"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




jueves, 30 de diciembre de 2010

Querida "yo" del futuro

Hace unos meses estaba yo con mi amiga M., que es una friki de las que ya quedan pocas, y va y me dice que le acaba de llegar un mail de su "yo" del pasado, concretamente de su "yo" de hace un año. Resulta que hay una página en internet (www.futureme.org) desde la que te puedes mandar un mail ahora mismo para que te llegue en el futuro, cuando tú decidas. El sentido de esto es que dentro de un tiempo te puedas leer a tí mism@ y sacar conclusiones, reflexionar, verte con perspectiva y darte cuenta de lo que haces o no y de cómo hemos cambiado (a lo Presuntos Implicados). Lo que viene siendo un diario de toda la vida, vaya.

Yo intenté mandarme un correo a mí misma y no pude, porque a ver si el año que viene voy a hacer examen de conciencia, me voy a frustrar, y digo yo que qué necesidad tengo yo de nada de eso en estos momentos. Igual me mando el mail dentro de unos meses, cuando me sienta en disposición de hablar con mi yo del futuro y de decirle que a ver qué pasa con nuestra vida y que haga el favor de solucionar unas cositas que tenemos por ahí pendientes.

Llegado este día de hoy (30 de diciembre), es un clásico lo de hacer una lista de buenos propósitos para cumplir el año que viene, que es como mandar un boletín de notas a tu "yo" del futuro a ver si durante el año ha hecho los deberes que le pusiste el día 31 del año anterior o no. Como a todo el mundo, me encanta hacer listas de objetivos, propósitos y buenos pensamientos para el año que empieza, pero omito esas listas porque jamás las cumplo. Hoy decían en la tele que los dos propósitos que más se hace la gente en España son dejar de fumar y ponerse a dieta. Y la siguiente noticia era que en España jamás cumplimos nuestros propósitos. Hay que joderse.

Por todo esto, no hago ninguna lista de buenos propósitos para el año que viene, sino que directamente empiezo el año como quien abre un caramelo, espectante por saber cuál será su sabor, qué color tendrá, si lo disfrutaré, si querré repetir. Lo que sí me gusta hacer es un balance de las cosas que he aprendido, y que me han hecho crecer. Son muchas, siempre son muchas, pero si me da por recordar algunas, este año me salen estas:

- He conocido a un montón de gente: esto me pasa casi todos los años, porque soy como la rana Gustavo, bastante dicharachera, pero este año he conocido a gente muy especial, diferente, que me ha aportado mucho, tanto como para dar un vuelco a mi vida. Cuando digo que he conocido a mucha gente, no quiere decir que haya sido gente nueva, sino que estoy conociendo y descubriendo de verdad a gente que ya estaba en mi vida pero que no había entrado, por la razón que sea. Gracias, vida, por ponerles en mi camino.

- He aprendido un montón a nivel laboral: he tenido la suerte de tener varios entornos laborales, diferentes espacios para un mismo curro, y la inmensa oportunidad que me ha llegado de mi último trabajo, en el que aprendo todos los días, aunque a veces lo pase sólo regular. Como decía el otro día una chica que me ha coordinado en las jornadas de Conciliación, "los retos me ponen". Pues en esas estamos.

- He aprendido a actuar por mi cuenta: aunque parezca sencillo, para mí es muy complicado no dejarme llevar por las masas. Cuando hay que votar, que opinar, que decidir, soy muy de pensar en lo que le viene mejor a la mayoría, lo que necesitan, lo que les apetece. Pero de vez en cuando hay que abstraerse y opinar por una misma, por los intereses y las avenencias propias. Escrito queda precioso. Luego no te digo nada de lo que me cuesta no ceder a la presión grupal.

