"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




Mostrando entradas con la etiqueta grandes momentos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta grandes momentos. Mostrar todas las entradas

viernes, 27 de septiembre de 2013

13 Meses

13 meses.

52 semanas.

1560 días.

37440 minutos.

2246400 segundos.

Ese es el tiempo que he estado esperando este día.

En 13 meses, o 52 semanas, o 1560 días, o 37440 minutos, o 2246400 segundos, da tiempo a hacer muchas cosas.

Da tiempo a concebir a una criatura, gestarla, alumbrarla, amamantarla y destetarla.

Da tiempo a pagar una deuda a plazos, o a contraer muchas.

Da tiempo a irse de vacaciones, al menos, dos veces.

Da tiempo a vivir una Navidad, con su turrón, sus polvorones, sus villancicos, su marisco en oferta. O a pasar de ella.

Da tiempo a pasar por cuatro estaciones, primavera, verano, otoño, invierno. Da tiempo a sacar y guardar abrigos, bufandas, chaquetas, botas, gorros, sudaderas, vestidos, vaqueros, faldas y camisetas, bikinis y chanclas, sombrillas y paraguas. Y a recoger hojas, da tiempo a recoger muchas hojas.

Da tiempo a rellenar una agenda entera, con sus meses y sus semanas, con sus cosas pendientes y sus metas cumplidas.

Da tiempo a gastar un calendario, rellenándolo con cumpleaños, fechas de citas médicas, planes de cenas, cines, teatros y bares.

Da tiempo a ir, al menos, una vez (a poder ser más) al teatro y muchas veces al cine; hay muchos Días del espectador en 13 meses. Da tiempo a visitar exposiciones en museos, alguna rara por lo menos.

Da tiempo a hacer muchas veces la compra y darse caprichos. Da tiempo a tener muchas cajas de Donuts en la mano y a devolverlos a la estantería pensando que si entran en nuestros cuerpos jamás saldrán de ellos.

Da tiempo a pasar muchos buenos momentos en buena compañía, a disfrutar de muchas terrazas, de muchas casas chulas, de muchos vinos y cervezas, de muchas conversaciones. Da tiempo a tener muchas discusiones de esas que terminan sin saber cómo empezaron ni porqué, y cuyo final, simplemente, se brinda.

Da tiempo a deprimirse sin sentido (y con él) al menos una o dos veces, y a ponerse música en bucle maligno (mi preferencia son los cantautores españoles) hasta dejar de verle sentido a la vida. Y a recibir una llamada y salir de la depresión al instante.

Da tiempo a coger muchas manos, a rozar muchos brazos, a dar muchos besos de mejilla de esos mal dados que te ponen en una situación incómoda por la cercanía de las bocas.

Da tiempo a dar decenas, cientos, miles de abrazos.

Da tiempo a formar parte de un grupo de rock infantil, a gastar botes y botes de purpurina disfrazándote de payasa, a pintar muchas caras, a hacer muchos perritos con globos, a cantar muchas canciones, a bailar muchas otras. Da tiempo a ir a bodas, cumpleaños, fiestas, bautizos, eventos, reuniones, y a salir de ellas agotada de tanto dar botes. Da tiempo a empezar una carrera. Da tiempo a aprender un idioma.

Da tiempo a que una de tus mejores amigas se vaya al otro lado del mundo. Da tiempo a que muchas otras se queden cerca. Da tiempo a que un abuelo se vaya, y a que una abuela vuelva a nacer. Da tiempo a descubrir a mucha gente que se hace imprescindible. Da tiempo a perder a una poca, para que haya equilibrio.

Da tiempo a reír mucho. Da tiempo a llorar. Da tiempo a suspender una oposición y que el mundo caiga a plomo. Da tiempo a planificar una vida lejos. Da tiempo a una segunda oportunidad, a un cambio de criterio que te devuelve al mundo, a ese mundo que transcurre dentro de una clase de escuela pública. Da tiempo a cumplir un sueño.

Trece meses pasan a veces lentos, a veces rápidos. Pero lo más importante es que pasan y, pese a ser ese número con tan mal augurio, llegan a un día nuevo. Un día como hoy.

Y te devuelven, entre libros y témperas, entre niños y niñas, entre un contrato y un destino, otra vez, una vez más, la sonrisa.

Cuántos trecemeses quedarán por delante a partir de hoy, el día en que, por fin, vuelvo a ser maestra, la que nunca, nunca, dejé de ser...




lunes, 10 de junio de 2013

No vas a ser nadie en la vida si no sabes matemáticas

Mi madre dice hoy en día que yo fui buena estudiante. Pobrecilla. Eso es porque no se acuerda de las broncas, los suspensos, la desesperación, la angustia, la frustración, los castigos, los levantamientos de castigo porque no tenían sentido, las clases particulares... yo me acuerdo perfectamente. He pasado por los estudios en mi vida como se pasa por encima de un puente poco estable, deseando que se termine y con las piernas temblando.

No es que haya vivido yo un infierno, que no es el caso, pero mis 4 o 5 asignaturas por trimestre caían todos los cursos desde 5º de Primaria. Luego parece que en la Universidad remonté un poco, porque no había trimestres y porque no me conocía nadie, pero en el colegio entre lo alta y lo rebelde, me ponía cara todo el mundo y claro, eso condicionaba.

He suspendido casi todas las asignaturas alguna vez porque me gusta probarlo todo en la vida para poder hacer un juicio integral de las situaciones: sólo se han resistido la Lengua y la Literatura, que me apasionan, y a lo mejor alguna otra por ahí. Plástica y Educación Física también las cateé, señoras y señores, en algún momento de mi escolaridad.

Sin embargo ha habido en mi vida una piedra en el camino, un dolor de muelas, una viga en ojo propio (y paja en el ajeno, imagino), un sufrimiento de costalero en Semana Santa, una lágrima caída en la arena: las matemáticas.

Las putas matemáticas. Voy por la segunda estancia en la Universidad y las sigo suspendiendo, es muy fuerte. Llevo más años cateando matemáticas de los que llevo haciendo continuadamente cualquiera de las cosas que hago en mi vida.

Cuando era pequeña lo llamaban dislexia. Empecé a crecer y lo llamaron distracción. Llegué a la enseñanza secundaria y lo llamaron vaguería. Alcancé el bachillerato y lo llamaron "NO VAS A SER NADIE EN LA VIDA".

Así me lo dijo la profesora que tuve cuatro largos años de mi existencia. Una perra sin escrúpulos, maleducada, rancia, altiva, déspota, cínica, y todos los calificativos que pueda buscar para definirla y que seguramente no hagan justicia al sufrimiento que esa mujer me provocó. Me amargaba los lunes, los martes, los miércoles y los viernes. Los jueves no teníamos clase de matemáticas, pero me los amargaba también indirectamente. Sufría pensando en que tenía que corregir un ejercicio en la pizarra, en que teníamos examen, en que nos daba las notas, su misma existencia me hacía sufrir.

Mis padres no podían entender qué era lo que me pasaba para no aprobar la asignatura nunca; me escuchaban, me entendían, pero no sabían que hacer conmigo. En vez de llevarme a terapia (que era lo que yo necesitaba para convivir con la profesora maligna) me llevaron a una academia, y luego trajeron la academia a casa en forma de profesora particular, que venía religiosamente 5 horas semanales. Más clases particulares que ordinarias, ya digo, y ni por esas.

No crea el lector o la lectora que me acercaba yo al aprobado, ni de lejos. Era una regla de proporción inversa: a más esfuerzo hacíamos mi círculo y yo por sacar buena nota, peor nota sacaba. La tía se regodeaba:

- Señorita S., tu examen. Has mejorado, mira tú qué bien.

Yo recogía la hoja, miraba la nota: 0,75.

¡¿Cómo podía ser?! Ahora que soy maestra entiendo que un punto en un examen se da casi porque sí, por poner el nombre con las tildes y las mayúsculas correspondientes y por presentarte al examen, por valorar la participación.

Pues no, ella me ponía esa nota y dormía como una reina por las noches.

Otras veces me decía:

- Señorita S., tu examen. Lamentable.

Yo recogía la hoja, miraba la nota: 4.

No entendía nada: cuanto mejor era mi nota, peor me trataba, como si le molestase.

Entre sus perlas había varias buenas: "Como no estudies vas a terminar vendiendo clínex en un semáforo", "A éste paso tu única aspiración en la vida va ser la de repartir con la furgoneta del pan", "No sabes NADA DE NADA", "Mira qué nota, ¿pero tú de qué vas?" y la perla: "¿Tú qué quieres, ser como Arsenio?". (Arsenio era el de mantenimiento del colegio, y en siete vidas que hubiera vivido ella jamás nos hubiera hipnotizado con sus puñeteras matemáticas como nos hipnotizaba Arsenio con su elegancia limpiando los cristales. Era como ver El cascanueces en versión aérea, qué delicadeza, qué sutileza, qué maravilla. Ella le odiaba, como a todo menos a su reflejo en el espejo.)

Cuando me quedaba poquísimo para acabar el Bachillerato y mis compis ya pensaban en qué hacer en vacaciones, yo sólo podía pensar en una cosa: me van a caer las matemáticas y jamás saldré de este bucle infernal. No me quitaba el hambre ni el sueño, porque hasta la fecha no ha existido nada que me quite esas dos cosas, pero me robaba las ganas de ir a clase cada mañana, de luchar por aprobar y hasta de vivir en este planeta.

No sabía qué hacer, así que un día me volví loca y fui a hablar con ella. Llamé a la puerta de la sala de profes y me abrió el de Economía, que era mi tutor (y como era un centro concertado también era profe de Filosofía, y de Psicología, y tutor...):

- ¿Le puedes decir a M. que salga?

- Un momento, que la llamo.

Qué 15 segundos de espera pasé. El día que tenga un hijo o una hija no se me va a hacer tan largo el parto, estoy segura. A los 15 segundos un olor a café, tabaco y Chanel nº5 salieron por la puerta, y detrás salió ella:

- Dime nenita (así nos llamaba por sistema, ahí tuvieras 50 años), que estoy muy ocupada.

- Mira M., yo no sé qué hacer con tu asignatura, de verdad. Estudio, hago los ejercicios, voy a clase particular, le echo horas y nunca llego al 5. No sé si hay algo que yo pueda hacer, un trabajo, ejercicios extras, algo, que me ayude a aprobar antes de ir a Selectividad...

- A ver nenita, te digo una cosa: si no sabes matemáticas, JAMÁS LLEGARÁS A HACER NADA NI SER NADIE EN LA VIDA. Si no eres capaz de superar un obstáculo, no vas a hacer nada digno de ser reconocido.

Y acto seguido se dio la vuelta, entró por la puerta de la sala, esperó a que entrasen su olor a café, tabaco y Chanel y me cerró en las narices.

Las lágrimas que yo vertí en aquella puerta, sentada en el suelo, hubieran llenado los pantanos españoles hasta 2020. Nunca había estado tan frustrada, tan desesperada y tan disgustada. Empecé a ver mi futuro negro como el carbón, a creerme que hoy eran las matemáticas, pero otro día se me atascaría otra cosa y no llegaría a superar los baches nunca. Llegué a casa y se lo conté a mis padres.

