"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




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viernes, 27 de septiembre de 2013

13 Meses

13 meses.

52 semanas.

1560 días.

37440 minutos.

2246400 segundos.

Ese es el tiempo que he estado esperando este día.

En 13 meses, o 52 semanas, o 1560 días, o 37440 minutos, o 2246400 segundos, da tiempo a hacer muchas cosas.

Da tiempo a concebir a una criatura, gestarla, alumbrarla, amamantarla y destetarla.

Da tiempo a pagar una deuda a plazos, o a contraer muchas.

Da tiempo a irse de vacaciones, al menos, dos veces.

Da tiempo a vivir una Navidad, con su turrón, sus polvorones, sus villancicos, su marisco en oferta. O a pasar de ella.

Da tiempo a pasar por cuatro estaciones, primavera, verano, otoño, invierno. Da tiempo a sacar y guardar abrigos, bufandas, chaquetas, botas, gorros, sudaderas, vestidos, vaqueros, faldas y camisetas, bikinis y chanclas, sombrillas y paraguas. Y a recoger hojas, da tiempo a recoger muchas hojas.

Da tiempo a rellenar una agenda entera, con sus meses y sus semanas, con sus cosas pendientes y sus metas cumplidas.

Da tiempo a gastar un calendario, rellenándolo con cumpleaños, fechas de citas médicas, planes de cenas, cines, teatros y bares.

Da tiempo a ir, al menos, una vez (a poder ser más) al teatro y muchas veces al cine; hay muchos Días del espectador en 13 meses. Da tiempo a visitar exposiciones en museos, alguna rara por lo menos.

Da tiempo a hacer muchas veces la compra y darse caprichos. Da tiempo a tener muchas cajas de Donuts en la mano y a devolverlos a la estantería pensando que si entran en nuestros cuerpos jamás saldrán de ellos.

Da tiempo a pasar muchos buenos momentos en buena compañía, a disfrutar de muchas terrazas, de muchas casas chulas, de muchos vinos y cervezas, de muchas conversaciones. Da tiempo a tener muchas discusiones de esas que terminan sin saber cómo empezaron ni porqué, y cuyo final, simplemente, se brinda.

Da tiempo a deprimirse sin sentido (y con él) al menos una o dos veces, y a ponerse música en bucle maligno (mi preferencia son los cantautores españoles) hasta dejar de verle sentido a la vida. Y a recibir una llamada y salir de la depresión al instante.

Da tiempo a coger muchas manos, a rozar muchos brazos, a dar muchos besos de mejilla de esos mal dados que te ponen en una situación incómoda por la cercanía de las bocas.

Da tiempo a dar decenas, cientos, miles de abrazos.

Da tiempo a formar parte de un grupo de rock infantil, a gastar botes y botes de purpurina disfrazándote de payasa, a pintar muchas caras, a hacer muchos perritos con globos, a cantar muchas canciones, a bailar muchas otras. Da tiempo a ir a bodas, cumpleaños, fiestas, bautizos, eventos, reuniones, y a salir de ellas agotada de tanto dar botes. Da tiempo a empezar una carrera. Da tiempo a aprender un idioma.

Da tiempo a que una de tus mejores amigas se vaya al otro lado del mundo. Da tiempo a que muchas otras se queden cerca. Da tiempo a que un abuelo se vaya, y a que una abuela vuelva a nacer. Da tiempo a descubrir a mucha gente que se hace imprescindible. Da tiempo a perder a una poca, para que haya equilibrio.

Da tiempo a reír mucho. Da tiempo a llorar. Da tiempo a suspender una oposición y que el mundo caiga a plomo. Da tiempo a planificar una vida lejos. Da tiempo a una segunda oportunidad, a un cambio de criterio que te devuelve al mundo, a ese mundo que transcurre dentro de una clase de escuela pública. Da tiempo a cumplir un sueño.

Trece meses pasan a veces lentos, a veces rápidos. Pero lo más importante es que pasan y, pese a ser ese número con tan mal augurio, llegan a un día nuevo. Un día como hoy.

Y te devuelven, entre libros y témperas, entre niños y niñas, entre un contrato y un destino, otra vez, una vez más, la sonrisa.

Cuántos trecemeses quedarán por delante a partir de hoy, el día en que, por fin, vuelvo a ser maestra, la que nunca, nunca, dejé de ser...




lunes, 24 de junio de 2013

El Síndrome Nick Carter

Mi amiga S. es una cachonda y una crack de las observaciones del ser humano. Más que de observar, de catalogar conclusiones. En realidad todas mis amigas son la bomba, y eso es un mérito por su parte, porque yo las escogí a ellas de entre las miles de posibilidades que hay en el mundo, pero ellas me escogieron, todas a mí, y me hicieron feliz con sus presencias. Y eso es muy grande.

Decía que S. es una campeona de la catalogación. Yo no sé si fue el colegio de monjas transgresoras al que iba o fue la familia clónica (todos los miembros de su familia son iguales) en la que se crió quienes le dieron el don, pero está claro que se lo dieron.

Estudiamos la carrera juntas, codo con codo (literal, sentadas en mesas contiguas) durante tres largos años. Desde entonces nuestros caminos, si no por el mismo cauce exactamente, han discurrido por cauces paralelos; en este blog he hablado de ella alguna vez, por ejemplo en el post de Serenata a un Imbécil escrita en Do menor (si quieres leerlo, pincha aquí). Este año nos unimos un poco más, porque la pobre se presenta a la oposición... inocente. Yo llevo 4 años erre que erre, y nada, por mejores notas que saco, por más que me supero, por academias a las que vaya y pulidos que tenga los temas, a la hora de hacer las listas llega una marabunta de interinos e interinas que llevan un lucenio en el Cuerpo y me pasan por delante, como si fueran toros en los encierros de San Fermín, que salen a la locura y arrollan a quien se ponga en su camino.

Todo sea que ella llegue y ponga la pica en Flandes... no me extrañaría.

S. ha decidido presentarse conmigo este año, a ver qué se cuece. La primera alegría se la llevó hace unos días, cuando con dos semanas de antelación nos anunciaron que la fecha de los tres primeros exámenes sería el próximo día 2 de julio. A la Comunidad de Madrid le gusta hacer las cosas así, con tiempo, para que tú puedas organizarte tu existencia y concienciarte sin prisa: terminas de trabajar el día 30 de junio y dos días después te presentas a unos exámenes que, en principio, esperas que cambien tu vida. Qué organización, qué gestión, qué delicadeza.