- He aprendido a entender la "fluidez": esto sólo es medio verdad, porque a veces sigo sin entenderla. La "fluidez" es la licencia que le concedo al resto de la humanidad (o que se conceden y yo acepto) de hacer lo que les apetezca aunque yo no entre en esos planes. Estoy aprendiendo a entender que hay veces que la gente no quiere o no puede o no siente que tenga que hacer algo, aunque a mí me parezca escandaloso, aunque ese "algo" sea llevarme a mí al hospital con una hernia de hiato. Cada persona tiene su momento, y hay que respetarlo, pero repito que yo estoy sólo empezando a entenderlo...

- He aprendido un montón de juegos y canciones nuevas: otra cosa que podría parecer tema baladí, pero no lo es. Hoy he sacado adelante un taller de 5 horas improvisando, y aunque eso está fatal pedagógicamente hablando, al menos he sabido solventar el problema de no tener material porque mi bagaje de recursos cada vez es más grande. Qué maravilla.

- He aprendido a hacer tarta de 3 chocolates: fundamental en mi vida, aunque suene a superficial. Para una amante del chocolate como yo, es poco menos que haber encontrado el Paraíso culinario.

- He aprendido a sobreponerme a las situaciones desfavorables: que no han sido pocas, oiga. Vaya añito, de todos los colores las he tenido. Pero lo grande no es asumirlo, que es el primer paso. Lo grande es seguir levantándose todos los días, y seguir poniéndote una camiseta de salir para ir a trabajar, y marcharte a comer por ahí aunque no haya nada que celebrar, y cantar una canción a gritos aunque sea de Conchita. Lo grande es disfrutar de lo pequeño.

- He aprendido a creer en mí: esto también es sólo medio verdad, porque es como la oposición, una carrera de fondo. Creer en una misma es una tarea complicada con pocos altos y muchos bajos, porque dan ganas de mandarlo todo a la mierda varias veces al día, pero no importa, porque una se ha trabajado el punto anterior, entonces se sobrepone y vuelta a empezar. Y si no, siempre quedan l@s amig@s, las tartas de chocolate, los juegos, las canciones...



Y otras tantas cosas que ahora no me apetece escribir porque me voy a duchar para salir a la penúltima cena del año. No hay mucho que celebrar, pero repito: lo grande es disfrutar de lo pequeño. Creo que, indudablemente, he crecido.

Si ahora tuviera que mandarle un mail a mi "yo" del futuro, seguramente escribiría lo que ahora pienso:


"Querida "yo" del futuro: te quiero.

Creo en tí.

Estoy a tu lado.

Confío en tí.

¿Cómo estás...?"




domingo, 26 de diciembre de 2010

¿Feliz Navidad?

Pese a que me arriesgo a que los Reyes no pasen por mi casa, tengo que confesar que no me gusta la Navidad. No es una cuestión puramente anticonsumista, no, porque no puedo negar que en estas fechas me subo al carro y aunque no llego a cotas alarmantes, hago algún que otro exceso; la cuestión es que hay muchas cosas concretas de la Navidad que me repatean, que hacen que en estos días no me apetezca tocar ni la zambomba ni la pandereta, por ejemplo:

- Las aglomeraciones: con todo el bucle de compras, comidas/cenas navideñas y salidas de última hora, todas y cada una de las calles de Madrid se ponen hasta arriba y hay que guardar cola para caminar (literalmente). Ir a trabajar, comprar el pan o desplazarte a pie se convierten en misiones poco menos que imposibles.

- Los atascos: es exactamente el mismo que el punto anterior, pero en coche, lo que te multiplica la desesperación por mil. Riadas de coches parados, pitando, conductores y conductoras con caras de odio visceral interno que te hacen amar al odioso conductor del autobús y agentes de movilidad a l@s que les meterías el pito por el culo.

- Las subidas de los precios: de repente todo se vuelve escandalosamente caro y ¡ay de tí!, si necesitas artículos de primera necesidad durante estas semanas. Agárrate el bolso porque en cada tienda te encuentras con un atraco a mano armada.

- Los especiales en la tele: ni una película decente, ni una serie buena, ni siquiera los documentales clásicos de la 2. De repente la parrilla se inunda de programas especiales llenos de actuaciones musicales cutres con playbacks lamentables que se hacen tediosos hasta cuando los tienes de fondo durante la cena.


