"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




miércoles, 31 de agosto de 2011

De vuelta


De vuelta de todo.


De vuelta de nada.


De vuelta, y vuelta.


Tan joven y de vuelta...


Ésto lo decía Jarabe de Palo, ese grupo de tan diverso registro musical que cada año nos sorprendía con nuevas e impactantes melodías hasta que nuestros oídos no pudieron superar tanta innovación y decidieron condenarle a lo más bajo de la lista de los 40 Principales.

La cuestión es que estoy de vuelta de mis vacaciones, unas vacaciones de 6 semanas en las que ha habido de todo: campo, playa, ciudad, amigos, amigas, familia, recuerdos, fotos, helados, comidas, sobremesas de copa y puro, baños vespertinos, canciones, viajes y tantas y tantas cosas como cada verano.

Lo que lo ha hecho diferente ha sido, como dicen las abuelas, la salud. Ya lo dicen ellas cuando no nos toca la lotería: lo importante es tener salud. ¿Y quién les da la razón? Pues se la damos todos y todas, pero en nuestro interior pensamos que eso es incierto, y que más nos valdría que nos tocara la lotería y la salud ya si eso que venga detràs.


Una infección que llevaba tiempo acechándome me ha cogido por banda durante las vacaciones y me ha tenido 4 se las 6 semanas estivales con fiebre, dolores y otros menesteres poco agradables. Dirás, diréis, que vaya mierda de vacaciones. Que qué mala suerte. Que qué horror.
Pues no, señores y señoritas, como leí hace tiempo no sé dónde, si sucede, conviene. El haber estado un mes más p´allá que p´acá, me ha permitido tumbarme a la bartola durante gran parte del día, leer, escuchar música, observar, ver pelis, pintar, escribir, y otras tantas cosas que sólo haces cuando no te puedes mover.
Se supone que el verano es para hacer cosas, parar salir, para entrar, para moverse, pero pocas veces nos tiramos en el suelo a estar, simplemente.

Estar enferma, y por tanto obligada muchas veces a guardar cama (expresión sesentera que adoro) me ha permitido cargar las pilas cosa mala. Vengo descansada como pocas veces.


Mañana empieza el cole. Ay madre...




miércoles, 24 de agosto de 2011

Mi día

Tal día como hoy, hace 24 años, una mujer paseaba como loca por el parque del Retiro desafiando al calor estival. Hacía más de 20 días que había salido de cuentas y su primogénita no daba señales de querer salir al mundo.

Al caer la tarde, rehizo una vez más la bolsa que ya tenía prepara desde hacía semanas y se encaminó al hospital. No era normal que llevase casi 10 meses de gestación, ni siquiera para una primeriza. Su marido la acompañaba, y no habían llamado a nadie más para no repetir la escena que habían vivido ya varias veces, en la que después de marchar corriendo al hospital, la familia entera se volvía a casa sin haberle visto la cara a la niña.

-Aún me quedan dos horas para salir, así que prepárate que te lo vamos a provocar-dijo el médico.

Hora y media después, cos casi 4 kilos de peso y midiendo 59 centímetros, vino al mundo una niña que, nada más dejarla en la cuna de metacrilato de la habitación, se apoyó en sus bracitos y observó el mundo en el que le había tocado vivir.

Hoy se cumplen 24 años de aquel día.

Hoy es mi cumple.

viernes, 5 de agosto de 2011

El día en que por culpa de Apple me confundieron con una toxicómana

Yo no sé si os pasa que hay días en los que podrías haberte quedado en la cama, como una pelusa, durante las 24 horas de la jornada, y no habría pasado absolutamente nada. Sin embargo te has levantado de la cama, has decidido voluntariamente aceptar cualquier cosa que el destino tenga a bien ponerte en el camino y te das cuenta de que ha debido ser Murphy (el de La ley de Murphy, no el actor de Dr. Dolittle) el que ha diseñado ese plan maquiavélico y enrevesado que hace que tu día se tuerza hasta por las costuras. Lo que es un día de mierda, vaya.

Todo comenzó por culpa de Apple. Pese a que tres cuartas partes de este universo (y seguro que de otros paralelos) haya sucumbido al Iphone, Ipod, Ipad, Mac y otras mil chuminadas, yo me quiero negar, como postmoderna que soy, a entrar en esa espiral de sobrecomunicación que hace que, cuando quedo con mis colegas, tenga que pedir permiso al Whatsapp (¿se escribe así?) de los cojones para hablar con ell@s. Me pone negra.

