"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




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jueves, 11 de abril de 2013

A las personas no les preocupan los árboles

Mi gran amiga (y hermanadenosangre) María me lleva reclamando unos días:

- ¿Para cuándo un Cuentos Chinos?

Y yo venga a decir que sí, que sí, pero el hecho de llevar unos días desaparecida tiene su sentido: mi blog perdió accidentalmente su anonimato y parte de mi familia lo descubrió.

Nótese que yo a mi familia la amo con la fuerza de los mares, con el ímpetu del viento, en la distancia, en el tiempo, con mi alma y con mi carne, pero igual que no me llevo a mi madre de copas un viernes por la noche, hay según qué historias escritas aquí que me encanta que lean mis primas, mi hermana y mis amigas, pero que si se las puedo ahorrar a mis tíos o a mi abuela pues oye, eso que me llevo.

Y es que para mí éste blog es un reducto de paz, un tubo de escape, una ventana al mundo de ida y vuelta en la que a veces me vuelco y ni siquiera me doy cuenta. Por eso me bloqueé un poco cuando supe que mi familia lo había descubierto y me acojonó sutilmente verme tan expuesta sin necesidad.

No voy a contar las impresiones que he recibido del blog (que han sido maravillosas, por otro lado) por su parte, pero he pasado unos días dejando las aguas calmarse para retomar ahora con energía renovada.

Aquí debería empezar el post.

Hoy, en clase, una de mis alumnas me ha hecho la siguiente pregunta:

Alumna - Profe, ¿los coches tienen vida?
Yo- ¡No!
A- ¿Y los árboles?
Y- Los árboles sí, son seres vivos, como las flores y los animales, y como los seres humanos.
A- Entonces, si los árboles tienen vida y los coches no, ¿cómo es que la gente se preocupa mucho más de cuidar los coches que de cuidar los árboles?


Y me ha dejado seca, claro, porque de cuando en cuando los niños y las niñas hacen preguntas que te dejan sin respuesta, porque realmente no la tienen. A mí éstas son las preguntas que me preocupan, porque no sé contestarlas. Las clásicas de "¿De dónde vienen los niños?", "¿Existen los Reyes?" y demás son fáciles, tenemos la respuesta, son como el quesito verde del Trivial, que a priori puede parecer complejísimo pero luego es el más fácil. Sin embargo las preguntas como la de mi alumna son el quesito rosa, que tú ves "Cine y espectáculos" y dices "Bueno, éstas me las sé todas", y luego descubres que son enrevesadísimas y que jamás habrás visto suficiente cine como para contestarlas correctamente.

A mí hace ya tiempo que me preocupan mucho más las personas que los coches; los coches, para ser exacta, me importan una mierda, en parte porque no entiendo nada de su mecanismo (ni me interesa, aprobé el carnet a la cuarta y desde ahí lo único que me preocupa es moverme de lado a lado, encontrar hueco para aparcar y que funcione la radio) y en parte porque no he sido yo muy de máquinas.
Cuando tenía unos 12 años me regalaron una Game Boy y mi madre me la dio y me dijo muy seria:

- Como te enganches va la consola por la ventana.

Todavía está esperando que juegue más de cuatro veces la mujer.
 Y es que el ser humano es tan increíble que, desde que era pequeña, no he podido nunca estar pendiente de las máquinas.

Las personas, en cierto modo, somos similares a los árboles que le preocupan a mi alumna. Somos todos una misma esencia, y sin embargo la plasmamos de maneras muy distintas.
Casi todos los árboles comunes tienen raíces, tronco, ramas, hojas, y sin embargo no hay dos raíces iguales, dos troncos iguales, dos hojas iguales. Es un gran ejercicio recoger hojas (a l@s profes nos arregla dos meses del otoño entre murales y siluetas de plástica) y observar que cada hoja tiene una forma diferente, un tamaño diferente, un color distinto, un tacto particular. Como el ser humano.

Las raíces, algunas tan grandes, otras pequeñitas, algunas sobresalen por fuera de la tierra, otras permanecen eternamente bajo ella, buscando incansables alimento y agua para sobrevivir. Así son también las personas, que en su camino incansable van generando anclajes, algunos fuertes, otros más débiles, algunos visibles para el mundo, otros secretos, y siempre buscando nutrirse, sostenerse, sobrevivir.

