"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




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miércoles, 29 de mayo de 2013

Serenata a un imbécil escrita en Do Menor

Hace unos cuantos años (no quiero pensar cuántos, pero unos pocos), trabajé yo en un campamento urbano de forma altruista y voluntaria (diría incluso que pagando yo, porque mi tiempo y la gasolina son valores en alza) en la estepa vallecana, de la que ya he hablado muchas veces. Coordinaba aquel campamento mi amiga S., maravillosa ella y en todo su esplendor laboral por aquel entonces, y nos tuvo pintando y recortando árboles y flores durante un mes como si no hubiera un mañana, porque la temática que elegimos a ciegas fue "El País de los Cuentos" y para S. era de vital importancia que al entrar en aquel pasillo angosto de la casa de curas donde hacíamos el campamento te sintieses como en medio de la selva amazónica, pero con brillos mágicos y estelas de hada revoloteadora flotando en el aire.

Hay que decir en honor a la verdad que nos quedó un bosque de puta madre, con sus flores coloridas, su césped que nos llegaba por la cintura (ergo a los/as niños/as les llegaba por la nuca) y sus pajarillos colgando de las brillantes manzanas que colgaban de las recias ramas que colgaban de cada puñetero árbol de aquel pasillo. Ya digo, un mes montando el bosquecito para luego tener un Faunia en miniatura de tal realismo que te daban ganas de llevarte un machete y echarte repelente en cada centímetro de la piel.

Para cuando lo terminamos y el campamento empezó, los monitores y monitoras éramos más que colegas, éramos casi hermanos/as de sangre. Yo, desde luego, hubiera donado un riñón por cada uno/a de mis compañeros/as. El pegamento de barra infantil y las tijeras de punta redonda (que ni pega una cosa ni corta la otra) unen a cualquier ser humano de cualquiera que sea su condición, porque obliga a compartir momentos de frustración, abandono y desazón. Y allí se usaron barras y barras y tijeras y tijeras. Empezamos ya con un buenrrollismo que rozaba lo empalagoso.

En mi grupo, S. tuvo la elegante idea de ponerme un compañero y una compañera y más de una veintena de niños y niñas. Mi compañera era una chica que me sacaba unos 15 años y con pinta de Pippi Längstump que llegó dos días después de que empezase el campamento porque ella era así; la recordaríamos después por ser obligada a disfrazarse de Reina de Corazones en la piscina municipal y verse asediada por miles de cabezas infantiles mientras se escondía detrás de un contenedor de basura a la espera de sorprender a nuestras criaturas. Se llamaba O., "O" de "omitir" su identidad por no tener su consentimiento.

Mi otro compañero era un cura que aún no era cura pero que estaba en proceso de serlo. Era un "precura". Era el hombre que todas las mujeres de aquel campamento hubieran querido en su grupo: treintañero atractivo, simpático, gracioso, rápido, con labia, con mano para los/as niños/as, cariñoso, atento... lo tenía todo, incluída una mala leche importante cuando se mosqueaba. El chaval había sido camarero nocturno durante su juventud en una ciudad española famosa por su fiesta inconfundible y claro, traía de serie la pose de madurito interesante que hacía que a las jovencillas del lugar les temblase el vaso de tubo. Normal.

Decía que mi compi, al que llamaremos C. ("C" de su inicial y "C" de "C...", bueno, "C." porque no quiero dar más datos), era un tío espectacular le mirases por donde le mirases salvo en un detalle: cuando se enfadaba hacía temblar las paredes. Sus broncas y sus castigos eran temidos por pequeños/as y por mayores, si te caía un rapapolvo de C. ya podías dejarle explayarse y luego intervenir. No tenía sentido discutirle durante el enfado porque lo más seguro era que la cosa acabase con sapos y culebras saliendo de ambas bocas (especialmente de la suya).