Sin embargo, hace cosa de un mes, mis padres, sin explicación aparente, me regalaron un Ipad 2, ajenos sin duda a mi proposición de escapar de la endiablada conjura ideada por mentes malignas, forjadas seguramente a manos de Ramón Areces o Amancio Ortega, que son dos personas que han hecho muchísimo daño a la cultura española, de natural llana y horterilla, como a mí me gusta.
Por culpa de gente como ellos, España salió del jamoncito en plato de postre y la caña en vaso bajo y entró en la era de las ostras inmersas en hielo a modo de aperitivo y el vaso de tubo, dos inventos que nos hacen, a todas luces, situarnos a la cola de Europa, porque tú me contarás que hace el español medio con eso, sabiendo que le dan asco las ostras por su inexplicable textura (se tragan como gelocatiles, con un poco de agua y encogiendo la lengua) y con esa caña mal tirada en un vaso de tubo, recipiente del que aprovecho para señalar que soy una gran detractora, porque no hay bebida que sepa bien en esos vasos. Las copas saben aguadas, las cañas saben flojas, los zumos saben demasiado espesos y en general, hasta el agua tiene regusto a grifo. Si la caña tiene su vaso de cuarto, el vino su copa de aperitivo, la sidra su vaso fino, el agua su vaso bajo y grueso (que vale para el zumo) y el cubata su copa de balón, no se entiende la función del tubo, pero no entraré más a este debate que me enciendo. Yo a lo que iba.

Mis padres me regalaron un Ipad 2 y frustraron gratuitamente mis expectativas de mantenerme al margen de la cultura tecnológica, pero sabiendo que yo no le doy la espalda al destino, asumí esa prueba que ponía en mi camino y acepté el regalo.

Desde entonces, me siento imbécil. No consigo hacerme con el cacharro y mi hermana, que a sus 19 años podría heredar Apple con total tranquilidad dados sus conocimientos de la tecnología de la empresa, es mi Lazarillo en estos avatares. Me está enseñando poco a poco a hacerme con el aparatejo, y de ahí que ayer, cuando me dio la clase avanzada de "Hazte tu propia cuenta en AppleStore" por vía telefónica, mi habitación pareciese un gallinero, con todos los papeles, cables y trastos esparcidos por el suelo. Resulta que para hacerte la puñetera cuenta hace falta una tarjeta de crédito y poco menos que una licenciatura, y claro, yo la mía la tengo en la cartera (la tarjeta, la licenciatura está en ello todavía), por un lado para fundirla en cuanto tengo oportunidad y por otro lado para recordarme de cuando en cuando que aún tengo posibilidades de seguir inmersa en la sociedad, siempre que mi banco no decida lo contrario.

Jamás saco la cartera en casa, pero tras horas intentando darme de alta en AppleStore, tuve que sacarla y extraer de su interior decenas de papeles hasta encontrar la documentación. Cuando terminé, exhausta, me metí en la ducha, maldiciendo en voz alta el momento en el que decidí insertarme, contra mi voluntad, en la teconología mundial.

Había quedado con R. y con M. para ir a echar un vistazo a las rebajas y tomar una caña después. Mi tía venía de viaje tras 10 días en la playa y yo iba a ir a recogerla para darle una sorpresa y de paso, ser una buena samaritana y acumular puntos, por si me muero y tengo que rendir cuentas con San Pedro y me sale el balance negativo. Nunca hay que perder la oportunidad de inclinar el balance hacia las buenas acciones, que no está el horno para bollos. Salí de casa, me metí en el coche, y decidí relajar la mente y el cuerpo para dedicarme a menesteres de consumo con total tranquilidad.

Según salí del barrio y cogí la carretera, mi padre llamó a mi teléfono. Nada más descolgar, me dijo:

- Antes de que te de un infarto, te has dejado la cartera aquí. Te lo digo porque como siempre la llevas, no vayas a pensar que te la han robado y montes la de dios.


Fue un detalle, porque la que hubiera montado habría sido de traca. Hablé con R., le pedí que me invitara a la caña, y como buena amiga que es, me prestó pasta con mi firme promesa de devolvérsela al día siguiente.
Estábamos en la terraza cuando me llamó mi madre:

- Oye, que si vas a ir a buscar a la tía, estáte puntual que ella no sabe que vas, a ver si va a salir del autobús escopetada y os cruzáis.


Le prometí a mi madre varias veces que llegaría a tiempo (después de la adolescencia que le di con la impuntualidad, ahora me toca repetirle mil veces que sí, que llego, porque no me cree lo más mínimo), y cogí el coche para cumplir mi promesa. Cuando llegué a la estación faltaban 3 minutos para que llegasen. Viendo que no podía ponerme a buscar sitio en la calle, decidí meter el coche en la estación de autobuses y salir pitando hacia la dársena.