Los troncos, unos leñosos, otros suaves, tan recios, tan flexibles a la vez, tan completos que imponen. Llaman tanto la atención que han sido durante décadas el lugar preferido de las parejas enamoradas para escribir sus iniciales y fechas y corazones y otras horteradas, sin darse cuenta en su ejercicio de que para plasmar su amor están hiriendo a otro ser vivo. Claro que el amor humano, muchas veces, es así también, consolidado a costa de las heridas ajenas.

Las ramas, delgadas pero fuertes, son los brazos del árbol, aspirando siempre a tocar el cielo, distribuídas para recoger lo mejor del sol, lo mejor de la lluvia, lo mejor del viento, en su justa medida siempre, para contribuír al crecimiento, sosteniendo las hojas, cobijando la sombra. El ser humano, ciertamente, aspira a llegar alto, muy alto, a veces hasta tocar al dios en el que cree, otras veces hasta tocar el infinito en el que también cree, y siempre intentando saber qué es lo mejor del viento, del sol, de la lluvia (traducido a nuestro mundo poca gente busca lo mejor del sol, pero busca lo mejor de un trabajo, de una pareja, de un amigo, de una hermana) para poder cogerlo y no soltarlo nunca, y utilizarlo para crecer y expandirse.


Lo maravilloso de los árboles es verlos en conjunto, en un bosque, confundiéndose y fundiéndose unos con otros para formar una alfombra de miles de colores, para dar sombra, para dar frescor, pero qué bonito es también ese árbol que se erige en la soledad, llenándolo todo, majestuoso, sin otra compañía que la suya propia. Ese árbol solitario luce sin necesidad de adornos ni arreglos. Ese árbol es maravilloso porque es él, sin más.

Así, también, es el ser humano.

Mi alumna no está lejos de la realidad: a la gente no le interesan los árboles. Siguiendo la estela de mi reflexión, es tan triste como que a la gente cada vez le interesan menos las personas, como le interesan poco los árboles, el sol, la lluvia y el viento. Y sin embargo se olvidan de que lo importante, como decía mi alumna, es apostar por la vida. Las máquinas, al final, son energía invertida que nunca vuelve.

Los árboles, como todo en la naturaleza, pasan por fases: crecen, se lucen, enferman, se caen sus hojas, tiemblan, se recuperan, mueren, renacen de su propia muerte, dejan poso en el suelo. Sin símiles: como el ser humano.

Me apasiona la vida (la de los árboles y la humana) porque es una alternancia de estaciones que no para jamás. Lo bueno es que, como en la naturaleza, tenemos una certeza: después de una estación viene la siguiente. Las flores terminan por salir, antes o después.

Jamás se ha dado en la naturaleza un año sin primavera.















Nota: Éste post va dedicado a María, por su compañía, por su insistencia, por hacerme sentir que merece la pena seguir volcándome aquí, aún a costa de que la gente me descubra. Gracias por ser el árbol que da sombra a muchos de nuestros momentos... Este post, sin ser premeditado, ha sido alumbrado íntegramente pensando en tí.



viernes, 15 de marzo de 2013

Diez consejos infalibles para que tu hij@ salga en Supernanny

(NOTA: Tregua a los posts dramáticos. En breve volveré a incorporarlos, disculpen las molestias).

El otro día me preguntaba la madre de una de mis alumnas que si los chavales y chavalas que salen en Hermano mayor eran así de verdad o si estaban actuando. Para quien no lo sepa, Hermano mayor es un programa de televisión (cómo no) que emiten en una cadena a la que no le hago propaganda y menos gratis, no por nada, sino porque yo no soy sponsor, soy maestra, y bastante tengo con lo que no tengo.

En ese programa, un ex jugador español de waterpolo mal avenido en los 80 por las malas compañías, los malos consejos y las buenas drogas (que se rehabilitó para deleite de su madre y de la prensa), se dedica a meter en vereda a adolescentes de todo tipo que tienen en común un aparente hijoputismo destacable. Su predecesora es mi adorada Supernanny, esa psicóloga que es la Ramos-Paul y que al margen de lo bien o mal que caiga me parece una tía que aguanta con bastante entereza las situaciones que le provocan en su programa (que también se emite en abierto) para disfrute del resto de madres y padres del mundo, que se vanaglorian desde sus sofás de que sus pequeñuelos/as no hayan salido tan gentuza como los de la tele.