En el otro punto, C. tenía un sentido del humor que a mí me apasiona: ácido, irónico, un poco negro y ágil, muy ágil. Era capaz de hacer mil chascarrillos por minuto y claro, fuimos a juntarnos el hambre y las ganas de comer. No había detalle, mirada, comentario, gesto o situación de las miles que ocurrían a cada minuto que quedase fuera de nuestra capacidad, y claro, a los 10 días teníamos a todo el campamento frito con nuestras bromas, los niños y las niñas nos tenían un poco de manía y nuestros/as compis huían de nosotr@s en esos momentos en que entrábamos en bucle con esas zarandajas que sólo entienden quienes las inventan y que pierden sentido de tanto repetirlas.

Sin embargo, entre sus miles de chascarrillos, había una cosa que decía C. que era, como yo digo, la reina de las Pompas, la palabra redonda, brillante, perfecta, dicha con la contundencia y la fuerza precisas: imbécil.

De hecho, C. decía así: imBÉcil.

No se ha visto a ser humano que dijese tanto con tan poco: como no decía palabrotas había descartado todos los insultos (incluído el socorrido "hijoputa", que tanto estrés libera) que puestos juntos parece que son muy exagerados pero que en el fondo decimos cada medio minuto exacto. Él ponía cara de concentración, miraba fijamente a los ojos y decía:

- Pero cómo se puede ser tan imBÉcil.

Y yo me partía de risa, incluso cuando en su seriedad me lo decía a mí.

Hablábamos con un proveedor petardo y me decía al oído "Mira, éste se cree que le vamos a comprar a él, hace falta ser imBÉcil". Venía una madre petarda a dar por saco con tonterías de su hijo y me decía al oído: "Esta mujer es pesada y es profundamente imBÉcil". Los socorristas musculitos de la piscina nos hacían caso omiso cuando reclamábamos atención para nuestros niños y niñas y C., en silencio (por los/as niños/as) pero moviendo los labios, señalaba al Ken de turno y me decía un "imBÉcil" mudo que me hacía retorcerme con poco disimulo.

Jamás en la vida he vuelto a conocer a nadie que insulte mejor, ni diga más con menos letras. Ese "imBÉcil" de C. decía todo, englobaba todo, echaba en cara todo, callaba todo, sugería todo, atribuía todo.
Cuando el final del verano llegó y nos separamos para siempre me llevé aquella palabra en la mochila junto con las cartas de los niños y niñas y un par de fotos reveladas en baja calidad por la falta de presupuesto y me marché sin mirar atrás. Nunca más volví a ver a C., que emigró a su ciudad de origen, pero siempre conservé aquel "imBÉcil" guardado para sacarlo cuando fuese necesario.

No lo sacaba yo mucho hasta que empecé a salir con L. y sus colegas; un día, en un bar, estaba concentradísima contando una historia que no recuerdo acerca de un tipo que tampoco recuerdo cuando, inconscientemente, traje a C. al bar de Lavapiés y dije:

- Total, que el tío era un completo imBÉcil.

De repente una lluvia de risas y palmadas:

- ¡¡OTRA VEZ!! ¡DILO OTRA VEZ!

- ¿El qué? - decía yo.

- Lo de imbécil - me contestaban.

- Imbécil.

- No, así no, como lo has dicho antes.

- ¿Cómo? ¿así? ¡¡imBÉcil!!

Y otra vez risas y palmadas.

Desde entonces, cuando nos vemos, siempre se da algún momento, una circunstancia, una conversación en la que viene al pelo traer a C. y a su imBÉcil al lugar donde estemos.

Siempre está ese taxista que te hace un quiebro lanzándote hacia la mediana (o hacia una acequia, depende) mientras tratas de esquivarle y sobrevivir, o está esa frutera que te vende un melón diciéndote que "es miel" para que llegues a casa y descubras que es un pepino sin sabor. O el quiosquero que no te guarda la revista que compras TODOS los miércoles desde hace diez años, o el médico que considera que no mereces la baja aunque lleves tres días en cama. Y qué decir de ese policía que te pone una multa mirándote a los ojos mientras tú corres como loc@ por la acera hacia el coche para evitar que te la pongan.

ImBÉciles.