Llegué en el momento exacto en que el bus entraba en la estación. Me coloqué con la mejor de mis sonrisas delante de la puerta, pero el autobús llegó, la gente bajó y mi tía nunca apareció. La esperé, la busqué y no la hallé, como en una canción cualquiera de Nino Bravo. Habían pasado 15 minutos cuando mi madre me volvió a llamar:

- Oye, que la tía está aquí. Que se ha adelantado el bus y ha llegado hace tres cuartos de hora, así que ya está en casa. No la esperes (obviamente) y vete tú para casa también, ya hablamos.

Bajé al parking ampliamente indignada, cuando de repente me dí cuenta de una cosa: sin cartera no había tarjeta, sin tarjeta no había pasta, sin pasta no había con qué pagar el ticket del parking. El pánico se apoderó de mí, y me acerqué al señor operario:

- Perdone, ¿podría prestarme 20 céntimos para pagar? Es que no tengo cartera y neces...

- Lo siento señorita, no presto dinero.

- Ya, me imagino, pero es que he tenido un problema. El caso es que yo ten...

- Insisto, no puedo prestarle nada. Y aquí no puede pedir. Suba a la calle si quiere.


Y se giró con su silla basculable, dirigiendo su mirada hacia un periódico cualquiera. El pánico se volvió a apoderar de mí, así que volví a la dársena con la inocente intención de pedir pasta al personal. Después de dar las vueltas que consideré reglamentarias para fichar familias desvalidas, empecé a sopesar la idea de abordar a algunas, pero tenía que competir con yonquis, tullidos/as y pedigüeños de todas las índoles, y la cosa no estaba fácil. Decidí usar la excusa de robo de cartera, así que me acerqué a un señor de unos 40 y tantos:

- Perdone, pero es que me han robado la cartera y necesito 20 céntimos para el párking, y...

- No tengo nada, lo siento.


Y siguió con su vida como si tal cosa.

Mientras me reponía, abordé a una mujer joven, no llegaba a 40:

- Hola, mire, es que me han rob...

La mujer no me me dio opción. Salió corriendo discretamente mientras se sujetaba el bolso, y eso que llevaba yo mis mejores galas veraniegas (camisetas con agujeros, pantalones cortos vaqueros, chanclas elegantes ibicencas), pero nada, que no coló. Huyó despavorida hacia el segurata de turno diciendo:

- Esa chica está pidiendo, aquí no hay más que yonquis y gentuza, qué vergüenza.

Vergüenza fue lo que pasé yo. Me camuflé detrás de una columna para huir de las miradas que me condenaban al ostracismo y decidí pensar. Un rato después, volví a intentarlo (no se me ocurría nada mejor), y en ausencia del segurata y las miradas indiscretas, un hombre me prestó 20 céntimos, pero claro, para cuando fui a pagar había pasado tanto tiempo que la cuenta ascendía a casi un euro. Desesperada, volví a llamar a mi madre:

- Mamá, que las personas humanas no me quieren dejar dinero y me llaman toxicómana, que digo que podéis venir a buscarme alguien, como mi familia que sois, y prestarme un euro.

- Ahora le digo a tu padre.


Nada menos que media hora después, mi padre apareció por la estación, me llamó, me citó en una de las puertas principales, salió, y cual intercambio entre camellos, me dio una moneda de dos euros y me dijo:

- Ale, te veo en casa.


Bajé corriendo a la estación, sorteando a esas personas malvadas que minutos antes me había rehuído, mirándolas con la  superioridad que me concedía mi moneda de dos euros, y sintiéndome objetivamente subnormal. A los pocos minutos pude pagar y salir del parking con  mi coche, salvando una vez más las miradas que no perdonaban mi supuesta adicción al caballo. Qué mala es la gente.

Al final, como puede comprobarse, la culpa de todo la tiene Apple y su maldito sistema de compraventa. El plan es tan jodidamente perfecto, que me atrevería a decir que Apple son los padres si los míos y los vuestros entendiesen siquiera qué es eso.


La tecnología está haciendo mucho daño.

Y si no, al tiempo.

miércoles, 27 de julio de 2011

El equilibrio universal: ríete de un niño encerrado en un baño y morirás ahogada en un urinario público

Hace ya algunos años, cuando mi adorada P. vivía en mi barrio y mi adorada S. venía a clase conmigo, la vida era de color dorado (sin caer en lo choni) y los pajarillos revoloteaban alegres sin defecar en el techo de mi coche, estábamos en casa de la susodicha P. viendo vídeos de caídas de Youtube y descojonándonos de la risa una calurosa tarde de junio antes de ir a trabajar.

