"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




martes, 13 de septiembre de 2011

El corazón de Hasa

El curso empezó hace una semana, y hace un rato, en la cena, se me han caído cinco pestañas del tirón. El estrés hace mella poco a poco, y el período de adaptación se hace tan cuesta arriba como se nos hizo el fin de curso. Hoy me preguntaba una amiga que si el período de adaptación era más necesario para las criaturas o para sus profes, y la verdad, casi opto por lo segundo. Los niños y las niñas lloran porque quieren volver a casa, y yo haría lo mismo si no fuese una persona adulta a la que la censura social ya no le permite patalear en el suelo, pero lo que nos cuesta es aguantar tantos llantos y tanta angustia, y no al revés.

En medio de todo este jaleo de lágrimas y gritos, llegó ayer a la hora de comer una llamada. Una mujer preguntaba por la directora, quería matricular a su nieta en el colegio.

- El curso ya ha empezado- decía Ara, la secretaria-, supongo que está al corriente.

- Sí - contestó la mujer-, pero éste es un caso especial. Si os parece mañana me acerco sobre las cuatro al colegio y os la presento.

De esa forma esta tarde, a las cuatro, unos preciosos ojos negros, con cierto deje de tristeza pero penetrantes y llenos de brillo, han entrado por la puerta del colegio de la mano de su abuela. Su piel de ébano brillaba con el sol de los últimos días de verano, y sus rizos, suaves y largos, estaban perfectamente recogidos dejando ver una cara que examinaba el mundo nuevo que se abría ante ella.

Así es como hemos conocido a Hasanatu, Hasa para l@s amig@s, nuestra nueva compañera, aunque sólo podremos disfrutar con ella durante un mes y medio. Hasa es una niña guineana que ha llegado hasta España de la mano de una ONG para operarse del corazón. Si te fijas un poco, se advierte la enorme cicatriz que le recorre el pecho y que llega casi hasta la garganta. La operación es muy reciente pero todo ha salido mejor que bien.

Una de las doctoras del equipo que la ha operado, y que colabora con la ONG habitualmente, ha acogido a la pequeña Hasa mientras cuidan de que el postoperatorio se desarrolle con normalidad. Gracias a su infinita generosidad, Hasa podrá llevar una vida normal, aunque por ahora tiene que privarse de jugar a rodar como una croqueta en el patio y evitar un balonazo en la tripa para cuidar su cicatriz y curarse cuanto antes.

Hasa lleva pocas semanas en Madrid, y Amparo, su abuela de acogida, quiere darle lo mejor mientras su hija, la mamá de acogida de Hasa, cura a otros niños y niñas durante el día. Por eso quieren matricularla en el colegio, porque no hay nada mejor que ofrecerle a una niña que amigos y amigas con quienes jugar.

Cuando Hasa llegó a su casa de Madrid y comenzó a explorar todo lo que allí había, fue a dar con el fregadero de la cocina, y levantó aquello que parecía una tapita encima de un tubo. Inmediatamente, un chorro de agua fresca brotó del grifo, y Hasa se quedó unos segundos mirándolo maravillada. Acto seguido lo cerró, y nunca ha vuelto a abrirlo por capricho. Se lava los dientes con un dedo de agua, por más que sus padres y su abuela le insten a llenar el vaso para enjuagarse. Ahorra cada gota como si fuese la última.

Hasa es muy limpia. En cuanto se mancha de arena o polvo jugando se sienta en un banco y se limpia con las manos de forma tremendamente ágil. Su carita siempre está limpia y sus manos impecables. Sin embargo, es extraño que siempre esté tan limpia, porque es asombrosamente hábil haciendo castillos y figuras de arena, así que puede pasar horas jugando en el arenero.


Al poco tiempo de llegar a Madrid, después de la operación, Amparo llevó a Hasa al supermercado. Querían hacer la compra de la semana y aprovechar para que la niña diese un paseo, había salido poco por estar convaleciente. Iban a dar un pequeño festín culinario para celebrar que todo estaba saliendo bien. Cuando entró, Hasa se quedó quieta en la puerta, sin dar crédito:

- ¿Todo ésto es para nosotras?- preguntó.

- Sólo lo que compremos- contestó Amparo divertida.

- Pues quiero comprar muchas cosas para mi familia y mis amigos- dijo la niña mientras cogía bolsas y envases de las estanterías.

- Ahora no, Hasa- le decía Amparo-; podrás comprar todo lo que quieras cuando vayas a volver a Guinea, así te lo puedes llevar en el avión para dárselo a tu familia y a tus amigos.

- Yo no quiero, no quiero ir en avión- lloriqueaba Hasa.

- ¡¡Pero si ya viniste!! ¡No me digas que te da miedo!- reía Amparo.