Mis padres primero me miraron, después se miraron, y después me miraron otra vez. Me abrazaron. Lloré otro rato. Les abracé. Cuando esta escena de Mujercitas terminó, mi madre me dijo:

- Mira hija, ve y haz el examen. Da igual si no sacas buena nota, ya la sacarás. Lo importante es que lo hagas lo mejor que puedas y sepas y ya está. Si haces lo mejor que sepas hacer, nada puede ir mal, ya verás.

Y me hizo macarrones, que para el disgusto quieras que no, motiva.

Llegó el examen final y lo hice. De repente me crecí, me sentí poderosa, supe que podía hacerlo bien. Salí contenta, liberada, feliz.

Suspendí, claro.

Por azares del destino, valorando mis notas globales parece que la presión le hizo subir la mano y ponerme el ansiado 5 que me dio boleto para entrar en la Universidad, pero jamás se me quitó de la cabeza aquella frase, "si no consigues superar un obstáculo jamás vas a llegar a hacer nada digno de ser reconocido".

9 de junio de 2013, 18.30 horas. Ayer, vamos.

Estaba yo en la puerta de una finca esperando para entrar, en una zona residencial de Madrid. A unos 10 metros había varias familias con peques charlando, y al ratito me dí cuenta de que me miraban y cuchicheaban, me señalaban y volvían a cuchichear.

Dos minutos después, una de las mujeres se me acercó:

- Perdona, ¿eres Paulix? ¿Paulix de "Paulix y los ATTG Kids"?

Me quedé seca. "Paulix & de ATTG Kids" es un proyectillo pequeño en el que me he metido y que ha salido ya un par de veces (y sale otra vez en unas semanas) con el que hacemos un cuentacuentos dinamizado con rock para pequeños/as: una maravilla. Lo ví y pensé que si yo tocase el bajo, la guitarra eléctrica y la batería, y además tuviese la voz adecuada, y todo lo pudiese hacer a la vez ("mujer orquesta" lo llaman) lo hubiera montado yo. Me encantó la idea y en unos días vamos a abordar la tercera representación que hacemos en menos de dos meses. Para quienes nos dedicamos a ésto a cualquier escala sabemos que si gusta a la infancia, es bueno. Parece que gusta y estoy encantada.

Cuando esa mujer se me acercó ayer, no supe qué decir. Bueno, contesté "Sí", claro, y ella siguió:

- Te vimos, bueno, os vimos en el teatro el día 20 de abril y NOS ENCANTÓ, ¡qué chulada! ¡qué idea más cojonuda! (así dijo, "cojonuda"), cómo lo pasamos... hacéis algo digno de ser visto.

Y entonces, entre tanta sonrisa y abrazos y fotos que me hice con los niños y las niñas, me vino a la cabeza la imagen de mis lágrimas en la puerta de aquella sala de profesores/as, donde una mujer ignorante, acomplejada y desde luego cruel me vaticinó el fracaso que, no tantos años después, ha caído por su propio peso. Así entendí la frase de mi madre:

-  Lo importante es que lo hagas lo mejor que puedas y sepas y ya está. Si haces lo mejor que sepas hacer, nada puede ir mal, ya verás.

Las madres siempre tienen razón.

Me hice maestra, pero sobre todo me hago persona todos los días, para recibir tantas y tantas cosas que la vida, la historia y cada persona me enseña cada día.

Quién iba a decir que sería a ritmo de rock...




miércoles, 29 de mayo de 2013

Serenata a un imbécil escrita en Do Menor

Hace unos cuantos años (no quiero pensar cuántos, pero unos pocos), trabajé yo en un campamento urbano de forma altruista y voluntaria (diría incluso que pagando yo, porque mi tiempo y la gasolina son valores en alza) en la estepa vallecana, de la que ya he hablado muchas veces. Coordinaba aquel campamento mi amiga S., maravillosa ella y en todo su esplendor laboral por aquel entonces, y nos tuvo pintando y recortando árboles y flores durante un mes como si no hubiera un mañana, porque la temática que elegimos a ciegas fue "El País de los Cuentos" y para S. era de vital importancia que al entrar en aquel pasillo angosto de la casa de curas donde hacíamos el campamento te sintieses como en medio de la selva amazónica, pero con brillos mágicos y estelas de hada revoloteadora flotando en el aire.

Hay que decir en honor a la verdad que nos quedó un bosque de puta madre, con sus flores coloridas, su césped que nos llegaba por la cintura (ergo a los/as niños/as les llegaba por la nuca) y sus pajarillos colgando de las brillantes manzanas que colgaban de las recias ramas que colgaban de cada puñetero árbol de aquel pasillo. Ya digo, un mes montando el bosquecito para luego tener un Faunia en miniatura de tal realismo que te daban ganas de llevarte un machete y echarte repelente en cada centímetro de la piel.

Para cuando lo terminamos y el campamento empezó, los monitores y monitoras éramos más que colegas, éramos casi hermanos/as de sangre. Yo, desde luego, hubiera donado un riñón por cada uno/a de mis compañeros/as. El pegamento de barra infantil y las tijeras de punta redonda (que ni pega una cosa ni corta la otra) unen a cualquier ser humano de cualquiera que sea su condición, porque obliga a compartir momentos de frustración, abandono y desazón. Y allí se usaron barras y barras y tijeras y tijeras. Empezamos ya con un buenrrollismo que rozaba lo empalagoso.

En mi grupo, S. tuvo la elegante idea de ponerme un compañero y una compañera y más de una veintena de niños y niñas. Mi compañera era una chica que me sacaba unos 15 años y con pinta de Pippi Längstump que llegó dos días después de que empezase el campamento porque ella era así; la recordaríamos después por ser obligada a disfrazarse de Reina de Corazones en la piscina municipal y verse asediada por miles de cabezas infantiles mientras se escondía detrás de un contenedor de basura a la espera de sorprender a nuestras criaturas. Se llamaba O., "O" de "omitir" su identidad por no tener su consentimiento.

Mi otro compañero era un cura que aún no era cura pero que estaba en proceso de serlo. Era un "precura". Era el hombre que todas las mujeres de aquel campamento hubieran querido en su grupo: treintañero atractivo, simpático, gracioso, rápido, con labia, con mano para los/as niños/as, cariñoso, atento... lo tenía todo, incluída una mala leche importante cuando se mosqueaba. El chaval había sido camarero nocturno durante su juventud en una ciudad española famosa por su fiesta inconfundible y claro, traía de serie la pose de madurito interesante que hacía que a las jovencillas del lugar les temblase el vaso de tubo. Normal.

Decía que mi compi, al que llamaremos C. ("C" de su inicial y "C" de "C...", bueno, "C." porque no quiero dar más datos), era un tío espectacular le mirases por donde le mirases salvo en un detalle: cuando se enfadaba hacía temblar las paredes. Sus broncas y sus castigos eran temidos por pequeños/as y por mayores, si te caía un rapapolvo de C. ya podías dejarle explayarse y luego intervenir. No tenía sentido discutirle durante el enfado porque lo más seguro era que la cosa acabase con sapos y culebras saliendo de ambas bocas (especialmente de la suya).

En el otro punto, C. tenía un sentido del humor que a mí me apasiona: ácido, irónico, un poco negro y ágil, muy ágil. Era capaz de hacer mil chascarrillos por minuto y claro, fuimos a juntarnos el hambre y las ganas de comer. No había detalle, mirada, comentario, gesto o situación de las miles que ocurrían a cada minuto que quedase fuera de nuestra capacidad, y claro, a los 10 días teníamos a todo el campamento frito con nuestras bromas, los niños y las niñas nos tenían un poco de manía y nuestros/as compis huían de nosotr@s en esos momentos en que entrábamos en bucle con esas zarandajas que sólo entienden quienes las inventan y que pierden sentido de tanto repetirlas.

Sin embargo, entre sus miles de chascarrillos, había una cosa que decía C. que era, como yo digo, la reina de las Pompas, la palabra redonda, brillante, perfecta, dicha con la contundencia y la fuerza precisas: imbécil.

De hecho, C. decía así: imBÉcil.

No se ha visto a ser humano que dijese tanto con tan poco: como no decía palabrotas había descartado todos los insultos (incluído el socorrido "hijoputa", que tanto estrés libera) que puestos juntos parece que son muy exagerados pero que en el fondo decimos cada medio minuto exacto. Él ponía cara de concentración, miraba fijamente a los ojos y decía:

- Pero cómo se puede ser tan imBÉcil.

Y yo me partía de risa, incluso cuando en su seriedad me lo decía a mí.

Hablábamos con un proveedor petardo y me decía al oído "Mira, éste se cree que le vamos a comprar a él, hace falta ser imBÉcil". Venía una madre petarda a dar por saco con tonterías de su hijo y me decía al oído: "Esta mujer es pesada y es profundamente imBÉcil". Los socorristas musculitos de la piscina nos hacían caso omiso cuando reclamábamos atención para nuestros niños y niñas y C., en silencio (por los/as niños/as) pero moviendo los labios, señalaba al Ken de turno y me decía un "imBÉcil" mudo que me hacía retorcerme con poco disimulo.

Jamás en la vida he vuelto a conocer a nadie que insulte mejor, ni diga más con menos letras. Ese "imBÉcil" de C. decía todo, englobaba todo, echaba en cara todo, callaba todo, sugería todo, atribuía todo.
Cuando el final del verano llegó y nos separamos para siempre me llevé aquella palabra en la mochila junto con las cartas de los niños y niñas y un par de fotos reveladas en baja calidad por la falta de presupuesto y me marché sin mirar atrás. Nunca más volví a ver a C., que emigró a su ciudad de origen, pero siempre conservé aquel "imBÉcil" guardado para sacarlo cuando fuese necesario.

No lo sacaba yo mucho hasta que empecé a salir con L. y sus colegas; un día, en un bar, estaba concentradísima contando una historia que no recuerdo acerca de un tipo que tampoco recuerdo cuando, inconscientemente, traje a C. al bar de Lavapiés y dije:

- Total, que el tío era un completo imBÉcil.

De repente una lluvia de risas y palmadas:

- ¡¡OTRA VEZ!! ¡DILO OTRA VEZ!

- ¿El qué? - decía yo.

- Lo de imbécil - me contestaban.

- Imbécil.

- No, así no, como lo has dicho antes.

- ¿Cómo? ¿así? ¡¡imBÉcil!!

Y otra vez risas y palmadas.

Desde entonces, cuando nos vemos, siempre se da algún momento, una circunstancia, una conversación en la que viene al pelo traer a C. y a su imBÉcil al lugar donde estemos.

Siempre está ese taxista que te hace un quiebro lanzándote hacia la mediana (o hacia una acequia, depende) mientras tratas de esquivarle y sobrevivir, o está esa frutera que te vende un melón diciéndote que "es miel" para que llegues a casa y descubras que es un pepino sin sabor. O el quiosquero que no te guarda la revista que compras TODOS los miércoles desde hace diez años, o el médico que considera que no mereces la baja aunque lleves tres días en cama. Y qué decir de ese policía que te pone una multa mirándote a los ojos mientras tú corres como loc@ por la acera hacia el coche para evitar que te la pongan.