He de matizar algo: sólo nos reíamos S. y yo, porque en ese aspecto es la horma de mi zapato: podemos pasar horas (literales) viendo vídeos de Youtube, del tipo de que sean, y no aburrirnos. Y si son de caídas, ya ni te cuento. "La caída de Edgar" (http://www.youtube.com/watch?v=b89CnP0Iq30) es un vídeo que hemos visto más que el de nuestras comuniones respectivas. Una vez petamos un ordenador de tanto darle caña viendo vídeos bizarros, con eso lo digo todo.

Mientras S. y yo nos rompíamos las costillas emocionadas de tanto doblarnos con las caídas más tontas, P. nos miraba con seriedad y nos decía:

- No entiendo cómo os podéis reír con estas cosas, en serio, no tiene gracia. La gente que se cae, por norma general, se hace daño. No le veo la parte buena a reírse con alguien que lo está pasando mal.

- Que no, mujer, que no se hacen daño- contestaba S., y ponía otro vídeo mientras yo jaleaba encantada.

- Ya veréis como algún día os arrepentís de reíros con ésto, ya veréis- volvía a decir P.

- ¡¡PON ESE, PON ESE!!- señalaba yo, ajena a los comentarios de P., deseosa de seguir partiéndome la caja.


Y seguíamos a lo nuestro.


Cuando llegó la hora de irnos a currar nos bajamos a la calle a por el coche. Íbamos hablando las tres tan felices de sabe dios qué, cuando de repente S. desapareció. Literalmente. Venía charlando con nosotras y se la tragó la tierra. Por el aire salieron volando un cigarro y una lata de Coca Cola Light, los únicos objetos que quedaron de ella en nuestra dimensión terrenal. Ni rastro de su persona.

A los tres segundos se oyó un gemido:

- Ayyyyyyyyy... ay... ay

El gemido venía del subsuelo, así que al asomarnos vimos que una pierna y medio brazo asomaban desde el suelo:

- Ayyyyyy, ay, ay, ay...

Y más lloros. Por lo que veíamos, S. había pisado una alcantarilla que tenía la tapa mal colocada, por lo que al echar peso encima se había volcado y por ende, había absorbido a nuestra amiga. La reacción fue unánime en P. y en mí: rompimos a reír.

No una risilla de esa que se te escapa, no. Un ataque de risa maligna de esos que no se frenan así como así, de esos que te dan en medio de un examen, o en misa, o cuando estás hablando en público.
P. sólo decía entre carcajada y carcajada:

- Te lo dije, por malas, os tenía que pasar algo así.


Y seguía riéndose.

Mientras nosotras no podíamos parar, S. lloraba bajo tierra. Al ver que nosotras no nos compadecíamos, y sintiendo un profundo dolor en su ser (como contó luego), nos gritó desde el inframundo:

- ¡Pero sacadme de aquí, hijas de puta!

Con lágrimas en los ojos intentamos echarle una mano. Al final entre las dos tuvimos que echarle no sólo una mano, sino los dos brazos, porque estaba tan atascada que no podíamos sacarla. Cuando por fin lo conseguimos, la pobre tenía una herida brutal en la pierna y múltiples contusiones en todo el cuerpo (ésto siempre lo dicen en la tele, pase lo que pase) y después de curársela aprendimos la lección: eso nos pasaba por malvadas.


El episodio de la alcantarilla permaneció en nuestras conciencias un tiempo, pero ya hace mucho que volvimos a ser malas y a ver vídeos de Youtube con caídas y tropezones mientras se nos saltan las lágrimas. Yo, que no aprendo, he vuelto a regocijarme con los traspieses ajenos, que aprovecho para decir que me parecen de lo más divertido que ofrece esta vida de manera gratuita. Con el tiempo he vuelto incluso a congratularme con las situaciones tensas que le ocurren a las personas de manera aleatoria. Creo que la tensión me da ganas de reírme desde que tengo uso de razón.

Esta tarde estaba contándole a mi amiga Ra, con la que he estado disfrutando del atardecer del parque de las 7 Tetas, en Vallecas (si nunca has ido te lo recomiendo, ofrece una de las mejores puestas de sol de Madrid), que hace un par de semanas, en el mismo sitio, rescaté a un niño del cuarto de baño del único kiosco que hay en el parque. El pobre se había quedado encerrado y no podía salir, y gritaba desesperado desde dentro hasta que el hada salvadora que hay en mí le escuchó y le sacó del cuarto de baño atrapador de niños (todo ello después de un leve forcejeo que hubo que salvar porque el niño estaba histérico).
Después de contárselo, bromeaba yo con la putada que supone quedarte encerrad@ en un baño en medio de un parque. Como decía, no aprendo con lo de reírme de las desgracias ajenas.