Y otras tantas cosas horribles como el discurso del Rey, que es un cúmulo de palabras vacías con fotos familiares de fondo, los anuncios de la tele, que nos bombardean cada minuto de cualquier hora del día o el estrés generalizado que inunda a todas las madres de todas las familias que en estas fechas se dedican única y exclusivamente a hacer comida a mansalva sin que nadie se pase por la cocina más que a picotear o a cotillear qué es lo que va a haber de cena.

Sin embargo, y haciendo honor a la verdad, reconozco que hay algunas cosas que no dejan de emocionarme de estas fechas, aunque sean situaciones completamente artificiales. Entre ellas están las siguientes:

- Las caras de los niños y niñas del mundo al abrir los regalos de Reyes: también se engloban aquí las caras de todas las personas que aún abren los regalos con ilusión, como la mía misma o la de mi amiga P., que aplaude y tiene esa sonrisilla nerviosa cada vez que ve un paquete envuelto. Adoro regalar y que me regalen, y si tiene que ser por obligación navideña, que lo sea. Esas caras iluminadas, sonrientes y completamente emocionadas me cautivan sí o sí, y lo merecen todo.

- El momento "que no, que eso son los cuartos": durante el momento de las uvas en Nochevieja, se produce una situación que se repite año tras año en todas las casas de España (porque en otros países no hay uvas, ni campanadas, ni reloj de la Puerta del Sol, aunque a algun@s les cueste creerlo) en el que hay un cierto nerviosismo positivo por el gran momento que se va a vivir. En este país bastante superficial en el que vivimos, sólo hay nervios reales en dos momentos de la vida: durante las uvas y cuando España juega el Mundial.

La segunda situación es de nervios chungos y tensos, pero la primera es como de tensioncilla divertida, en la que entran abuel@s, padres, madres, niñ@s y demás miembros de la familia. Aunque lo practicamos todos los años, y pese a eso vemos las instrucciones una vez más, siempre hay alguien que se come la primera uva durante los cuartos, y se oye una vocecilla de fondo que avisa del error: "¡¡Que nooooooo!! ¡¡que eso son los cuartos!!". Adoro ese momento en el que toda la familia se ríe junta.

- Los villancicos: aunque parezca mentira, me encantan los villancicos. Todo lo que sean canciones con letras sencillas y melodías repetitivas, se me queda grabado a fuego en mi mente absorbedora de conocimientos y ya no lo suelto. Los villancicos encima tienen esa música de campanillas y panderetas que hacen que quieras dar palmas y corear todo el rato.

- Los dulces navideños: también me pasa con el dulce lo que con los villancicos, que se me quedan grabados a fuego y vivo todo el año con la esperanza de que empiecen a venderlos para comérmelos doblados. Y no hago ascos a nada, oiga: turrones de todas las clases y pelajes (dentro de poco habrá turrón con sabor a nicotina, que es el único que no existe. Todos los demás ya están inventados), polvorones, mazapán en todas sus formas y tamaños, roscón... ya me están sonando las tripas.


Y otras cosas, como los descorches de botellas de sidra de quienes son agraciados con la lotería, el chocolate con churros en Nochevieja, las fotos familiares de año en año, los propósitos de enmienda para el año que comienza, y los juegos de mesa en los que siempre gana el mismo equipo.

Estos sentimientos encontrados hacen que esta época sea un poco extraña para mí, pero para todos y todas l@s que la disfrutáis...

miércoles, 22 de diciembre de 2010

De ilusión también se vive

Otro de mis curros allá por el año 2006 consistió en entrenar a un grupo de chavales que tenían la sana costumbre de juntarse para jugar al baloncesto. Yo les sacaba unos 5 años y ellos a mí unas 5 cabezas, pero nos entendimos bastante bien desde el principio, era un grupo súper majete.

