"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




jueves, 11 de abril de 2013

A las personas no les preocupan los árboles

Mi gran amiga (y hermanadenosangre) María me lleva reclamando unos días:

- ¿Para cuándo un Cuentos Chinos?

Y yo venga a decir que sí, que sí, pero el hecho de llevar unos días desaparecida tiene su sentido: mi blog perdió accidentalmente su anonimato y parte de mi familia lo descubrió.

Nótese que yo a mi familia la amo con la fuerza de los mares, con el ímpetu del viento, en la distancia, en el tiempo, con mi alma y con mi carne, pero igual que no me llevo a mi madre de copas un viernes por la noche, hay según qué historias escritas aquí que me encanta que lean mis primas, mi hermana y mis amigas, pero que si se las puedo ahorrar a mis tíos o a mi abuela pues oye, eso que me llevo.

Y es que para mí éste blog es un reducto de paz, un tubo de escape, una ventana al mundo de ida y vuelta en la que a veces me vuelco y ni siquiera me doy cuenta. Por eso me bloqueé un poco cuando supe que mi familia lo había descubierto y me acojonó sutilmente verme tan expuesta sin necesidad.

No voy a contar las impresiones que he recibido del blog (que han sido maravillosas, por otro lado) por su parte, pero he pasado unos días dejando las aguas calmarse para retomar ahora con energía renovada.

Aquí debería empezar el post.

Hoy, en clase, una de mis alumnas me ha hecho la siguiente pregunta:

Alumna - Profe, ¿los coches tienen vida?
Yo- ¡No!
A- ¿Y los árboles?
Y- Los árboles sí, son seres vivos, como las flores y los animales, y como los seres humanos.
A- Entonces, si los árboles tienen vida y los coches no, ¿cómo es que la gente se preocupa mucho más de cuidar los coches que de cuidar los árboles?


Y me ha dejado seca, claro, porque de cuando en cuando los niños y las niñas hacen preguntas que te dejan sin respuesta, porque realmente no la tienen. A mí éstas son las preguntas que me preocupan, porque no sé contestarlas. Las clásicas de "¿De dónde vienen los niños?", "¿Existen los Reyes?" y demás son fáciles, tenemos la respuesta, son como el quesito verde del Trivial, que a priori puede parecer complejísimo pero luego es el más fácil. Sin embargo las preguntas como la de mi alumna son el quesito rosa, que tú ves "Cine y espectáculos" y dices "Bueno, éstas me las sé todas", y luego descubres que son enrevesadísimas y que jamás habrás visto suficiente cine como para contestarlas correctamente.

A mí hace ya tiempo que me preocupan mucho más las personas que los coches; los coches, para ser exacta, me importan una mierda, en parte porque no entiendo nada de su mecanismo (ni me interesa, aprobé el carnet a la cuarta y desde ahí lo único que me preocupa es moverme de lado a lado, encontrar hueco para aparcar y que funcione la radio) y en parte porque no he sido yo muy de máquinas.
Cuando tenía unos 12 años me regalaron una Game Boy y mi madre me la dio y me dijo muy seria:

- Como te enganches va la consola por la ventana.

Todavía está esperando que juegue más de cuatro veces la mujer.
 Y es que el ser humano es tan increíble que, desde que era pequeña, no he podido nunca estar pendiente de las máquinas.

Las personas, en cierto modo, somos similares a los árboles que le preocupan a mi alumna. Somos todos una misma esencia, y sin embargo la plasmamos de maneras muy distintas.
Casi todos los árboles comunes tienen raíces, tronco, ramas, hojas, y sin embargo no hay dos raíces iguales, dos troncos iguales, dos hojas iguales. Es un gran ejercicio recoger hojas (a l@s profes nos arregla dos meses del otoño entre murales y siluetas de plástica) y observar que cada hoja tiene una forma diferente, un tamaño diferente, un color distinto, un tacto particular. Como el ser humano.