El caso es que en Hermano mayor salen unos ejemplares de padreymuyseñormío. Adolescentes con caracteres agresivos, posesivos, violentos, manipuladores, egoístas y aparentemente malvados que ponen en jaque a abuelas y madres (y algunos padres) a cada minuto de sus vidas.
A mucha gente se le pasa por la cabeza ese bofetón que sus progenitores/as le dieron en su día y creen que de aplicarse a cada protagonista de Hermano mayor no hubiera existido nunca Hermano mayor: craso error, porque la teoría de "un bofetón a tiempo resuelve cualquier problema" es tan real como la de "no te bañes mientras tienes la regla que se te corta".
Otra gente piensa que el bofetón habría que habérselo dado a las madres, padres y abuelas (casi nunca ha salido un abuelo) que tutorizan a el/la adolescente insoportable. Otro error, la teoría "esa familia tiene toda la culpita de que su criatura eche espumarajos por la boca" es tan generalizable como la de "todas las rubias son tontas".

El caso es que entre estereotipos y prejuicios echa la familia media española enfrente del televisor la tarde del viernes, o del sábado, o del domingo, depende de si lo ve en directo o está viendo la reposición.

Lo que a mí más me llama la atención es la mera existencia del programa en sí, tanto de Hermano mayor como de Supernanny. A las madres y padres les mete tantas ideas en la cabeza esta sociedad española tan nuestra y tan nacida de la posguerra, gestada en la dictadura y envejecida en la democracia, que parece que no hay directrices con las que educar. El mundo nos vende que es más fácil tener en tu casa a un miniBárcenas que a una miniGhandi, y lo peor, puest@s a elegir estoy segura de que decenas de familias prefieren un hijo que lleve dinero a casa, aunque no sea suyo, a una hija metida en conflicto día sí día también por defender los derechos ajenos y propios.
El problema es que entre que nace y que llega con los sobres se te ha convertido en un hijoputa y claro, a llamar a Supernanny y a Hermano mayor y a preguntarse: "¿Pero qué hicimos mal, dinos Hermano mayor? Supernanny, ¿dónde nos equivocamos?". "En la concepción", diría yo a más de un@.

Yo no sé si las criaturas que salen en estos programas actúan o no, si exageran o son así, si lo guionizan o dejan que surja. Sin embargo  he aquí, desde mi experiencia, 10 consejos para que vuestros hijos e hijas sean protagonistas de estos programas que nos muestran las consecuencias potenciales de la educación en los cánones del siglo XXI, al menos según mi visión. No digáis que no avisé.

Diez consejos infalibles para que tu hij@ salga en Supernanny

1.- A poder ser, ten un hijo o una hija aunque no estés preparad@, no tengas los medios adecuados para su cuidado y mantenimiento o estés en crisis con tu pareja. En España está muy mal visto interrumpir un embarazo, si eso mira en Londres, pero vamos, que en esta lista de consejos se te recomienda que lo tengas.

2.- Cuando nazca, durante las primeras semanas, asume que tu hijo o hija es todo lo que hay en tu vida; recuerda que lo contrario es de ser egoísta, gentuza y mala madre o mal padre. Olvídate de tu relación de pareja, de tus amigos y amigas, de tu familia y de tí. Así, cuando no tengas vida, tendrás algo que echarle en cara.

3.- Olvídate de darle el pecho, de cogerte permiso por maternidad y/o paternidad y de cogerle en brazos. Está claro que eso hace a los bebés vulnerables, dependientes y en general flojuchos. Mano firme en los primeros meses, reprime tus ganas de comerte a besos a tu criatura.

4.- Prohíbele ser niño/a: que no corra por si se tropieza, que no pinte por si se mancha, que no beba por si se atraganta, que no toque un animal por si se contagia de vete a saber qué enfermedades, que no juegue con otros/as niños/as por si le pegan y en fin, que no TODO. Ya sabemos que, a diferencia del resto de niños/as del mundo, tu criatura es de cristal de Bohemia.

5.- Cuando tu hijo/a sea completamente dependiente y no sepa ni respirar sin tu ayuda, estarás hasta el mismísimo de ir detrás de él/ella (el punto anterior es muy costoso). En ese momento métele en casa durante todo el día y ahí sí, déjale que haga lo que le venga en gana. A poder ser, sin supervisión de nadie.