Cuando vimos que quedaban dos semanas a mí se me atragantó la merienda, pero a S. se le atragantaron los 25 temas que se estaba empezando a mirar. Ya habíamos comentado que el temario era un poco cansino, pero asequible al fin y al cabo; en el momento en que nos dijeron que faltaban 10 días y no habíamos empezado apenas, los temas empezaron a parecer el K-2 y nosotras no somos Juanito Oiarzábal ni tenemos ganas de trepar cuestas. Hablábamos entonces de la dureza de la vida de un domingo de estudio, cuando en Madrid los pajaritos cantan, las nubes se levantan, las piscinas abren y la gente sale a terrazas y hace cosas de verano:

(Nota: a continuación muestro la transcripción de la conversación por Whatsapp. Para ser honestas añadiré a A., compañera de faenas en el barco y en la vida, que en ese momento nos instaba a salir a vivir la juventud en vez de estudiar, que es lo que hay que hacer.)

A: ¿Cuándo podéis quedar?

Yo: Nosotras tenemos el examen de la opo el martes 2

S.: A partir del 2 de julio que terminamos la oposición... (icono de carita triste con lágrima)

Yo: Pero entre semana, después de chapar, puedo

A.: Oh, shit

S.: A mí me la pela, he desechado el Síndrome Nick Carter.

A.: ¡Vale!

Yo.: ¿Qué síndrome?

S.: Es el Síndrome que tienes cuando tienes 15 años, vas al concierto de los Backstreet Boys, y piensas que Nick Carter te va a ver entre las 10.000 locas que hay allí y te va a decir: "Eres tú, te quiero. Cásate conmigo". (...) Pues lo mismo piensa mi padre de la oposición, que voy a llegar y voy a ser la más lista, la mejor, la que más suerte tiene y voy a sacar plaza. Siempre queda una esperanza para el Síndrome Nick Carter, pero ya la he desechado.



Y así fue como descubrimos el Síndrome Nick Carter. Para la gente que no sepa quién es esta criatura, podemos decir que era uno de los cantantes de los Backstreet Boys, el típico rubio insulso de grupo famoso en los 90 que volvía locas a todas las chicas sin distinción de razas, procedencias, creencias ni condiciones... menos a mí, que me parecía un Nenuco de imitación. Era algo así:






Vamos, por favor. Qué pelo, qué ojos, qué TODO. No hay por dónde cogerlo, y sin embargo es cierto que millones de chicas de este planeta iban a cada concierto (que debería costar una pasta escandalosa) en cada ciudad, en cada país, en cada continente, con la sola esperanza de ser ELLA, esa chica en la que el guapete del grupo se fija y a la que saca al escenario, a la que enamora mientras el resto del grupo canta alrededor alguna pastelada romántica y a la que el resto de fans planean ya matar en secreto.

Esa chica que le retire a él de la mala vida que seguramente lleve, la que reciba flores todos los días y el desayuno en la cama (con huevos, y bacon, y zumodenaranjanaturalreciénexprimido), la que le acompañe en su jet privado de vacaciones a Malibú y la que sea protagonista de alguna canción que se convierta en hit mundial, cuya letra plague, frase a frase, los estados de Facebook, Tuenti, Twitter y resto de redes sociales de la mitad de las adolescentes del planeta.

ESA CHICA.

Así, más o menos, es como se siente S. y es como me siento yo, sólo que la compensación es bien distinta: aquí no se gana amor, ni flores, ni vacaciones en Malibú, ni canciones dedicadas ni desayunos en la cama. Aquí se gana un trabajo. Punto. No hay más romanticismo que el dedicarse a lo que a una le gusta y hacerlo con la mayor dignidad posible, y aún así nos peleamos, como todas las fans de los Backstreet Boys, con miles de personas por ser esa ELLA que también existe en este campo. El tiempo y el tribunal nos dirán si vamos a ser groupies toda la vida o si por fin nos mirará Nick Carter...


Grande S., grandes sus reflexiones y por qué no decirlo: grande Nick Carter, que buscando sus fotos en Google he visto que ha cambiado bastante... igual ahora no pasaría nada por ir a su concierto.








PD. Este post va dedicado, como no podía ser de otra forma, a S.




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lunes, 10 de junio de 2013

No vas a ser nadie en la vida si no sabes matemáticas

Mi madre dice hoy en día que yo fui buena estudiante. Pobrecilla. Eso es porque no se acuerda de las broncas, los suspensos, la desesperación, la angustia, la frustración, los castigos, los levantamientos de castigo porque no tenían sentido, las clases particulares... yo me acuerdo perfectamente. He pasado por los estudios en mi vida como se pasa por encima de un puente poco estable, deseando que se termine y con las piernas temblando.

No es que haya vivido yo un infierno, que no es el caso, pero mis 4 o 5 asignaturas por trimestre caían todos los cursos desde 5º de Primaria. Luego parece que en la Universidad remonté un poco, porque no había trimestres y porque no me conocía nadie, pero en el colegio entre lo alta y lo rebelde, me ponía cara todo el mundo y claro, eso condicionaba.

He suspendido casi todas las asignaturas alguna vez porque me gusta probarlo todo en la vida para poder hacer un juicio integral de las situaciones: sólo se han resistido la Lengua y la Literatura, que me apasionan, y a lo mejor alguna otra por ahí. Plástica y Educación Física también las cateé, señoras y señores, en algún momento de mi escolaridad.

Sin embargo ha habido en mi vida una piedra en el camino, un dolor de muelas, una viga en ojo propio (y paja en el ajeno, imagino), un sufrimiento de costalero en Semana Santa, una lágrima caída en la arena: las matemáticas.

Las putas matemáticas. Voy por la segunda estancia en la Universidad y las sigo suspendiendo, es muy fuerte. Llevo más años cateando matemáticas de los que llevo haciendo continuadamente cualquiera de las cosas que hago en mi vida.

Cuando era pequeña lo llamaban dislexia. Empecé a crecer y lo llamaron distracción. Llegué a la enseñanza secundaria y lo llamaron vaguería. Alcancé el bachillerato y lo llamaron "NO VAS A SER NADIE EN LA VIDA".

Así me lo dijo la profesora que tuve cuatro largos años de mi existencia. Una perra sin escrúpulos, maleducada, rancia, altiva, déspota, cínica, y todos los calificativos que pueda buscar para definirla y que seguramente no hagan justicia al sufrimiento que esa mujer me provocó. Me amargaba los lunes, los martes, los miércoles y los viernes. Los jueves no teníamos clase de matemáticas, pero me los amargaba también indirectamente. Sufría pensando en que tenía que corregir un ejercicio en la pizarra, en que teníamos examen, en que nos daba las notas, su misma existencia me hacía sufrir.