- No me da miedo- contestó la niña- pero no quiero ir en avión. No quiero volver. Quiero que vengan mis amigos y mi familia en avión aquí a vivir conmigo.

Y Amparo lloraba y lloraba emocionada pensando en el futuro de Hasa, la niña que volvió a nacer gracias a las manos de su madre de acogida y que va a pasar un mes con nosotr@s, ayudándonos a volver a nacer también. Hasa, la niña de mirada triste, seguramente porque no es fácil tener una dolencia cardíaca en el seno de una familia humilde de Guinea. No somos capaces de imaginar el sufrimiento de la pequeña y de su familia, y que ha marcado los ojos de Hasa. Seguro que tampoco podemos hacernos una idea de la felicidad que su padre y su madre, sus hermanos y hermanas, sus amigos y toda la gente que le quiere sintió cuando supo que existía la posibilidad de enviarla a España a coger un pasaporte para una vida sana.

Dentro de un mes, Hasa volverá a Guinea, a disfrutar de su corazón, que ahora funciona.

Lo que me da miedo ahora es el mío, mi corazón. Creo que me lo ha robado.





sábado, 3 de septiembre de 2011

La ESO no existe: es Esperanza Aguirre

- Dime tres montañas de Europa
- El Teide, la Montaña Rusa y Montserrat.

- A ver, las provicincias de Castilla y León
- Pues León, Asturias...


- Define "Edad Media"
- La Edad Media es hasta que los seres humanos hacen la Escritura. Se divide en tres partes: Paleolítico, Nelítico y Edad Media o Moderna.


- Háblame de la Edad Moderna
- Pues esa está muy bien, porque es en la que vivimos.


- ¿Y la Contemporánea?
- Esa es la que viene... ¿o la que ya ha pasado?

  
***

- Fernando Fernán Gómez, ¿te suena?
- Sí, un escritor o algo así ¿no?
- Aquí dice que fue miembro de la Real Academia Española
- De cine, digo yo...
- Será, porque aquí no pone nada


***

- La Madre Teresa, fue una monja albanesa, católica
- Pero, ¿una albanesa de dónde es?
- De Albania
- Pero ¿eso existe? ¿y dónde está?

***

- ¿Cuál es el mar que baña la costa valenciana?
- El mar... ¿Atlántico?

***

- ¿Provincia insular en la que nació el actor Javier Bardem?
- ¿Provincia insular? Eh... Castilla la Mancha

***



Todas estas frases, siendo éste un blog escrito por una maestra, no dejarían de ser anécdotas graciosas, curiosas, tiernas, si fuesen las clásicas respuestas de examen de mis niños y niñas de Primaria, que al estar aprendiendo se atreven con todo, o con casi todo, cuando les pregunto acerca de temas cotidianos como geografía, historia, religión, cine o literatura. 

Sin embargo, hay que matizar un pequeño detalle respecto a estas frases: no han sido pronunciadas por niños y niñas.

Las perlas dialécticas que acabas de leer han sido pronunciadas por personas adultas en los programas, concursos y realities televisivos de máxima audiencia en la historia de nuestro país. Y no sólo por personas analfabetas, ojo. Aquí hay respuestas dadas por actores, actrices, presentadores y presentadoras, periodistas y demás profesionales de diferentes gremios.

Y es que ser ignorante está de moda. Miento, ser ignorante no está de moda. Lo que se lleva ("lo que lo peta", dirían éstas personas seguramente) es presumir de no saber. Presumir de ignorar, de no conocer, de no saber ni escribir tu apellido. Y ser fan incondicional de quienes también se enorgullecen de su falta de saber y de conocimientos.

La presidenta de la Comunidad de Madrid ha decidido aplicar recortes drásticos en los presupuestos destinados a ¿Educación? para equilibrar el déficit que presentan las cuentas públicas, alegando que el despido de 3000 profesores y profesoras de Secundaria permitirá "dotar al sistema educativo de otros recursos". Mientras tanto, se sube el sueldo, se lo sube a sus colegas y se asegura de que el concejal de festejos de Villasuputamadre tenga su pensión vitalicia, que para eso le toca llamar a Melendi todos los años para que toque en las fiestas del pueblo de agosto.

Yo no sé si yo soy demasiado radical o ésto se nos ha ido del todo de madre. Bueno, sí lo sé: lo segundo.

Un país que decide aplicar recortes brutales en Educación, minimizando hasta lo indecible la inversión en formación de quienes serán los ciudadanos y ciudadanas del futuro, ha perdido el norte. Un país que permite que el fracaso escolar le sitúe a la cola de Europa, que los centros se llenen hasta la bandera sin que haya personas suficientes para atenderlos, que la mayor aspiración de un chaval sea ser tertuliano de un programa de cotilleo lamentable y que aún con esas, decida seguir quitando unos eurillos de aquí, una profesional de allá y un instituto del otro lado, debe reflexionar seriamente acerca de la que se le viene encima.