Pero que decir de ese/a imBÉcil, esa persona que entra en tu vida y a la que le darías, como yo a mis compis en el campamento, un riñón, o un pulmón, o un ojo, e incluso le das el corazón (que es el órgano más importante, como dicen la ciencia y Albert Pla) , y coge todo, y juega con ello durante días, meses, años, y luego, cuando se cansa, te devuelve los restos junto a dos cd´s que le regalaste y tres camisetas que te dejaste en su casa. Tu vida metida en una caja de cartón, tú decides si para tomar o para llevar.

A esa persona, como a las otras, sería de justicias contratarles una Tuna, o un grupo musical cualquiera, y componerles una canción, una serenata con la que la Tuna pudiera apostillarse en su ventana y arrullar sus sueños y sus despertares, sus paseos y sus reposos, sus alegrías y sus penas, hasta que la muerte le separe de su imbecilidad. Una serenata compuesta en Do Menor, que es una nota facilonga, a un imBÉcil no hay que estresarle porque no tiene demasiada  capacidad de absorción de información.

Esa serenata tendría una letra muy larga, dependiendo de cada circunstancia, pero lo importante es decir: "Querid@ imBÉcil, ya crecí. Ya no me importan ni tus quiebros de taxista, ni tus mentiras de frutera, ni tus desprecios de quiosquero, ni tu ignorancia de médico, ni tu indiferencia de policía. Ya te superé y me llevé mi caja y ahí ando, reconstruyéndome, pero es que todo es más fácil desde que me quité tanto lastre. Mi vida sigue y te supera, espero que nunca nos volvamos a cruzar, laralalalaaaaaaa, laralalalalaaaaaa, la la laralalalalalalalaaaaaaa...".

Seguiría, claro, aquí hay añadidos y cositas que pulir, eso era la esencia básica. Habría que hacer que rimase y encajasen los versos, y que fuera dulce y pegadiza. No es una serenata cantada desde el despecho, sino desde la liberación. Ésto tendríamos que ensayarlo, pero hacerlo igualmente, dedicárselo a esas personas que entran y salen impunemente de nuestras vidas, en el plano que sea.

Porque yo ya no soy lo que era.

Porque tú ya no eres lo que eras.

Porque no somos lo que esperábamos.

Sencillamente, porque eres imBÉcil.



PD. Dedicada, por entero, a L., la imBÉcil más bonita del mundo mundial.




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sábado, 19 de mayo de 2012

Estás gorda

Yo no sé qué cojones lleva el agua que beben las modelos, que se trincan dos litros y se mantienen toda la vida en una 34 de pantalón. Y no les hace falta nada más, ojo, todo es dormir 8 horas, beber dos litros de agua y ser feliz. Venga, coño.

Yo llevo más de la mitad de mi vida siguiendo algún plan de dieta. Yo bebo dos litros de agua al día, de la normal, de la del grifo de Madrid (que es la mejor del mundo) y lo único que hago es orinar (verbo asqueroso por cierto, bastante peor que mear a secas) de mil a mil quinientas veces diarias, pero adelgazar, lo que se dice adelgazar, pues no lo consigo. Y menos consigo que me quepa un pantalón de Stradivarius, tienda pensada para adolescentes de Biafra y nunca para mujeres de cualquier otra nacionalidad, edad o procedencia.

Por otro lado duermo con una calidad inmejorable, y pese a mis pesadillas tarantinianas consigo conciliar el sueño tantas horas como me lo proponga, consiguiendo en ocasiones incluso saltar de un día a otro sin tiempos de vigilia, así que no entiendo en qué estoy fallando y por qué no estoy tan buena como Gisele Bundchen, que es con diferencia la tía más buena de este planeta. Supongo que será herencia genética, porque si no no me lo explico.

El caso es que por mi herencia genética tengo una altura considerable que me permite (además de llegar a todas las estanterías y ver al vocalista de un grupo en un concierto por encima de la masa maligna) disimular aquellas pequeñas lorzas que la vida tenga a bien colocar en mi cuerpo con mayor agilidad que otras personas. A tí te sobran 10 kilos y parece que te sobran 20 y a mí me sobran 20 pero cualquiera diría que son 10 (hipotético todo, claro, si me sobrasen 20 kilos no estaría aquí tirada).

