una sociedad en la que la imagen es todo una se siente herida en el orgullo cuando le dicen "no estás dentro de los cánones estéticos que han establecido El Corte Inglés y Sara Carbonero".
Con esta reflexión estaba yo cuando pensé en una cosa que ha ocurrido estas semanas atrás. El tema es el siguiente: hay una niña de 6 años que está gorda. No "rellenita", ni "entrada en carnes". Objetivamente, está gorda, es decir, muy por encima del peso normal e incluso el sobrepeso normal de su edad.
El resto de sus compis se lo dicen con bastante frecuencia, pero sin ninguna maldad. Para ell@s es un dato completamente objetivo: ella es gorda, la otra es rubia, este niño es cojo y el otro es alto. No lo viven como algo peyorativo, sino como una evidencia a ojos de cualquiera, y la niña en cuestión tampoco lo lleva mal, lo vive como algo normal. Por eso decimos que l@s niñ@s son crueles, pero al revés, son totalmente sincer@s. No entienden por qué si a una persona le falta un brazo no se le puede tratar como tal, por qué hay que hacer como que eso nunca ha pasado. Y es completamente normal que, en su curiosidad infantil, pregunten al susodicho:
- Oye, y a tí ¿por qué te falta ese brazo?
Es en la madurez, cuando empezamos a llenarnos de prejuicios y de miedos, cuando vemos las cosas evidentes como algo negativo. Es el rasero de la perfección que nos autoimponemos el que nos dice: "estás dentro" o "estás fuera".
El caso es que la madre de esta pequeña oyó como el resto de sus compañeros y compañeras decían "Menganita es esa niña de ahí, la que está más gorda" y se traumatizó. Se quejó al colegio y pidió que la pusiésemos a dieta. Nada de lácteos, nada de pasta, ni pan, nada de galletas ni de batidos. Cuando el resto tienen helado, ella tiene una pera, y claro, los niños y niñas empiezan a asociar: si estás gorda, tu vida es una mierda, tan horrible que no puedes comer arroz con leche los viernes. Y tu madre se enfada, y la profe te mira con cara de pena.
Cada vez que hacían referencia al tema, les llamábamos la atención. "Eso no se dice", "No seáis maleducados", "Pídele perdón": "¿Perdón por qué?" preguntaban. "¡Si es que es verdad!" se quejaban.
Así fue como la pequeña comenzó a asociar su forma física con algo negativo. Lo que antes era un comentario infantil comenzó a hacer que la muchacha llorase por las esquinas y la madre estuviese cada vez más nerviosa. La cosa ha ido empeorando hasta que la madre ha tomado la decisión de llevársela del cole y meterla en otro con la esperanza de que su pesadilla deje de serlo.
Mi pregunta es: ¿cambiará la cosa? ¿O estará una niña tan pequeña dentro del bucle obsesivo de "la imagen lo es todo" desde tan temprana edad por culpa de una obsesión adulta?
Yo sigo con mi reflexión, y pensando cómo puede ser que en este mundo, con la cantidad de cosas que pasan, una niña de 6 años y yo estemos unidas por la misma lacra social que une a miles de personas. Que cualquier persona, para hacernos daño, pronuncie tan sólo dos palabras:
"Estás gorda".

lunes, 31 de enero de 2011
0.0
Tenía un post escrito para publicar hoy acerca de la vida en comunidad, mañana lo publico.
Iba a hacerlo hoy, pero me encuentro con que la madrugada del pasado domingo, una niña de 18 falleció víctima de un accidente de tráfico. No deja de ser una noticia tristemente común si no fuera porque la chica había sido novia de mi primo durante un tiempo considerable. No dejaría de ser una noticia familiarmente lamentable si no fuera porque la chica era hija de un reconocido actor español. No dejaría de ser una noticia patética si no fuera porque me he enterado por La Noria antes que por la familia. Qué triste.
