Año 2005: mi amiga Charini, mi adorado Fer, Juampi y yo pasábamos otra tediosa mañana en el parque, disfrutando del sol. La universidad,a escasos metros del banco en el que comíamos pipas, no suponía el mejor plan para ese momento. Tampoco creo que en nuestra ausencia estuviesen enseñando cosas importantes, qué te digo yo, cómo separar a dos poligoneras en el patio del recreo o qué hacer para que los padres y madres del mundo entiendan que a clase no se traen tropecientos juguetes. Esas son cosas verdaderamente importantes en un colegio o instituto, y no la educación en valores, que sí, que es muy importante, pero que me digan ustedes qué hago para alimentar a mi cuadrilla el día que hay lentejas y pescado.
Estábamos en nuestro banco mirando la vida pasar, comiendo pipas y dorándonos al sol, así que no era de extrañar que se nos acercase Antonio, alias "el porrero". En mi clase había dos Antonios: Tonito y Antonio el Porrero, dos personajes de novela de Valle-Inclán, en serio.
Antonio el Porrero era un tipo peculiar: bajito, moreno, un par de años mayor que yo, con un aro dorado cual Jack Sparrow y un Cristo colgando del cuello del tamaño de la mezquita de Samarra. Por su estilismo yo le apodé durante 5 minutos como Tony "el feriante", pero el mote no duró porque no tardé en darme cuenta de que Antonio hacía pocas cosas en la vida sin un canuto en la mano, era como una especie de ritual esotérico. Así como Cris nos embadurna con el humo de un incienso para que nos relajemos tras haber sometido a nuestros cuerpos a posturas yóguicas dignas del Circo del Sol, Antonio bañaba el universo en hachís de calidades intermedias. Le decías un día a las 8.30 de la mañana:
- Eh, Antonio, súbete para clase que tenemos exposición oral y estás en nuestro grupo, cabrón (llegó un momento en que le hacíamos su parte y se la dábamos lista para leerla, en Magisterio dejar a un compañero fuera del grupo es un delito de sangre).
- Id subiendo, que me estoy terminando de liar uno y voy enseguida.
¡¡¡ 8.30 DE LA MAÑANA !!!
De este modo de vida que Antonio llevaba se desprendieron dos cosas básicas durante los años que convivimos con él:
- Cosa básica número 1: Se quedó tonto. Como el Luisma en Aída, pero de verdad. Se le iba la cabeza de una forma descomunal, se le olvidaba hasta su nombre, en medio de un examen de mates nivel segundo de Primaria se quedaba pillado intentando entender por qué si a dos manzanas le quito media manzana sólo que queda una manzana entera y la mitad de la otra. Lo peor era que el tipo era súper inteligente, así que se frustraba bastante. ¿Cómo lo superaba? Efectivamente, bajando a fumar.
- Cosa básica número 2: Como consecuencia de la Cosa básica anterior, dejó la carrera. O no la dejó, quién sabe, pero poco a poco fue dejando de ir por allí hasta que desapareció. Decía que se iba a marchar a una casa en el monte a quitarse de las drogas cual Bebe, pero también juraba por su madre que una vez se había salvado de la cárcel ocultando 3 TONELADAS de farlopa en el cubo de basura de su Peña del pueblo, así que el crédito que le dábamos a las historias de Antonio el Porrero era tan escaso como su veracidad.
Terminó nuestra vida universitaria, y con ella terminaron las mañanas en el banco del parque, las pipas y el sol. Cada uno y cada una elegimos un camino y nunca volvimos a saber de Antonio el porrero.
Año 2012: Mi camino, como todo el mundo sabe, se fue, sin saber muy bien cómo ni por qué, hacia el mundo de la oposición, y este año, a pesar de Lucía Figar, tocaba convocatoria. Después de dimes y diretes que ya contaré, por fin el pasado noviembre conseguimos hacer los tres primeros exámenes, y hace una semana salió la nota de esa primera fase. Ha sido una criba que lo de Puertourraco a su lado fue una ida de olla infantil, y entre lágrimas de pena (ir a ver las notas me equilibró en lágrimas con el universo, no se lloraba tanto desde la muerte de Lola Flores, y eso que como estamos en invierno no se podía rajar la gente las vestiduras, que si no...) conseguí ver que, para mi sorpresa y la de todo el mundo, estoy entre las personas tocadas por la estrella de los aprobados.
Cuando me iba a dar la vuelta para volver al hogar y comunicarle a mi familia y seres queridos la buena nueva, una mano me tocó por detrás:
- ¡PERO BUEEEEEEENOOOOOO!!
Me quedé un poco parada, el clásico momento en que sabes que conoces a una persona pero no recuerdas de qué, y tu cerebro va a velocidad supersónica buscando entre sus carpetas mentales todos los momentos importantes de tu vida, luego los secundarios, luego los momentos accesorios y luego las noches de fiesta. En una de esas subcarpetas encontró el recuerdo de un banco, una bolsa de pipas, unos cuantos rayos de sol y el humo de un canuto:
- ¡Coño, Antonio! Pero ¿Qué haces tú aquí?
Antonio el Porrero es otra de las personas tocadas con la estrella (y creedme, somos muy poda gente). En aquel instituto de población suburbana me abrazó y me dijo que me veía más delgada y más guapa (venga, vale, me volvió a caer bien sólo por eso, lo admito), y que él estaba más gordo y más lozano porque al final había cumplido, se había pillado una casa a lo Heidi, en el campo, y se había quitado de todo, y mientras tanto había estado estudiando, y terminando la carrera, y haciendo otra, y preparando la oposición en otras comunidades, y aprobando siempre pero quedando a las puertas, y que por fin ahora ha llegado su momento, y el tío se la ha sacado y con una notaza.
Y mientras tanto decenas de personas, con sus sueños y sus licenciaturas lloraban a nuestro alrededor lamentando no haber estado a la altura. Y mientras Antonio me recordaba lo perra que era la profesora de Didáctica (que lo era, aunque mi amiga Chari diga que no sólo porque le tenía enchufe y la quería en su interior) y lo que nos reíamos en clase de la loca de plástica, yo le miraba y pensaba en que mi madre tiene toda la razón cuando dice que quien la sigue la consigue (luego en otras cosas no tiene ni pizquita de razón), y que siempre pensamos que Antonio el Porrero acabaría en cualquier parque de mala muerte cual quinqui y el tío ha logrado lo que mucha gente por la que apostarías la vida no consigue en años.
Qué malos son los prejuicios y qué buena la fuerza de voluntad.
Dentro de unos días espero volver a encontrarme a Antonio y que con una sonrisa me diga que sí, que le ha ido bien y que ha terminado de sacársela, sería lo justo por todo el esfuerzo y el par de huevos que le ha echado.
Ójala sea así. Cruzaré los dedos de las dos manos: una por mí y otra por Antonio, el Valiente.
"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."
Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry
Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry
sábado, 25 de febrero de 2012
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Simplemente fantástico!
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