Las raíces, algunas tan grandes, otras pequeñitas, algunas sobresalen por fuera de la tierra, otras permanecen eternamente bajo ella, buscando incansables alimento y agua para sobrevivir. Así son también las personas, que en su camino incansable van generando anclajes, algunos fuertes, otros más débiles, algunos visibles para el mundo, otros secretos, y siempre buscando nutrirse, sostenerse, sobrevivir.

Los troncos, unos leñosos, otros suaves, tan recios, tan flexibles a la vez, tan completos que imponen. Llaman tanto la atención que han sido durante décadas el lugar preferido de las parejas enamoradas para escribir sus iniciales y fechas y corazones y otras horteradas, sin darse cuenta en su ejercicio de que para plasmar su amor están hiriendo a otro ser vivo. Claro que el amor humano, muchas veces, es así también, consolidado a costa de las heridas ajenas.

Las ramas, delgadas pero fuertes, son los brazos del árbol, aspirando siempre a tocar el cielo, distribuídas para recoger lo mejor del sol, lo mejor de la lluvia, lo mejor del viento, en su justa medida siempre, para contribuír al crecimiento, sosteniendo las hojas, cobijando la sombra. El ser humano, ciertamente, aspira a llegar alto, muy alto, a veces hasta tocar al dios en el que cree, otras veces hasta tocar el infinito en el que también cree, y siempre intentando saber qué es lo mejor del viento, del sol, de la lluvia (traducido a nuestro mundo poca gente busca lo mejor del sol, pero busca lo mejor de un trabajo, de una pareja, de un amigo, de una hermana) para poder cogerlo y no soltarlo nunca, y utilizarlo para crecer y expandirse.


Lo maravilloso de los árboles es verlos en conjunto, en un bosque, confundiéndose y fundiéndose unos con otros para formar una alfombra de miles de colores, para dar sombra, para dar frescor, pero qué bonito es también ese árbol que se erige en la soledad, llenándolo todo, majestuoso, sin otra compañía que la suya propia. Ese árbol solitario luce sin necesidad de adornos ni arreglos. Ese árbol es maravilloso porque es él, sin más.

Así, también, es el ser humano.

Mi alumna no está lejos de la realidad: a la gente no le interesan los árboles. Siguiendo la estela de mi reflexión, es tan triste como que a la gente cada vez le interesan menos las personas, como le interesan poco los árboles, el sol, la lluvia y el viento. Y sin embargo se olvidan de que lo importante, como decía mi alumna, es apostar por la vida. Las máquinas, al final, son energía invertida que nunca vuelve.

Los árboles, como todo en la naturaleza, pasan por fases: crecen, se lucen, enferman, se caen sus hojas, tiemblan, se recuperan, mueren, renacen de su propia muerte, dejan poso en el suelo. Sin símiles: como el ser humano.

Me apasiona la vida (la de los árboles y la humana) porque es una alternancia de estaciones que no para jamás. Lo bueno es que, como en la naturaleza, tenemos una certeza: después de una estación viene la siguiente. Las flores terminan por salir, antes o después.

Jamás se ha dado en la naturaleza un año sin primavera.















Nota: Éste post va dedicado a María, por su compañía, por su insistencia, por hacerme sentir que merece la pena seguir volcándome aquí, aún a costa de que la gente me descubra. Gracias por ser el árbol que da sombra a muchos de nuestros momentos... Este post, sin ser premeditado, ha sido alumbrado íntegramente pensando en tí.



viernes, 15 de marzo de 2013

Diez consejos infalibles para que tu hij@ salga en Supernanny

(NOTA: Tregua a los posts dramáticos. En breve volveré a incorporarlos, disculpen las molestias).

El otro día me preguntaba la madre de una de mis alumnas que si los chavales y chavalas que salen en Hermano mayor eran así de verdad o si estaban actuando. Para quien no lo sepa, Hermano mayor es un programa de televisión (cómo no) que emiten en una cadena a la que no le hago propaganda y menos gratis, no por nada, sino porque yo no soy sponsor, soy maestra, y bastante tengo con lo que no tengo.