A mí, qué queréis que os diga, todo ésto me inquieta y me da miedo, lo reconozco. Pensar que estamos promoviendo el paletismo universal con total impunidad, y que además lo solventamos mirando hacia otro lado y cambiando de canal, me hace reflexionar acerca del lugar que ocupo yo en este mundo que si no se ha vuelto loco es que me ha vuelto loca a mí. Lo que no sé es cómo no lo ví venir cuando tuve aquella conversación con el chaval que de mayor quería ser traficante (si quieres recordarlo, puedes volver a la historia pinchando aquí).

Auguro que dentro de poco tiempo, tendremos un país lleno de tronistas de "Hombres, mujeres y viceversa" que no sepan hablar y que sólo se preocupen de buscar una bola de piercing que les combine con los zapatos. En el huerto del colegio plantaremos estramonio para poder flipar en la fiesta de fin de curso y resolveremos nuestras diferencias con el alumnado a través de indirectas vía Facebook. Y la jornada escolar terminará a las 3, que a y media empieza Sálvame.

Y la primera presidenta del Gobierno de nuestro país no será Esperanza Aguirre, será Belén Esteban.


Por cierto, las cinco primeras respuestas son suyas.








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miércoles, 31 de agosto de 2011

De vuelta


De vuelta de todo.


De vuelta de nada.


De vuelta, y vuelta.


Tan joven y de vuelta...


Ésto lo decía Jarabe de Palo, ese grupo de tan diverso registro musical que cada año nos sorprendía con nuevas e impactantes melodías hasta que nuestros oídos no pudieron superar tanta innovación y decidieron condenarle a lo más bajo de la lista de los 40 Principales.

La cuestión es que estoy de vuelta de mis vacaciones, unas vacaciones de 6 semanas en las que ha habido de todo: campo, playa, ciudad, amigos, amigas, familia, recuerdos, fotos, helados, comidas, sobremesas de copa y puro, baños vespertinos, canciones, viajes y tantas y tantas cosas como cada verano.

Lo que lo ha hecho diferente ha sido, como dicen las abuelas, la salud. Ya lo dicen ellas cuando no nos toca la lotería: lo importante es tener salud. ¿Y quién les da la razón? Pues se la damos todos y todas, pero en nuestro interior pensamos que eso es incierto, y que más nos valdría que nos tocara la lotería y la salud ya si eso que venga detràs.


Una infección que llevaba tiempo acechándome me ha cogido por banda durante las vacaciones y me ha tenido 4 se las 6 semanas estivales con fiebre, dolores y otros menesteres poco agradables. Dirás, diréis, que vaya mierda de vacaciones. Que qué mala suerte. Que qué horror.
Pues no, señores y señoritas, como leí hace tiempo no sé dónde, si sucede, conviene. El haber estado un mes más p´allá que p´acá, me ha permitido tumbarme a la bartola durante gran parte del día, leer, escuchar música, observar, ver pelis, pintar, escribir, y otras tantas cosas que sólo haces cuando no te puedes mover.
Se supone que el verano es para hacer cosas, parar salir, para entrar, para moverse, pero pocas veces nos tiramos en el suelo a estar, simplemente.

Estar enferma, y por tanto obligada muchas veces a guardar cama (expresión sesentera que adoro) me ha permitido cargar las pilas cosa mala. Vengo descansada como pocas veces.


Mañana empieza el cole. Ay madre...




miércoles, 24 de agosto de 2011

Mi día

Tal día como hoy, hace 24 años, una mujer paseaba como loca por el parque del Retiro desafiando al calor estival. Hacía más de 20 días que había salido de cuentas y su primogénita no daba señales de querer salir al mundo.

Al caer la tarde, rehizo una vez más la bolsa que ya tenía prepara desde hacía semanas y se encaminó al hospital. No era normal que llevase casi 10 meses de gestación, ni siquiera para una primeriza. Su marido la acompañaba, y no habían llamado a nadie más para no repetir la escena que habían vivido ya varias veces, en la que después de marchar corriendo al hospital, la familia entera se volvía a casa sin haberle visto la cara a la niña.

-Aún me quedan dos horas para salir, así que prepárate que te lo vamos a provocar-dijo el médico.

Hora y media después, cos casi 4 kilos de peso y midiendo 59 centímetros, vino al mundo una niña que, nada más dejarla en la cuna de metacrilato de la habitación, se apoyó en sus bracitos y observó el mundo en el que le había tocado vivir.

Hoy se cumplen 24 años de aquel día.