ImBÉciles.

Pero que decir de ese/a imBÉcil, esa persona que entra en tu vida y a la que le darías, como yo a mis compis en el campamento, un riñón, o un pulmón, o un ojo, e incluso le das el corazón (que es el órgano más importante, como dicen la ciencia y Albert Pla) , y coge todo, y juega con ello durante días, meses, años, y luego, cuando se cansa, te devuelve los restos junto a dos cd´s que le regalaste y tres camisetas que te dejaste en su casa. Tu vida metida en una caja de cartón, tú decides si para tomar o para llevar.

A esa persona, como a las otras, sería de justicias contratarles una Tuna, o un grupo musical cualquiera, y componerles una canción, una serenata con la que la Tuna pudiera apostillarse en su ventana y arrullar sus sueños y sus despertares, sus paseos y sus reposos, sus alegrías y sus penas, hasta que la muerte le separe de su imbecilidad. Una serenata compuesta en Do Menor, que es una nota facilonga, a un imBÉcil no hay que estresarle porque no tiene demasiada  capacidad de absorción de información.

Esa serenata tendría una letra muy larga, dependiendo de cada circunstancia, pero lo importante es decir: "Querid@ imBÉcil, ya crecí. Ya no me importan ni tus quiebros de taxista, ni tus mentiras de frutera, ni tus desprecios de quiosquero, ni tu ignorancia de médico, ni tu indiferencia de policía. Ya te superé y me llevé mi caja y ahí ando, reconstruyéndome, pero es que todo es más fácil desde que me quité tanto lastre. Mi vida sigue y te supera, espero que nunca nos volvamos a cruzar, laralalalaaaaaaa, laralalalalaaaaaa, la la laralalalalalalalaaaaaaa...".

Seguiría, claro, aquí hay añadidos y cositas que pulir, eso era la esencia básica. Habría que hacer que rimase y encajasen los versos, y que fuera dulce y pegadiza. No es una serenata cantada desde el despecho, sino desde la liberación. Ésto tendríamos que ensayarlo, pero hacerlo igualmente, dedicárselo a esas personas que entran y salen impunemente de nuestras vidas, en el plano que sea.

Porque yo ya no soy lo que era.

Porque tú ya no eres lo que eras.

Porque no somos lo que esperábamos.

Sencillamente, porque eres imBÉcil.



PD. Dedicada, por entero, a L., la imBÉcil más bonita del mundo mundial.




.

viernes, 1 de marzo de 2013

Qué mal me sientan el vinagre, los lácteos y las despedidas

- Hija, ni que volvieras de Canadá.
- Pues casi, la verdad, he pasado el mismo frío.

Fueron las primeras palabras que mi amiga del alma, mi M., la mujer que dio sentido a las pastas de té en mi vida, me dijo cuando subí al autobús.

Odio las despedidas. Con todas mis fuerzas.

El 2013 ha empezado lleno de despedidas y no me siento con fuerzas de afrontar ninguna más (por favor, si tenéis pensando emigrar, huír o desaparecer, contádmelo de manera secuenciada, poco a poco, que no necesite yo una caja entera de Omeoprazoles para digerirlo). No es el hecho en sí de despedirme de alguien lo que me angustia, sino el ritual de las despedidas, salvo que esa persona se vaya a vivir al otro lado del Universo y no tenga la certeza de que la voy a volver a ver, que ahí sí que es el hecho de despedirme lo que me bloquea. Y hasta eso pasó hace un mes. La otra pata de nuestro banco emigró a Sydney y aún no me hago a la idea.

Donde antes compartía confidencias, sonrisas, maldades, cañas, secretos, mentiras, verdades y cotidianidad, ahora comparto conversaciones de Skype, y sólo si las diferencias horarias de los distintos países a los que mi gente ha volado tienen a bien permitírnoslo. Mi círculo, que con tanto sacrificio y esfuerzo construí, se ve mermado por culpa de las crisis (la mundial económica-política-laboral y la interna, que no son poca cosa) sin haberme pedido siquiera permiso, sin haberme informado con tiempo. Y claro, eso se paga. Hoy no tengo el día de post chascarrillero.

Los anclajes que me quedan, que no son pocos, están peleando contra viento y marea, especialmente uno. Una lucha, una sonrisa, un gesto, unos ojos que cada día me recuerdan que la vida es corta, y como decía Guadalupe Urbina, yo quiero llegar a mujer loca y vieja. Una superheroína que no podía dejar de pasar por la vida sin haber peleado como una loba (nota: al escribir "loba" se me trastabillan los dedos, coronados por unas uñas recién pintadas de rojo, y escribo "loca"; rectifico, pero no quería dejar de añadirlo, peleona como una loba y como una loca, como la mujer que dibuja la Urbina y yo quiero llegar a colorear) y que a cada paso da una lección. Una mujer que tiene un chalet maravilloso y una sonrisa más maravillosa aún si cabe. Olga. Mi amiga, casi mi hermana, que ha pasado tanto tiempo en mi vida como yo misma. Sin querer ahondar, te menciono ahora como cada día, cuando le pido al Universo que la batalla enfermedad-Olga quede zanjada con victoria por goleada. Y el Universo me guiña un ojo, estáte tranquila.

Para huír de las despedidas emigré al norte unos días, porque necesitaba recoger sonrisas, dispersarme, respirar, descansar.  Parece mentira que en unos días una pueda desconectar tanto que se le olvide que la vida, aunque corta, a veces es densa de cojones.

Así que me subí al autobús de vuelta antes siquiera de ser consciente de que estaba allí, y de la forma más tonta me sobrevino la despedida y me hice chiquitina en el asiento, como cuando l@s niñ@s pequeños lloriquean los lunes por la mañana porque no quieren levantarse.

Me hubiera vuelto loca escribiendo aquí, desahogándome en un post que jamás hubiera publicado, como tantos otros, pero no tenía ordenador. Recordé entonces a la Mujer Pompa (término que acuñé yo misma al escucharla hablar, al descubrir que sus palabras son siempre tan redondas y tan perfectas como las pompas de jabón), una de las que venía de visitar, y con la que había pasado un día entero en busca de una libreta, y metí la mano en el bolso para sacar la mía, la que me acompaña para recordarme números de teléfono, direcciones, horarios. El autobús se sumió en el silencio y yo me sumí en la libreta, y escribí, y escribí y me quedé sin libreta y sin tiempo. Llegué a mi casa y mi vida me cayó en la cabeza como un balonazo en el patio del recreo.

Y de repente, antes de querer darme cuenta, me topé de nuevo con la sonrisa de Olga, y tantas otras que me recuerdan cada día que el mundo es de las valientes. Y que Guadalupe Urbina tiene razón: la vida es corta, y hay que disfrutarla pese a los adioses.

Con el camino recién empezado de nuevo no puedo, de todas formas, negar la realidad: qué mal me sientan el vinagre, los lácteos y las despedidas.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Aproarse

A mediado del mes de junio, Charini me propuso una idea vacacional: recorrer las Rías Baixas en el velero de un amigo que es patrón de barco (o algo así, que yo de títulos no entiendo nada) y lo alquilaba a buen precio (o eso dijo, porque tampoco entiendo de precios de veleros. Qué paletilla soy).

Cuando me lo propuso, allá por el último mes del curso, cuando los boletines de notas salían por todas partes, cuando la Escuela de verano del cole no había empezado, cuando arreciaba el calorcillo y las terrazas comenzaban a ser un remanso de descanso y cuando las vacaciones se atisbaban cerca, me pareció una idea estupenda. Me visualicé a mí misma en la parte delantera el barco, alias proa (por aquel entonces no tenía yo vocabulario técnico marinero) a lo Kate Winslet en Titanic y sólo pensaba en lo guay que quedaría la foto con un filtro de Instagram y en lo fácil que se me iba a hacer sobrevivir al calor sobrehumano del mes de agosto en las frías aguas gallegas.

Desde que Charini me lo propuso y acepté hasta que me subí en el barco, sucedieron muchas cosas: la Escuela de verano empezó, transcurrió con infernal calor, infernal volumen de trabajo y tardes cada vez más pesadas y duró cinco largas semanas. En medio de una de ellas mi jefa me llamó a su despacho para ofrecerme unas condiciones para el próximo curso que no se veían en España desde los años 60, y con las que la palabra "mileurista" pasaba a significar "Pancho, el perro de la Lotería". Concretamente aludió a la crisis para anunciarme con voz afectada y semblante dolorido que se veía obligada a reducirme la jornada y por tanto el sueldo con todo el dolor de su corazón, pero ojo, que encimadagraciasquetienescurro.

Estando las cosas como están pensé en aceptar. Al fin y al cabo siempre puede una currar media jornada y buscarse otro curro para la otra media y aquí paz y después gloria. Por suerte para mí esto lo pensé en alto en aquel momento y en aquel despacho, y mi jefa se apresuró a torcer el morro: "Que tu jornada se reduzca no implica que el volumen de trabajo baje. Si has colocado un listón no puedes bajarlo, así que la empresa (llamar a un colegio "empresa" es una triste realidad muy extendida) te pedirá como favor especial que des un poquito más y trabajes lo que sea necesario". Ole las mujeres guapas.

Me costó como tres semanas que se me quitase la impresión. Ni cuando vi a Franco hablando en inglés en aquel vídeo (el célebre "Ju jiar dis... cauntri! riliyion! famili!") me impresioné tanto. Era algo tan... y a la vez tan poco... que no supe reaccionar.

Pedí mi tiempo para pensármelo, y lo peor es que hasta me lo pensé. Al final decidí hacer lo que tenía que haber hecho hace mucho, mucho tiempo: salir por patas antes de que se caiga todo el operativo, que antes o después y con esa política de no-contratación, caerá. Estar de nuevo en manos de la Comunidad de Madrid en los tiempos que corren para el funcionariado me va a suponer menor riesgo que jugarme la salud en la mesa de un despacho.

Sin embargo en esta historia no quedo como una valiente. Con todo hice las maletas y me marché de vacaciones con la idea de dar marcha atrás rondando, y los fantasmas de la lista del paro acechándome como los dementores a Harry Potter. Sabía que siempre podía volver con las orejas gachas y renunciar a la dignidad y al desempleo a cambio de alargar la situación un año o dos más. Mi adorada M. y yo marchamos a Ibiza y allí (casi) se me olvidó el tema entre arena, agua, puestas de sol y reggaeton en la radio.

El mismo día que volví de Ibiza marché hacia Galicia a embarcarme en el velero. El resto de la tripulación estaba ya allí, y me esperaban para zarpar (para salir, vaya, otra muestra de ampliación semántica). Después de deshacer la maleta (yo llevo maleta allá donde voy, aunque sea un velero del tamaño de una cajetilla de Camel) y hacer las últimas compras, nos pusimos en marcha.

Quien crea que hacerse a la mar sin tripulación cualificada es un viaje de placer y relax, se equivoca. Yo había hecho un par de cruceros en grandes barcos y recordaba la experiencia como un conjunto de turismo, mareos y barra libre non-stop en la cubierta al ritmo de orquestas y dj´s que amenizaban sin parar.