Lo que yo soy es una mujer española, con cuerpo guitarrero y gusto culinario. Por ese motivo me paso, como decía antes, la mayor parte del tiempo intentando bajar sin éxito un par de kilos para luego permitirme ponerme hasta el culo en cualquier ocasión venidera propicia.

El sábado pasado, una compañera con las que tengo mis roces (vamos, que no me aguanta) me llamó gorda, completamente en serio y delante de todo el mundo. Una madre me ofreció una galleta a la salida del cole y ante mi quinta negativa (se pueden aborrecer las galletas currando en un cole, de verdad que sí) ella le dijo a la madre:

- Ofrécesela a Fulanita, que está delgada.

- ¿Me estás llamando gorda? - le dije yo, medio en serio medio en broma.

- Pues mujer, un poco sí. Si no, te comerías esa galleta y otras veinte.

Y se quedó tan ancha.

Me sentó como un tiro, la verdad. ¿Será porque me atacó a una parte de mí que me creo a medias? Pues lo mismo sí, o lo mismo no. El caso es que el ataque a lo físico es muy fácil y jode mucho más que que te llamen "lerda"; porque en una sociedad en la que la imagen es todo una se siente herida en el orgullo cuando le dicen "no estás dentro de los cánones estéticos que han establecido El Corte Inglés y Sara Carbonero".

Con esta reflexión estaba yo cuando pensé en una cosa que ha ocurrido estas semanas atrás.  El tema es el siguiente: hay una niña de 6 años que está gorda. No "rellenita", ni "entrada en carnes". Objetivamente, está gorda, es decir, muy por encima del peso normal e incluso el sobrepeso normal de su edad.

El resto de sus compis se lo dicen con bastante frecuencia, pero sin ninguna maldad. Para ell@s es un dato completamente objetivo: ella es gorda, la otra es rubia, este niño es cojo y el otro es alto. No lo viven como algo peyorativo, sino como una evidencia a ojos de cualquiera, y la niña en cuestión tampoco lo lleva mal, lo vive como algo normal. Por eso decimos que l@s niñ@s son crueles, pero al revés, son totalmente sincer@s. No entienden por qué si a una persona le falta un brazo no se le puede tratar como tal, por qué hay que hacer como que eso nunca ha pasado. Y es completamente normal que, en su curiosidad infantil, pregunten al susodicho:

- Oye, y a tí ¿por qué te falta ese brazo?

Es en la madurez, cuando empezamos a llenarnos de prejuicios y de miedos, cuando vemos las cosas evidentes como algo negativo. Es el rasero de la perfección que nos autoimponemos el que nos dice: "estás dentro" o "estás fuera".

El caso es que la madre de esta pequeña oyó como el resto de sus compañeros y compañeras decían "Menganita es esa niña de ahí, la que está más gorda" y se traumatizó. Se quejó al colegio y pidió que la pusiésemos a dieta. Nada de lácteos, nada de pasta, ni pan, nada de galletas ni de batidos. Cuando el resto tienen helado, ella tiene una pera, y claro, los niños y niñas empiezan a asociar: si estás gorda, tu vida es una mierda, tan horrible que no puedes comer arroz con leche los viernes. Y tu madre se enfada, y la profe te mira con cara de pena.

Cada vez que hacían referencia al tema, les llamábamos la atención. "Eso no se dice", "No seáis maleducados", "Pídele perdón": "¿Perdón por qué?" preguntaban. "¡Si es que es verdad!" se quejaban.

Así fue como la pequeña comenzó a asociar su forma física con algo negativo. Lo que antes era un comentario infantil comenzó a hacer que la muchacha llorase por las esquinas y la madre estuviese cada vez más nerviosa. La cosa ha ido empeorando hasta que la madre ha tomado la decisión de llevársela del cole y meterla en otro con la esperanza de que su pesadilla deje de serlo.

Mi pregunta es: ¿cambiará la cosa? ¿O estará una niña tan pequeña dentro del bucle obsesivo de "la imagen lo es todo" desde tan temprana edad por culpa de una obsesión adulta?

Yo sigo con mi reflexión, y pensando cómo puede ser que en este mundo, con la cantidad de cosas que pasan, una niña de 6 años y yo estemos unidas por la misma lacra social que une a miles de personas. Que cualquier persona, para hacernos daño, pronuncie tan sólo dos palabras:

"Estás gorda".






sábado, 22 de enero de 2011

Perdona, ¿tienes fuego?