Un par de días por semana nos veíamos en el barrio de Arganzuela y allí jugábamos un rato y charlábamos otro rato, un par de veces nos fuimos a cenar por ahí (me apasionan las cenas como forma de relacionarse) y cuando se me terminó el contrato, aún mantuve contacto con algunos de ellos bastante tiempo. A lo largo de estos años me han ido contando que acabaron el instituto, que pasaron a la universidad, o que encontraron su primer curro, o su primera novia, y me encanta que de cuando en cuando me lo cuenten porque me hace feliz que sean felices.

Hoy estaba escribiendo un post acerca de otra cosa cuando me ha llegado un mensaje de uno de aquellos chavales diciéndome que me mandaba una invitación para escuchar unas canciones que ha compuesto con un amigo, al chico le gustaba el rap cuando nos conocimos y parece que ha tenido las ganas y la energía para plasmar su afición en expresión. Yo soy de las que leo y escucho todo lo que me mandan, más cuando es de algún chaval/a con quien he trabajado, así que llevo un rato oyendo lo que me ha mandado.

Me gusta. No deja de ser hiphop, con mucha frase chunga y mucha reflexión callejera, pero me encanta ver como, según pasa el tiempo, los que eran unos niños van creciendo como voy creciendo yo y llevan adelante sus sueños, y se dedican a disfrutar y a ser felices, o al menos lo intentan como lo intentamos tod@s durante toda la vida.

Estas cosas me hacen darme cuenta de que la ilusión mueve el mundo, de que si realmente le pones ganas, no hace falta tener una gran productora, ni un magnífico estudio de grabación, ni siquiera una voz privilegiada. Si lo que realmente te gusta es rimar y mezclar bases, aunque tu madre te diga que eso es "música ratonera", adelante. El éxito empieza por la voluntad, y la voluntad nace de la ilusión.


De ilusión también se vive.


Y se vive realmente bien.




sábado, 18 de diciembre de 2010

Cómo ir a la nieve (y no morir en el intento)

Hoy traigo una historia bastante navideña, porque la nieve no deja de ser muy representativa de christmas, estampas festivas y belenes (hago aquí una pausa para reflejar mi estupor por la nieve que la gente pone en los belenes, porque digo yo que en Palestina, nieve, lo que se dice nieve, no hay mucha que digamos. En otro post hablaremos de las incongruencias de los belenes, porque puest@s a ser fieles a la historia, me cuesta mucho imaginar a un niño palestino que sea rubio, con ojos azules y mejillas sonrosadas, pero a fin de cuentas, como era el hijo de Dios, supongo que sería como a él le apeteciese, como si lo hubiese querido hacer pelirrojo, o gótico. Dentro de nada, veremos un niño Jesús gótico, fijo).

Decía que la nieve es muy representativa de los paisajes navideños, aunque a mí me cueste mucho apreciar este estado del agua que tantos disgustos me trae.

Hay gente a la que se le llama por el camino del equilibrio, el deporte, la aventura y el riesgo.
Bien, a mí se me llamó por otros caminos.

No digo que no me guste el deporte, que me gusta, pero no tengo especiales habilidades para desenvolverme en según que terrenos, y si en suelo firme suelo acabar rodando, en superficies resbaladizas pierdo el poco equilibrio que tengo y la poca vergüenza residual que de vez en cuando me inunda.

Corría el año 2000 (creo) cuando fui por primera vez a la nieve. He de decir que había visto la nieve, pero cuando hablo de "ir a la nieve" me refiero a una estación de esquí, con sus pistas, sus telesillas y sus atascos kilométricos de la entrada.
Estábamos en mi pueblo (aprovecho para darle bombo desde aquí, se llama Navamorisca y llamarlo "pueblo" es una osadía, porque allí no viven durante el año más de 12 personas, pero es un paraíso terrenal para l@s amantes de la vida montañera y la estufa de leña), y como el invierno es duro en la Sierra de Gredos, nos dijimos "vamos a explorar territorios desconocidos".