Pero como en todo, hasta que no te ves en el berenjenal no entiendes lo que implica que un velero avance y la cantidad de factores humanos, meteorológicos, materiales e incluso casuales que tienen que confluir con la luna en Júpiter para que cada paso salga bien. El cuadro que dábamos con nuestros complementos rogelios (pamelas, bikinis y gafas fashion) amarrando los cabos en medio de las maniobras era para cobrar entrada.

Lo que es curioso es que para hacer maniobras de modificación de la dirección del barco (es decir, para ir hacia la izquierda, hacia la derecha, dar la vuelta, etc) hay que (aquí es donde me flipo) aproar el barco, es decir, dirigirlo hacia la proa, vamos, ponerse de cara al viento. Es la única manera de cambiar de rumbo hacia otras partes del ancho mar.

Durante las vacaciones, y pensando seriamente aceptar la oferta tercermundista que me ofrecían en el curro por miedo al paro (que es como el Coco pero para trabajador@s), me he dado cuenta de que en la vida, efectivamente, hay que aproar para poder cambiar de rumbo, en todo. Intentar hacerlo a medias sólo conduce a cambios a medias. Para virar en serio hay que enfrentarse a las circunstancias y poner todas las velas a disposición del viento, y confiar en que las condiciones serán favorables a los cambios.

Hace poco ví una peli que terminaba así:

"Al final, todo acaba bien. Y si no acaba bien, es que aún no es el final".

Pues eso, feliz Septiembre y en tiempos de crisis a aproarse, coño.

domingo, 11 de marzo de 2012

El abuelo

Hace poco me decía Raquel, la formadora de un curso, que "lo único seguro en esta vida es que tod@s, en algún momento, vamos a pasar a otro plano". Estoy de acuerdo, si alguna certeza tenemos en esta vida es que antes o después, la muerte va a venir a hacernos una visita. Yo creo que no es el hecho de morirnos en sí lo que nos inquieta, sino dudar de lo que vendrá después. El ser humano necesita certezas a las que agarrarse.

Cuando yo he pensado en la muerte en algún momento de mi vida, siempre se me ha venido a la mente mi abuelo Patricio. Mi abuelo es el padre de mi padre, y a sus 95 años es la persona con más paz que conozco. Mi abuela Isidora, su mujer, falleció hace casi 5 años, y fue la primera de mis cuatro abuelos en marchar. Tod@s creímos que tras más de 70 años juntos mi abuelo duraría pocas semanas más, pero lo cierto es que lo que duró poco fue el luto, que se quitó voluntariamente cuando, pocos meses después, vio nacer a su primera bisnieta, y digo primera porque hasta hoy ha visto nacer a otros 4 más y ha recibido la noticia de un quinto que viene en camino.

Mi abuelo Patricio nació el mismo día que yo pero muchos años antes, quizá por eso es mi padrino. Vivió muchos años en un pueblo perdido en la sierra de Gredos, es una casa maravillosa entre ovejas y jornaleros. Tuvo muchos hermanos, ni siquiera acertaría a decir cuántos, sólo se que uno de ellos mató a otro durante la Guerra civil, durante la que cada uno estuvo en un bando. Las guerras siempre son crueles y rompen familias.

En algún momento de su vida conoció a mi abuela, hija de un terrateniente pudiente del pueblo, y se casó con ella. Juntaron las tierras que uno y otra tenían y se trasladaron a vivir a casa de ella, donde podían guardar cómodamente a los animales y acoger a los jornaleros que en períodos de recolecta pasaban por allí.

En los siguientes años tuvieron cuatro hijos. Los chavales se hicieron mayores, y llegado un momento se instalaron em Madrid en busca de nuevas oportunidades. Años más tarde, mis abuelos se vinieron a vivir también a la capital, aunque cada año regresaban durante varios meses a su aldea natal a reencontrarse con sus raíces.

Mi abuela era una mujer fuerte, temperamental, amable en su rectitud, y a la que la vida fue consumiendo hasta el final de sus días. Murió como decía hace casi cinco años en su pueblo, la parca le pilló en su retiro anual.

Mi abuelo, sin embargo, fue siempre un hombre sonriente, amable, cariñoso. La paz de la que hablaba era asombrosa, siempre sentado en su sofá, sin oír nada, sonriendo a todo el mundo, lanzando besos. Todo el vecindario le conoce, es un gusto verle salir a la calle con su bastón y su sonrisa para pararse cada medio metro a saludar a gente mayor, joven, de toda la vida del barrio, de nueva incorporación, y allá donde se oye su nombre sigue un abrazo. Nunca se quejó de la vida como hace la gente mayor, que ve venir la muerte.

A sus 95 años ha visto morir a sus hermanos, a sus amigos, a su mujer, pero no por ello ha tirado nunca la toalla. "La vida merece la pena, hijitas" se leía en sus ojos. Cada año nos hemos felicitado el cumpleaños de la misma forma: "yo también cumplo, hijita, pero alguno más", y yo sonrío pensando en cuánta serenidad hay en alguien que cumpliendo tantos años sigue disfrutando de ello.

El viernes, mi abuelo pasó a ese otro plano que Raquel hablaba. Murió después de comer, durmiendo la siesta, como todo español quisiera morir, habiendo dado su paseo matinal y habiendo regalado sonrisas a quienes tuvieron la suerte de cruzarse con él.

Ayer le llevamos por última vez a su casa, a su aldea, a sus raíces. Fue maravilloso ver como de repente el pueblo se llenó de gente a la que no conozco, pero que en algún momento de la vida se cruzó en su camino y que ayer quiso estar. Supongo que eso es a lo que todo el mundo aspira, a dejar huella. Volver de nuevo a la tierra en un último atardecer en la sierra de Gredos rodeado de pensamientos bonitos, de recuerdos felices y de sonrisas y lágrimas.

Al final es cierto que todo lo que somos vuelve. Mi abuelo fue amor, y su adiós terrenal no podía ser de otra forma. Estoy segura que en el cielo se ha encontrado con mi abuela, y lo han visto todo juntos, con las manos entrelazadas, como siempre caminaban, y sus sonrisas puestas. Seguro que el cielo tiene hasta sofás orejeros para que puedan merendar tranquilamente.

Sea como sea, confío en tener, algún día, la paz con la que vivió. Así sí que merece la pena volver a vivir. Morir dejando una lección que aprender es más de lo que puede aspirar una humilde maestra.

Gracias, de verdad, y hasta siempre, abuelo Patricio.

viernes, 2 de marzo de 2012

La espina

Resulta que hoy cumple Justin Bieber (ese cantante adolescente que inexplicablemente vuelve locas a las adolescentes de todo el planeta) 18 tiernos años, y ya está escribiendo para conmemorarlo sus segundas memorias, ¡las segundas! ¿Qué puede aportarle al mundo la experiencia vital de un cantante yanqui que ni siquiera es aún mayor de edad en su país?

Luego, pensándolo bien, me ha dado un poco de envidia, porque yo quiero escribir mis memorias, y quiero ir empezando ya, aunque luego pienso bien y me doy cuenta de que no va a haber soporte que las contenga teniendo en cuenta lo que hablo y las historias que me pasan.

Resulta que después de haber visto la muerte con una especie de virus que he tenido y que me ha postrado en la cama con fiebre durante un par de días (demasiado me he salvado durante todo el curso de las gastroenteritis itinerantes que nos han rondado como las moscas rondan los restos de chuletas en las barbacoas veraniegas), mi garganta quedó como las estanterías del Corte Inglés después del primer día de rebajas: hechas polvo y llenas de cosas que no se sabe ni lo que son después de tanta caña como se les ha dado. Tragarme un vaso de agua se ha convertido estos días en un acto propio de un fakir, que con infinita paciencia se zampa una caja de alfileres con cabeza. Hasta la última miga de pan me hace saltar las lágrimas, y me paso el día tragando saliva como el que se traga un bocadillo de palillos, con carita de estar comiéndome un limón permanentemente.

Para alegrarme la existencia, mi pobre madre me invitó a cenar ayer una cenita rica, con mejillones, boquerones y otros productos que el mar tiene a bien regalarnos con el Mercadona de por medio.

Estaba yo feliz intentando masticar mucho y tragar despacio, disfrutando a tope del fósforo en forma de animalillo marino, cuando mi padre me dijo:

- Bah, cómo sois, quitándole las raspas a los boquerones. Eso se come así, con su cabeza, su cola y sus espinas.

- Ya papá - contestaba yo mientras trasegaba el millonésimo pececillo -, pero que ya no tienes 20 años y cualquier día de estos se te va a ir una raspita por donde no es y te nos vas a ahogar de la forma más tonta.

- Sí, bueno - volvía a decir mi padre en una actitud más propia de un adolescente ofuscado que de un padre jubilado y amante de las buenas costumbres.

Pues no habíamos terminado de tener esta conversación cuando me dio un ataque de tos mortal. Digo "mortal" porque me empezó a faltar el aire y casi me ahogo, pero en seguida mi madre aplicó las maniobras clásicas de reanimación respiratoria (darme dos buenos golpes en la espalda con toda la mano abierta, que te reaniman porque están a punto de hacer que la clavícula se te salga por la boca)y volví en mí. Cuando me relajé noté algo extraño, un dolor punzante en la garganta que no me dejaba tragar: se me había quedado una espina clavada y atravesada en medio de la laringe.

Me metí el dedo índice en la garganta para intentar tocarla, con el consiguiente resultado que hasta un crío de 2 años podría anticipar: arcadas. Entré en bucle, dedo-arcada-vomitar-respirar-vengalointentootravez-dedo-mierdaotraarcada-jodervomitar-respirar, y así estuve media hora. Llamé a mi hermana, que irrumpió en el baño con los aparejos de dentista que tanto miedo dan a todos los mortales, y procedió a analizar mi garganta en busca de la espina, pero no la encontró. Cedió entonces el protagonismo a mi padre, que usando instrumentos propios de las cenas de Nochebuena (una cucharilla y un palo de polo) lo volvió a intentar con resultados semejantes.

Mientras yo abría la boca en circunferencias perfectas sentada en la taza del váter, a las cabezas de mi familia acudían amigos de amigos y capítulos de CSI Las Vegas en los que la gente se ahoga y muere irremediablemente por una espina de pescado, y lo peor es que me lo iban contando.
Cuando mi madre había contado la quinta historia dramática de asfixias y lágrimas impotentes, mi padre apareció vestido con ropa de "vámonosalmédico" y me arrastró para que hiciera lo propio mientras el decía:

- Acabamos antes: vamos a Urgencias.


Yo no entiendo por qué a "Urgencias" lo llaman así; debería llamarse "Ustedvienedeurgenciaperonosotrosnotenemosningunaprisa". En España (para todas esas personas que me leéis misteriosamente desde otros países del universo, seguro mucho más desarrollados y avanzados que nuestra querida piel de toro), las Urgencias son una sala de espera en la que se amontonan decenas de personas con situaciones que a primera vista te alarman (por ejemplo con la cabeza abierta en canal o un ojo sangrando a mares) pero que cuando han pasado dos horas y no se mueren empiezas a pensar que la cosa no es tan grave.