Mis padres no podían entender qué era lo que me pasaba para no aprobar la asignatura nunca; me escuchaban, me entendían, pero no sabían que hacer conmigo. En vez de llevarme a terapia (que era lo que yo necesitaba para convivir con la profesora maligna) me llevaron a una academia, y luego trajeron la academia a casa en forma de profesora particular, que venía religiosamente 5 horas semanales. Más clases particulares que ordinarias, ya digo, y ni por esas.

No crea el lector o la lectora que me acercaba yo al aprobado, ni de lejos. Era una regla de proporción inversa: a más esfuerzo hacíamos mi círculo y yo por sacar buena nota, peor nota sacaba. La tía se regodeaba:

- Señorita S., tu examen. Has mejorado, mira tú qué bien.

Yo recogía la hoja, miraba la nota: 0,75.

¡¿Cómo podía ser?! Ahora que soy maestra entiendo que un punto en un examen se da casi porque sí, por poner el nombre con las tildes y las mayúsculas correspondientes y por presentarte al examen, por valorar la participación.

Pues no, ella me ponía esa nota y dormía como una reina por las noches.

Otras veces me decía:

- Señorita S., tu examen. Lamentable.

Yo recogía la hoja, miraba la nota: 4.

No entendía nada: cuanto mejor era mi nota, peor me trataba, como si le molestase.

Entre sus perlas había varias buenas: "Como no estudies vas a terminar vendiendo clínex en un semáforo", "A éste paso tu única aspiración en la vida va ser la de repartir con la furgoneta del pan", "No sabes NADA DE NADA", "Mira qué nota, ¿pero tú de qué vas?" y la perla: "¿Tú qué quieres, ser como Arsenio?". (Arsenio era el de mantenimiento del colegio, y en siete vidas que hubiera vivido ella jamás nos hubiera hipnotizado con sus puñeteras matemáticas como nos hipnotizaba Arsenio con su elegancia limpiando los cristales. Era como ver El cascanueces en versión aérea, qué delicadeza, qué sutileza, qué maravilla. Ella le odiaba, como a todo menos a su reflejo en el espejo.)

Cuando me quedaba poquísimo para acabar el Bachillerato y mis compis ya pensaban en qué hacer en vacaciones, yo sólo podía pensar en una cosa: me van a caer las matemáticas y jamás saldré de este bucle infernal. No me quitaba el hambre ni el sueño, porque hasta la fecha no ha existido nada que me quite esas dos cosas, pero me robaba las ganas de ir a clase cada mañana, de luchar por aprobar y hasta de vivir en este planeta.

No sabía qué hacer, así que un día me volví loca y fui a hablar con ella. Llamé a la puerta de la sala de profes y me abrió el de Economía, que era mi tutor (y como era un centro concertado también era profe de Filosofía, y de Psicología, y tutor...):

- ¿Le puedes decir a M. que salga?

- Un momento, que la llamo.

Qué 15 segundos de espera pasé. El día que tenga un hijo o una hija no se me va a hacer tan largo el parto, estoy segura. A los 15 segundos un olor a café, tabaco y Chanel nº5 salieron por la puerta, y detrás salió ella:

- Dime nenita (así nos llamaba por sistema, ahí tuvieras 50 años), que estoy muy ocupada.

- Mira M., yo no sé qué hacer con tu asignatura, de verdad. Estudio, hago los ejercicios, voy a clase particular, le echo horas y nunca llego al 5. No sé si hay algo que yo pueda hacer, un trabajo, ejercicios extras, algo, que me ayude a aprobar antes de ir a Selectividad...

- A ver nenita, te digo una cosa: si no sabes matemáticas, JAMÁS LLEGARÁS A HACER NADA NI SER NADIE EN LA VIDA. Si no eres capaz de superar un obstáculo, no vas a hacer nada digno de ser reconocido.

Y acto seguido se dio la vuelta, entró por la puerta de la sala, esperó a que entrasen su olor a café, tabaco y Chanel y me cerró en las narices.

Las lágrimas que yo vertí en aquella puerta, sentada en el suelo, hubieran llenado los pantanos españoles hasta 2020. Nunca había estado tan frustrada, tan desesperada y tan disgustada. Empecé a ver mi futuro negro como el carbón, a creerme que hoy eran las matemáticas, pero otro día se me atascaría otra cosa y no llegaría a superar los baches nunca. Llegué a casa y se lo conté a mis padres.

Mis padres primero me miraron, después se miraron, y después me miraron otra vez. Me abrazaron. Lloré otro rato. Les abracé. Cuando esta escena de Mujercitas terminó, mi madre me dijo:

- Mira hija, ve y haz el examen. Da igual si no sacas buena nota, ya la sacarás. Lo importante es que lo hagas lo mejor que puedas y sepas y ya está. Si haces lo mejor que sepas hacer, nada puede ir mal, ya verás.

Y me hizo macarrones, que para el disgusto quieras que no, motiva.

Llegó el examen final y lo hice. De repente me crecí, me sentí poderosa, supe que podía hacerlo bien. Salí contenta, liberada, feliz.

Suspendí, claro.

Por azares del destino, valorando mis notas globales parece que la presión le hizo subir la mano y ponerme el ansiado 5 que me dio boleto para entrar en la Universidad, pero jamás se me quitó de la cabeza aquella frase, "si no consigues superar un obstáculo jamás vas a llegar a hacer nada digno de ser reconocido".

9 de junio de 2013, 18.30 horas. Ayer, vamos.

Estaba yo en la puerta de una finca esperando para entrar, en una zona residencial de Madrid. A unos 10 metros había varias familias con peques charlando, y al ratito me dí cuenta de que me miraban y cuchicheaban, me señalaban y volvían a cuchichear.

Dos minutos después, una de las mujeres se me acercó:

- Perdona, ¿eres Paulix? ¿Paulix de "Paulix y los ATTG Kids"?

Me quedé seca. "Paulix & de ATTG Kids" es un proyectillo pequeño en el que me he metido y que ha salido ya un par de veces (y sale otra vez en unas semanas) con el que hacemos un cuentacuentos dinamizado con rock para pequeños/as: una maravilla. Lo ví y pensé que si yo tocase el bajo, la guitarra eléctrica y la batería, y además tuviese la voz adecuada, y todo lo pudiese hacer a la vez ("mujer orquesta" lo llaman) lo hubiera montado yo. Me encantó la idea y en unos días vamos a abordar la tercera representación que hacemos en menos de dos meses. Para quienes nos dedicamos a ésto a cualquier escala sabemos que si gusta a la infancia, es bueno. Parece que gusta y estoy encantada.

Cuando esa mujer se me acercó ayer, no supe qué decir. Bueno, contesté "Sí", claro, y ella siguió:

- Te vimos, bueno, os vimos en el teatro el día 20 de abril y NOS ENCANTÓ, ¡qué chulada! ¡qué idea más cojonuda! (así dijo, "cojonuda"), cómo lo pasamos... hacéis algo digno de ser visto.