6.- Ponle la tele en su tiempo libre desde el minuto uno hasta el día en que cumpla 16 años, le dejen entrar en discotecas y ya no tenga tiempo libre en casa. En la tele se aprende mucho. Los libros ya que se los hagan leer en el colegio, que para eso pagas.

7.- Cómprale muchas consolas, ordenadores y acuérdate de que tenga su primer móvil antes de tener su primer diente. JUGAR con otros seres humanos está demodé.

8.- Dale siempre la razón, piensa y actúa por él/ella, no le hagas pensar de forma autónoma, ni reflexionar, ni tomar decisiones. Hazlo tú por él/ella y luego utiliza ésto en su contra ("¿por qué has hecho eso?"). Recuerda el punto 4: es de cristal.

9.- Cuando crezca, procura que tenga el día súper ocupado: mándale a un colegio de mucho prestigio en el que le fundan a deberes y le hagan pensar que es imbécil (y a tí también: échaselo en cara). Cuando acabe las clases apúntale a más clases de tenis, inglés nativo, flauta travesera, esgrima, apoyo de matemáticas, lengua, iniciación al chino mandarín y claquet. Que llegue a casa con el tiempo justo de hacer sus miles de deberes y morir, así ni da guerra, ni tenéis que hablar ni nada.

10.- Y por último, por encima de todo, jamás le digas cómo te sientes. Tampoco lo compartas con tu pareja: todo eso es de gente floja. No menciones a tu hij@ que le quieres, que confías en él/ella y que es un ser maravilloso: eso que se lo cuente Supernanny cuando llegue.


Sigue mis consejos al pie de la letra y habrás criado una criatura maravillosa, totalmente adaptada para vivir en el siglo XXI y darte grandes alegrías cuando sea mayor. En menos de cinco años desde su nacimiento tienes a Supernanny paseando por tu salón con el cuadernito de notas en la mano. Vas a ser la envidia del vecindario, lo importante es salir en la tele, qué más da para qué.

Eso sí, recuerda: no críes demasiados, o nuestra sociedad se llenará de gente vacía y sin inquietudes tan absorbida por la televisión y los bienes materiales que no sea capaz siquiera de relacionarse en familia.

Y si no estás de acuerdo, hazlo aunque sea por no saturar los recursos. Recuerda que Supernanny, como madre, no hay más que una.



viernes, 15 de abril de 2011

El Parque

Hoy es un día especial, un día maravilloso, un día formidable. Hoy empiezan mis vacaciones de Semana Santa.

Odio los estereotipos que se asocian a l@s maestr@s: que si tenemos un horario maravilloso, que si nos pasamos el día pintando y coloreando, que si tenemos las mejores vacaciones. Los odio porque no son ciertos: tenemos un horario de 8 horas diarias, como el resto de las personas (de hecho mucha gente tiene un horario mucho mejor que el nuestro), madrugamos como todo el mundo y no podemos salir nunca jamás antes de la hora. En cuanto a lo de pintar y colorear ni siquiera hay espacio en mil posts para explicar todo lo que hacemos con los niños y niñas.

Lo de las vacaciones, sin embargo, tengo que admitirlo. En verano cada vez tenemos menos, de hecho yo nunca he tenido más de un mes (porque como el sueldo es tan triste suelo currar en campamentos y escuelas de verano), pero durante el año tenemos más días que el resto de la gente y esto es una maravilla. En Semana Santa tengo ni más ni menos que 11 días de los que pienso aprovechar cada uno de los minutos.

Hoy era como decía el primer día de vacaciones, y por eso le propuse a R. que nos fuésemos al campo a tomar el sol y a pasear, pero dado que anoche estábamos al borde de la muerte por agotamiento, hemos decidido posponer el viaje y dar el paseo y tomar el sol por su urbanización, a las afueras de Madrid.

A la Caravana Paseante se ha unido parte de su familia, porque hacía un día como para salir, y entre ellas venía su sobrina, una niña de un año más o menos que es tan espectacularmete bonita que la paran por la calle. Es la clásica niña de anuncio pero con una sonrisa y una simpatía que la verdad, enamoran. Íbamos paseando y la niña iba gorjeando (verbo que adoro) en el carrito.

En un momento dado del camino nos hemos encontrado un parque infantil, esas zonas que el Ayuntamiento habilita para que las criaturas se desfoguen en columpios altamente peligrosos mientras sus madres, padres y/o niñeras charlan por los codos sentados en un banco. El parque era una explanada a pleno sol sin un triste banco y sin un triste árbol, y hacía tanto calor que si la niña hubiera sufrido de repente una combustión espontánea, no me hubiera extrañado en absoluto. Cosas más raras se han visto.