Hoy es mi cumple.

viernes, 5 de agosto de 2011

El día en que por culpa de Apple me confundieron con una toxicómana

Yo no sé si os pasa que hay días en los que podrías haberte quedado en la cama, como una pelusa, durante las 24 horas de la jornada, y no habría pasado absolutamente nada. Sin embargo te has levantado de la cama, has decidido voluntariamente aceptar cualquier cosa que el destino tenga a bien ponerte en el camino y te das cuenta de que ha debido ser Murphy (el de La ley de Murphy, no el actor de Dr. Dolittle) el que ha diseñado ese plan maquiavélico y enrevesado que hace que tu día se tuerza hasta por las costuras. Lo que es un día de mierda, vaya.

Todo comenzó por culpa de Apple. Pese a que tres cuartas partes de este universo (y seguro que de otros paralelos) haya sucumbido al Iphone, Ipod, Ipad, Mac y otras mil chuminadas, yo me quiero negar, como postmoderna que soy, a entrar en esa espiral de sobrecomunicación que hace que, cuando quedo con mis colegas, tenga que pedir permiso al Whatsapp (¿se escribe así?) de los cojones para hablar con ell@s. Me pone negra.

Sin embargo, hace cosa de un mes, mis padres, sin explicación aparente, me regalaron un Ipad 2, ajenos sin duda a mi proposición de escapar de la endiablada conjura ideada por mentes malignas, forjadas seguramente a manos de Ramón Areces o Amancio Ortega, que son dos personas que han hecho muchísimo daño a la cultura española, de natural llana y horterilla, como a mí me gusta.
Por culpa de gente como ellos, España salió del jamoncito en plato de postre y la caña en vaso bajo y entró en la era de las ostras inmersas en hielo a modo de aperitivo y el vaso de tubo, dos inventos que nos hacen, a todas luces, situarnos a la cola de Europa, porque tú me contarás que hace el español medio con eso, sabiendo que le dan asco las ostras por su inexplicable textura (se tragan como gelocatiles, con un poco de agua y encogiendo la lengua) y con esa caña mal tirada en un vaso de tubo, recipiente del que aprovecho para señalar que soy una gran detractora, porque no hay bebida que sepa bien en esos vasos. Las copas saben aguadas, las cañas saben flojas, los zumos saben demasiado espesos y en general, hasta el agua tiene regusto a grifo. Si la caña tiene su vaso de cuarto, el vino su copa de aperitivo, la sidra su vaso fino, el agua su vaso bajo y grueso (que vale para el zumo) y el cubata su copa de balón, no se entiende la función del tubo, pero no entraré más a este debate que me enciendo. Yo a lo que iba.

Mis padres me regalaron un Ipad 2 y frustraron gratuitamente mis expectativas de mantenerme al margen de la cultura tecnológica, pero sabiendo que yo no le doy la espalda al destino, asumí esa prueba que ponía en mi camino y acepté el regalo.

Desde entonces, me siento imbécil. No consigo hacerme con el cacharro y mi hermana, que a sus 19 años podría heredar Apple con total tranquilidad dados sus conocimientos de la tecnología de la empresa, es mi Lazarillo en estos avatares. Me está enseñando poco a poco a hacerme con el aparatejo, y de ahí que ayer, cuando me dio la clase avanzada de "Hazte tu propia cuenta en AppleStore" por vía telefónica, mi habitación pareciese un gallinero, con todos los papeles, cables y trastos esparcidos por el suelo. Resulta que para hacerte la puñetera cuenta hace falta una tarjeta de crédito y poco menos que una licenciatura, y claro, yo la mía la tengo en la cartera (la tarjeta, la licenciatura está en ello todavía), por un lado para fundirla en cuanto tengo oportunidad y por otro lado para recordarme de cuando en cuando que aún tengo posibilidades de seguir inmersa en la sociedad, siempre que mi banco no decida lo contrario.

Jamás saco la cartera en casa, pero tras horas intentando darme de alta en AppleStore, tuve que sacarla y extraer de su interior decenas de papeles hasta encontrar la documentación. Cuando terminé, exhausta, me metí en la ducha, maldiciendo en voz alta el momento en el que decidí insertarme, contra mi voluntad, en la teconología mundial.

Había quedado con R. y con M. para ir a echar un vistazo a las rebajas y tomar una caña después. Mi tía venía de viaje tras 10 días en la playa y yo iba a ir a recogerla para darle una sorpresa y de paso, ser una buena samaritana y acumular puntos, por si me muero y tengo que rendir cuentas con San Pedro y me sale el balance negativo. Nunca hay que perder la oportunidad de inclinar el balance hacia las buenas acciones, que no está el horno para bollos. Salí de casa, me metí en el coche, y decidí relajar la mente y el cuerpo para dedicarme a menesteres de consumo con total tranquilidad.