Ha querido el destino, que es justiciero, que al irme a coger el coche para volverme a casa he notado que me hacía pis. No es algo raro, me suele pasar unas 8 o 10 veces al día. Como no me apetecía buscar un arbusto en medio del parque, me he acercado al baño del kiosco, que estaba vacío, y he entrado. He vaciado la vejiga adecuadamente y, cuando he ido a salir, la maldad cósmica ha vuelto a darme una lección: el pestillo no corría.

Decir que me han empezado a entrar sudores fríos es decir poco. El pánico se ha apoderado de mi cuerpo serrano y mis manos han intentado, desesperadamente, soltar el pestillo una y otra vez. En mi cabeza sólo resonaba una frase:

- Si es que soy gilipollas, joder.

Por más que lo intentaba, el puñetero pestillo no iba ni p´alante ni p´atrás. Qué estrés. Después de un rato intentándolo, he desistido. Me he encendido un cigarro para relajarme. Al darle una cala me ha venido a la mente la horrible idea de quedarme sin oxígeno y lo he apagado. No tenía cobertura. No quería gritar. He visto el fin.

Con paciencia y buena letra, lo he vuelto a intentar. No lo conseguía, hasta que de la misma tensión le he dado una patada con mi piececillo del 40 desnudo al pestillo y, milagrosamente, el cerrojo ha cedido y la puerta se ha abierto. Eso sí, me ha costado una heridaca en el pie de un calibre considerable.

Al salir, todo el mundo me miraba. Habrían oído los golpes, imagino, y se estarían regocijando internamente, como yo hice hace un par de semanas. Me he ido al coche con el pie magullado, la vergüenza en lo alto y la dignidad por los suelos.

Hoy he vuelto a aprender la lección de la alcantarilla: el universo todo lo pone en su sitio. Sé buena persona, y se te devolverán buenas acciones. Ríete de los niños que se quedan encerrados en el baño, y correrás el riesgo de morir ahogada en un urinario público.

Qué dolor de pie que tengo, por dios.


Es lo que llaman equilibrio universal.


lunes, 25 de julio de 2011

Primera parada: Ibiza

Me acabo de bajar de la primera parada veraniega, o lo que es lo mismo, acabo de llegar de la primera escapada del actual período estival. Cuando digo "acabo de llegar" lo digo en el sentido literal de la palabra, porque no hará ni una hora que el avión ha aterrizado en Madrid y yo ya tengo la extraña sensación postvacacional de vacío interno, no sé si ésto también os pasa al resto de los mortales o es algo sólo mío. Una se levanta por la mañana al borde del mar, con el sol saliendo por el horizonte, las olas meciendo a los pequeños barcos de vela que navegan en alta mar y la arenilla pegada en las piernas y saber que sólo un rato después estás encerrada en un piso en un barrio cualquiera de Madrid es duro. Natural como la vida misma.


Lo que decía, que acabo de llegar a Ibiza.


Ibiza es un lugar de difícil definición, aunque puedo intentarlo. Yo creo que lo definiría como una ventana de las de mi casa: brillo, transparencia, luminosidad, cristal (en todas sus acepciones) y silicona (también en todas sus acepciones). Puedes estar una semana allí, y dependiendo del kilómetro en el que estés vivirás unas vacaciones de sexo, drogas y techno o una estancia paradisíaca de playas maravillosas, buena comida, atardeceres espectaculares y hippismo trasnochado. Va un poco en función de lo que te quieras gastar, porque contra lo que la adolescencia pueda pensar, la primera opción es tremendamente barata en comparación con la segunda, que es la que escogemos quienes amamos la vida y las vacaciones y queremos descansar del mundanal ruido. No quiero decir que no me gusten las fiestas, que me gustan como a la que más, pero no tengo yo la necesidad imperiosa de pagar cifras desorbitadas por entrar a una fiesta en un polígono, beber Fairy sólo porque los guiris aceptan barco como animal de compañía y estar días enteros sin dormir, por mucho que pinchen Carl Cox o David Ghetta. Llámame clásica si quieres.

Las playas, sin embargo, son preciosas. Aguas cristalinas, acantilados que ponen a prueba mi vértigo y calas recónditas pertrechadas por cuestas imposibles hacen de la isla pitiusa el lugar ideal para disfrutar del mar, la arena, el sol y el incomparable marco que brindan las costas baleares.