En ese programa, un ex jugador español de waterpolo mal avenido en los 80 por las malas compañías, los malos consejos y las buenas drogas (que se rehabilitó para deleite de su madre y de la prensa), se dedica a meter en vereda a adolescentes de todo tipo que tienen en común un aparente hijoputismo destacable. Su predecesora es mi adorada Supernanny, esa psicóloga que es la Ramos-Paul y que al margen de lo bien o mal que caiga me parece una tía que aguanta con bastante entereza las situaciones que le provocan en su programa (que también se emite en abierto) para disfrute del resto de madres y padres del mundo, que se vanaglorian desde sus sofás de que sus pequeñuelos/as no hayan salido tan gentuza como los de la tele.

El caso es que en Hermano mayor salen unos ejemplares de padreymuyseñormío. Adolescentes con caracteres agresivos, posesivos, violentos, manipuladores, egoístas y aparentemente malvados que ponen en jaque a abuelas y madres (y algunos padres) a cada minuto de sus vidas.
A mucha gente se le pasa por la cabeza ese bofetón que sus progenitores/as le dieron en su día y creen que de aplicarse a cada protagonista de Hermano mayor no hubiera existido nunca Hermano mayor: craso error, porque la teoría de "un bofetón a tiempo resuelve cualquier problema" es tan real como la de "no te bañes mientras tienes la regla que se te corta".
Otra gente piensa que el bofetón habría que habérselo dado a las madres, padres y abuelas (casi nunca ha salido un abuelo) que tutorizan a el/la adolescente insoportable. Otro error, la teoría "esa familia tiene toda la culpita de que su criatura eche espumarajos por la boca" es tan generalizable como la de "todas las rubias son tontas".

El caso es que entre estereotipos y prejuicios echa la familia media española enfrente del televisor la tarde del viernes, o del sábado, o del domingo, depende de si lo ve en directo o está viendo la reposición.

Lo que a mí más me llama la atención es la mera existencia del programa en sí, tanto de Hermano mayor como de Supernanny. A las madres y padres les mete tantas ideas en la cabeza esta sociedad española tan nuestra y tan nacida de la posguerra, gestada en la dictadura y envejecida en la democracia, que parece que no hay directrices con las que educar. El mundo nos vende que es más fácil tener en tu casa a un miniBárcenas que a una miniGhandi, y lo peor, puest@s a elegir estoy segura de que decenas de familias prefieren un hijo que lleve dinero a casa, aunque no sea suyo, a una hija metida en conflicto día sí día también por defender los derechos ajenos y propios.
El problema es que entre que nace y que llega con los sobres se te ha convertido en un hijoputa y claro, a llamar a Supernanny y a Hermano mayor y a preguntarse: "¿Pero qué hicimos mal, dinos Hermano mayor? Supernanny, ¿dónde nos equivocamos?". "En la concepción", diría yo a más de un@.

Yo no sé si las criaturas que salen en estos programas actúan o no, si exageran o son así, si lo guionizan o dejan que surja. Sin embargo  he aquí, desde mi experiencia, 10 consejos para que vuestros hijos e hijas sean protagonistas de estos programas que nos muestran las consecuencias potenciales de la educación en los cánones del siglo XXI, al menos según mi visión. No digáis que no avisé.

Diez consejos infalibles para que tu hij@ salga en Supernanny

1.- A poder ser, ten un hijo o una hija aunque no estés preparad@, no tengas los medios adecuados para su cuidado y mantenimiento o estés en crisis con tu pareja. En España está muy mal visto interrumpir un embarazo, si eso mira en Londres, pero vamos, que en esta lista de consejos se te recomienda que lo tengas.