Según salí del barrio y cogí la carretera, mi padre llamó a mi teléfono. Nada más descolgar, me dijo:

- Antes de que te de un infarto, te has dejado la cartera aquí. Te lo digo porque como siempre la llevas, no vayas a pensar que te la han robado y montes la de dios.


Fue un detalle, porque la que hubiera montado habría sido de traca. Hablé con R., le pedí que me invitara a la caña, y como buena amiga que es, me prestó pasta con mi firme promesa de devolvérsela al día siguiente.
Estábamos en la terraza cuando me llamó mi madre:

- Oye, que si vas a ir a buscar a la tía, estáte puntual que ella no sabe que vas, a ver si va a salir del autobús escopetada y os cruzáis.


Le prometí a mi madre varias veces que llegaría a tiempo (después de la adolescencia que le di con la impuntualidad, ahora me toca repetirle mil veces que sí, que llego, porque no me cree lo más mínimo), y cogí el coche para cumplir mi promesa. Cuando llegué a la estación faltaban 3 minutos para que llegasen. Viendo que no podía ponerme a buscar sitio en la calle, decidí meter el coche en la estación de autobuses y salir pitando hacia la dársena.

Llegué en el momento exacto en que el bus entraba en la estación. Me coloqué con la mejor de mis sonrisas delante de la puerta, pero el autobús llegó, la gente bajó y mi tía nunca apareció. La esperé, la busqué y no la hallé, como en una canción cualquiera de Nino Bravo. Habían pasado 15 minutos cuando mi madre me volvió a llamar:

- Oye, que la tía está aquí. Que se ha adelantado el bus y ha llegado hace tres cuartos de hora, así que ya está en casa. No la esperes (obviamente) y vete tú para casa también, ya hablamos.

Bajé al parking ampliamente indignada, cuando de repente me dí cuenta de una cosa: sin cartera no había tarjeta, sin tarjeta no había pasta, sin pasta no había con qué pagar el ticket del parking. El pánico se apoderó de mí, y me acerqué al señor operario:

- Perdone, ¿podría prestarme 20 céntimos para pagar? Es que no tengo cartera y neces...

- Lo siento señorita, no presto dinero.

- Ya, me imagino, pero es que he tenido un problema. El caso es que yo ten...

- Insisto, no puedo prestarle nada. Y aquí no puede pedir. Suba a la calle si quiere.


Y se giró con su silla basculable, dirigiendo su mirada hacia un periódico cualquiera. El pánico se volvió a apoderar de mí, así que volví a la dársena con la inocente intención de pedir pasta al personal. Después de dar las vueltas que consideré reglamentarias para fichar familias desvalidas, empecé a sopesar la idea de abordar a algunas, pero tenía que competir con yonquis, tullidos/as y pedigüeños de todas las índoles, y la cosa no estaba fácil. Decidí usar la excusa de robo de cartera, así que me acerqué a un señor de unos 40 y tantos:

- Perdone, pero es que me han robado la cartera y necesito 20 céntimos para el párking, y...

- No tengo nada, lo siento.


Y siguió con su vida como si tal cosa.

Mientras me reponía, abordé a una mujer joven, no llegaba a 40:

- Hola, mire, es que me han rob...

La mujer no me me dio opción. Salió corriendo discretamente mientras se sujetaba el bolso, y eso que llevaba yo mis mejores galas veraniegas (camisetas con agujeros, pantalones cortos vaqueros, chanclas elegantes ibicencas), pero nada, que no coló. Huyó despavorida hacia el segurata de turno diciendo:

- Esa chica está pidiendo, aquí no hay más que yonquis y gentuza, qué vergüenza.

Vergüenza fue lo que pasé yo. Me camuflé detrás de una columna para huir de las miradas que me condenaban al ostracismo y decidí pensar. Un rato después, volví a intentarlo (no se me ocurría nada mejor), y en ausencia del segurata y las miradas indiscretas, un hombre me prestó 20 céntimos, pero claro, para cuando fui a pagar había pasado tanto tiempo que la cuenta ascendía a casi un euro. Desesperada, volví a llamar a mi madre:

- Mamá, que las personas humanas no me quieren dejar dinero y me llaman toxicómana, que digo que podéis venir a buscarme alguien, como mi familia que sois, y prestarme un euro.

- Ahora le digo a tu padre.


Nada menos que media hora después, mi padre apareció por la estación, me llamó, me citó en una de las puertas principales, salió, y cual intercambio entre camellos, me dio una moneda de dos euros y me dijo:

- Ale, te veo en casa.