Una noticia así te deja siempre un poco tocada, pero más si es alguien a quien conoces, o te es cercano, o es una chica de 18 años que volvía a casa cuando un conductor irresponsable embistió su coche circulando por dirección contraria. Superaba cinco veces la tasa máxima de alcoholemia permitida.
Es súper fácil hacer la clásica crítica de lo peligroso que es beber y luego conducir, pero aquí nadie puede tirar la primera piedra. Yo jamás bebo cuando conduzco, pero me he montado en coches conducidos por gente que había tomado un par de copas, y he permitido que amigas y amigos cogiesen el coche aunque hubieran bebido. Y encima he dicho "dame un toque cuando llegues".
No tengo, por tanto, potestad para decir a nadie lo que debe o no debe hacer.
Lo que sí puedo hacer es dar una realidad objetiva: que una niña de 18 años pierde la vida por una irresponsabilidad que se podía haber evitado. Lo que sí puedo decir es que una familia, o varias, unos amigos y amigas y un país entero se conmocionan cada día por sucesos como este, por tragedias que tienen un código pin que puede evitarlas:
0,0.
Intento buscar una fotografía que ilustre este post y no la encuentro, o no la quiero encontrar.
No es mi responsabilidad, ni la tuya, el dolor y el sufrimiento de tantas personas.
Pero tener cabeza al volante sí. Responsabilidad mía, tuya, y de todo el mundo.
Al volante, responsabilidad. Al volante, 0,0.
Iba a hacerlo hoy, pero me encuentro con que la madrugada del pasado domingo, una niña de 18 falleció víctima de un accidente de tráfico. No deja de ser una noticia tristemente común si no fuera porque la chica había sido novia de mi primo durante un tiempo considerable. No dejaría de ser una noticia familiarmente lamentable si no fuera porque la chica era hija de un reconocido actor español. No dejaría de ser una noticia patética si no fuera porque me he enterado por La Noria antes que por la familia. Qué triste.
Una noticia así te deja siempre un poco tocada, pero más si es alguien a quien conoces, o te es cercano, o es una chica de 18 años que volvía a casa cuando un conductor irresponsable embistió su coche circulando por dirección contraria. Superaba cinco veces la tasa máxima de alcoholemia permitida.
Es súper fácil hacer la clásica crítica de lo peligroso que es beber y luego conducir, pero aquí nadie puede tirar la primera piedra. Yo jamás bebo cuando conduzco, pero me he montado en coches conducidos por gente que había tomado un par de copas, y he permitido que amigas y amigos cogiesen el coche aunque hubieran bebido. Y encima he dicho "dame un toque cuando llegues".
No tengo, por tanto, potestad para decir a nadie lo que debe o no debe hacer.
Lo que sí puedo hacer es dar una realidad objetiva: que una niña de 18 años pierde la vida por una irresponsabilidad que se podía haber evitado. Lo que sí puedo decir es que una familia, o varias, unos amigos y amigas y un país entero se conmocionan cada día por sucesos como este, por tragedias que tienen un código pin que puede evitarlas:
0,0.
Intento buscar una fotografía que ilustre este post y no la encuentro, o no la quiero encontrar.
No es mi responsabilidad, ni la tuya, el dolor y el sufrimiento de tantas personas.
Pero tener cabeza al volante sí. Responsabilidad mía, tuya, y de todo el mundo.
Al volante, responsabilidad. Al volante, 0,0.
viernes, 19 de noviembre de 2010
De mayor quiero ser traficante
Hay veces que las evidencias hablan por sí solas, aunque tú quieras hacer como que no.
Hace cuatro o cinco años estuve haciendo un voluntario con la fundación Caja Madrid (tod@s tenemos un pasado duro) en un colegio público con un bagaje de alumnado que telita del telón. En mi clase había chavales de todos los pelajes y condiciones con un único objetivo: no estar en la calle.