Lo primero que hace alguien que decide ir a la nieve, es buscar ropa de abrigo para soportar las gélidas temperaturas montañeras.
Debo reseñar antes que, siendo mi pueblo tan pequeño y recóndito, cuando vamos allí a pasar unos días perdemos las formas y la compostura en cuanto a vestimenta se refiere, y denominamos el estilismo puebleril como "ropa de p´aquí". La expresión "p´aquí" es muy usada en el pueblo para definir un espacio, por ejemplo, ayer vinimos "p´aquí", nos quedamos unos días de vacaciones y el lunes nos volvemos "p´allí".
La ropa de "p´aquí" es toda esa ropa que jamás te pondrías en tu ciudad natal pero que da pena tirarla, y la mandas para el pueblo. Cantidades industriales de camisas de franela, camisetas de propoganda y chándales fluorescentes pueblan nuestros armarios como si de escaparates de moda setentera se tratase.

Con este percal nos pusimos a buscar algo decente que ponernos para ir a la nieve, y encontramos un pequeño problema de base: o superponíamos capas, o moríamos en el intento, porque claro, una no sale de su casa de Madrid con intencion de ir a la nieve, y en ese momento Quechua no estaba tan extendido como lo está ahora.

Tras una noche de intensa búsqueda y varias tentativas de tirar la toalla, la estampa que formamos fue la siguiente:

- Mi prima L. (de mi edad) : arrasando con la moda reivindicativa, iba abrigada con un gorro y una bufanda monísimos con el eslógan "Día de la mujer trabajadora, 1992". Sus alegres gafas iban pegadas con cinta aislante a las gafas de sol que le había prestado su padre y que llevaba superpuestas encima de las de ver, por si la nieve la deslumbraba. Un pantalón de chándal rosa fluorescente, de los de madre de hacer aeróbic de la época de Jane Fonda, y un plumas verde fluorescente, muy a juego con la indumentaria general.

- Mi prima P (5 años mayor que yo): exactamente la misma estampa de L. (son hermanas), pero con gorro y bufanda de propaganda de cualquier comercio de barrio. El pantalón de chándal idéntico, pero azul, porque una madre no compra un pantalón de chándal sin comprar otro exactamente igual para ponérselo mientras lava el primero.

- YO: Como mi madre hacía aeróbic en mallas, el pantalón de chándal no estaba disponible en mi hogar, así que hubo que improvisar. Mi padre dijo emocionado que tenía "un pantalón impermeable de cuando era joven". Cuando lo sacó, efectivamente era de cuando era joven, tendría aproximadamente 7 años cuando se lo puso por última vez, y cabe destacar que yo tengo una altura considerable. Ahí surgió la moda de los pantalones pirata en mi casa (mis padres son muy visionarios).
Como me quedaba pesquero-raquítico (es decir, por la rodilla), mi madre me buscó algo para ponerme debajo, y no se cómo me acabó convenciendo de que un pantalón de pijama de franela era lo más abrigado que podía llevar, y que total, no se iba a notar. En un cuarto oscuro no se hubiera notado, desde luego. La nieve era otra cosa.
En la parte superior, una sudadera de "Curro se va al Caribe" ilustraba mi tronco, y como colofón, unos guantes de esos de dedos de muñecos de cuando era pequeña, porque jamás se nos ocurrió llevar un buen par de guantes a un pueblo donde la temperatura habitual es de menos de 10º. Previsora que es una.

El espectáculo que daba mi indumentaria era para cobrar entrada.





También iban otros familiares, pero no merece la pena describir todos los atuendos. Con esos tres es suficiente para hacerse una idea de por qué jamás hicimos fotos de ese momento.

Con estas condiciones nos montamos en el coche y partimos rumbo a la estación de esquí convencidas de que íbamos a salir esquiando como unas auténticas Fernández Ochoa.

Al llegar, las personas que estaban regulando el telesilla ya nos ficharon, pero se abstuvieron de comentar. Nos pusimos los esquís y nos montamos en el telesilla, yo con mi prima L., que no podía apenas moverse ni veía un pijo por ninguno de los dos pares de gafas que llevaba, tan bien sujetos por su precavido padre que no le llegaba el riego sanguíneo al cerebro.