No sé quién diseña los parques infantiles, pero es alguien que claramente se abstiene de visitarlos. Es una pena, porque mi infancia ha transcurrido casi íntegramente en un parque y gracias a ello soy la persona que soy hoy en día.

Al lado de mi casa estaba El Parque. Lo llamábamos así porque en muchos kilómetros a la redonda no había otro, así que no había manera de confundirlo.

El Parque tenía dos estrellas del firmamento en sus filas: El Castillo y El Tobogán.

El Castillo era un artilugio de madera gigante con forma de todo menos de castillo, pero como tenía una especie de caseta en un torreón, no se nos ocurrió que hubiese una construcción más parecida que la almena de un castillo, y de ahí su nombre.
El Castillo ofrecía espacios para disfrutar de cualquier etapa de la infancia y la adolescencia. Por un lado, tenía un puente colgante desde el que al menos un niño o niña de cada edificio de la zona se ha precipitado alguna vez por asomarse demasiado. Lejos de darnos miedo, nos parecía cada vez más emocionante cruzarlo, y quien sobrevivía a la caída era tenido por héroe de guerra sin discusión. Era el lugar perfecto para los primeros años de infancia.

Después tenía unas escaleras infernales por lo empinadas que eran y que comunicaban con todas las zonas del Castillo. Era un reto recorrerlo entero pasando por las escaleras y sin tocar el suelo, que en nuestros juegos solía ser un mar embravecido lleno de tiburones. Se preguntará el lector o lectora avispado que cómo podíamos jugar a vivir en un castillo en medio del mar. Lo mismo se preguntaban en Peñíscola y ahí les tienes.

Finalmente tenía la famosa caseta del torreón, que por estar alta y techada nos protegía de las miradas indiscretas. Este espacio era perfecto para ese primer cigarro de la adolescencia, las tomas de contacto con el sexo opuesto y las conversaciones que no debían de oír los adultos.

Como colofón final había un tobogán enorme que daba miedo y hacía desconfiar de la supervivencia a pequeños y mayores por igual. Las barandillas de madera no eran el mejor espacio para agarrarse durante la bajada si no querías morir como Jesucristo, con tus manos atravesadas por un clavo y decoradas con astillas infernales. Si te lanzabas no había vuelta atrás, era vivir o morir. La bajada final estaba perfectamente acondicionada con piedras enormes para que, al bajar, te destrozases el culo contra ellas. Eso te hacía una persona con mayor tolerancia al dolor pero también con más moratones. Es por ello que no era la opción más acertada para tirarse, y de ahí que prefiriésemos El Tobogán.

El Tobogán era un tobogán rojo, normal y corriente, pero con un diseño aerodinámico y una perfección estructural tales que jamás nadie tuvo miedo de tirarse por él. Podías tirarte de culo, de boca, de lado, de dos en dos, en fila india, de pie e incluso con los ojos vendados, que la caída era siempre perfecta. Cogías cierta velocidad por el camino pero frenabas suavemente por la misma incercia casi al llegar al final, para terminar de caer como cae una pluma mecida por el viento. Me he pasado horas y horas tirándome una y otra vez por El Tobogán sin cansarme jamás, supongo que tenía el mismo efecto que las pipas, que nunca sabes cuando has tenido suficiente, siempre hay cabida para una más.

También había otros columpios aceptables, el balancín y las ruedas, pero eran columpios perecederos, porque su uso se restringía cuando crecías un poco y se te ensanchaba el culo. Sin embargo, éramos muy felices en El Parque, y cuando dejaron de interesarnos los columpios, seguimos visitándolo frecuentemente para charlar, pasear al perro (yo nunca he tenido perro, pero he paseado a los de mis colegas como si fuesen los míos) o simplemente para pasar un rato allí.

Por eso me apenan tanto los actuales parques infantiles, que no tienen bancos ni sombras (o tienen pocos), ni Castillo, ni Tobogán, pero sin embargo tienen una verja o valla que los delimita y que no permite que los niños y niñas corran libremente ni que sus madres o padres puedan jugar con ellos.