Comentaba el otro día la directora de mi cole que su hija de 11 años quiere abrirse una cuenta en Facebook como todas sus compañeras. Lejos de alarmarse por el hecho de que l@s niñ@s de 11 tiernos años utilicen Facebook (una red social que no permite el registro a menores de edad), la directora se escandalizaba porque su hija le pidiese permiso para hacerse una cuenta en Facebook en vez de rogarle que la deje salir hasta más tarde, como todo el mundo.

Decía que antiguamente, ir a las discotecas estaba fatal visto por los padres y madres del mundo y tenías que rogar, llorar, patalear, y liarla parda para que te dejasen ir. Una vez conseguido el primer objetivo, otra vez a rogar, patalear, llorar y liarla parda para que te dejasen llegar más tarde, y esa escena se repetía una y otra vez hasta que por casualidades de la vida moderna tu familia se hartaba y te dejaba hacer lo que quisieses.

Ahora, sin embargo, las familias van a tener que "forzar" a sus hijos e hijas a salir a la calle a relacionarse en persona, porque cada vez más niños, niñas, adolescentes y gente mayor y menor en general, se relaciona a través de las redes sociales, un mundo en el que puedes enamorarte, desenamorarte, tener amig@s, ser un/a "loser" e incluso contactar con tus raíces familiares en Australia, un abanico de posibilidades en el campo de las relaciones sin apenas moverte del sofá, sin quitarte el pijama, sin peinarte ni echarte colonia .

Lo complicado es luego trasladar todo ese don de gentes a la vida real.

Pensando y analizando detenidamente este tema, mi infancia, mi adolescencia, mi vida en las discotecas y mi vida en general, me dí cuenta de un detalle referente a las relaciones en una discoteca o bar nocturno.
Ahora, como en España no se puede fumar en los bares y discotecas, se nos va a hacer mucho más complicado relacionarnos en una noche de fiesta, porque tod@s sabemos que el clásico básico para entrar a conocer a alguien es:

- Perdona, ¿tienes fuego?

Cuántas personas se habrán fumado el primer cigarro de su vida intentando ligar y cuántas habrán movido Roma con Santiago buscando un mechero, una cerilla o una antorcha para dar fuego a ese monumento que acaba de entrar por la puerta.

También se van a perder piropos, dichos populares y contestaciones castizas, esas que odiamos con todas nuestras fuerzas por repetitivas pero que ya forman parte de nuestra cultura popular, como:

- Perdona, ¿tienes fuego?
- Si te vale con el de mis ojos...

Otra cosa que se ha perdido radicalmente es "la última", refiriéndome a esa última copa rápida que te tomas antes de irte a casa en un intento desesperado de arañarle minutos al fin de semana.

Todo el mundo sabe cómo se anima un grupo de personas a tomarse la última, y es cuando una o varias personas pronuncian la frase mágica:

- Nos fumamos un piti y nos vamos.

Ese pitillo se traduce en que todo el mundo se pide la última (por no esperar de brazos cruzados) y la noche se prolonga una horita larga.

En cambio ahora ¿qué vamos a decir ahora para entrar a alguien? ¿realmente vamos a volver al "¿estudias o trabajas?"? Si la mitad de la juventud no estudia, y la mitad de la población adulta no tiene trabajo, ¿qué tenemos por tener en común? Antes era el vicio del tabaco, pero ahora...

¿Cómo vamos a relacionarnos? ¿Con qué excusa vamos a tomarnos la última? ¿Qué metemos ahora en el hueco vacío del bolso que antes ocupaba un mechero, estratégicamente guardado para no tener que decir nunca "no tengo" cuando alguien apetecible nos pidiese fuego?

Se están perdiendo las buenas costumbres, esto es sólo un aviso.

Yo por si acaso, seguiré pidiendo fuego, aunque sólo sea para que me digan esa frase mágica que hace que, a falta de mechero, sea yo la que se encienda:

- ¡Si aquí no se puede fumar!