Estoy extrañamente en paz.
Quizá sea el hecho de que un sábado 15 de enero hace solete, y eso es algo que no se veía desde tiempos inmemoriales (el solete, digo). Tras semanas y semanas condenad@s a la penumbra, a las nubes, a la lluvia y a un viento maligno de esos que se te da la vuelta el paraguas, por fin el tiempo nos da un respiro y me puedo poner el abrigo verde, que es un abrigo que me encanta y me compré en Irlanda cuando creía que moriría del frío que pasaba todos los días, y ahora no me puedo poner porque sorprendentemente, ha resultado no abrigar tanto en los crudos días de invierno madrileño.
Ayer hice uno de esos planes que dejas de hacer desde que te dejan salir de fiesta por primera vez hasta que te independizas: cena, cine, juego de mesa. Cuando empiezas a salir de noche quieres pasar todo el tiempo del mundo fuera de casa, y cuando te independizas quieres pasar todo el tiempo del mundo dentro de casa, así que encontrar el punto medio entre entrar y salir es altamente complicado.
Cuando mi día laboral de ayer terminó (y con él una semana que ha sido un crimen de los peores), me fui al cine con mis adorados D. y M., en cuya casa paso mucho más tiempo que en la mía propia, en cuyo sofá me río más que en el mío propio y de quienes disfruto tanto (o más) que de mí misma.
Nos vimos una comedia-tragedia americana, de esas de "chico conoce a chica, chica conquista a chico, chico y chica inician una relación llena de aventuras disparatadas y locurillas varias, chica deja a chico, chico recupera a chica, chica y chico son felices para siempre". Tratar de leer esto con la boca llena de polvorones garantiza momentos inolvidables.
Una cenilla improvisada en el cine, manos que se cruzan, risas que no tienen motivo aparente y una mujer solitaria transcurrieron durante dos horas. Luego, vuelta a mi casa adoptiva, a mi sofá adoptivo, y un juego de mesa que dura 4 horas largas de reloj (Y NO ERA EL MONOPOLY).
Ojos que se cierran, miradas furtivas al reloj, bandas sonoras sonando de fondo, competición para ver quien cojones gana al final, galletas de chocolate. Teníamos que haber nacido american@s.
Se termina la competición, se levanta la sesión, besos, abrazos, compañía hasta el coche (que ese barrio está lleno de gente chunga) y una almohada que me espera en casa y que es la mejor del mundo.
Y un nuevo compañero de cama, "Feis Buc", mi nuevo amigo, un peluche de un mono que me ha hecho con sus manos M., que ayer adopté y del que estoy enamorada desde hace tiempo.
En su interior lleva una estrella: cuando ya se ha metido todo el relleno en el muñeco y está casi terminado, se coge la estrella, hay que pedir un deseo y luego meterla dentro del peluche; después se cierra la cremallera, que nunca más se puede abrir.
Y el deseo queda en la estrella, encerrado para siempre. Es por eso que se cumple.
Mi deseo fue por vosotros. Para que estéis mucho tiempo a mi lado. Porque no lo sabéis, pero me habéis devuelto la sonrisa (una sonrisa amplia, de esas que se te ven todos los dientes).
Y ya no cuento más, que si no, no se me cumple...
"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."
Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry
Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry
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Debe ser que tú deseo se ha cumplido, porque ahora tengo mas ganas de ti y eso me parecía imposible! Te quiero!
ResponderEliminar¡¡Ay...!! (suspiro ahogado)
ResponderEliminar¡Y yo!
Cuando un planazo es un planazo es que es así! ;)
ResponderEliminarMe alegro que por fin hayas conseguido a tu mono, y mucho más de que estés aquí, en tu sofá, conmigo.
te lof ya!
M.