Mientras la gente lloriquea entre dolores y suspiros malignos, sus familiares ocupamos diez mil asientos con bolsos, mochilas, papeles y otros menesteres, y el personal sanitario charla animadamente en la recepción sobre lo horrible que es su trabajo y lo interesante que estuvo La Noria anoche. Para cuando te llaman, unas cuantas horas después, ya ni recuerdas a qué fuiste al hospital, o te has curado por tu propio sistema inmunológico, que ha encontrado la forma de reabsorber la brecha o la sangre del ojo. Eso es Urgencias.

Así que allí me vi, tumbada en una silla con mi padre, con una chica a mi lado que, cual Lola Flores, yacía tirada con las gafas de sol puestas mientras sus dos amigas la etiquetaban en Facebook en el hospital. Al otro lado estaba el tipo del ojo sangrante (no, no era un ejemplo exagerado, había un chico con LOS DOS ojos sangrando), enfrente una mujer con un flemón como el Bernabéu de grande y detrás una tipa con más cuento que yo aquejada de un "picorcillo de garganta".

Después de una escena que me reservo para otro post (nota mental: contar otro día la escena híper racista y costumbrista a la par que viví en Urgencias), y tras dos alegres horas de espera en la sala, por fin sonó mi nombre, aunque no por megáfonos, porque no había. Una mujer salía cada rato a llamar a gritos a los pacientes, y mi compañera de silla, la de las gafas de sol, hacía gestos de querer morir de dolor de cabeza y oídos cada vez que la tipa vociferaba nuestros nombres y apellidos.

Conseguí entrar a una sala en la que compartía espacio y quejidos con un señor con más grapas que un taco de apuntes de derecho romano, un viejecito con la cabeza vendada, un pandillero con el tobillo tan hinchado que la palabra esguince quedaba fuera de lo posible, y una mujer absolutamente normal (aunque con este panorama igual tenía una perforación mortal en un tímpano).

Lo que voy a contar es asqueroso, aviso. Una doctora jovenzuela pronunció mi nombre pocos minutos después y me hizo pasar a una sala. Allí otro doctor me sujetó las manos mientras la primera me introducía unas pinzas de tamaño considerable hasta la campanilla buscando la espina. Como es evidente, entre la boca abierta y las arcadas acabé babeando como una anciana en mi propia camiseta, y a la petición de que alguien me limpiase o me soltasen para que lo hiciese yo, toda la respuesta que obtuve fue:

- Aquí no hay celadores, así que te tienes que limpiar tú, pero te esperas a que terminemos.

En fin, muy lamentable todo, total para nada, porque después de tenerme allí otra hora me dijeron que por la zona en la que la espina se había clavado ya era competencia de otro médico (el de digestivo), y que me fuera a casa a comer sopas y purés hasta que mi propia laringe reabsorbiera la espina. Que total, había perdido tres horas pero más se perdió en Cuba y volvieron silbando.

Así que salí de allí dolorida y llena de babas y aquí estoy, compuesta, con espina y viendo las estrellas cada vez que trago un poco de inocente saliva. Supongo que todo esto es un concepto vital, que las espinas (las de los pescados y las de la vida) a veces pasan, pero otras se clavan y entonces hay ocasiones en las que es mejor esperar a que el cuerpo las recoloque sabiamente y podamos seguir tragando, y respirando, y viviendo.


Lo que decía yo: si un boquerón da tanto de sí, a ver cómo termino mis memorias...

jueves, 8 de diciembre de 2011

El fin del mundo

El tiempo pasa volando, y sin darme cuenta mi blog cumplió un año, ni siquiera pude dedicarle una entrada en el día de su aniversario,¡vaya mamá bloguera estoy hecha!

En estas semanas han pasado muchas cosas: nuestra amiga Hasa volvió a Guinea, cuenta su madre que ni siquiera miró hacia atrás y que se fue con el corazón latiendo al compás del tintineo de las cajas llenas de regalos que llevó a su familia.

El otoño llegó, y tan lentamente que Madrid se ha vestido de mil colores y me quedo embobada mirando por la ventana del coche a riesgo de chocar con alguien. L@s niñ@s se lo pasan en grande recogiendo hojas y piñones, y el cole se ha vestido de collages para celebrarlo.

Los grandes almacenes también han cambiado de traje, pero para sumarse a la Navidad y al bucle de consumo desorbitado que cada vez empieza antes. En el cole suenan los primeros villancicos para ensayar las funciones a las que acabaremos cogiendo tirria de tanto ensayar, pero en las que nos emocionaremos como todos los años. El primer trimestre se va terminando y la sensación de que el tiempo pasa volando es cada vez más patente.

Algo importante pasó también hace unos días: por fin llegó el día 11/11/11, que según muchas profecías y estudios varios de numerología,era un día mágico que marcaba el inicio de una nueva época. Me parece una putada que eso sea así, porque teniendo en cuenta que el mundo va a terminar en 2012 según esas mismas profecías nos dejan poco tiempo para disfrutar del cambio, o eso creo yo.

Lo del 2012 yo lo tengo claro: este mundo se acaba. No quiero decir que crea en el armaggedon que va a destruir el planeta Tierra irremediablemente, pero que el mundo tal y como lo conocemos a cambiar, eso lo tengo tan claro como que estoy escribiendo ahora mismo.

El cambio ya ha empezado: la crisis que asola el mundo está poniendo a todos los seres humanos en jaque, y eso quiere decir que estamos tocando fondo. Vivimos con una angustia que no nos deja disfrutar, y donde quiera que vayas se palpa la desilusión en todos los rincones: desde el conductor del autobús a la carnicera todo el mundo coincide en que la cosa está muy mala y que son tiempos difíciles, aunque claro, esto sólo se aplica a l@s que siempre están putead@s, porque anoche fui al cine a la última sesión y me costó tres o cuatro vueltas a la manzana encontrar un sitio para aparcar, y todo esto teniendo en cuenta que mi coche es del tamaño aproximado de una pastilla de jabón de manos, por lo que en cualquier sitio lo suelo calzar. El cine estaba hasta arriba y decenas de familias y parejas disfrutaban de una película mientras las mismas familias y parejas de siempre no pueden disfrutar siquiera de una casa decente. Qué paradójico todo.

Por eso yo tengo la firme opinión (y la secreta esperanza) de que todo el bucle de desesperación y opulencia chorra termine en 2012. Me ha dicho Cris, mi profe de yoga, que encima el fin del mundo está previsto para finales de ese año, así que todavía tendremos que esperar un montón de tiempo más.

Cuando una sabe que va a ocurrir algo y quiere informarse hace lo que debe hacer: buscar en google. Lo que no viene en google simplemente no existe, y de esa burra no me bajo yo por los siglos de los siglos amén. Me puse a investigar sobre el fin del mundo y resulta que hay de todo: gentuza aprovechada que ha editado una guía para sobrevivir a esta hecatombe, teorías varias, páginas escépticas que instan a seguir la vida con normalidad, blogs tremendistas que alquilan bunkers para sobrevivir y enlaces a los escritos mayas para refutar lo que de por sí es evidente: este mundo se termina, pero no desaparece. Con suerte cambia, evoluciona, muda de piel, como todos los seres vivos de este planeta. Todos los seres vivos tienen un ciclo.

Cuando yo explico los tediosos temas de historia a mis chavales y chavalas mayores, siempre les digo que el ser humano en la historia es como una persona creciendo: empieza estando en pañales, con mucha más inocencia y por tanto menos maldad, más impulsos (y por tanto más aciertos) y menos premeditación (y por tanto menos putadas a personas ajenas) pero también menos recursos elaborados, y por tanto menos facilidades, como en la Prehistoria y quizá en la Edad Antigua. Continúa hasta llegar a la niñez, donde empieza a tener autonomía pero aún depende de entes superiores. Es la etapa donde más ciegamente se cree en todo lo que no se conoce, principalmente en Dios o en dioses varios, se vive por la salvación y en contra de los castigos, el auge de la religiosidad, la Edad Media. Después pasa a la adolescencia, esa etapa donde los dilemas se multiplican pero también las ganas de crecer, de ser más y mejor, de evolucionar; he ahí la Edad Contemporánea, nuestra etapa. A continuación se accede a la edad adulta, la más amplia de todas, la que está ocurriendo, en la que ya se ha aprendido mucho, se ha abierto un mundo de posibilidades, se ha perdido fe y ganado seguridad, pero también han crecido los prejuicios, los miedos, el ansia de poder y las incertidumbres.

Todas las fases, edades, etapas, tienen algo positivo y algo negativo. Pero está claro que ahora se abre ante nosotr@s un mundo nuevo, una etapa nueva que explorar, y que somos conscientes de que algo está pasando.

Quizá, como dicen, nunca hay que perder al niño o la niña que llevamos dentro.

Quizá es momento de terminar.

Quizá, por eso, es momento de empezar.



domingo, 30 de octubre de 2011

Querido habitante 7.000 millones

Querido Habitante 7.000 millones:

Tu nacimiento está previsto para el lunes, pero permíteme que te vaya saludando: bienvenido o bienvenida a este planeta.

Como vas a llegar de nuevas, no sabes a dónde vienes a vivir. Vas a ser importante, inauguras un nuevo millón de habitantes en la Tierra, que es el único planeta habitado de nuestro Sistema Solar, o al menos eso es lo que la mayoría de la gente dice. Si me preguntan a mí, creo que seguramente hay vida en otros planetas, pero una vida tan inteligente que no quiere aparecerse por la Tierra ni por asomo.

Querido amigo o amiga, tu nueva vida en la Tierra va a ser muy movida, ya verás. Vas a tener otros 6.999.999.999 amigos o amigas, aunque depende del país en el que nazcas te permitirán que te lleves bien sólo con unos o sólo con otros. Si naces en un país occidental es posible que acabes odiando a los inmigrantes africanos y asiáticos que vienen buscando una vida mejor, aunque también es posible que apadrines a un niño o niña africano o asiático con cualquier ONG para darles esa vida mejor. Dirás que qué contradicción, pero así funcionan las cosas.

También tienes que saber que de todos los amigos y amigas que viven en tu mismo planeta, más de la mitad viven en el umbral de la pobreza, y sólo una pequeña porción viven con todo lujo de posesiones. Más de una séptima parte viven en condiciones de absoluta insalubridad, mientras que un 1% de la población vive con el mismo dinero con el que toda la gente de la que te acabo de hablar viviría toda la vida. Ésto también es una contradicción, pero permíteme que te diga que sólo con la unión de polos opuestos se consigue el equilibrio. A menos, claro está, que todos y todas tuviésemos lo mismo. Pero nada, olvídate, eso es imposible, o al menos eso dicen.