El ambiente playero no dista mucho del que podamos encontrar en cualquier otra playa del litoral mediterráneo: familias enteras cargadas con sombrillas y bolsas llenas de juguetes de plástico compradas en el chiringo de la esquina, parejas enamoradas que se dedican arrumacos mientras ella le quita a él espinillas de la espalda, grupos de amigas y amigos que se autofotografían para chequear en Facebook que están viv@s y aburrid@s en la playa y multitud de "señoras que": señoras que nadan en el mar sin meter la cabeza y con las gafas de sol puestas, señoras que pasean por la orilla a ritmo de París-Dakar, señoras que se tuestan a fuego lento en sus hamacas de alquiler y señoras que bailan las coreografías que preparan l@s animador@s de los hoteles cercanos a la playa, montando con ello una "flashmob" digna de un festival centroeuropeo.

Fuera del ambiente playero, se respira un rollito especial, seguramente alimentado por decenas de personas espectacularmente guapas y espectacularmente elegantes y modernas mezcladas con decenas de personas del montón que pasamos ampliamente de arreglarnos para ir a la playa y que exhibimos nuestras miserias cultivadas durante el frío invierno a base de bollería industrial y pizzas precongeladas. La verdad es que se disfruta de la paz, el amor y el buen rollo, conocidos todos ellos por el mundo entero gracias a las fiestas flower-power y a las exclusivas de Paulina Rubio en el ¡Hola!


En esta semana que he pasado allí, en un apartamento situado en lo alto (altísimo) de una montaña, rodeada de pinares y mecida por el sonido del mar (me está quedando muy cursi pero es rigurosamente cierto) he descansado mucho, me he reído, he pintado mandalas, he cantado en el coche, he leído, me he bañado cada día en el mar, he presenciado una agresión de mi amiga M. a un señor octogenario por culpa de la posición en la cola del supermercado (las colas del súper acabarán un día con la Humanidad, seguro), he visto la muerte de cerca con D. por culpa del oleaje (de hecho sigo con el cuello rígido como una columna trajana), he comido mucho tomate (es lo que tiene no controlar las cantidades) y he hecho tantas cosas como sólo se pueden hacer en una semana de playa ibicenca.


En esta semana he descubierto que, aunque sea una maniática, aunque tenga un pronto (bastante) chungo, aunque a veces sea un poco dura en lo que dice y en cómo lo dice, hasta el punto de hacerme daño, aunque a veces no vea más allá de lo que ve, adoro a la Mari. Inevitablemente. Dicen las malas (y buenas) lenguas, concretamente la suya, que cuando va de viaje con ella, hay gente que vuelve sin hablarla. Les entiendo, de verdad. Pero a mí, al volver, me daban ganas de darle un abrazo y unos cuantos besos. Es una mezcla de sentimientos extraña, pero está ahí. Hay gente que aunque a ratos sea insoportable, no puedes evitar querer. Mucho. Los seres humanos somos como los caminos del señor, inescrutables.

También he tenido tiempo de descubrir a Dan(i), que no es que no le conociese, es que no le conocía. Y a buen entendedor, pocas palabras bastan. Hemos reído (mucho), hemos cotilleado, hemos jugado a las cartas como se suele hacer en los veranos familiares, hemos compartido, hemos hecho interminables fotos (todas ellas para hacer ver lo contrario, la clásica foto que subes a una red social emulando que es la primera que haces así, a la "remanguillé") y hemos disfrutado mucho juntos. Qué bonito es descubrir a gente que ya conocías.

Pero ya tendré tiempo de contarlo. Por ahora voy a intentar recuperar el sueño perdido durante estos días por culpa de los ronquidos y los sonidos proferidos por mis compis de apartamento, y a ver si lo consigo evocando el sonido del mar y las luces del atardecer en la playa.


Qué duro es volver de vacaciones en pleno julio.


Joder.





sábado, 16 de julio de 2011

VACACIONES DE VERANO

Estoy emocionada, hoy empiezan las vacaciones de verano. Estoy tan tan emocionada, que al asomarme a la ventana para tender y mirar el tiempo, he creído divisar Ibiza. Y eso, desde un piso en Madrid, requiere de mucha, pero que mucha emoción.

En la vida hay muchos tipos de personas: está la gente que cena pavo en Nochebuena (en mi familia somos más de surtido de embutidos y chuletillas de cordero, bien de grasa para recibir al niño Jesús), está la gente que pone la sombrilla en la playa a las 5 de la mañana y se vuelve a subir a la cama (gente ansiosa como se puede comprobar), está la gente que pasa de probarse la ropa en las tiendas, se la lleva a casa y si no le vale la descambia (con lo divertido que es pasearse por los probadores buscando la aprobación de todo el público) y luego estamos las personas que terminamos el año en julio y lo empezamos en septiembre, haciendo del 31 de diciembre y el 1 de enero una mera costumbre social.