2.- Cuando nazca, durante las primeras semanas, asume que tu hijo o hija es todo lo que hay en tu vida; recuerda que lo contrario es de ser egoísta, gentuza y mala madre o mal padre. Olvídate de tu relación de pareja, de tus amigos y amigas, de tu familia y de tí. Así, cuando no tengas vida, tendrás algo que echarle en cara.

3.- Olvídate de darle el pecho, de cogerte permiso por maternidad y/o paternidad y de cogerle en brazos. Está claro que eso hace a los bebés vulnerables, dependientes y en general flojuchos. Mano firme en los primeros meses, reprime tus ganas de comerte a besos a tu criatura.

4.- Prohíbele ser niño/a: que no corra por si se tropieza, que no pinte por si se mancha, que no beba por si se atraganta, que no toque un animal por si se contagia de vete a saber qué enfermedades, que no juegue con otros/as niños/as por si le pegan y en fin, que no TODO. Ya sabemos que, a diferencia del resto de niños/as del mundo, tu criatura es de cristal de Bohemia.

5.- Cuando tu hijo/a sea completamente dependiente y no sepa ni respirar sin tu ayuda, estarás hasta el mismísimo de ir detrás de él/ella (el punto anterior es muy costoso). En ese momento métele en casa durante todo el día y ahí sí, déjale que haga lo que le venga en gana. A poder ser, sin supervisión de nadie.

6.- Ponle la tele en su tiempo libre desde el minuto uno hasta el día en que cumpla 16 años, le dejen entrar en discotecas y ya no tenga tiempo libre en casa. En la tele se aprende mucho. Los libros ya que se los hagan leer en el colegio, que para eso pagas.

7.- Cómprale muchas consolas, ordenadores y acuérdate de que tenga su primer móvil antes de tener su primer diente. JUGAR con otros seres humanos está demodé.

8.- Dale siempre la razón, piensa y actúa por él/ella, no le hagas pensar de forma autónoma, ni reflexionar, ni tomar decisiones. Hazlo tú por él/ella y luego utiliza ésto en su contra ("¿por qué has hecho eso?"). Recuerda el punto 4: es de cristal.

9.- Cuando crezca, procura que tenga el día súper ocupado: mándale a un colegio de mucho prestigio en el que le fundan a deberes y le hagan pensar que es imbécil (y a tí también: échaselo en cara). Cuando acabe las clases apúntale a más clases de tenis, inglés nativo, flauta travesera, esgrima, apoyo de matemáticas, lengua, iniciación al chino mandarín y claquet. Que llegue a casa con el tiempo justo de hacer sus miles de deberes y morir, así ni da guerra, ni tenéis que hablar ni nada.

10.- Y por último, por encima de todo, jamás le digas cómo te sientes. Tampoco lo compartas con tu pareja: todo eso es de gente floja. No menciones a tu hij@ que le quieres, que confías en él/ella y que es un ser maravilloso: eso que se lo cuente Supernanny cuando llegue.


Sigue mis consejos al pie de la letra y habrás criado una criatura maravillosa, totalmente adaptada para vivir en el siglo XXI y darte grandes alegrías cuando sea mayor. En menos de cinco años desde su nacimiento tienes a Supernanny paseando por tu salón con el cuadernito de notas en la mano. Vas a ser la envidia del vecindario, lo importante es salir en la tele, qué más da para qué.

Eso sí, recuerda: no críes demasiados, o nuestra sociedad se llenará de gente vacía y sin inquietudes tan absorbida por la televisión y los bienes materiales que no sea capaz siquiera de relacionarse en familia.

Y si no estás de acuerdo, hazlo aunque sea por no saturar los recursos. Recuerda que Supernanny, como madre, no hay más que una.



viernes, 1 de marzo de 2013

Qué mal me sientan el vinagre, los lácteos y las despedidas

- Hija, ni que volvieras de Canadá.
- Pues casi, la verdad, he pasado el mismo frío.

Fueron las primeras palabras que mi amiga del alma, mi M., la mujer que dio sentido a las pastas de té en mi vida, me dijo cuando subí al autobús.