Voy a escribir una reclamación al Ayuntamiento para que cuiden y mejoren las zonas infantiles, aunque lo malo es que con los políticos pasa como con el tobogán del Castillo: que dan miedo y hacen desconfiar por igual a niños y mayores.


miércoles, 9 de febrero de 2011

Mis cejas de leopardo

En todo momento de la vida de alguien hay episodios lamentables, ridículos apoteósicos y meteduras de pata espectaculares que hacen las delicias de mayores y pequeños en las sobremesas de los domingos o en los postres de las reuniones familiares.

En mi vida ha habido grandes momentos de los que son dignos de entrar en esa clasificación, uno de ellos ya te lo conté en el post "Cómo ir a la nieve (y no morir en el intento)" (si quieres volver a leerlo, pincha aquí) y hay otros miles, como cuando hicimos botellón a los 14 años al lado de un coche y de repente arrancó, dió las luces, me cegó, y eran mis padres, o aquel momento en el que eché un duelo intenso con el quesero de mi pueblo a ver quién se sabía más letras de coplas, le gané y se enfadó tanto como para no venderme el queso que le estaba comprando, o ese momentazo en el que al ver una foto en casa de mi prima le dije "¿quién es esa hortera con el pelo rojo?" y me contestó "mi suegra" con cara de circunstancias, porque su novio (e hijo de la susodicha) estaba detrás. Son los tres primeros que me vienen a la cabeza, pero hay miles.

Hoy me estaba acordando de uno de los grandes momentos estelares de mi vida, que mi hermana llama "cejas+andina" y yo llamo "mis cejas de leopardo". En tu honor, Litel, va el remember de aquel momento.

Tenía yo unos 12 años, más o menos. Hoy en día, con 12 años te has fumado ya un par de porros y acabas de dejar a tu cuarta pareja formal, pero a mis 12 años yo me acababa de pedir el último muñeco que me pediría jamás a los Reyes, y era bastante feliz, aunque ya suspendía matemáticas.

Mis padres habían salido a cenar por ahí y me habían dejado a cargo de mi hermana de 7 años, que era bastante odiosa en aquella época y me las hacía pasar bastante canutas. Ahora que reflexiono, me extraña que me dejasen sola con semejante monstruo, pero en mis recuerdos de aquella noche no aparece nadie adulto, y si así hubiese sido seguramente esta historia jamás hubiera acontecido y yo ahora estaría hablando del Euríbor o cualquier tema relativo que me apasiona enormemente.

Mi hermana se había acostado y yo estaba dormitando en el sofá, cuando ya pasadas las 12 me desperté y medio a tientas me fui al baño a hacer pis antes de meterme definitivamente en la cama.

El baño de mis padres, que me pillaba fenomenal porque está enfrente de mi habitación, tiene un peligro, y es que el váter está enfrente de un espejo, por lo que una puede pasar las horas muertas mirándose en el espejo embobada, no por espectacular, sino porque mirarse al espejo de cerca es un entretenimiento gratuito que cubre facilmente un par de horas tontas de ocio sin utilizar. Siempre te encuentras un pelito, un granito o sabe dios qué, pero siempre hay algo que te entretiene un rato más que suficiente.

Mientras miccionaba, me miraba al espejo medio adormilada cuando decidí abiertamente que mis cejas eran demasiado anchas. Esto era una verdad objetiva, mi padre me dejó en herencia las clásicas cejas de la familia, pobladas, oscuras y anchas en general. En los hombres quedan bastante varoniles, y en las mujeres también, qué le vamos a hacer, así que aquello me frustraba bastante. En aquel estado de duermevela en el que estaba tuve de repente una idea lúcida, y decidí decolorarme la parte inferior, la que a mi juicio sobraba, y dejarme unas cejitas finas al estilo Lady Di en sus mejores tiempos. Todo estaba pensado, no se iban a notar nada un par de pelillos rubios, seguro.

Para quien no lo sepa, la crema decolorante es una mezcla formada por una crema cualquiera y un componente similar al amoniaco que se aplica en el vello a decolorar y se deja actuar unos minutos para conseguir el efecto deseado. En ese tiempo en el que la crema está actuando, el pelo se decolora progresivamente hasta "quemarse" (o algo así) y volverse compleamente rubio.

Decidida y sin pensármelo, hice la mezcla con los componentes que tenía mi madre y apliqué la crema en las cejas como dios manda, pero a mitad del proceso me aburrí del sueño que tenía, me lavé la cara y con los ojos medio cerrados me fui a dormir.