El año escolar, y por tanto vital para quienes trabajamos en la educación, empieza el 1 de septiembre y termina el 31 de junio (o de julio en su defecto, para quienes pringamos en este mes), y es en agosto cuando hacemos balance de lo bueno y lo malo y hacemos propósitos par el curso que viene: "Este año no me dejo las evaluaciones para el último momento", "Ahora sí que sí que voy a ir a tutoría por semana", "Los primeros días me ordeno todos los armarios de la clase pero de verdad", y así sucesivamente.


Atrás quedan sonrisas, lágrimas, caídas, alzadas, guarrerías incontables en el comedor, uniformes, mis compañeras hirientes, la tinta de limón en los mensajes secretos, el Niño Pateador, las mariquitas, mis deportivas de círculos de colores, los padres y madres malvad@s, la función de fin de curso, la Reina de Corazones, y tantas otras historias que no han visto la luz en este blog por respeto a sus protagonistas, que se pasan de cuando en cuando por aquí.

Y atrás queda el bautismo de este blog, que tantos momentos nos (y me) ha dado. El espacio en que todos estos cuentos chinos han venido a parar cuando no encontraban donde quedarse. El espacio en que los habéis recibido y acunado hasta que se dormían. Sois geniales.

Por delante hay muchas cosas: en septiembre empieza un curso que trae nuevas caras, nuevas historias (aquí Enid Blyton diría "nuevas aventuras y nuevos misterios para Los Cinco"), nuevas metas, mi vuelta a la Universidad, una nueva convocatoria de oposición, mi nuevo reto profesional, asumir la Coordinación en solitario (entre vosotr@s y yo, estoy un pelín asustada), uno de los tres pilares Morataleños que vuelve de Cracovia, otro que emigra a otro barrio, nuevas series de televisión que empiezan y que seguro que me harán un hueco en VillaMari/VillaDan, gente que está y permanece, gente que queda por ahí, por el camino, y gente que seguro aparecerá y traerá mil cosas que contar. Hay tantos nuevos propósitos que ni se me pasa por la cabeza intentar dejar de fumar.

Mañana me marcho a Ibiza con M., y luego con D., pero estoy aquí pronto para moverme por otras ciudades españolas. Las vacaciones se plantean previsibles pero abiertas a que ocurran muchas cosas, tantas como gente vaya y venga.

Por lo pronto voy a disfrutar, a descansar, a recargar las pilas. Y me llevo el ordenador para contarlo.


Beso al mar de vuestra parte.


Y a vosotr@s de la suya...




lunes, 11 de julio de 2011

Las (malvadas) secretarias

El auténtico drama de la juventud de hoy en día no es la crsis, que nadie se equivoque. La lacra real es la falta de motivación universal, y hay un colectivo directamente responsable de ello: las secretarias.

Las secretarias de mi colegio se llamaban Mª Jesús y Charo. Bueno, antes de llegar Charo había una que se llamaba Luisi, pero la ascendieron a profesora de Lengua (los tejemanejes del Sistema Educativo de nuestro país, daría como para hacer un documental tipo Callejeros).
El caso es que Mª Jesús y Charo eran dos mujeres aparentemente agradables, pero sólo aparentemente. Tú llegabas a la secretaría a pagar un recibo y antes de darte los buenos días te decían:

-.Nena, aquí no grapamos, no encuadernamos, no fotocopiamos, no se llama por teléfono y no rellenamos nada. Si te mandan a por tizas vente en el recreo. ¿Qué querías?


Claro, con esa perspectiva te acojonabas, te dabas la vuelta con la moral por los suelos y te volvías a tu casa diciéndote para tus adentros que ya podían tus padres domiciliar las mensualidades, porque tú no querías saber nada de esa gente nunca más.

Yo no perdí la fe en la educación, y el último papel que me dieron en la secretaría del colegio lo llevé tal cual a la secretaría de la universidad para continuar mi formación, y fue como salir de Málaga para entrar en Malagón. Según llegué y me puse en la cola, salió del despacho una mujer de pelo a mechas caobas y visible sobrepeso para anunciar a l@s allí presentes:

- Los que estáis para matricularos, aviso que a las 2 cerramos. Revisad bien los papeles que como os falte algo aquí no podéis imprimir ni fotocopiar. Y os tenéis que hacer otra vez la cola.

Qué agradable acogida universitaria. Así dan ganas de hacerse siete carreras y un doctorado.

La cosa me sonaba familiar, pero por si acaso me puse a revisar los papeles. Que yo recordase, estaba todo en regla.
Había leído en la web que además de los papeles, había que llevar 4 fotos de carnet para formalizar la matrícula, así que las metí en un sobre y me las llevé. Cuando me tocó el turno me senté en una silla y esperé con mis recibos, mis fotos y mi paciencia a ser atendida.

Cuando a la señora le apeteció mirarme a la cara, quise hacer gala de mi buena educación:

- Hola, buenos días, venía a matricularme en Magist...