Odio las despedidas. Con todas mis fuerzas.

El 2013 ha empezado lleno de despedidas y no me siento con fuerzas de afrontar ninguna más (por favor, si tenéis pensando emigrar, huír o desaparecer, contádmelo de manera secuenciada, poco a poco, que no necesite yo una caja entera de Omeoprazoles para digerirlo). No es el hecho en sí de despedirme de alguien lo que me angustia, sino el ritual de las despedidas, salvo que esa persona se vaya a vivir al otro lado del Universo y no tenga la certeza de que la voy a volver a ver, que ahí sí que es el hecho de despedirme lo que me bloquea. Y hasta eso pasó hace un mes. La otra pata de nuestro banco emigró a Sydney y aún no me hago a la idea.

Donde antes compartía confidencias, sonrisas, maldades, cañas, secretos, mentiras, verdades y cotidianidad, ahora comparto conversaciones de Skype, y sólo si las diferencias horarias de los distintos países a los que mi gente ha volado tienen a bien permitírnoslo. Mi círculo, que con tanto sacrificio y esfuerzo construí, se ve mermado por culpa de las crisis (la mundial económica-política-laboral y la interna, que no son poca cosa) sin haberme pedido siquiera permiso, sin haberme informado con tiempo. Y claro, eso se paga. Hoy no tengo el día de post chascarrillero.

Los anclajes que me quedan, que no son pocos, están peleando contra viento y marea, especialmente uno. Una lucha, una sonrisa, un gesto, unos ojos que cada día me recuerdan que la vida es corta, y como decía Guadalupe Urbina, yo quiero llegar a mujer loca y vieja. Una superheroína que no podía dejar de pasar por la vida sin haber peleado como una loba (nota: al escribir "loba" se me trastabillan los dedos, coronados por unas uñas recién pintadas de rojo, y escribo "loca"; rectifico, pero no quería dejar de añadirlo, peleona como una loba y como una loca, como la mujer que dibuja la Urbina y yo quiero llegar a colorear) y que a cada paso da una lección. Una mujer que tiene un chalet maravilloso y una sonrisa más maravillosa aún si cabe. Olga. Mi amiga, casi mi hermana, que ha pasado tanto tiempo en mi vida como yo misma. Sin querer ahondar, te menciono ahora como cada día, cuando le pido al Universo que la batalla enfermedad-Olga quede zanjada con victoria por goleada. Y el Universo me guiña un ojo, estáte tranquila.

Para huír de las despedidas emigré al norte unos días, porque necesitaba recoger sonrisas, dispersarme, respirar, descansar.  Parece mentira que en unos días una pueda desconectar tanto que se le olvide que la vida, aunque corta, a veces es densa de cojones.

Así que me subí al autobús de vuelta antes siquiera de ser consciente de que estaba allí, y de la forma más tonta me sobrevino la despedida y me hice chiquitina en el asiento, como cuando l@s niñ@s pequeños lloriquean los lunes por la mañana porque no quieren levantarse.

Me hubiera vuelto loca escribiendo aquí, desahogándome en un post que jamás hubiera publicado, como tantos otros, pero no tenía ordenador. Recordé entonces a la Mujer Pompa (término que acuñé yo misma al escucharla hablar, al descubrir que sus palabras son siempre tan redondas y tan perfectas como las pompas de jabón), una de las que venía de visitar, y con la que había pasado un día entero en busca de una libreta, y metí la mano en el bolso para sacar la mía, la que me acompaña para recordarme números de teléfono, direcciones, horarios. El autobús se sumió en el silencio y yo me sumí en la libreta, y escribí, y escribí y me quedé sin libreta y sin tiempo. Llegué a mi casa y mi vida me cayó en la cabeza como un balonazo en el patio del recreo.

Y de repente, antes de querer darme cuenta, me topé de nuevo con la sonrisa de Olga, y tantas otras que me recuerdan cada día que el mundo es de las valientes. Y que Guadalupe Urbina tiene razón: la vida es corta, y hay que disfrutarla pese a los adioses.