Nosotras nos montamos en el telesilla y partimos rumbo a la montaña, girándonos cada poco para ver cómo los trabajadores del telesilla nos hacían gestos con las manos, levantándolas en el aire y gritándonos algo. Pensamos que eran muy majetes y nos pegamos todo el camino saludándoles, hasta que descubrimos, una vez que volvimos a subir en el telesilla de bajada, que subíamos sin haber bajado la barrera de seguridad, y que nos advertían del peligro de morir por caída libre. Yo debo ser como un gato pero con unas cuantas vidas más, porque mira que me la juego.

Bajar del telesilla ya fue otro tema: nosotras nos lanzamos como pudimos, pero mi prima P. y mi prima B. decidieron darse una vuelta al ruedo y repetir el recorrido, porque no se veían seguras. Los del telesilla de arriba también nos ficharon. El cuadro que estábamos dando en conjunto ya era apoteósico.

Mientras mi familia trataba de unirse, yo empecé a deslizarme sin quererlo por mi propio impulso, y para cuando mi instructora se quiso dar cuenta, yo bajaba la pendiente cuesta abajo mientras gritaba que no sabía frenar. Como no se me ocurría qué hacer, y soy una tía resolutiva, decidí hacer lo que había visto en la tele: agacharme y echar los bastones hacia atrás. Decir que cogí velocidad es poco decir, porque ya dudaba sobre si esquiar y levitar era lo mismo. Iba tan feliz que no me dí cuenta de que la pista se terminaba y una cola inmensa de gente que esperaba para subir a otra pista me miraba horrorizaba por el choque inminente. Empecé a oír voces como en off que gritaban:

- ¡¡Haz cuña!! ¡¡Haz cuña!! ¡¡HAZ CUÑAAAAAA!!

Qué fácil.

¿Qué cojones era la cuña?

Como no quería mentir, y yo soy de decir verdades en momentos tensos, grité como pude:

- ¡¡¡¡¡¡¡NO SÉEEEEEEE!!!!!!!!

Y me agaché otro poco para hacer tiempo mientras me estampaba.

El final de mi bajada fue tan como lo habíamos previsto, y todo el camino resonaba la voz de mi madre con su frase favorita: "lo estaba viendo venir". Cuando una madre ve venir algo, las posibilidades de que esto ocurra se elevan a la enésima potencia, y como yo tenía su cara en mi mente, la regla se cumplió. Me estampé contra la cola de personas que esperaban pacientemente. Me dijeron de todo menos bonita.

Dada mi primera experiencia, y a modo de conciliación grupal, decidí intentar integrarme en aquella cola de gente que esperaba para subir más arriba para no sentirme discriminada. Cuando oí la palabra "percha", y entendí que era lo que había que usar para subir a una pista más elevada, no imaginé el infernal artefacto.


http://lh6.ggpht.com/_mM5mXhIGEOY/R4Pruv3ccpI/AAAAAAAAAC8/6LgsIoi-39g/s640/P1080696.JPG


Por fácil que pueda parecer, subirse en ese chisme es tan fácil como resolver integrales de cabeza, así que el resultado volvió a ser una vez más el esperado. Una de las veces conseguí quedarme colgando de una pierna y decidí que era mejor subir de esa guisa que morir en el intento; por más que el personal de la estación me amenazó chungamente con cosas que me podían pasar si no me bajaba, no fue hasta que una piedra me golpeó la cabeza que entendí que aquello no llevaba a ningún sitio.

El resto del día fue como lo que acabo de contar pero en dejá vu constante, las mismas historias se repetían una y otra vez. Gorros de la Mujer Trabajadora, guantes de muñecos, esquís y otros objetos (incluso las gafas sujetas a una cabeza con cinta aislante) sobrevolaban una y otra vez nuestras cabezas mientras nos sacábamos la nieve de la boca. Yo llegué a pensar que igual era normal pasar el 90% del tiempo con la cabeza enterrada y los esquís en lo alto.