Depende del lugar del mundo en el que nazcas, creerás en Dios o no, y depende del país en el que nazcas llamarás a Dios de una forma u otra, puede que incluso te enfrentes con otras personas por el nombre de ese Dios, y lo peor de todo, en el nombre de es Dios.
¿Sabes? Yo creo que todo el mundo cree en Dios, lo que pasa es que se pierden en los nombres, que por cierto es algo que pasa mucho en este planeta. Nos encanta llamar a las cosas asi o asá, y no creas que llegamos a una conclusión rápida, por norma general entramos en guerras y bloqueos de todo tipo para defender nuestra postura. Hay países que ya ni recuerdan por qué están en guerra, pero siguen matándose unos a otros. Esa es otra, querido amigo o amiga: en nuestro planeta mueren más de 100.000 personas diarias, pero te sorprendería saber que sólo la mitad lo hacen de muerte natural. El resto fallecen víctimas de epidemias, conflictos armados, atentados, acciones violentas o cómo no, a manos de otras personas.

Por otro lado, nacen el doble de las personas que mueren, como tú. Eso es una buena noticia, ¿no crees? Según mis cuentas nacen más de 200.000 personas al día, aunque con el panorama que te estoy mostrando no parece demasiado alentador, ¿verdad? Además hay que tener en cuenta que de esas más de 200.000 personas que van a nacer hoy, algunas verán su vida marcada negativamente porque nacerán mujeres, o negros, o discapacitados, o simplemente pobres. Dirás que es una locura que alguien vea su vida condicionada simplemente por ser como es, sin haberlo elegido. Te repito que nuestro mundo está loco.

Ahora llegas en un momento un poco complicado, aunque no te preocupes, ya nos ha pasado varias veces a lo largo de nuestra Historia y al final hemos salido de ello, pero a la gente no le interesa su historia. Estamos en crisis, que es lo que ocurre cuando no se sabe cómo resolver una situación. Hay personas acostumbradas a entrar en crisis, así que esas personas se lo toman mejor. Otras están demasiado acostumbradas a que las cosas funcionen, así que en cuanto algo falla se ponen nerviosas. Hay otras personas que pasan de las demás mientras sus cosas funcionen. Hay mucha gente en este mundo, querido amigo o amiga, ya los irás conociendo.

Si naces en una familia, puedes sentirte muy feliz. No todos los seres humanos tienen la suerte de nacer en una familia que les quiera y celebre su nacimiento. Hay muchas personas que no tienen familia, o la tienen "de mentira", como dirían mis alumn@s, y la familia es muy importante, ¿sabes? Te apoyan siempre, en todo, y te quieren por lo que eres y no por quién eres. Ésto te parecerá muy complicado, pero ya verás qué pronto lo entiendes.

Nazcas donde nazcas, seguro que te fuerzan a consumir. Consumir es tener más y más cosas, cosas incluso que no necesitas, porque lo importante es tener cosas materiales para suplir el vacío que se crea cuando no tienes lleno el espíritu. El espíritu es difícil de definir, aunque yo lo entiendo como un conjunto de sentimientos y sensaciones: autoestima, fuerza, seguridad, honestidad, amor, paz y otras muchas. Cuando el espíritu flojea es cuando más te apetece consumir, pero espero que te des cuenta pronto de que merece más la pena que dediques tu vida a cultivar tu espíritu que tus posesiones, porque al final de todo, tú eres lo único que tendrás siempre contigo, y es algo importante cuidar de lo que con toda seguridad vas a tener siempre.

Espero que nazcas donde nazcas, te rodee gente que te quiera. El amor es uno de los temas más importantes para los seres humanos, por no decir el que más. Te pasarás la vida buscando el amor porque es lo que hacemos todas las personas, aunque espero que te des cuenta muy pronto de que el amor está en todas partes, en todas las personas que te quieren y a las que quieres, en los animales, en las plantas, en los objetos, en las energías y sobre todo, sobre todo, está en tí. Espero que te des cuenta muy pronto de que estás en la Tierra para dar y recibir, y que las cosas son mucho mejores cuando eso que das y recibes es amor. Y que lo demás está de adorno.

Lo dicho, querido amigo o amiga. Bienvenid@ a este mundo. Te deseo lo mejor. Y que seas muy feliz.



lunes, 17 de octubre de 2011

Imagina tu mundo

Imagina un país sin sanidad pública. Imagina un país en el que necesitases ahorrar dinero todos los meses para prepararte por si una enfermedad te afecta. Ya no hablamos de males comunes: una maestra como yo enferma cantidad de veces al año por la gastroenteritis, la gripe, las complicaciones de los constipados, qué se yo. Imagina que, ojalá no, pero como ser humano y vulnerable que eres, te afectase una enfermedad grave, o una enfermedad rara, que es casi peor. Imagina que tu vida se terminase simplemente porque no puedes pagar para que te ayuden a salir.

Imagina un país sin educación pública. Imagina que las familias tuvieran que, además de ahorrar por si una enfermedad les afecta, ahorrar otro poco para costear la formación de sus hijos e hijas. Imagina que sólo quienes más dinero tienen pudieran acceder a la educación básica. Imagina que sólo un puñado de personas supieran leer y escribir. Imagina que sólo un puñado de niños y niñas pudiesen disfrutar del colegio, aprender a convivir, expresar su creatividad, interpretar música, jugar durante horas. Imagina que sólo un puñado de personas pudiesen formarse para ser enfermeros, médicos, abogadas, policías, profesoras. Imagina que no pudieras aprender todo lo que la vida tiene para enseñarte.

Imagina un país sin transporte público. Imagina que tuvieras que rechazar el trabajo de tus sueños porque está demasiado lejos de tu casa, o dejar de comprarte la casa de tu vida sólo porque está demasiado lejos de tu trabajo. Imagina que, además de ahorrar para costear un médico y la educación de tus hij@s tuvieses que ahorrar para comprarte un coche, o dos, dependiendo de cuantas personas seáis y a cuantos sitios tengáis que ir. Imagina que tu movilidad estuviese sujeta a unos cuantos euros.


Imagina un país sin becas ni ayudas públicas. Imagina a una persona mayor que no puede moverse y a quien nadie puede ayudar enviando a un profesional sanitario que supervise su estado. Imagina a una persona discapacitada que no puede salir de casa y a quien nadie atiende. Imagina a una persona que ha perdido su empleo y a quien nadie apoya para salir adelante y encontrar otro. Imagina que, además de ahorrar para costear un tratamiento médico en caso de necesidad, de ahorrar para pagar la educación de tus criaturas, de ahorrar para comprarte uno o varios coches, imagina que además de todo ésto tu bienestar futuro, tu vejez, que el último tramo de tu vida se viese roto por un puñado de billetes.

Imagina que no existiesen funcionari@s públicos: que si tienes un accidente tuvieses que pagar a un policía que levante atestado. Que tuvieras que pagar una doctora que te intervenga en carretera. Que tuvieras que pagar al servicio de limpieza que dejará la calzada despejada. Que tuvieras que ahorrar por si, de repente, tu vida es algo, simplemente, normal.

Imagina una vida en la que el dinero fuese el rey de todo. En la que las personas no contasen si no se les pone un precio. En que todo fuese una cuestión de cantidad, y no de calidad.

Imagina ahora que de repente, fueses consciente de ésto. Imagina que tuvieses tan claro como que te late el corazón que ésto NO ES LO QUE QUIERES. Imagina que encontrases que mucha, mucha, mucha gente piensa como tú.

¿De verdad te molestarías en ponerles una etiqueta? ¿De verdad creerías lo que dicen los periódicos? ¿De verdad les rechazarías por la ropa que llevan o su peinado? ¿De verdad les llamarías "exaltad@s", "violent@s" o "antitodo"? ¿De verdad, de verdad, de verdad que no te unirías?

No te dejes engañar, no te dejes llevar. No mires las cifras, a quién le importan. No pienses en las siglas: 15M, 15O, son sólo letras, números. No te quedes con las fotos, recogen un segundo en la eternidad. No te quedes en las palabras, son un arma tan poderosa como cualquiera. No te quedes en los estereotipos, sólo disfrazan realidades. No te quedes en casa, porque tu sofá no garantiza ni tu educación, ni tu sanidad, ni tu transporte, ni TU VIDA.

Cree. Cree en tu vecina. Cree en tu doctora. Cree en el basurero. Cree en la policía. Cree tus profes. Cree en la gente. Cree en mí. Cree en tí.

Es tu pasado. Es tu presente. Es tu futuro. Tú lo construyes. Tú decides si en silencio o haciéndote oír. Si en tu casa o en las calles. Si contigo o contra tí.


Imagina tu propio mundo y hazlo posible.



Para que pueda surgir lo posible es preciso intentar una y otra vez lo imposible. H. Hesse.




 

miércoles, 27 de julio de 2011

El equilibrio universal: ríete de un niño encerrado en un baño y morirás ahogada en un urinario público

Hace ya algunos años, cuando mi adorada P. vivía en mi barrio y mi adorada S. venía a clase conmigo, la vida era de color dorado (sin caer en lo choni) y los pajarillos revoloteaban alegres sin defecar en el techo de mi coche, estábamos en casa de la susodicha P. viendo vídeos de caídas de Youtube y descojonándonos de la risa una calurosa tarde de junio antes de ir a trabajar.

He de matizar algo: sólo nos reíamos S. y yo, porque en ese aspecto es la horma de mi zapato: podemos pasar horas (literales) viendo vídeos de Youtube, del tipo de que sean, y no aburrirnos. Y si son de caídas, ya ni te cuento. "La caída de Edgar" (http://www.youtube.com/watch?v=b89CnP0Iq30) es un vídeo que hemos visto más que el de nuestras comuniones respectivas. Una vez petamos un ordenador de tanto darle caña viendo vídeos bizarros, con eso lo digo todo.

Mientras S. y yo nos rompíamos las costillas emocionadas de tanto doblarnos con las caídas más tontas, P. nos miraba con seriedad y nos decía:

- No entiendo cómo os podéis reír con estas cosas, en serio, no tiene gracia. La gente que se cae, por norma general, se hace daño. No le veo la parte buena a reírse con alguien que lo está pasando mal.

- Que no, mujer, que no se hacen daño- contestaba S., y ponía otro vídeo mientras yo jaleaba encantada.

- Ya veréis como algún día os arrepentís de reíros con ésto, ya veréis- volvía a decir P.

- ¡¡PON ESE, PON ESE!!- señalaba yo, ajena a los comentarios de P., deseosa de seguir partiéndome la caja.


Y seguíamos a lo nuestro.


Cuando llegó la hora de irnos a currar nos bajamos a la calle a por el coche. Íbamos hablando las tres tan felices de sabe dios qué, cuando de repente S. desapareció. Literalmente. Venía charlando con nosotras y se la tragó la tierra. Por el aire salieron volando un cigarro y una lata de Coca Cola Light, los únicos objetos que quedaron de ella en nuestra dimensión terrenal. Ni rastro de su persona.

A los tres segundos se oyó un gemido:

- Ayyyyyyyyy... ay... ay

El gemido venía del subsuelo, así que al asomarnos vimos que una pierna y medio brazo asomaban desde el suelo:

- Ayyyyyy, ay, ay, ay...

Y más lloros. Por lo que veíamos, S. había pisado una alcantarilla que tenía la tapa mal colocada, por lo que al echar peso encima se había volcado y por ende, había absorbido a nuestra amiga. La reacción fue unánime en P. y en mí: rompimos a reír.