Bajé corriendo a la estación, sorteando a esas personas malvadas que minutos antes me había rehuído, mirándolas con la  superioridad que me concedía mi moneda de dos euros, y sintiéndome objetivamente subnormal. A los pocos minutos pude pagar y salir del parking con  mi coche, salvando una vez más las miradas que no perdonaban mi supuesta adicción al caballo. Qué mala es la gente.

Al final, como puede comprobarse, la culpa de todo la tiene Apple y su maldito sistema de compraventa. El plan es tan jodidamente perfecto, que me atrevería a decir que Apple son los padres si los míos y los vuestros entendiesen siquiera qué es eso.


La tecnología está haciendo mucho daño.

Y si no, al tiempo.

miércoles, 27 de julio de 2011

El equilibrio universal: ríete de un niño encerrado en un baño y morirás ahogada en un urinario público

Hace ya algunos años, cuando mi adorada P. vivía en mi barrio y mi adorada S. venía a clase conmigo, la vida era de color dorado (sin caer en lo choni) y los pajarillos revoloteaban alegres sin defecar en el techo de mi coche, estábamos en casa de la susodicha P. viendo vídeos de caídas de Youtube y descojonándonos de la risa una calurosa tarde de junio antes de ir a trabajar.

He de matizar algo: sólo nos reíamos S. y yo, porque en ese aspecto es la horma de mi zapato: podemos pasar horas (literales) viendo vídeos de Youtube, del tipo de que sean, y no aburrirnos. Y si son de caídas, ya ni te cuento. "La caída de Edgar" (http://www.youtube.com/watch?v=b89CnP0Iq30) es un vídeo que hemos visto más que el de nuestras comuniones respectivas. Una vez petamos un ordenador de tanto darle caña viendo vídeos bizarros, con eso lo digo todo.

Mientras S. y yo nos rompíamos las costillas emocionadas de tanto doblarnos con las caídas más tontas, P. nos miraba con seriedad y nos decía:

- No entiendo cómo os podéis reír con estas cosas, en serio, no tiene gracia. La gente que se cae, por norma general, se hace daño. No le veo la parte buena a reírse con alguien que lo está pasando mal.

- Que no, mujer, que no se hacen daño- contestaba S., y ponía otro vídeo mientras yo jaleaba encantada.

- Ya veréis como algún día os arrepentís de reíros con ésto, ya veréis- volvía a decir P.

- ¡¡PON ESE, PON ESE!!- señalaba yo, ajena a los comentarios de P., deseosa de seguir partiéndome la caja.


Y seguíamos a lo nuestro.


Cuando llegó la hora de irnos a currar nos bajamos a la calle a por el coche. Íbamos hablando las tres tan felices de sabe dios qué, cuando de repente S. desapareció. Literalmente. Venía charlando con nosotras y se la tragó la tierra. Por el aire salieron volando un cigarro y una lata de Coca Cola Light, los únicos objetos que quedaron de ella en nuestra dimensión terrenal. Ni rastro de su persona.

A los tres segundos se oyó un gemido:

- Ayyyyyyyyy... ay... ay

El gemido venía del subsuelo, así que al asomarnos vimos que una pierna y medio brazo asomaban desde el suelo:

- Ayyyyyy, ay, ay, ay...

Y más lloros. Por lo que veíamos, S. había pisado una alcantarilla que tenía la tapa mal colocada, por lo que al echar peso encima se había volcado y por ende, había absorbido a nuestra amiga. La reacción fue unánime en P. y en mí: rompimos a reír.

No una risilla de esa que se te escapa, no. Un ataque de risa maligna de esos que no se frenan así como así, de esos que te dan en medio de un examen, o en misa, o cuando estás hablando en público.
P. sólo decía entre carcajada y carcajada:

- Te lo dije, por malas, os tenía que pasar algo así.


Y seguía riéndose.

Mientras nosotras no podíamos parar, S. lloraba bajo tierra. Al ver que nosotras no nos compadecíamos, y sintiendo un profundo dolor en su ser (como contó luego), nos gritó desde el inframundo:

- ¡Pero sacadme de aquí, hijas de puta!

Con lágrimas en los ojos intentamos echarle una mano. Al final entre las dos tuvimos que echarle no sólo una mano, sino los dos brazos, porque estaba tan atascada que no podíamos sacarla. Cuando por fin lo conseguimos, la pobre tenía una herida brutal en la pierna y múltiples contusiones en todo el cuerpo (ésto siempre lo dicen en la tele, pase lo que pase) y después de curársela aprendimos la lección: eso nos pasaba por malvadas.