A la mañana siguiente, me levanté como si nada y me dirigí con los ojos aún medio cerrados a la cocina, dispuesta a dejarme cebar por mi madre, que nos preparaba unos desayunos que ríete tú del anuncio de Nocilla y su "desayuno de campeones". Entré en la cocina y encontré a mi madre calentando la leche y haciendo las tostadas.

- Buenos días, mamá- saludé al entrar.

- Buenos días, hi...

No pudo decir "...ja". Cuando se dio la vuelta y me vió, se le cayeron al suelo las tazas que llevaba en la mano, y ahogando un grito, se llevó las manos a la cara. Cuando consiguió volver en sí (minutos después), vociferó:

- ¿¿¿¡¡¡PERO QUÉ TE HAS HECHO!!!???

Desconcertada, la miré sin entender lo que me decía. Me toqué la cara, todo parecía estar en su sitio, así que como no hilaba, me fui al baño a mirarme al espejo. El espectáculo era dantesco.

Mis cejas aparecían con un estampado al estilo piel de leopardo, porque, al haberla retirado antes de tiempo, la crema decolorante había hecho su efecto en algunas partes sí y en otras no, y en las que había hecho efecto lo había hecho a diferentes niveles. Pelos negros, naranjas, rojos y amarillos poblaban mi cara ante mi estupor personal y el disgusto de mi madre.

La mama me echó una bronca digna de ser recordada por coger la crema sin permiso, porque si el amoníaco te cae en los ojos la cosa se pone cruda, y yo me lo había restregado por donde me había apetecido. En lo de que con esas cejas parecía una mezcla entre Sinead O´Connor y Paco Clavel no se metió mucho, porque debió pensar que bastante duro era ya tener esas cejas como para hacer sangre del asunto.

Sin perder tiempo, se bajó al súper, me compró un tinte de mi color y, por segunda vez en el mismo día, me tiñó las cejas una vez más, dejándomelas casi como al inicio.

Mi transición de normal a punki y de nuevo a normal duró poco, pero ahí estuvo.

Una, que es transgresora.




viernes, 28 de enero de 2011

El Principito

Desde que estoy en un puesto de responsabilidad y tengo que hacer 27.000 programas y proyectos, me paso el día leyendo libros, biografías, cuadernos y cuadernillos acerca de la apasionante y siempre útil psicología evolutiva. Si alguien vuelve a nombrar la palabra "desarrollo" juro que no me hago responsable de mí misma ni de mi reacción.
El hecho de estar todo el día como una ratoncilla de biblioteca, metida entre libros, me tiene a todas luces trastornada y me da por hacer cosas insospechables.

Estaba ya cansada de tanta teoría y tanto estudio y lo he dejado un rato, así que para desengrasar me ha dado el siroco y me he puesto manos a la obra con la también emocionante tarea de ordenar los armarios, que falta les hacía, porque en cuanto yo meto la mano en una estantería la descabalo por completo, aunque sólo haya cogido un libro. Por alguna extraña razón que se me escapa, soy incapaz de mantener ordenado un armario, y lo peor es que encima me repatea verlos desordenados. Me pasa con frecuencia que entro en conflicto conmigo misma por mis propias contradicciones, que son muchas.

Así que estaba yo en mi despacho rodeada de libros y más libros que se amontonaban en pilas cuando ha llegado a mis manos un clásico entre los clásicos:





El Principito llegó a mi hogar cuando yo tenía unos 8 años, me lo regaló mi madre en versión original, en francés, porque la familia de mi madre es bilingüe en ese idioma y ha tenido siempre un afán desorbitado por contagiarme la pasión por todo lo que tenga que ver con nuestro país vecino.
Recuerdo que al leerlo, no me gustó nada de nada: el Principito me cayó fatal y no entendí la mitad de las cosas que decía, se me hizo pedante, aburrido y en definitiva, un castigo.
Muchos años más tarde, cuando terminé el cole, lo recuperé para darle una segunda oportunidad, que es algo que yo hago mucho con los libros. Aunque la primera vez que me los lea me parezcan un petardo, suelo darles una segunda oportunidad por si el error era mío y no del libro. Si a la segunda vez siguen sin gustarme, entonces los destierro por los siglos de los siglos y les pongo cruz en mi Lista de Libros Indeseables.