Con el camino recién empezado de nuevo no puedo, de todas formas, negar la realidad: qué mal me sientan el vinagre, los lácteos y las despedidas.

sábado, 2 de febrero de 2013

Los pescadores no existen, son el sistema informático del INEM

Mola estar en la noticia. Mola vivir la noticia. Mola ser la noticia.

Claro, ahora entiendo el afán de famoseo que hay en este país y que de cada 10 criaturas infantiles a las que pregunto que qué quieren ser de mayores, más de la mitad quieran ejercer "profesiones" (léase "actividades varias") vinculadas a la vida pública: futbolistas (de élite), cantantes, bailarinas, participantes de concursos (sí, ésto me lo han dicho más de una vez y de dos), traficantes (ésto también me lo han dicho, y lo conté en el blog, si quieres releerlo pásate por aquí) y otros roles sociales/profesionales/lúdicos que no puedo nombrar por falta de tiempo, espacio y valor.

El caso es que en un país con la millonada de desempleados y desempleadas que hay como es el nuestro, ser una de esas personas es una putada, pero por otro lado hablan de tí todo el tiempo y todas las personas en la tele, en la radio, en esos papeles sensacionalistas e inveraces (no sé si existe este término, pero si no existe lo acuño yo ahora mismo porque es el que mejor les pega) que llaman "periódicos" y claro, el ego se te sube a Mercurio o a Júpiter, dependiendo un poco de tus preferencias, y te da todo el derecho a opinar, a criticar y a hablar desde la experiencia porque tú eres esa noticia de la que todo el mundo habla. Así de sencillo y de triste.

Sólo hay un lugar en el que no te sientes ese niño que siempre se quedaba castigado en el comedor, el discapacitado que no puede superar la acera,  la mujer a la que se le niega un puesto por estar embarazada, en fin, ese sector de la población del que hay que compadecerse: la oficina de empleo.

Hace años se la llamaba "oficina del INEM" a secas, (las abuelas y abuelos del mundo lo llaman "INEN"), luego pasó a llamarse popularmente "oficina del paro", pero claro, decir "oficina del paro" implica cobrar la prestación, total, que como el paro como subsidio ya no lo cobra ni la mitad de la gente ahora decimos "oficina de empleo", que es otra absurdez, porque no da empleo a nadie, pero claro, de alguna forma tendremos que llamarlo. Sobre todo porque al final nos pasamos la vida allí.

Antes ibas a la oficina del INEM, o a la del paro, o a la de empleo (que es la misma) y aquello era el IKEA del papeleo, con sus carteles en sueco y todo. Te solía acompañar alguien que supiese hacer las gestiones (y no era tan fácil encontrar a alguien, ojo) y allí te volvías jaula de ventanilla en ventanilla sin saber muy bien qué cojones entregar o qué sellar, cuándo cobrar y cuánto, en fin, que antes de enterarte de qué iba la vaina te habían contratado otra vez y así esperabas terminar tus días, con un adosado en Benidorm y sin tener ni puta idea de hacer gestiones en el INEM. Una vida feliz.

Ahora vas a la oficina de empleo y ya hay cátedras: es curioso porque no hay ni siquiera ruido, y no hay ruido porque la gente no charla, y la gente no charla porque ya no tiene dudas ni se enfadan, porque ya llevan meses y meses especializándose en hacer esas gestiones y se han resignado, y porque si son primeriz@s seguro que alguien de su familia, de sus colegas o de su (ex)curro está o ha estado (o va a estar) en situación de desempleo y le ha explicado en casa todos los pormenores burocráticos. La gente va a la oficina de empleo a consumir sus energías y no a generar unas nuevas, que es de lo que se supone que se trata, pero claro, eso se supone en un mundo como el que yo me imagino, con su democracia real, sus políticos/as honrados/as, su sanidad y su educación públicas y de calidad, sus personas mayores con sus pensiones, sus medicamentos con receta y sin euro de por medio y sus parquimetreros/as como personaje mitológico de los cuentos de antes de ir a dormir. Una utopía, vaya.