Retenerles allí durante unas cuantas horas era como retener a una manada de dóbermans a la puerta de la carnicería.
Se suponía que allí había que hacer los deberes, pero yo no soy muy partidaria de esos sistemas, porque bastante tiempo pasan las criaturas en clase como para chuparse dos horas más de apoyo escolar, así que sin que me oiga nadie, un ratito hacíamos deberes y el resto charlábamos de lo divino y lo humano.
Un día me preguntaron que por qué yo era maestra. Les conté un poco de mi vocación de la infancia hecha realidad y parece que no les convencí, pero al menos les valió mi razonamiento.
Luego les pregunté que qué querían ser de mayores. Nada nuevo bajo el sol: futbolistas, bomberos, maderos, cantantes y demás.
Uno de los chavales me dice:
-Profe, yo me cambio, lo he pensado mejor. Yo de mayor quiero ser traficante (13 dulces años tenía la criatura, ahora que lo pienso ya tendrá 18, ¿habrá cumplido sueño?).
Automáticamente le solté la clásica charla de "pero cómo vas a querer ser eso, es un trabajo que hace infeliz a mucha gente, vas a explotar a personas, no te vas a motivar ni a apreciar, con lo que tú vales, y bla bla bla".
El chico me dice:
- Mira profe, yo sé que no está bien, pero mírate, tu has ido a la universidad, eres profesora y vienes al cole en autobús y vives en un piso de barrio (eso último lo sabían porque yo se lo había contado en un trabajo que habíamos hecho).
Mi tío trafica con hachís y tiene un chalet con piscina, un cochazo y la Play con un montón de juegos. Y yo de mayor quiero ser como mi tío, no como tú. Si eres honrado, no te haces rico y te dan por todas partes.
Y encima, el crío, tenía toda la razón.
Hay que joderse.

Hace cuatro o cinco años estuve haciendo un voluntario con la fundación Caja Madrid (tod@s tenemos un pasado duro) en un colegio público con un bagaje de alumnado que telita del telón. En mi clase había chavales de todos los pelajes y condiciones con un único objetivo: no estar en la calle.
Retenerles allí durante unas cuantas horas era como retener a una manada de dóbermans a la puerta de la carnicería.
Se suponía que allí había que hacer los deberes, pero yo no soy muy partidaria de esos sistemas, porque bastante tiempo pasan las criaturas en clase como para chuparse dos horas más de apoyo escolar, así que sin que me oiga nadie, un ratito hacíamos deberes y el resto charlábamos de lo divino y lo humano.
Un día me preguntaron que por qué yo era maestra. Les conté un poco de mi vocación de la infancia hecha realidad y parece que no les convencí, pero al menos les valió mi razonamiento.
Luego les pregunté que qué querían ser de mayores. Nada nuevo bajo el sol: futbolistas, bomberos, maderos, cantantes y demás.
Uno de los chavales me dice:
-Profe, yo me cambio, lo he pensado mejor. Yo de mayor quiero ser traficante (13 dulces años tenía la criatura, ahora que lo pienso ya tendrá 18, ¿habrá cumplido sueño?).
Automáticamente le solté la clásica charla de "pero cómo vas a querer ser eso, es un trabajo que hace infeliz a mucha gente, vas a explotar a personas, no te vas a motivar ni a apreciar, con lo que tú vales, y bla bla bla".
El chico me dice:
- Mira profe, yo sé que no está bien, pero mírate, tu has ido a la universidad, eres profesora y vienes al cole en autobús y vives en un piso de barrio (eso último lo sabían porque yo se lo había contado en un trabajo que habíamos hecho).
Mi tío trafica con hachís y tiene un chalet con piscina, un cochazo y la Play con un montón de juegos. Y yo de mayor quiero ser como mi tío, no como tú. Si eres honrado, no te haces rico y te dan por todas partes.
Y encima, el crío, tenía toda la razón.
Hay que joderse.
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