No una risilla de esa que se te escapa, no. Un ataque de risa maligna de esos que no se frenan así como así, de esos que te dan en medio de un examen, o en misa, o cuando estás hablando en público.
P. sólo decía entre carcajada y carcajada:

- Te lo dije, por malas, os tenía que pasar algo así.


Y seguía riéndose.

Mientras nosotras no podíamos parar, S. lloraba bajo tierra. Al ver que nosotras no nos compadecíamos, y sintiendo un profundo dolor en su ser (como contó luego), nos gritó desde el inframundo:

- ¡Pero sacadme de aquí, hijas de puta!

Con lágrimas en los ojos intentamos echarle una mano. Al final entre las dos tuvimos que echarle no sólo una mano, sino los dos brazos, porque estaba tan atascada que no podíamos sacarla. Cuando por fin lo conseguimos, la pobre tenía una herida brutal en la pierna y múltiples contusiones en todo el cuerpo (ésto siempre lo dicen en la tele, pase lo que pase) y después de curársela aprendimos la lección: eso nos pasaba por malvadas.


El episodio de la alcantarilla permaneció en nuestras conciencias un tiempo, pero ya hace mucho que volvimos a ser malas y a ver vídeos de Youtube con caídas y tropezones mientras se nos saltan las lágrimas. Yo, que no aprendo, he vuelto a regocijarme con los traspieses ajenos, que aprovecho para decir que me parecen de lo más divertido que ofrece esta vida de manera gratuita. Con el tiempo he vuelto incluso a congratularme con las situaciones tensas que le ocurren a las personas de manera aleatoria. Creo que la tensión me da ganas de reírme desde que tengo uso de razón.

Esta tarde estaba contándole a mi amiga Ra, con la que he estado disfrutando del atardecer del parque de las 7 Tetas, en Vallecas (si nunca has ido te lo recomiendo, ofrece una de las mejores puestas de sol de Madrid), que hace un par de semanas, en el mismo sitio, rescaté a un niño del cuarto de baño del único kiosco que hay en el parque. El pobre se había quedado encerrado y no podía salir, y gritaba desesperado desde dentro hasta que el hada salvadora que hay en mí le escuchó y le sacó del cuarto de baño atrapador de niños (todo ello después de un leve forcejeo que hubo que salvar porque el niño estaba histérico).
Después de contárselo, bromeaba yo con la putada que supone quedarte encerrad@ en un baño en medio de un parque. Como decía, no aprendo con lo de reírme de las desgracias ajenas.

Ha querido el destino, que es justiciero, que al irme a coger el coche para volverme a casa he notado que me hacía pis. No es algo raro, me suele pasar unas 8 o 10 veces al día. Como no me apetecía buscar un arbusto en medio del parque, me he acercado al baño del kiosco, que estaba vacío, y he entrado. He vaciado la vejiga adecuadamente y, cuando he ido a salir, la maldad cósmica ha vuelto a darme una lección: el pestillo no corría.

Decir que me han empezado a entrar sudores fríos es decir poco. El pánico se ha apoderado de mi cuerpo serrano y mis manos han intentado, desesperadamente, soltar el pestillo una y otra vez. En mi cabeza sólo resonaba una frase:

- Si es que soy gilipollas, joder.

Por más que lo intentaba, el puñetero pestillo no iba ni p´alante ni p´atrás. Qué estrés. Después de un rato intentándolo, he desistido. Me he encendido un cigarro para relajarme. Al darle una cala me ha venido a la mente la horrible idea de quedarme sin oxígeno y lo he apagado. No tenía cobertura. No quería gritar. He visto el fin.

Con paciencia y buena letra, lo he vuelto a intentar. No lo conseguía, hasta que de la misma tensión le he dado una patada con mi piececillo del 40 desnudo al pestillo y, milagrosamente, el cerrojo ha cedido y la puerta se ha abierto. Eso sí, me ha costado una heridaca en el pie de un calibre considerable.

Al salir, todo el mundo me miraba. Habrían oído los golpes, imagino, y se estarían regocijando internamente, como yo hice hace un par de semanas. Me he ido al coche con el pie magullado, la vergüenza en lo alto y la dignidad por los suelos.

Hoy he vuelto a aprender la lección de la alcantarilla: el universo todo lo pone en su sitio. Sé buena persona, y se te devolverán buenas acciones. Ríete de los niños que se quedan encerrados en el baño, y correrás el riesgo de morir ahogada en un urinario público.

Qué dolor de pie que tengo, por dios.


Es lo que llaman equilibrio universal.


lunes, 25 de julio de 2011

Primera parada: Ibiza

Me acabo de bajar de la primera parada veraniega, o lo que es lo mismo, acabo de llegar de la primera escapada del actual período estival. Cuando digo "acabo de llegar" lo digo en el sentido literal de la palabra, porque no hará ni una hora que el avión ha aterrizado en Madrid y yo ya tengo la extraña sensación postvacacional de vacío interno, no sé si ésto también os pasa al resto de los mortales o es algo sólo mío. Una se levanta por la mañana al borde del mar, con el sol saliendo por el horizonte, las olas meciendo a los pequeños barcos de vela que navegan en alta mar y la arenilla pegada en las piernas y saber que sólo un rato después estás encerrada en un piso en un barrio cualquiera de Madrid es duro. Natural como la vida misma.


Lo que decía, que acabo de llegar a Ibiza.


Ibiza es un lugar de difícil definición, aunque puedo intentarlo. Yo creo que lo definiría como una ventana de las de mi casa: brillo, transparencia, luminosidad, cristal (en todas sus acepciones) y silicona (también en todas sus acepciones). Puedes estar una semana allí, y dependiendo del kilómetro en el que estés vivirás unas vacaciones de sexo, drogas y techno o una estancia paradisíaca de playas maravillosas, buena comida, atardeceres espectaculares y hippismo trasnochado. Va un poco en función de lo que te quieras gastar, porque contra lo que la adolescencia pueda pensar, la primera opción es tremendamente barata en comparación con la segunda, que es la que escogemos quienes amamos la vida y las vacaciones y queremos descansar del mundanal ruido. No quiero decir que no me gusten las fiestas, que me gustan como a la que más, pero no tengo yo la necesidad imperiosa de pagar cifras desorbitadas por entrar a una fiesta en un polígono, beber Fairy sólo porque los guiris aceptan barco como animal de compañía y estar días enteros sin dormir, por mucho que pinchen Carl Cox o David Ghetta. Llámame clásica si quieres.

Las playas, sin embargo, son preciosas. Aguas cristalinas, acantilados que ponen a prueba mi vértigo y calas recónditas pertrechadas por cuestas imposibles hacen de la isla pitiusa el lugar ideal para disfrutar del mar, la arena, el sol y el incomparable marco que brindan las costas baleares.

El ambiente playero no dista mucho del que podamos encontrar en cualquier otra playa del litoral mediterráneo: familias enteras cargadas con sombrillas y bolsas llenas de juguetes de plástico compradas en el chiringo de la esquina, parejas enamoradas que se dedican arrumacos mientras ella le quita a él espinillas de la espalda, grupos de amigas y amigos que se autofotografían para chequear en Facebook que están viv@s y aburrid@s en la playa y multitud de "señoras que": señoras que nadan en el mar sin meter la cabeza y con las gafas de sol puestas, señoras que pasean por la orilla a ritmo de París-Dakar, señoras que se tuestan a fuego lento en sus hamacas de alquiler y señoras que bailan las coreografías que preparan l@s animador@s de los hoteles cercanos a la playa, montando con ello una "flashmob" digna de un festival centroeuropeo.

Fuera del ambiente playero, se respira un rollito especial, seguramente alimentado por decenas de personas espectacularmente guapas y espectacularmente elegantes y modernas mezcladas con decenas de personas del montón que pasamos ampliamente de arreglarnos para ir a la playa y que exhibimos nuestras miserias cultivadas durante el frío invierno a base de bollería industrial y pizzas precongeladas. La verdad es que se disfruta de la paz, el amor y el buen rollo, conocidos todos ellos por el mundo entero gracias a las fiestas flower-power y a las exclusivas de Paulina Rubio en el ¡Hola!


En esta semana que he pasado allí, en un apartamento situado en lo alto (altísimo) de una montaña, rodeada de pinares y mecida por el sonido del mar (me está quedando muy cursi pero es rigurosamente cierto) he descansado mucho, me he reído, he pintado mandalas, he cantado en el coche, he leído, me he bañado cada día en el mar, he presenciado una agresión de mi amiga M. a un señor octogenario por culpa de la posición en la cola del supermercado (las colas del súper acabarán un día con la Humanidad, seguro), he visto la muerte de cerca con D. por culpa del oleaje (de hecho sigo con el cuello rígido como una columna trajana), he comido mucho tomate (es lo que tiene no controlar las cantidades) y he hecho tantas cosas como sólo se pueden hacer en una semana de playa ibicenca.


En esta semana he descubierto que, aunque sea una maniática, aunque tenga un pronto (bastante) chungo, aunque a veces sea un poco dura en lo que dice y en cómo lo dice, hasta el punto de hacerme daño, aunque a veces no vea más allá de lo que ve, adoro a la Mari. Inevitablemente. Dicen las malas (y buenas) lenguas, concretamente la suya, que cuando va de viaje con ella, hay gente que vuelve sin hablarla. Les entiendo, de verdad. Pero a mí, al volver, me daban ganas de darle un abrazo y unos cuantos besos. Es una mezcla de sentimientos extraña, pero está ahí. Hay gente que aunque a ratos sea insoportable, no puedes evitar querer. Mucho. Los seres humanos somos como los caminos del señor, inescrutables.

También he tenido tiempo de descubrir a Dan(i), que no es que no le conociese, es que no le conocía. Y a buen entendedor, pocas palabras bastan. Hemos reído (mucho), hemos cotilleado, hemos jugado a las cartas como se suele hacer en los veranos familiares, hemos compartido, hemos hecho interminables fotos (todas ellas para hacer ver lo contrario, la clásica foto que subes a una red social emulando que es la primera que haces así, a la "remanguillé") y hemos disfrutado mucho juntos. Qué bonito es descubrir a gente que ya conocías.

Pero ya tendré tiempo de contarlo. Por ahora voy a intentar recuperar el sueño perdido durante estos días por culpa de los ronquidos y los sonidos proferidos por mis compis de apartamento, y a ver si lo consigo evocando el sonido del mar y las luces del atardecer en la playa.


Qué duro es volver de vacaciones en pleno julio.


Joder.





sábado, 16 de julio de 2011

VACACIONES DE VERANO

Estoy emocionada, hoy empiezan las vacaciones de verano. Estoy tan tan emocionada, que al asomarme a la ventana para tender y mirar el tiempo, he creído divisar Ibiza. Y eso, desde un piso en Madrid, requiere de mucha, pero que mucha emoción.