Cuando (¡¡¡por fin!!!) se terminó el día de "esquí", volvimos al telesilla para bajar y cuando llegábamos abajo oímos a los trabajadores decir: "Mira, ahí vuelven las primas". Con eso lo resumo todo.

En definitiva, no morí en el intento pero estuve bastante cerca unas cuantas veces. Ahora soy más de la teoría de mi prima P., que después de bajar del telesilla (esta vez a la primera) y maldecir en arameo a los cientos de niñ@s que pasaban con sus súper equipaciones a toda velocidad a nuestro lado, se quitó los esquís, los tiró al suelo y sentenció:


- Mi sitio en este lugar está sin duda en la cafetería.


martes, 14 de diciembre de 2010

Tengo un sueño...

Reconozco que soy exagerada y quejica a partes iguales, pero eso tiene su lado positivo (se nota que hoy he desayunado fuerte, porque este alarde de positivismo lo tengo sólo los martes y sábados en los que desayuno fuerte): mi vida es como una película de Almodóvar, porque entre las situaciones dantescas que acontecen en ella y mi toque particular de imaginación, al final no sé cómo puedo permanecer todavía en el anonimato y que no venga la tele a grabarme y Lucía Etxebarría a escribir un libro sobre mi día a día. El mundo está loco.

Decía que soy exagerada y quejica porque hay muchos momentos de mi día a día (y del día a día de la gente en general) que me parecen cruciales para la supervivencia. Otro de esos momentos del día (junto con el de ir al comedor, el de ese niño que dice en voz alta "LOS REYES SON LOS PADRES", el que llegan los piojos y/o la Inspección...) es el momento conocido como "de después de comer" o "mi vida por una siesta".

El rato que transcurre entre que terminamos de comer y entramos de nuevo a trabajar es criminal. Tú mism@ notas como tu propio cuerpo ralentiza sus movimientos, a tu cerebro le cuesta dar órdenes, a tus extremidades no te digo lo que les cuesta recibir esas órdenes, y en tus oídos resuenan palabras como "cabezadita", "siestecilla", "sueñito" y otros tantos diminutivos que indican que, aunque sea corto, necesitas un reposo y cerrar un momento los ojos para transportarte a otro mundo sin duda mejor, sin atascos, ni contaminación, ni teléfonos sonando ni Sálvame Delux.

Por esta y por muchas razones, soy partidaria de la jornada continua. Entrar a trabajar después de comer es un suplicio que no deseo yo ni a mi peor enemig@, y muchas veces me cortaría con gusto una oreja (si Van Gogh pudo sobrevivir sin ella, yo no voy a ser menos...) antes de meterme en la clase después de comer a desentrañar una raíz cuadrada (cuánta maldad hay en cada raíz cuadrada).

No es de extrañar, por todo esto que cuento, que mi frase favorita de las sobremesas, entre bostezo y bostezo, sea "Madre mía, qué sueño tengo" o "Tengo un sueñoooooo..." (ese último "oooooo" lo digo con la boca abierta hasta cotas insospechadas).

Uno de los momentos más tiernos de mi experiencia docente (hasta ahora) me la dio un niño en uno de estos ratos horribles de sopor tardío. Yo estaba en la puerta del cole, lamentándome de no haber estudiado una carrera que me permitiese tener un trabajo a media jornada de por vida, y él estaba rumiando un trozo de lechuga de esos que salen del comedor en la boca de un niño a las 3 de la tarde e inexplicablemente continúan en la boca de ese mismo niño hasta que, a las 5, le dices: "Haz el favor de tirar eso a la basura".

En ese momento yo bostecé con toda la amplitud con la que puedo hacerlo y pronuncié mi gran frase:

- ¡¡Ay!! ¡Tengo un sueño...!

Y el chaval me dijo tan naturalmente:

- ¡Ay profe! ¡Pues que se te cumpla!