Y entonces, entre tanta sonrisa y abrazos y fotos que me hice con los niños y las niñas, me vino a la cabeza la imagen de mis lágrimas en la puerta de aquella sala de profesores/as, donde una mujer ignorante, acomplejada y desde luego cruel me vaticinó el fracaso que, no tantos años después, ha caído por su propio peso. Así entendí la frase de mi madre:

-  Lo importante es que lo hagas lo mejor que puedas y sepas y ya está. Si haces lo mejor que sepas hacer, nada puede ir mal, ya verás.

Las madres siempre tienen razón.

Me hice maestra, pero sobre todo me hago persona todos los días, para recibir tantas y tantas cosas que la vida, la historia y cada persona me enseña cada día.

Quién iba a decir que sería a ritmo de rock...




jueves, 11 de abril de 2013

A las personas no les preocupan los árboles

Mi gran amiga (y hermanadenosangre) María me lleva reclamando unos días:

- ¿Para cuándo un Cuentos Chinos?

Y yo venga a decir que sí, que sí, pero el hecho de llevar unos días desaparecida tiene su sentido: mi blog perdió accidentalmente su anonimato y parte de mi familia lo descubrió.

Nótese que yo a mi familia la amo con la fuerza de los mares, con el ímpetu del viento, en la distancia, en el tiempo, con mi alma y con mi carne, pero igual que no me llevo a mi madre de copas un viernes por la noche, hay según qué historias escritas aquí que me encanta que lean mis primas, mi hermana y mis amigas, pero que si se las puedo ahorrar a mis tíos o a mi abuela pues oye, eso que me llevo.

Y es que para mí éste blog es un reducto de paz, un tubo de escape, una ventana al mundo de ida y vuelta en la que a veces me vuelco y ni siquiera me doy cuenta. Por eso me bloqueé un poco cuando supe que mi familia lo había descubierto y me acojonó sutilmente verme tan expuesta sin necesidad.

No voy a contar las impresiones que he recibido del blog (que han sido maravillosas, por otro lado) por su parte, pero he pasado unos días dejando las aguas calmarse para retomar ahora con energía renovada.

Aquí debería empezar el post.

Hoy, en clase, una de mis alumnas me ha hecho la siguiente pregunta:

Alumna - Profe, ¿los coches tienen vida?
Yo- ¡No!
A- ¿Y los árboles?
Y- Los árboles sí, son seres vivos, como las flores y los animales, y como los seres humanos.
A- Entonces, si los árboles tienen vida y los coches no, ¿cómo es que la gente se preocupa mucho más de cuidar los coches que de cuidar los árboles?


Y me ha dejado seca, claro, porque de cuando en cuando los niños y las niñas hacen preguntas que te dejan sin respuesta, porque realmente no la tienen. A mí éstas son las preguntas que me preocupan, porque no sé contestarlas. Las clásicas de "¿De dónde vienen los niños?", "¿Existen los Reyes?" y demás son fáciles, tenemos la respuesta, son como el quesito verde del Trivial, que a priori puede parecer complejísimo pero luego es el más fácil. Sin embargo las preguntas como la de mi alumna son el quesito rosa, que tú ves "Cine y espectáculos" y dices "Bueno, éstas me las sé todas", y luego descubres que son enrevesadísimas y que jamás habrás visto suficiente cine como para contestarlas correctamente.

A mí hace ya tiempo que me preocupan mucho más las personas que los coches; los coches, para ser exacta, me importan una mierda, en parte porque no entiendo nada de su mecanismo (ni me interesa, aprobé el carnet a la cuarta y desde ahí lo único que me preocupa es moverme de lado a lado, encontrar hueco para aparcar y que funcione la radio) y en parte porque no he sido yo muy de máquinas.
Cuando tenía unos 12 años me regalaron una Game Boy y mi madre me la dio y me dijo muy seria:

- Como te enganches va la consola por la ventana.

Todavía está esperando que juegue más de cuatro veces la mujer.
 Y es que el ser humano es tan increíble que, desde que era pequeña, no he podido nunca estar pendiente de las máquinas.

Las personas, en cierto modo, somos similares a los árboles que le preocupan a mi alumna. Somos todos una misma esencia, y sin embargo la plasmamos de maneras muy distintas.
Casi todos los árboles comunes tienen raíces, tronco, ramas, hojas, y sin embargo no hay dos raíces iguales, dos troncos iguales, dos hojas iguales. Es un gran ejercicio recoger hojas (a l@s profes nos arregla dos meses del otoño entre murales y siluetas de plástica) y observar que cada hoja tiene una forma diferente, un tamaño diferente, un color distinto, un tacto particular. Como el ser humano.

Las raíces, algunas tan grandes, otras pequeñitas, algunas sobresalen por fuera de la tierra, otras permanecen eternamente bajo ella, buscando incansables alimento y agua para sobrevivir. Así son también las personas, que en su camino incansable van generando anclajes, algunos fuertes, otros más débiles, algunos visibles para el mundo, otros secretos, y siempre buscando nutrirse, sostenerse, sobrevivir.

Los troncos, unos leñosos, otros suaves, tan recios, tan flexibles a la vez, tan completos que imponen. Llaman tanto la atención que han sido durante décadas el lugar preferido de las parejas enamoradas para escribir sus iniciales y fechas y corazones y otras horteradas, sin darse cuenta en su ejercicio de que para plasmar su amor están hiriendo a otro ser vivo. Claro que el amor humano, muchas veces, es así también, consolidado a costa de las heridas ajenas.

Las ramas, delgadas pero fuertes, son los brazos del árbol, aspirando siempre a tocar el cielo, distribuídas para recoger lo mejor del sol, lo mejor de la lluvia, lo mejor del viento, en su justa medida siempre, para contribuír al crecimiento, sosteniendo las hojas, cobijando la sombra. El ser humano, ciertamente, aspira a llegar alto, muy alto, a veces hasta tocar al dios en el que cree, otras veces hasta tocar el infinito en el que también cree, y siempre intentando saber qué es lo mejor del viento, del sol, de la lluvia (traducido a nuestro mundo poca gente busca lo mejor del sol, pero busca lo mejor de un trabajo, de una pareja, de un amigo, de una hermana) para poder cogerlo y no soltarlo nunca, y utilizarlo para crecer y expandirse.


Lo maravilloso de los árboles es verlos en conjunto, en un bosque, confundiéndose y fundiéndose unos con otros para formar una alfombra de miles de colores, para dar sombra, para dar frescor, pero qué bonito es también ese árbol que se erige en la soledad, llenándolo todo, majestuoso, sin otra compañía que la suya propia. Ese árbol solitario luce sin necesidad de adornos ni arreglos. Ese árbol es maravilloso porque es él, sin más.