- ¿Traes todos los papeles?

- Eh... sí, creo que sí.

- ¿Cómo que creo? Mira que si te falta algo aquí no hacemos fotocopias, ni imprimi...

- Sí, sí, tengo todo.

- ¿DNI?

- Sí, aquí está.

-¿Original y fotocopia?

- También lo tengo.


La muy perra quería pillarme en falta. No sabía que venía yo de la Escuela Oficial de Soportadoras de Secretarias Desagradables, y estaba más que entrenada.

- ¿Tienes las fotos?

- Sí, tenga.


La mujer abrió el sobre, sacó una, la pegó en un impreso, sacó otra, la pegó en mi ficha y me devolvió el sobre con las otras dos fotos en su interior.

- ¿Y las otras fotos no las quiere?- pregunté inocente.

- Hombre, si quieres me las quedo y las meto en la cartera, al lado de las de mis hijos.


Ahí reconozco que estuvo fina. En ese momento se levantó de la silla a sacar un impreso y pude ver que su caminar era renqueante. Quedó bautizada para siempre como La Coja, por bruja; a juzgar por cómo creció su odio hacia mi persona a lo largo de los años, yo creo que alguna vez nos debió oír llamarla de ese modo. La última vez que la ví fue hace un par de años, cuando fui a recoger el título después de años esperándolo. Estaba tan agradable como siempre.

Hoy he ido a por un certificado que necesito para la oposición. Normalmente tardan en dártelo un par de días, pero como lo necesito para este viernes, pensé que me daba tiempo de sobra, así que me he ido esta mañana a primera hora a la secretaría del vicerrectorado a por él. Nada más llegar y pedirlo, una amable secretaria me ha recibido con simpatía evidente:

- Uy uy, ésto tarda lo menos diez días. La Secretaria está de vacaciones y no vuelve hasta la semana que viene.

- Ya bueno, pero es que lo necesito para este viernes.

- Ya, bueno, - lo ha dicho como imitándome, con recochineo- pero es que si no está, qué quieres que yo le haga.

- Bueno, sáqueme mientras tanto el resguardo para pagar las tasas y ahora hablamos.


La cola era, sin exagerar, de 30 personas, y seguían llegando. Cuando la señora ha ido a darle al Intro (como parte de su agotador trabajo), ha torcido la nariz y nos ha informado:

- Bueno, se nos acaba de estropear el sistema informático, así que hoy no podemos expedir ningún certificado. Quien quiera quedarse hasta las 2, que se quede, que lo mismo se arregla o lo mismo no. El resto ale, despejándome la sala.

He decidido vengarme de todas las secretarias que han truncado mi estabilidad emocional a lo largo de los años, y por primera vez en una secretaría, he dado un paso adelante y le he dicho:

- Pues usted me dirá qué hago, pero deme una solución porque por culpa de su ineptitud yo me quedo sin opositar, y eso sí que es un problema.

Las que estaban delante de mí en la cola casi me aplauden. Pobrecillas, iban a matricularse por primera vez a la universidad y no están curtidas. Ya aprenderán.

La secretaria me ha mirado fijamente, ha pasado a poner ojos malignos y me ha dicho:

- Te puedo asegurar, nena (¡qué manía con llamarnos así!), que la más fastidiada soy yo.

- Le puedo asegurar, señora, que no es así. Usted se va a desayunar con excusa. Yo me quedo sin trabajo. Me va usted a comparar, hombre, por dios.

La cosa iba a llegar a mayores, pero en ese momento alguien ha gritado:

-¡¡El sistema ya funciona!!

Y el mundo ha vuelto a su curso, la gente ha vuelto velozmente a la cola y la mujer secretaria se ha tragado su orgullo para sacarme el certificado y yo mi arranque bolchevique para darle las gracias. En el último momento me ha sonreído, como disculpándose por culpa de todas las secretarias cabronas del mundo, y yo le he devuelto la sonrisa, como perdonando a todas las secretarias cabronas del mundo de parte de tod@s l@s estudiantes víctimas de malos tratos por su parte del mundo.

Mientras yo metía el recibo en el sobre de plástico, he pensado que igual éste hecho me reconciliaba para siempre con el mundo de las secretarias. Según lo guardaba, me he dado la vuelta y le he preguntado a la mujer:

- Oiga, y por cierto, ¿cuándo puedo venir a recoger el original?


Y entonces me he dado cuenta de que ésto nunca cambiará, porque su sonrisa se ha borrado para fruncir el ceño y decirme:

- Pues a partir del lunes, pero acuérdate de traerte todos los papeles de casa, que aquí ni fotocopiamos, ni imprimimos...