De toda la vida de Dios he tenido yo cosas que me han hecho ser muy mía, pero también muy firme en mis aspectos: no entro en garitos en los que exijan vestimenta determinada, no acepto trabajos en los que tenga que llevar uniforme y no tolero el fútbol. Así soy, chunga por naturaleza. Este último punto (y los anteriores a veces también) me ha traído y me trae conflictos, broncas y desplantes varios con familiares, amigos, amigas, novios, compis de trabajo y camareros de bares, que el día que hay un partido te ponen la tele a decibelios inhumanos mientras tratas de escuchar a la persona que está a tu lado y que ya no sabes si es profesor o comentarista de Estudio Estadio.
No es que no me guste el deporte en sí, ojo, que a mí los deportes en general me gustan bastante, pero el mundo de violencia, corrupción, agresividad y paletismo que trae consigo el fútbol es algo que choca con mi esencia, mis creencias y mi paz interior.
Quienes disfrutáis del fútbol no lo entendéis, pero en serio, yo he visto a mi padre, que no sería capaz de matar una mosca y que ni siquiera pita cuando conduce en hora punta por la M-30, decirle al árbitro de un Madrid-Barsa cosas que a su lado, el Vaquilla era un muchachuelo descentrado. Y no te digo lo que he visto en los campos (yo no critico lo que no conozco, así que sí, he ido mil veces a ver partidos en vivo y directo), gente que termina a hostia limpia porque no era penalti, que s'a tirao, que árbitro cabrón, que cabrón tu puta madre, y para qué queremos más. Por menos de eso ha habido guerras mundiales y se han lanzado bombas nucleares.
En la universidad tuve una asignatura que se llamaba Sociología de la Educación y que me la daba un profesor un poco raro que era un crack allá por donde le mirases. Uno de los trabajos que nos hizo hacer tenía por tema demostrar que el ser humano actúa de formas insospechadas si las circunstancias son favorables. Algo así como "el ser humano no es malo naturaleza, pero también depende de cuánto le toques los huevos".
Mi trabajo habló de lo salvaje que se vuelve el ser humano con el tema del fútbol. Gente de natural pacífica es capaz de romperse una silla en la cabeza por un fuera de juego dudoso. Gente que no levanta la voz jamás es capaz de reventar un tímpano ajeno al grito de "¡GOOOOOOOOOOOOOOL!", y así sucesivamente.
Ayer, en un acto de amor inconmensurable hacia mi amiga Cabaretera (que estaba tocada por el amor y por el sueño a partes iguales después de una noche cuanto menos interesante) la acompañé a ver un partido del Rayo. Ir a ver al Rayo es el único resquicio futbolero por el que yo estoy dispuesta a romper mis principios, porque esos partidos son como merendolas familiares en la Casa de Campo, con sus cervecitas, su bocata, su cigarrillo y si me apuras su pacharán, todo ello rodeadas de la misma gente con las que convives todos los días y con los edificios vallecanos cercando el horizonte.
Podría haber sido bonito. Error de base: aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
Aquello fue como una sucesión interminable de insultos, gritos, puños en el aire y desaires varios. Ni pipas podía comer del miedo que estaba pasando. Tuve un momento en el que creí que la cosa iba a cambiar. Detrás de mí se oía a una inocente criatura de unos 8 años a la que tiernamente su padre, un tipo con una barriga como todo Irlanda del Norte y con pinta de ser el el medio de los Chichos (el auténtico), le decía:
- Esto mola más que la Play, ¿eh?
Y el niño contestaba embelesado:
- Sí, papa.
Y los dos se abrazaban tiernamente mientras a mí se me escapaba una lágrima y volvía a creer en la Humanidad. Sin embargo, acto seguido comencé a oír cómo ambos coreaban, a la vez que todo el estadio:
- Que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, que eso no es un portero, es una puta de cabaret...
Y eso sólo fue el principio. Sólo estuve en la segunda parte,en un partido no demasiado emocionante, y además de eso oí poesía pura: unas frases, unas rimas consonantes, unos versos alejandrinos, unas figuras literarias... Ahora, que como este es mi espacio y yo no hago apología de cosas chungas, no pienso reproducir las salvajadas que la criatura y cientos de personas corearon una y otra vez. Sólo digo que ni a Bush le dijeron por lo de la guerra de Irak la mitad de lo que le dijeron ayer a la madre del portero. Pobre mujer.
Total, que el fútbol es para gente con mucha boca grande. Y rabia contenida. Y poco oído. Y ningún criterio.
Y el que diga que no, como dirían vuestros colegas: que lo vengan a ver, que lo vengan a ver...
"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."
Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry
Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry
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Muy de acuerdo contigo, el fútbol se ha convertido en el despotrique de los ignorantes. Y me pregunto yo, ¿que habrá hecho ese deporte para merecer esto?. A mi todavía me gusta un poquitín el fútbol, pero creo que nunca me verás decir ninguna barbaridad al igual que nunca me has visto pitar con el coche (excepto casos de vida o muerte). Debo ser la excepción ¿o me equivoco?. Un beso.
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