Así, también, es el ser humano.

Mi alumna no está lejos de la realidad: a la gente no le interesan los árboles. Siguiendo la estela de mi reflexión, es tan triste como que a la gente cada vez le interesan menos las personas, como le interesan poco los árboles, el sol, la lluvia y el viento. Y sin embargo se olvidan de que lo importante, como decía mi alumna, es apostar por la vida. Las máquinas, al final, son energía invertida que nunca vuelve.

Los árboles, como todo en la naturaleza, pasan por fases: crecen, se lucen, enferman, se caen sus hojas, tiemblan, se recuperan, mueren, renacen de su propia muerte, dejan poso en el suelo. Sin símiles: como el ser humano.

Me apasiona la vida (la de los árboles y la humana) porque es una alternancia de estaciones que no para jamás. Lo bueno es que, como en la naturaleza, tenemos una certeza: después de una estación viene la siguiente. Las flores terminan por salir, antes o después.

Jamás se ha dado en la naturaleza un año sin primavera.















Nota: Éste post va dedicado a María, por su compañía, por su insistencia, por hacerme sentir que merece la pena seguir volcándome aquí, aún a costa de que la gente me descubra. Gracias por ser el árbol que da sombra a muchos de nuestros momentos... Este post, sin ser premeditado, ha sido alumbrado íntegramente pensando en tí.



martes, 11 de diciembre de 2012

Tres Patas para un Banco

Érase una vez un Banco, de esos comunes de madera barata que se colocan en las calles y en los parques de las ciudades.

Este Banco era semejante a otros muchos bancos vecinos: dos tablones de madera rígidos unidos por una arista dieron vida a un Asiento y a un Respaldo preparados para apoyar las posaderas y la espalda de cualquier viandante.
Lo colocó el Ayuntamiento en una callejuela de un barrio al sur de Madrid donde confluían cuatro edificios altos de pisos. El banco tenía un emplazamiento muy dinámico y estaba rodeado de tiendas: un centro comercial, un estanco, una reprografía, un quiosco, un centro de belleza... mucha gente iba a pasar cada día por aquella plazoletilla e inevitablemente, se iba a parar a descansar en el Banco.

Este Banco tenía una particularidad: le sostenían tres Patas. Los bancos modernos están sujetos por una o dos patas, pero aquel no era un banco demasiado nuevo y por eso le sostenían tres Patas. Las Patas fueron forjadas casi al tiempo, y eran aparentemente iguales, aunque si una se acercaba bien observaba que tenían sutiles diferencias de forma, color y altura.

Las Patas se entendieron bien desde el momento en que fueron colocadas en el Banco. Se alegraron mucho de la zona en la que les había tocado vivir: habían oído historias acerca de bancos que se colocan en parques solitarios, o en descampados hostiles. Habían oído hablar de bancos partidos por la mitad para evitar que los indigentes durmieran en ellos. Habían oído hablar de bancos situados en comisarías y juzgados en los que la gente se sentaba esperando sentencias de libertad o esclavitud. Habían escuchado hablar acerca de bancos anclados en hospitales y tanatorios, bancos diseñados para esperar la vida y la muerte.

Sin embargo y por suerte les había tocado una zona bonita, rodeada de árboles, con niños y niñas, gente adulta y gente mayor, y sobre todo no les había tocado estar solas, que era lo más temido por todas las Patas del mundo.

Las Patas congeniaron enseguida: si había que sujetar mucho peso, las tres se colocaban instantáneamente del mismo lado. Si una estaba un poco cansada, las otras dos soportaban el total de la carga para dejarle descansar. Si hacía buen día, las tres absorbían el sol por igual. Se entendían  la perfección.

El tiempo fue pasando, y las Patas fueron cambiando: la erosión de la lluvia, el viento, el sol, fueron desgastando su color inicial y dejando paso a nuevos tonos. Los chavales y chavalas del barrio pintaron el banco con sprays de colores, y las patas se lo pasaban en grande viendo cómo cada día tenían un look diferente. El Asiento y el Respaldo del banco refunfuñaban quejándose, y cuanto más se quejaban más se reían las Patas, a quienes los colores, lejos de molestarles, les daban nuevas vidas cada día.

El barrio también cambió: la reprografía pasó a ser una peluquería y el centro de belleza pasó a ser una tienda de comida. La gente del barrio empezó a crecer, y cambiaron como cambia todo con el paso del tiempo. Las niñas y niños del barrio crecieron y comenzaron a sentarse en el Banco para hablar de sus primeras preocupaciones: primeros trabajos, primeros amores, primeras decepciones. La juventud creció y emigró a otros barrios, dejando paso a nuevos vecinos y vecinas que llegaban con sus bebés y sus ganas de iniciar una vida nueva en aquel lugar.

Las Patas también empezaron a cambiar de horizontes: soñaban con que colocaran cerca otro banco con otras patas, y poder conocerlas y quién sabe si conectar, y juntarse, y tener Patitas en el futuro.
Otros bancos pasaron cerca, y también otras patas, pero las Patas de aquel Banco no conseguían encontrar un destino mejor que aquel. Se entendían tan bien, congeniaban tan bien, se complementaban tan bien, que dejaron de echar de menos la idea de conocer a otras Patas y se dedicaron a disfrutar de la suerte de estar juntas, dejando a la vida la responsabilidad de diseñar sus futuros.

Se abrieron a la vida: observaban todo lo que ocurría a su alrededor, se maravillaban escuchando a la gente que se les acercaba. Captaban todo lo que ocurría a su alrededor, se rebeleban contra el Asiento y el Respaldo cuando éstos se negaban a ayudar a la gente acomodándose para distintas espaldas y riñones. Las Patas hablaban y hablaban entre ellas, debatían, se escuchaban, nunca se cansaban. Sacaban conclusiones interesantes y soñaban con cambiar el mundo.

Un día, el Ayuntamiento se llevó una de las Patas para arreglar un banco lejano, muy lejano, en un pueblo fuera de la ciudad y del país, cerca de la costa. Las otras dos Patas se quedaron solas, intentando aguantar el peso como podían. Lo consiguieron con esfuerzo, hasta que de repente, un día, sin previo aviso, la Pata volvió.

La Pata les contó todo lo que había en otro lugar, y las otras dos le explicaron cómo había sido la vida sin ella, pero antes de que pudieran disfrutar de tenerse de nuevo las tres, el Ayuntamiento se llevó otra de las Patas a una gran ciudad, esta vez a un lugar gélido donde vivían muchas Patas en muchos bancos. Las otras dos Patas volvieron a repartirse el peso para aguantar la posición, y la Pata que había permanecido siempre en el barrio enseñó a la otra a sostenerse, pero por suerte, al poco tiempo, aquella Pata también volvió y de nuevo fueron tres. Esta vez las tres Patas esperaban estar juntas de nuevo por un tiempo.

