Los días avanzan impasibles y poco a poco nos acercamos peligrosa (y milagrosa) mente al que llamaremos el día O, de Oposición, de Oral y de Ohdiosmíoquieroqueestotermineyayrecuperarmivida. Concretamente el día O es mañana. Sí que ha pasado el tiempo echando leches.
El día de un examen oral es una experiencia que todo el mundo debería pasar al menos una vez en la vida. Lo único que se le puede acercar medianamente es la espera de una cola de una atracción en un parque de atracciones, donde se escuchan gritos y golpes, algunas personas salen partiéndose el culo y otras llorando, algunas se hacen fotos y otras tienen ataques de ansiedad, y tú estás ahí, en una cola en la que te has metido voluntariamente, de la que ahora te irías pensando "qué necesidad tengo yo", pero de la que al final no te marchas porque quieres vivir la experiencia. Imagínate si además, para montarte, te hubieran obligado a estudiarte todo el manual de funcionamiento del Top Spin. Pues eso.
Yo soy partidaria de, desde el día antes del día O, no estudiar ni hacer nada que tenga que ver con la oposición. Bastante tensión se acumula ya en esa sala, donde 5 personas aparentemente normales te observan minuciosamente. Y digo aparentemente porque en mi última experiencia opositora, allá por 2009, un miembro del tribunal se salió a por un café, otro a hablar por teléfono y todo ello informando en voz alta de su proceder (¡ME VOY A POR UN CAFELITO!) mientras yo exponía y mi yugular amenazaba con petar y liar la de Tarantino. Encantador todo.
Y del momento de "la encerrona" no hablo: es una hora (minuto a minuto y segundo a segundo) en la que te encierran en una clase en la soledad más absoluta para "preparar el tema". Pero ¿quién va con los temas sin estudiar? Y quien va en blanco, ¿para qué perder una hora en algo que no tiene sentido? Yo me lo llevo todo aprendido de casa, y como en ese momento no puedo memorizar nada, me dedico a mirar por la ventana, escuchar música y bailar para relajar el cuerpo (hace tres años, cuando entraron a buscarme para ir al examen, me pillaron intentando seguir un ritmo de claqué con resultados poco certeros).
En fin, mañana es el día O. El final de un largo, tedioso y en ocasiones doloroso camino que recorro cada dos o tres años (Esperanza Aguirre mediante) para aspirar a algo más en la vida.
Lo peor es que luego, cuando acaba, se echa un poco de menos. Síndrome es Estocolmo lo llaman.
Pero ahora no hay que pensar en qué pasará, sino desearme suerte y... que gane la mejor.
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