En la vida hay muchos tipos de personas: está la gente que cena pavo en Nochebuena (en mi familia somos más de surtido de embutidos y chuletillas de cordero, bien de grasa para recibir al niño Jesús), está la gente que pone la sombrilla en la playa a las 5 de la mañana y se vuelve a subir a la cama (gente ansiosa como se puede comprobar), está la gente que pasa de probarse la ropa en las tiendas, se la lleva a casa y si no le vale la descambia (con lo divertido que es pasearse por los probadores buscando la aprobación de todo el público) y luego estamos las personas que terminamos el año en julio y lo empezamos en septiembre, haciendo del 31 de diciembre y el 1 de enero una mera costumbre social.

El año escolar, y por tanto vital para quienes trabajamos en la educación, empieza el 1 de septiembre y termina el 31 de junio (o de julio en su defecto, para quienes pringamos en este mes), y es en agosto cuando hacemos balance de lo bueno y lo malo y hacemos propósitos par el curso que viene: "Este año no me dejo las evaluaciones para el último momento", "Ahora sí que sí que voy a ir a tutoría por semana", "Los primeros días me ordeno todos los armarios de la clase pero de verdad", y así sucesivamente.


Atrás quedan sonrisas, lágrimas, caídas, alzadas, guarrerías incontables en el comedor, uniformes, mis compañeras hirientes, la tinta de limón en los mensajes secretos, el Niño Pateador, las mariquitas, mis deportivas de círculos de colores, los padres y madres malvad@s, la función de fin de curso, la Reina de Corazones, y tantas otras historias que no han visto la luz en este blog por respeto a sus protagonistas, que se pasan de cuando en cuando por aquí.

Y atrás queda el bautismo de este blog, que tantos momentos nos (y me) ha dado. El espacio en que todos estos cuentos chinos han venido a parar cuando no encontraban donde quedarse. El espacio en que los habéis recibido y acunado hasta que se dormían. Sois geniales.

Por delante hay muchas cosas: en septiembre empieza un curso que trae nuevas caras, nuevas historias (aquí Enid Blyton diría "nuevas aventuras y nuevos misterios para Los Cinco"), nuevas metas, mi vuelta a la Universidad, una nueva convocatoria de oposición, mi nuevo reto profesional, asumir la Coordinación en solitario (entre vosotr@s y yo, estoy un pelín asustada), uno de los tres pilares Morataleños que vuelve de Cracovia, otro que emigra a otro barrio, nuevas series de televisión que empiezan y que seguro que me harán un hueco en VillaMari/VillaDan, gente que está y permanece, gente que queda por ahí, por el camino, y gente que seguro aparecerá y traerá mil cosas que contar. Hay tantos nuevos propósitos que ni se me pasa por la cabeza intentar dejar de fumar.

Mañana me marcho a Ibiza con M., y luego con D., pero estoy aquí pronto para moverme por otras ciudades españolas. Las vacaciones se plantean previsibles pero abiertas a que ocurran muchas cosas, tantas como gente vaya y venga.

Por lo pronto voy a disfrutar, a descansar, a recargar las pilas. Y me llevo el ordenador para contarlo.


Beso al mar de vuestra parte.


Y a vosotr@s de la suya...




sábado, 4 de junio de 2011

Tierra, tráganos

Estoy en un período de bonanza inspiradora, tengo un montón de cosas que me apetece escribir. Antes de nada, gracias a todos y a todas l@s que me visitáis, comentáis y le dais un sentido a este espacio. Gracias.

Después de este momento tan bonito, traigo hoy una historia de esas que se cuentan en las cañas de los viernes, en las comidas domingueras y en las fiestas navideñas. Traigo uno de esos momentos de "tierratrágame" que la vida pone en nuestros caminos y que de los que luego te ríes con el tiempo. Es como las montañas rusas: en el momento en que te abrochan el cinturón de seguridad y arrancas piensas "pero quién me mandaría a mí meterme en estos embolados", y vas todo el viaje con el corazón el un puño, pero luego te bajas con la adrenalina a flor de piel, te preguntan que cómo ha estado y dices: "buah, ha sido increíble, de verdad, no te lo pienses, móntate". Cuando han pasado unos meses lo recuerdas como una experiencia incomparable y cuando ha pasado un año jurarías con el corazón en la mano que fue uno de los momentos mas divertidos de tu vida.
El tiempo no lo cura todo, pero ayuda a mejorar la perspectiva.

Hace cosa de un año y medio o algo así, un sábado como otro cualquiera, salí con mis colegas a tomar unas cañas, y luego unas copas, y luego lo que nos echasen. Fuimos de bar en bar echándonos unos bailes y tomándonos una copa aquí y otra allá, y con la tontería nos dieron las 4 de la mañana. Faltaba una de nuestras amigas, pero hacía tiempo que había conocido a un chico misterioso del que habíamos oído hablar pero al que aún no conocíamos, y había quedado con él esa noche.

Cuando decidimos que ya estaba bien la cosa, mi amiga P. y yo marchamos a coger un taxi. Nos costó un poco arrancar y llegar a la parada, y cuando casi estábamos a punto de cogerlo, nuestra amiga, la que no había ido, nos llamó:

- Estoy en un bar del centro con este chico (al que llamaremos Chicodemiamiga para preservar su identidad), estamos tomando algo con más gente, ¿por qué no os venís y os lo presento?

Después de reunirnos (era una reunión de dos, vale, pero fue larga y compleja debido a la hora que era y a nuestro estado de somnolencia) y consensuar, decidimos que los caminos del señor son inescrutables, y que si había puesto un plan en nuestro camino, no éramos nosotras quienes para negarnos a aceptarlo.

Yo necesitaba urgentemente pasar por un baño, pero hice un esfuerzo sobrehumano por montarme en el taxi y darle la dirección del sitio en el que estaba nuestra colega.

Quiso el destino que a esas horas de la madrugada hubiese muchos coches en la carretera, y además el camino estaba siendo bastante más largo de lo que yo había calculado. Mi vejiga hacía tiempo que había dado la voz de alarma y llegué a ese punto físico en el que, sin importar dónde, me iba a mear. Decidí hacerlo público y comunicárselo al taxista. Con un golpecito en el hombro le dije:

- Perdone, señor, pero es que me hago pis y de verdad, no puedo aguantar. Si es usted tan amable de parar en un ladito de la calle, me bajo y no tardo nada.

Dicho y hecho. El hombre, que seguro que ya había vivido ese momento y otros tantos similares en su vida de taxista, dio un volantazo ante el susto de mi amiga y el mío propio y se paró donde yo le había dicho: en un ladito de la calle. El único detalle a resaltar es que era una de las calles principales del centro de Madrid, con sus 6 carriles y su afluencia de viandantes a cualquier hora del día.

El taxista se inclinó sobre la guantera, sacó un rollo de papel y me dijo:

- Toma, te esperamos.


Mi amiga me miraba con cara de "nodoycréditoperohazloquequieras", así que la presión me pudo y me bajé del taxi. Hice una visión panorámica, sopesando pros y contras de mear en medio de la calle a las tantas de la mañana, pero mi vejiga empezó a meterle prisa a mi cerebro y me agazapé entre dos coches.

Rapidamente volví al taxi y le devolví al taxista su rollo de papel dándole las gracias. Volvimos a arrancar y a los tres minutos yo necesitaba parar otra vez. Es lo que tiene la presión, que no te permite evacuar a gusto, y claro, tuvimos que volver a hacernos a un lado de la calle para repetir el proceso. El taxista resoplaba, y en su cara se veía clararmente que estaba sopesando si le compensaban los 14 euros que le íbamos a pagar por el viajecito que le estábamos dando.

Aunque parezca imposible, media hora y dos pises después, llegamos al garito. Para alivio del taxista nos bajamos, y pese a que me avergüence reconocerlo, nada más bajar del taxi ya necesitaba ir de nuevo al baño, y esta vez mi amiga P., no sé si contagiada por mis necesidades o condicionada por las copas que se había tomado, secundaba mi opción y fruncía los labios desesperada por llegar al servicio.

Decidimos entrar directamente al baño y luego, ya más tranquilas, buscar a nuestra amiga y al Chicodemiamiga para conocerle. Entramos corriendo y nos lanzamos hacia el baño, pero sólo había uno y al llamar, resonó la clásica voz de "¡ocupado!".

Esperamos unos poco mientras charlábamos, pero cuando habían pasado lo menos 10 minutos largos, empezamos a desesperarnos. Llamamos a la puerta:

- Oye, ¿te queda mucho? Necesitamos entrar.

- Un momentito, ahora salgo - contestó una chica desde dentro.

Pasaron otros cinco minutos, y nuestra desesperación estaba pasando a ser angustia. Volvimos a llamar, esta vez dejando de lado la cortesía y aporreando la puerta:

- ¡Oye tía! Que necesitamos entrar, joder.

- Ya salgo, ya salgo.

Dos minutos después íbamos a tirar la puerta abajo cuando ésta se abrió. De dentro del baño salió una chica riéndose, y detrás de ella salió un chico subiéndose los pantalones. Mi amiga P. y yo nos miramos como diciendo "era de suponer", y le observamos aún un rato abrochándose los botones, subiéndose la bragueta y colocándose un poco antes de salir del baño. En cuanto salieron nos lanzamos como locas hacia la taza del váter.

Cuando terminamos, salimos del baño y entramos en el bar. Saqué mi móvil y llamé a nuestra amiga:

- Estamos dentro del bar, que hemos ido directas al baño. ¿Dónde estás?

- Estoy aquí con este chico y otros colegas al lado de la barra.

Me puse de puntillas y oteé el horizonte hasta que la ví. Le hice señas con la mano y colgué el móvil mientras me dirigía hacia ella. Al final conseguí llegar, y mientras le daba un abrazo le dije:

- Hemos tardado mil horas en el taxi, y encima nos hemos metido en el baño y no te lo creerás, pero...

En ese momento me interrumpió:

- ¡Anda, mira! Si estoy viendo a mi chico, venid que os le presento.

Y cogió a un muchacho del brazo, haciéndole señas para que viniese a darnos dos besos. El chico vino hasta nosotras y nos dijo:

- ¡Hola! ¿Qué tal? Encantado de conoceros.

P. y yo nos miramos con los ojos salidos de las órbitas. El Chicodemiamiga era el mismo chaval que hacía menos de 5 minutos había salido del baño de chicas subiéndose los pantalones y acompañado por otra muchacha que no era nuestra amiga, y por cuya culpa casi nos explota la vejiga. Le dimos dos besos sin saber muy bien cómo reaccionar y acto seguido salimos a la calle con una excusa barata para comentarlo.

Después de una segunda reunión, conseguimos llegar a un acuerdo: no se lo diríamos a nuestra colega. ¿Para qué? Tampoco podíamos probar nada,  y segudamente no nos hubiera creído mucho. Menos mal que no duraron, pero por si acaso ella nunca sabrá lo que aquella noche ocurrió.

Volvimos a entrar al bar con nuestra mejor cara, y decidimos llevarnos el secreto a la tumba y no hablar más del tema.

Bueno, en realidad no es verdad.

Ayer estuvimos recordándolo, riéndonos y evocando aquel momento en el que quisimos que la Tierra nos tragase. En su momento lo pasamos mal, pero ahora podemos reírnos despreocupadas de aquel rato horrible.

En fin, lo que yo decía: el tiempo no cura todo, pero mejora las perspectivas. Es como cuando te montas en una montaña rusa...