El caso es que han dividido muy bien las oficinas de empleo para que no haya aglomeraciones, porque claro, ahora hay tanta gente que las aceras que cercan las oficinas no pueden albergar las colas que se montarían si todos y todas fuésemos a primerísima hora. Hoy en día para todas las gestiones que tienen que ver con cobrar TU dinero pides cita previa y para todas las que tienen que ver con que te ayuden a buscar curro o formación ya te citan ellos/as, a poder ser con un día de antelación, por sms en el móvil y en sánscrito. ¿Todo ésto por qué? ¡ANDA, SORPRESA! Porque si no te presentas, penalización. Si llegas tarde y pasa el siguiente, penalización. Si no llevas tu título de boy scout de un día para otro, penalización, y así sucesivamente hasta el fin de los días.

Ayer tuve que ir a una de esas gestiones infernales de las que te llaman para que lleves papeleo y me encontré con la siguiente escena: a mi lado, en la mesa 7, un señor de unos 60 años discutía con la funcionaria:

Funcionaria - Pero vamos a ver, usted, ¿a qué se dedica?

Señor - Yo soy pescador... vamos, lo he ido toda la vida hasta ahora que me he quedado sin trabajo.

F - Voy a buscar por "marinero"... vale, a ver qué me dice el sistema. Marinero, marinero... tengo marinero buceador, marinero de yate, marinero mercante. ¿En cuál le pongo?

S - Pues en ninguno, porque es que yo era más bien pescador, yo marinero no he sido nunca.

F - ¿Cómo que pescador? ¿Eso qué quiere decir? (escandalizada)

S - (Mirando a la funcionaria como si no pudiera creérselo) ¡Pues pescador! Esos señores que cogen una caña y en el extremo le ponen un cebo y lo lanzan al mar, y el pez que pique, se lo quedan.

F - (Ojos en blanco) lo que es un pescador, pero es que en el sistema no figura esa profesión como tal.

S- ¿Y eso qué quiere decir?

F- Que no puedo hacer constar que usted haya ejercido ninguna profesión que el sistema no incluya.

S- ¡Oiga! ¡Que yo he sido pescador durante más de 30 años!

F- Ya, si lo entiendo, pero es que no figura.


Y allí siguieron la funcionaria y el resto de sus compañeros/as intentando buscar algo que se ajustase un poco al perfil del señor, que totalmente estupefacto y decepcionado retorcía su sombrero con sus manazas llenas de callos de faenar, mientras movía las piernas nervioso y  no podía creerse que 30 años de su vida se borrasen de un plumazo sólo porque el sistema informático no los reconociera.

Yo acabé con mi gestión y le dejé ahí, no sé cómo terminó. Me imagino que al final consiguieron, entre todos/as encontrarle una solución al pescador desempleado que sólo necesitaría trabajar un par de años más para cobrar lo que sea que le concedan si es que le conceden algo. Me imagino que el resto de las personas que estaban en la oficina le apoyaron y dijeron que qué vergüenza, qué escándalo, que falta de humanidad, y que vaya sistema de mierda que sólo reconoce las profesiones que se desarrollan en una empresa o en una oficina, y que ahora mismo iban a escribir una reclamación para que ese sistema se cambiase o se mejorase.

Me imagino que los/as funcionarios/as, completamente de acuerdo, les facilitarían el papeleo para la reclamación y además la firmarían, porque nunca se sabe dónde se va a estar dentro de dos días y oye, antes que funcionaria una es persona y por eso se solidariza con otras personas. Me imagino que lograron incluír al hombre en una categoría profesional y que además se disculparon con él por haber obviado un trabajo tan importante como el de los pescadores, que proveen de alimentos varios a toda una población, y que además desempeñan una labor durísima contra viento y marea, y nunca mejor dicho, porque esa frase se acuñó por y para ellos.