El episodio de la alcantarilla permaneció en nuestras conciencias un tiempo, pero ya hace mucho que volvimos a ser malas y a ver vídeos de Youtube con caídas y tropezones mientras se nos saltan las lágrimas. Yo, que no aprendo, he vuelto a regocijarme con los traspieses ajenos, que aprovecho para decir que me parecen de lo más divertido que ofrece esta vida de manera gratuita. Con el tiempo he vuelto incluso a congratularme con las situaciones tensas que le ocurren a las personas de manera aleatoria. Creo que la tensión me da ganas de reírme desde que tengo uso de razón.

Esta tarde estaba contándole a mi amiga Ra, con la que he estado disfrutando del atardecer del parque de las 7 Tetas, en Vallecas (si nunca has ido te lo recomiendo, ofrece una de las mejores puestas de sol de Madrid), que hace un par de semanas, en el mismo sitio, rescaté a un niño del cuarto de baño del único kiosco que hay en el parque. El pobre se había quedado encerrado y no podía salir, y gritaba desesperado desde dentro hasta que el hada salvadora que hay en mí le escuchó y le sacó del cuarto de baño atrapador de niños (todo ello después de un leve forcejeo que hubo que salvar porque el niño estaba histérico).
Después de contárselo, bromeaba yo con la putada que supone quedarte encerrad@ en un baño en medio de un parque. Como decía, no aprendo con lo de reírme de las desgracias ajenas.

Ha querido el destino, que es justiciero, que al irme a coger el coche para volverme a casa he notado que me hacía pis. No es algo raro, me suele pasar unas 8 o 10 veces al día. Como no me apetecía buscar un arbusto en medio del parque, me he acercado al baño del kiosco, que estaba vacío, y he entrado. He vaciado la vejiga adecuadamente y, cuando he ido a salir, la maldad cósmica ha vuelto a darme una lección: el pestillo no corría.

Decir que me han empezado a entrar sudores fríos es decir poco. El pánico se ha apoderado de mi cuerpo serrano y mis manos han intentado, desesperadamente, soltar el pestillo una y otra vez. En mi cabeza sólo resonaba una frase:

- Si es que soy gilipollas, joder.

Por más que lo intentaba, el puñetero pestillo no iba ni p´alante ni p´atrás. Qué estrés. Después de un rato intentándolo, he desistido. Me he encendido un cigarro para relajarme. Al darle una cala me ha venido a la mente la horrible idea de quedarme sin oxígeno y lo he apagado. No tenía cobertura. No quería gritar. He visto el fin.

Con paciencia y buena letra, lo he vuelto a intentar. No lo conseguía, hasta que de la misma tensión le he dado una patada con mi piececillo del 40 desnudo al pestillo y, milagrosamente, el cerrojo ha cedido y la puerta se ha abierto. Eso sí, me ha costado una heridaca en el pie de un calibre considerable.

Al salir, todo el mundo me miraba. Habrían oído los golpes, imagino, y se estarían regocijando internamente, como yo hice hace un par de semanas. Me he ido al coche con el pie magullado, la vergüenza en lo alto y la dignidad por los suelos.

Hoy he vuelto a aprender la lección de la alcantarilla: el universo todo lo pone en su sitio. Sé buena persona, y se te devolverán buenas acciones. Ríete de los niños que se quedan encerrados en el baño, y correrás el riesgo de morir ahogada en un urinario público.

Qué dolor de pie que tengo, por dios.


Es lo que llaman equilibrio universal.


lunes, 25 de julio de 2011

Primera parada: Ibiza

Me acabo de bajar de la primera parada veraniega, o lo que es lo mismo, acabo de llegar de la primera escapada del actual período estival. Cuando digo "acabo de llegar" lo digo en el sentido literal de la palabra, porque no hará ni una hora que el avión ha aterrizado en Madrid y yo ya tengo la extraña sensación postvacacional de vacío interno, no sé si ésto también os pasa al resto de los mortales o es algo sólo mío. Una se levanta por la mañana al borde del mar, con el sol saliendo por el horizonte, las olas meciendo a los pequeños barcos de vela que navegan en alta mar y la arenilla pegada en las piernas y saber que sólo un rato después estás encerrada en un piso en un barrio cualquiera de Madrid es duro. Natural como la vida misma.


Lo que decía, que acabo de llegar a Ibiza.


Ibiza es un lugar de difícil definición, aunque puedo intentarlo. Yo creo que lo definiría como una ventana de las de mi casa: brillo, transparencia, luminosidad, cristal (en todas sus acepciones) y silicona (también en todas sus acepciones). Puedes estar una semana allí, y dependiendo del kilómetro en el que estés vivirás unas vacaciones de sexo, drogas y techno o una estancia paradisíaca de playas maravillosas, buena comida, atardeceres espectaculares y hippismo trasnochado. Va un poco en función de lo que te quieras gastar, porque contra lo que la adolescencia pueda pensar, la primera opción es tremendamente barata en comparación con la segunda, que es la que escogemos quienes amamos la vida y las vacaciones y queremos descansar del mundanal ruido. No quiero decir que no me gusten las fiestas, que me gustan como a la que más, pero no tengo yo la necesidad imperiosa de pagar cifras desorbitadas por entrar a una fiesta en un polígono, beber Fairy sólo porque los guiris aceptan barco como animal de compañía y estar días enteros sin dormir, por mucho que pinchen Carl Cox o David Ghetta. Llámame clásica si quieres.