Cuando de nuevo llevaban poco tiempo las tres juntas, su relación cambió, de repente: de golpe se hicieron mayores. Por fin dejaron de lado todo lo superficial, ni siquiera se molestaban en enfadarse con el Asiento y el Respaldo. Fueron conscientes de la suerte que tenían de ser Patas en vez de ser, por ejemplo, Reposabrazos (que siempre se llevaban la peor parte del Banco) y se decidieron a aprovecharlo.

Prestaban mucha atención a todo lo que decían las personas que se sentaban en el Banco, aprendían, absorbían la información. Cuando las tres Patas estaban juntas, el Banco dejaba de ser un banco cualquiera y se convertía en algo especial. Todo el mundo lo percibía: sentarse en aquel Banco era diferente a apoyar el culo en cualquier otro. Nadie sabía explicarlo, pero aquel Banco era diferente. Emitía una energía diferente. Y había mil bancos en la ciudad, pero no como aquel. Quizá por eso cambiaron casi todos los bancos del barrio, menos aquel.

Las Patas se sentían cada vez más cerca las unas de las otras: se conocían tanto después de tantos años juntas que sólo con mirarse ya sabían qué pensaba la otra.  Cuando alguien se acercaba sabían con exactitud cómo colocarse para ser una unión perfecta y proporcionar la comodida ideal. Cuando llovía se colocaban más juntas para evitar oxidarse. Cuando soplaba el viento se separaban para dejar hueco y oxigenarse. Todo era tan perfecto que las tres Patas fantaseaban con estar para siempre juntas.

Y entonces, de repente, una de las Patas decidió irse a vivir a Australia.



 

jueves, 14 de junio de 2012

Cosas que aprendí en una escalera

Cuando el río suena, agua lleva.


Cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo.


Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar.


Cuando marzo marzea, abril mayea.

El refranero español es, como todo el mundo sabe, una de las debilidades de mi existencia. Yo creo que junto con los Donuts de chocolate fondant y mi almohada, es de las pocas cosas por las que estoy dispuesta a hacer sacrificios. Si el refranero español dice una cosa, a misa que voy con ella. Por eso aspiro a aportar algún concepto de sabiduría que se pueda integrar en las consignas universales de nuestro folklore popular, y en eso las maestras tenemos mucha experiencia:

Cuando una cabeza veas rascar, busca piojos hasta reventar.

Niñ@ que se sube a determinada altura, brecha segura.

Lentejas y pescado, tarde de fiestón asegurado.

Examen final en el que entra todo, levantas la mano de cualquier modo.


Y la mejor de todas:

Cuando el final de curso llega por la esquina, prepárate para la que se avecina.




Y es que el mes de junio es duro. Muy duro. Infernal, practicamente. No hay descanso, ni respiro, ni consuelo.
Hace un calor infinito, la gente suda (y l@s niñ@s sudan de forma inversamente proporcional a su masa corporal, no hay quien se lo imagine, en serio), y las profes de este planeta estamos agotadas y ya no nos da fuerzas ni siquiera ver la arena de la playa ahí, a lo lejos, esperando a nuestras toallas de muñecos de los años 50 que no hemos reciclado desde que las heredamos de algún familiar porque total, vivimos en un mundo infantil que nos exime de responsabilidades estéticas.
A lo sumo tenemos la clásica toalla de microfibras de Decathlon, que en un arranque de postmodernismo nos hemos agenciado y que molan porque no abultan, pero secar, lo que se dice secar, pues no secan demasiado. No les da tiempo, son servilletas de bar, camuflan pero no absorben, y vaya por delante que Decathlon es una empresa que se me tenía que haber ocurrido a mí de tanto amor que le tengo, pero no. No cuela.

En este mes, lleno de evluaciones y de exámenes finales, una tiene que irse a sus pensamientos personales para desconectar, y todos esos pensamientos radican en un mismo hecho: hace calor, y eso implica cambiar la ropa de invierno por la de verano.

Qué infierno, oye. Sólo de coger los jerseys de lana (con sus correspondientes pelotillas) con la mano a 40º a la sombra te da sarpullidos. Y en el sentido literal, que a mí me da grima hasta tocarlos.
Vuelven a tu mano algodonosos vestidos de verano, camisetas frescas (en mi caso no, porque uso las mismas todo el año) y pantalones ligeros, que te dan unas ganas de tirarte a la piscina con ellos puestos que crees que jamás te acostumbrarás a volver a vestir con semejante ligereza. La vida parece sonreír de nuevo y el sol asoma por las montañas con los pajarillos cantando como en Heidi.

La cara chunga de todo esto (además de tener que volverse esclava de la depilación después de un invierno más relajado en ese plano) es desembalar esa ropa y comprobar a ojos vista que no sabes de qué cojones te has alimentado durante el largo invierno, pero esa falda que sostienes en tus manos mucho te temes que no te cabe ni en el brazo.

Lo peor es que lo compruebas y sí: no puedes respirar y llevar la falda al mismo tiempo. Y si las lorzas no te caben, imagínate el orgullo, que a esas alturas pugna por salir desesperado reclamando su parte y diciendo: "tú hace un año cabías aquí". En ese momento te visualizas a tí misma y piensas: "si este problema lo tengo con un pantalón cagao, imagínate con bikini, voy a parecer un fuet, o peor, una pechuga de pollo entera".

En mi caso no me dio tiempo a desembalar la ropa de verano. Me fui a poner el último pantalón de invierno y casi me ahogo al intentar abrochármelo. Cabe destacar que he conseguido, presa del hambre más infrahumana, adelgazar casi 7 kilos a lo largo del año, pero cogí la mitad otra vez durante el curso y claro, me flipé poniéndome ropa elegante que ya no me valía. Entonces decidí ponerme a planestrictoquesólomesaltolosfindesdesemana.

Después de mucho investigar en fuentes fidedignas (internet y mi madre, tampoco me volví loca), descubrí que por mucha agua que beba, por mucha proteína que coma, por mucho que me esfuerce, la única manera de perder peso es hacer ejercicio. Tan fácil de decir, tan complejo de hacer.

Yo hago mis ejercicios yóguicos durante 40 minutos diarios, pero parece que no era suficiente. Me ví la Teletienda entera y ni las máquinas de abdominales, ni el Zumba (¿qué coño es eso exactamente? ¿los vídeos de Jane Fonda remasterizados? ¿por qué esa gente, harta de dar botes y brincos, no suda ni gota? no me fío de la gente que no suda ni de la gente que no bebe, lo aviso), ni las cremas quemagrasa me convencieron.