Me dejó en el sitio. El niño no te creas que se inmutó ni fue consciente del momento cósmico que acababa de protagonizar al darle ese sentido tan tierno a mi horrible frase. Me deseó lo más bonito del mundo, lo que deseamos en Navidad y en todas las felicitaciones de cumpleaños: que se cumplan tus sueños. Y encima me sonrió. Le dejé tirar el trozo de lechuga a las 3, sin esperar a las 5 (yo es que cuando me pongo generosa, me pongo).

Desde ese día, siempre que alguien dice "Tengo un sueño...", siempre le contesto "¡Pues que se te cumpla!", y le regalo ese momento maravilloso de después de comer. Me llevo un montón de sonrisas gratuitas.

Mientras escribo este post bostezo una y otra vez, porque estoy en el momento pre-siesta, y de hecho me voy a tumbar un poquito hoy que tengo un rato antes de ponerme a currar, porque la verdad, tengo un sueño...






NOTA: Al ver esta imagen me da por bostezar otras 100 o 200 veces aproximadamente, menudo fenómeno este del contagio del bostezo, no sé por qué la Ciencia no le dedica un tiempo de estudio más amplio (será que siempre les pilla después de comer).

lunes, 13 de diciembre de 2010

Los Reyes Magos son los padres

Hay momentos en la vida de un colegio que son cruciales: el día en que descubres un piojo saltanto alegremente por una cabecita, el día en que el director/la directora dice: "La semana que viene va a venir Inspección", el día en que se estrena la función de Navidad, el día en que se dan las notas y el día en que se escucha por algún rincón: "LOS REYES SON LOS PADRES".

En ese momento, egoístamente, rezas para que nadie haya escuchado esa frase y te pregunte: "Oye profe, ¿es verdad que los reyes son los padres?". Claro, a ver qué les dices. Yo que sé si sus familias les dicen que existen, o que no existen, que hoy en día hay familias que no quieren "mentir gratuitamente" a sus retoños y otras que quieren mentir por fomentar el clima mágico navideño. Y cualquiera contradice a una familia.

Hoy estábamos reunid@s en el despacho de coordinación cuando ha llegado una profe contando que un niño de infantil (5 tiernos años) estaba propagando la terrible frase, y el resto del grupo estaba empezando a hacerse eco de tan noble descubrimiento tirando por tierra los esfuerzos de esas familias que sí siguen fomentando el espíritu navideño en sus criaturas.

Le hemos preguntado entre sonrisas que cuál había sido su respuesta. La compañera contaba que ha cogido un papel y ha escrito con "tinta de limón" la siguiente frase:

"LA MAGIA ESTÁ EN TÍ".

(Nota: Para quien no lo sepa, el recurso de la tinta de limón funciona de la siguiente manera: se exprime un limón y se recoge el zumo. Usando una pluma o un palito, se moja el extremo en el jugo de limón y se escribe en un folio el mensaje deseado. Obviamente, el zumo es transparente, así que el mensaje no se ve, pero si se acerca el papel a una fuente de calor, la "tinta" se oscurece y el mensaje se deja leer. Es lo que llamamos "mensajes invisibles").


Dicho esto, retomo el papel que ha escrito mi compi con ese maravilloso mensaje y que ha dado a l@s niñ@s, diciéndoles que tenían que encontrar el mensaje escondido. Lo han calentado con un mechero y cuando ha aparecido el mensaje, se han emocionado tanto con la tinta mágica que se les ha olvidado la historia de los Reyes Magos, pero tanto les ha gustado que se han quedado con el mensaje de leerlo una y mil veces.


"LA MAGIA ESTÁ EN TÍ".


Me ha parecido un recurso maravilloso, y efectivamente, la magia está en cada un@. Qué mas da si existen o no los Reyes, lo importante es encontrar esos momentos de ilusión, de mariposillas en el estómago, de felicidad desbordante en nuestras vidas, como cuando creíamos en los Reyes.

La magia está dentro de tí. Sólo tienes que buscarla (y quizá el mensaje esté oculto, y le haga falta un poco de calor para aparecer...).