Las playas, sin embargo, son preciosas. Aguas cristalinas, acantilados que ponen a prueba mi vértigo y calas recónditas pertrechadas por cuestas imposibles hacen de la isla pitiusa el lugar ideal para disfrutar del mar, la arena, el sol y el incomparable marco que brindan las costas baleares.

El ambiente playero no dista mucho del que podamos encontrar en cualquier otra playa del litoral mediterráneo: familias enteras cargadas con sombrillas y bolsas llenas de juguetes de plástico compradas en el chiringo de la esquina, parejas enamoradas que se dedican arrumacos mientras ella le quita a él espinillas de la espalda, grupos de amigas y amigos que se autofotografían para chequear en Facebook que están viv@s y aburrid@s en la playa y multitud de "señoras que": señoras que nadan en el mar sin meter la cabeza y con las gafas de sol puestas, señoras que pasean por la orilla a ritmo de París-Dakar, señoras que se tuestan a fuego lento en sus hamacas de alquiler y señoras que bailan las coreografías que preparan l@s animador@s de los hoteles cercanos a la playa, montando con ello una "flashmob" digna de un festival centroeuropeo.

Fuera del ambiente playero, se respira un rollito especial, seguramente alimentado por decenas de personas espectacularmente guapas y espectacularmente elegantes y modernas mezcladas con decenas de personas del montón que pasamos ampliamente de arreglarnos para ir a la playa y que exhibimos nuestras miserias cultivadas durante el frío invierno a base de bollería industrial y pizzas precongeladas. La verdad es que se disfruta de la paz, el amor y el buen rollo, conocidos todos ellos por el mundo entero gracias a las fiestas flower-power y a las exclusivas de Paulina Rubio en el ¡Hola!


En esta semana que he pasado allí, en un apartamento situado en lo alto (altísimo) de una montaña, rodeada de pinares y mecida por el sonido del mar (me está quedando muy cursi pero es rigurosamente cierto) he descansado mucho, me he reído, he pintado mandalas, he cantado en el coche, he leído, me he bañado cada día en el mar, he presenciado una agresión de mi amiga M. a un señor octogenario por culpa de la posición en la cola del supermercado (las colas del súper acabarán un día con la Humanidad, seguro), he visto la muerte de cerca con D. por culpa del oleaje (de hecho sigo con el cuello rígido como una columna trajana), he comido mucho tomate (es lo que tiene no controlar las cantidades) y he hecho tantas cosas como sólo se pueden hacer en una semana de playa ibicenca.


En esta semana he descubierto que, aunque sea una maniática, aunque tenga un pronto (bastante) chungo, aunque a veces sea un poco dura en lo que dice y en cómo lo dice, hasta el punto de hacerme daño, aunque a veces no vea más allá de lo que ve, adoro a la Mari. Inevitablemente. Dicen las malas (y buenas) lenguas, concretamente la suya, que cuando va de viaje con ella, hay gente que vuelve sin hablarla. Les entiendo, de verdad. Pero a mí, al volver, me daban ganas de darle un abrazo y unos cuantos besos. Es una mezcla de sentimientos extraña, pero está ahí. Hay gente que aunque a ratos sea insoportable, no puedes evitar querer. Mucho. Los seres humanos somos como los caminos del señor, inescrutables.

También he tenido tiempo de descubrir a Dan(i), que no es que no le conociese, es que no le conocía. Y a buen entendedor, pocas palabras bastan. Hemos reído (mucho), hemos cotilleado, hemos jugado a las cartas como se suele hacer en los veranos familiares, hemos compartido, hemos hecho interminables fotos (todas ellas para hacer ver lo contrario, la clásica foto que subes a una red social emulando que es la primera que haces así, a la "remanguillé") y hemos disfrutado mucho juntos. Qué bonito es descubrir a gente que ya conocías.

Pero ya tendré tiempo de contarlo. Por ahora voy a intentar recuperar el sueño perdido durante estos días por culpa de los ronquidos y los sonidos proferidos por mis compis de apartamento, y a ver si lo consigo evocando el sonido del mar y las luces del atardecer en la playa.


Qué duro es volver de vacaciones en pleno julio.


Joder.