Leyendo una revista de belleza (quién me manda, pero es una de las cosas que más me gusta hacer en la peluquería) descubrí que lo más fácil era hacer ejercicio en las tareas cotidianas. La verdad es que yo, objetivamente, no tengo tiempo sano de hacer ejercicio, y cuando digo tiempo sano quiero decir que sí, tengo tiempo desde las 9 de la noche que llego a casa hasta las 9 que entro, pero no me veo haciendo Zumba, la verdad. Pensé entonces en aceptar el único ejercicio real que podía permitirme hacer a diario: subir las escaleras de casa andando.

Para una redactora cualquiera de revista de belleza esto puede parecer moco de pavo: seguro que las muy perras viven en un bajo.

Pero yo vivo en un 7º, y aparco en el 3º sótano, lo que suma 10 elegantes pisos a subir y bajar las veces que sea necesario para llevar tu vida. El primer día me lancé como una loca, pero a los 15 días que llevo estoy a caballo entre la depresión, el suicidio colectivo o la muerte por agujetas. Todo muy motivador, sí.

Sin embargo, subir por las escaleras es toda una experiencia. Da tiempo a pensar, en serio, a conocerse, a escucharse y a sentirse. Y da mucho tiempo a aprender cosas, todo espacio es susceptible de ser digno de aprendizajes. He aquí el decálogo de cosas que he aprendido subiendo las escaleras, en mi edificio y en los edificios ajenos:

1.- Jamás, y digo JAMÁS, subas por las escaleras nada más fumarte un cigarro. Te arrepentirás cada segundo antes de morir ahogad@.

2.- La mayoría de los tramos de escaleras oscilan entre los 15 y los 17 escalones. Eso quiere deicr que como te olvides las llaves, el cuaderno, un boli o los cleenex, tendrás que volver a subir y bajar los correspondientes escalones. Moraleja: revisa el bolso siempre antes de salir.

3.- Las luces de los descansillos instaladas con ahorro de consumo duran de 10 a 12 segundos encendidas (antes de que tengas que pararte en el descansillo a encenderlas y te acuerdes de la madre del instalador de la luz). Cada luz suele alumbrar a dos o tres pisos a la vez, es decir, como máximo tienes que parar cada tres pisos para dar la luz. Todo sea por el medio ambiente y por nuestros bolsillos.

4.- La gente en España empieza a hacer la cena a las 7 de la tarde. A esa hora los descansillos son todo un placer para los sentidos, especialmente para uno. Además, se nota en qué pisos viven familias con bebés que calientan potitos todo el tiempo y en qué pisos vive gente mayor y cena tortilla francesa día sí día también.

5.- La mayoría de las mangueras para incendios están en los tramos de escaleras. Si el tramo tiene dos partes, suele estar a la mitad. Cualquiera lo sabe, si hay un incendio están muy a mano, sí.

6.- Escuchamos la tele muy alto. Altísimo. Extremadamente alto. Con tanto volumen, nos vamos a quedar sord@s. Y vemos cada mierda que ni me detengo más en este punto.

7.- De cada tres pisos, un vecino o vecina toca algún instrumento. De cada tres que tocan un instrumento, dos desafinan. El o la que no desafina sólo toca canciones de amor trasnochadas.

8.- Jamás te cruzas a nadie por las escaleras. La probabilidad de cruzarte a alguien en el ascensor es de 2 de cada 3 veces que te montas. Ni Rita va por las escaleras, lo cual da una paz y una intimidad importantes.

9.- El corazón aumenta su velocidad al doble a partir del cuarto piso que subes andando, al menos en mi caso. A partir del 6º avisa de muerte, y hacia el 8º llega a su límite y lanza bengalas.

10.- Querer es poder. Al principio todo cuesta un infierno, luego sólo cuesta como una hipoteca, luego como aguantar un pesado en un garito y luego como la vida misma. Si inviertes ese tiempo en cantar una canción guay, en repasar un tema que tienes que estudiar, en mandar un sms (esto ya para nivel avanzado, te puedes hostiar al principio) o en decirte lo maravillos@ que eres, se te pasa volando.

10+1.- Bonus track. Te ahorras conversaciones vacías sobre el tiempo o la crisis. No esperas al ascensor. No te miras en el espejo y piensas "qué horror, qué cara llevo". No te puedes quedar encerrada. Eres libre.



Por ahora he adelgazado 4 kilos y he ganado una carga de autoestima importante. Me cierran los pantalones. Conozco a tod@s mis vecin@s, les he escuchado tocar el piano y sé quién cena fritanga y quién cena verduras. El corazón sólo me da toques de atención, pero no se me sale por la boca. Sé donde están todas las mangueras de incendio. Me canto una canción (mental) todos los días.

Soy maravillosa.

Y tú, también.


Cuántas cosas perdidas por estar encerrada en un ascensor. Cuántas por esperar a que llegue, cuando puedo elegir subir como y cuando quiera. Cuántas por esperar, a secas, a que l@s demás decidan cuándo subes y bajas, cuándo hablar y cuándo callar, cuándo salir y cuándo entrar, dónde parar y hacia dónde seguir.

A todo hay que sacarle partes positivas.

Qué bonita sería la vida (y ya lo decía Buero Vallejo) si todo transcurriera, siempre y con su dinámica, en los tramos de una escalera...




lunes, 19 de marzo de 2012

El día O

Los días avanzan impasibles y poco a poco nos acercamos peligrosa (y milagrosa) mente al que llamaremos el día O, de Oposición, de Oral y de Ohdiosmíoquieroqueestotermineyayrecuperarmivida. Concretamente el día O es mañana. Sí que ha pasado el tiempo echando leches.

El día de un examen oral es una experiencia que todo el mundo debería pasar al menos una vez en la vida. Lo único que se le puede acercar medianamente es la espera de una cola de una atracción en un parque de atracciones, donde se escuchan gritos y golpes, algunas personas salen partiéndose el culo y otras llorando, algunas se hacen fotos y otras tienen ataques de ansiedad, y tú estás ahí, en una cola en la que te has metido voluntariamente, de la que ahora te irías pensando "qué necesidad tengo yo", pero de la que al final no te marchas porque quieres vivir la experiencia. Imagínate si además, para montarte, te hubieran obligado a estudiarte todo el manual de funcionamiento del Top Spin. Pues eso.

Yo soy partidaria de, desde el día antes del día O, no estudiar ni hacer nada que tenga que ver con la oposición. Bastante tensión se acumula ya en esa sala, donde 5 personas aparentemente normales te observan minuciosamente. Y digo aparentemente porque en mi última experiencia opositora, allá por 2009, un miembro del tribunal se salió a por un café, otro a hablar por teléfono y todo ello informando en voz alta de su proceder (¡ME VOY A POR UN CAFELITO!) mientras yo exponía y mi yugular amenazaba con petar y liar la de Tarantino. Encantador todo.