Al leerlo de mayor, cambió por completo mi perspectiva. Creo que "El Principito" es uno de esos libros que se incluyen en formato de literatura infantil y en realidad son libros para adultos, lo que le pasa un poco a "Los Simpsons", una serie que por ser de dibujos animados parece que va dirigida a un público infantil pero al verla te das cuenta de que su contenido está claramente dirigido a un público mucho mayor.

Me encantó. Lo disfruté mucho, me inspiró infinita ternura, entendí al Principito y todo lo que contaba, y por eso hoy, cuando ha caído en mis manos una vez más, no he podido evitar sonreír y ojearlo, parándome, como no, en mi página favorita.




Podría contar tantas y tantas historias del libro que no cabrían en un post, pero me quedo con una frase del prólogo y la dedicatoria del autor, una frase que a veces se nos olvida y que en adelante, ilustra la cabecera de mi blog:


"Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. (...) quiero dedicar este libro al niño que este señor ha sido. Todas las personas mayores fueron primero niños. (Pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

A León Werth, cuando era niño.

lunes, 17 de enero de 2011

De mayor quiero ser pequeña

Dice mi madre que soy una infantil porque me sé una por una todas las canciones de todas las pelis de Disney, pero yo qué culpa tengo de repasarlas todos los días como quien dice.

Aprendí a hacer integrales pero ya se me ha olvidado porque jamás en mi vida me veré en la tesitura de tener que hacerlas para seguir con vida, pero lo de las canciones de Disney es algo que jamás se me va a olvidar porque en mi trabajo están a la orden del día.
He pensado hasta ponerlo en mi currículum por si algún día me vuelvo a quedar en paro.

Trabajar con la infancia hace que no termines de salir de ella. Sigues comiendo chuches, pintando con los dedos, disfrazándote, viendo pelis de dibujos animados y cantándote el Cantajuegos como si lo pusiesen en la radio.

Me encanta esa parte de mi trabajo, no perder del todo el nexo con mis primeros años de vida.

Esto me permite saltarme las reglas de cuando en cuando y sentirme una niña otra vez: comer con las manos, saltar a la comba, jugar con plastilina y revolcarse en la arena del parque son cosas que no están concebidas para l@s adult@s pero que disfruto muchísimo, porque ahora sí que puedo hacer una figurilla de plastilina que no parezca un churro, y cuando doy a la comba me sé miles de canciones y doy más fuerte que nadie. Una maravilla.

A l@s que trabajamos con peques se nos nota rápido, porque tenemos ese punto infantil que no soltamos porque dejaríamos de ser lo que somos. Se nos reconoce por cosas como las siguientes:

- Solemos vestir con más colores que quienes tienen otros empleos, jamás nos ponemos traje para ir a trabajar y no usamos tacones.

- Respondemos rapidísimamente a preguntas como "¿Quién vive en la piña en el fondo del mar?"

- Podemos hacer prácticamente cualquier cosa con un folio, un lápiz, un poco de celo o cola blanca y unas cuantas piedras.

- Sabemos quienes son "Las Divinas", "Caillou", "Dora la Exploradora", y podemos describir con bastante acierto lo que es un "Gormiti" (digo con bastante acierto porque no creo que ni sus propios creadores sepan describir exactamente lo que son).

- Nos sabemos un montón de juegos, canciones y bailes extrañamente pegadizos.

- Fumamos compulsivamente (hay gente que no, obviamente, pero tarde o temprano empiezan).

- Podemos describir al milímetro cualquier sala del Planetario, el Jardín Botánico, el Museo de Ciencias o el Retiro (y podríamos dibujar de memoria sus árboles caducifolios).

- Decimos frases como "te llamo después del recreo".

- Sabemos un montón de respuestas del Trivial tales como "¿En qué grupo de seres vivos se engloban las lombrices de tierra?" o "¿Cómo se llamaban los sobrinos del Tío Gilito?"



Y otras muchas cosas que se suceden diariamente y que nos hacen salir alguna que otra vez de esta vorágine de locura que es la vida adulta insertada en la sociedad y nos permiten imaginar, soñar, disfrutar y volver hacia atrás un ratito todos los días.

No quisiera perder ese punto nunca, la capacidad de ilusionarme y de mirar con ojos de niña todo lo que sucede a mi alrededor, sentir que nunca dejo de aprender y que cada día se abre ante mí como un abanico de muchos colores. Sentirme pequeña todos los días y que eso me haga grande.


De mayor quiero ser pequeña.