Y del momento de "la encerrona" no hablo: es una hora (minuto a minuto y segundo a segundo) en la que te encierran en una clase en la soledad más absoluta para "preparar el tema". Pero ¿quién va con los temas sin estudiar? Y quien va en blanco, ¿para qué perder una hora en algo que no tiene sentido? Yo me lo llevo todo aprendido de casa, y como en ese momento no puedo memorizar nada, me dedico a mirar por la ventana, escuchar música y bailar para relajar el cuerpo (hace tres años, cuando entraron a buscarme para ir al examen, me pillaron intentando seguir un ritmo de claqué con resultados poco certeros).

En fin, mañana es el día O. El final de un largo, tedioso y en ocasiones doloroso camino que recorro cada dos o tres años (Esperanza Aguirre mediante) para aspirar a algo más en la vida.

Lo peor es que luego, cuando acaba, se echa un poco de menos. Síndrome es Estocolmo lo llaman.

Pero ahora no hay que pensar en qué pasará, sino desearme suerte y... que gane la mejor.

miércoles, 4 de enero de 2012

El año del 3

El año 2012 ha empezado, y lo ha hecho bien. O quizá lo que terminó bien fue el 2011, no lo tengo del todo claro. Por fin queda atrás un año de autoconocimiento, de reflexión y de experiencias, y ya se sabe lo que pasa con los experimentos, que a veces salen muy bien y otras veces salen sólo regular.

Anoche, en el insomnio que provocan las mariposillas de estómago, escuchaba a Esperanza Gracia hablar de lo que va a ser este año. Esperanza Gracia es una señora que te da el horóscopo por la tele varias veces al día, que tiene líneas de llamadas, mensajes, videoconferencia, contestador y aplicación propia para Iphone pero que es incapaz de grabar un programa nuevo todos los días, así que varias veces a la semana da el mismo horóscopo. Esto puede ser un problemón, porque un lunes te dice que arriesgues del todo en los juegos de azar, tú apuestas los ahorros de una vida y luego el martes te vuelve a decir lo mismo porque el programa es repetido, y claro, ya no sabes si el día era el lunes o el martes y si algún día recuperarás aquel fondo que hiciste cuando dejaste de fumar con la esperanza de viajar al Caribe y surcar en un barco sus aguas cristalinas y que ahora te has gastado jugando a las 7 y media.

El futuro es peligroso cuando intentamos modificarlo desde el presente.

La cuestión es que Esperanza Gracia dijo una sarta de cosas que no voy a reproducir (pero os advierto que la lotería del Niño nos va a tocar a l@s Virgo, Capricornios y Géminis, por si queréis compraros un décimo. Luego no digáis que no avisé.) y que seguramente tengan tantas interpretaciones como personas poblamos la Tierra, pero sí dijo una interesante que ya nos había contado Cris en la última clase de yoga del año: según la numerología tántrica, el año 2012 es el año del regalo del 3, la Mente Positiva (1+2).

La Mente Positiva, porque es, como decía, algo así como el regalo que nos trae este año. Podría parecer tan sencillo como decir que "mente positiva" significa "don´t worry, be happy" pero no lo es. Esto es lo que significa el regalo que nos trae el 2012 para los seres humanos:

  • El 3 en regalo es muy positivo.
  •  Aman a su prójimo. 
  • Ven  a la Humanidad como un todo. 
  • No importa lo que pase, ellos siempre mantendrán una actitud mental positiva. 
  • Su actitud  es de seguir adelante, pase lo que pase. 
  • Podrán escuchar y ayudar al ser más negativo, sin que esto los influya.

La verdad es que como regalo no está nada mal. El 3 es un número numerológicamente (valga la redundancia)hablando muy positivo que a mí me sugiere varias cosas: superación, confianza, valor. No importa lo que nos venga (que va a ser fino filipino) ni lo que ocurra si confiamos y vamos como en Fuenteovejuna, tod@s a una. El otro día veía en la tele a una periodista que le preguntaba al Dalai Lama cuál era su consejo para este año nuevo. El hombre dijo algo que me pareció maravilloso:

"Aunque vengan malos tiempos, tenemos que unirnos y hacer que los luchadores nos convirtamos en imprescindibles".


Con esa máxima empiezo este año y os animo a uniros. El desasosiego ya está aquí, así que ¿por qué no hacerle frente? El año 2012 viene con un regalo maravilloso de unión, amor y algodones de azúcar por todas partes. Es tiempo se secarse las lágrimas, sorberse los mocos y seguir construyendo el mundo que queremos tener.


Voy a escribirle un mensaje a Esperanza Gracia, a ver qué opina ella de todo ésto.

lunes, 24 de enero de 2011

Épocas

Hay épocas en la vida que si no existiesen pues oye, que no pasaría nada.

Hay etapas que hay que vivir pero que son como un día malo multiplicado por mil, porque son mil los días (o eso parece) en que cuesta levantarse, acostarse, comer, relacionarse y hasta lavarse los dientes.

Hay momentos en los que molesta el sol, y la lluvia, y el viento, y tener planes (qué pereza), y no tenerlos (QUÉ PEREZA) y casi cualquier cosa que tenga que ver con seguir viviendo.
El trabajo se hace pesado, las personas se te atragantan, las noticias del telediario son más horribles de lo habitual y el libro que te estás leyendo es un suplicio.
Estar en casa es aburrido, salir a la calle es agobiante, escuchar música es deprimente y casi cualquier película, sea del género que sea, te hace deshacerte en lágrimas.

Hay épocas en la vida que si no existiensen pues oye, que no pasaría nada.

Y de repente suena un "clic" y todo parece tomar forma, levantarse es una oportunidad, acostarse es un regalo, comer es un placer, relacionarse es un premio y lavarse los dientes refresca la boca.

Y cuando hace sol apetece que de en la cara para sentir que se acerca el buen tiempo, y cuando llueve es una buena oportunidad para saltar en los charcos, o ver una peli en casa en el sofá, con mantita, o que se te limpie el coche por encima indirectamente.

Tener planes es un lujo, no tenerlos es un descanso, el trabajo te aporta beneficios (aunque en algunos sólo sea en el plano económico), las personas son compañía, las noticias provocan risa, y el libro que estbas leyendo se pone interesante.

Estar en casa reconforta, salir a la calle da vidilla, escuchar música es terapéutico y casi cualquier película, sea del género que sea, te hace pasar un rato cuanto menos agradable y entretenido (unas más que otras).




Hay épocas en la vida que, por suerte, EXISTEN.