Pero claro, todo eso me lo imagino, ya digo, en mi mundo de luz y color. En este mundo prefiero no saber cómo terminó la historia realmente.


viernes, 11 de enero de 2013

La llave de la azotea

Mi hogar está situado en el medio de un edificio de 16 plantas.

¡16 plantas!

Mucha gente se horroriza cuando se lo cuento, o cuando vienen a verme.

"¡16 plantas!" repiten. "¿No son muchas?", insisten.

Pues hombre (o mujer, o viceversa, quién sabe), unas cuantas sí son. En los últimos años de mi existencia me he encontrado por el camino con muchas incorporaciones nuevas a mi vida que vivían y/o viven en chalets (hasta la adolescencia tardía sólo tuve una amiga que vivía en un chalet, Olga, y conté su historia aquí) o casitas bajas, y claro, les dan vueltas los ojos cuando vienen a mi casa.

El lector o la lectora que no haya venido a mi casa se imaginará a estas alturas que vivo no sé, en un rascacielos del corte de las Torres Gemelas o similiar. Lo peor (o lo mejor, yo ya no sé) es que ni siquiera vivo en un rascacielos moderno y elegante, sino en el clásico edificio de pisos de construcción sesentera en un barrio de la antigua periferia madrileña que aparte de no tener una estética aplastante ni siquiera sale en las revistas. Es un bloque en el que nos amontonamos cual abejitas en su colmena, y en el que, si prestas atención, puedes escuchar decenas de vidas bullendo en su interior.

El caso es que vivo en todo el medio del edificio. Son 16 plantas distribuídas en 3 sótanos y 13 pisos de viviendas, sin más. En esos 3 sótanos se apilan coches, motos y bicis y trastos de todos los tipos y pelajes, porque conviven los trasteros (que costó 13 años de juntas vecinales construir según me han contado y que provocaron rencillas por las cuales los vecinos más antiguos no se hablan entre sí) y los garajes, en los que hay normas estrictísimas de aparcamiento que no cumple ni un vecino (me incluyo). Por lo demás, convivimos en paz y armonía absolutas.

Mi casa está en el piso 7, una altura perfecta para una persona con miedo a las alturas como soy yo (ejem). El caso es que siempre he vivido en pisos relativamente altos, así que estoy más o menos acostumbrada. No obstante, tengo lo bueno de los pisos altos, que es alejarse del mundano ruido de la calle, y por otro lado lo bueno de los pisos bajos, que es tardar menos de 45 minutos en bajar hasta la calle. También conté una vez, concretamente en el post acerca de la dura vida en comunidad, (puedes recordarlo aquí) que en mi casa sólo hay un ascensor y quienes viven en el piso 13 ven poco la luz del día, porque hasta que el ascensor sube a sus casas ya se ha hecho de noche. Para eso pusieron las escaleras, pero entiendo que las escaleras se hicieron para valientes y cada vez hay menos.

El caso es que hay una leyenda urbana cuya veracidad nunca he constatado porque no tengo propiedades inmuebles, y es la que dice que las casas que se encuentran en pisos superiores al 7º de un edificio se venden más baratos porque, en caso de incendio, las escaleras de los bomberos no llegan hasta tan arriba. No sé si será cierto pero tampoco tengo excesivas ganas de comprobarlo; la cuestión es que en caso de incendio, es cierto que los pisos altos tienen serios problemas para cualquier solución que se proponga.

Sin embargo, para los pisos altos también hay una alternativa, que es la azotea. La azotea es una explanada que hay en lo alto de la torre y que sólo, sólo, SÓLO, está pensada para emergencias.
Desconozco si quienes vivan en los pisos altos la utilizan con otros fines, en fin, no quiero ser inductora del vandalismo vecinal ni de acciones que vayan en contra de los estatutos comunitarios. Sólo digo que un colega mío vivía en un último piso de un edificio como el nuestro y no sabe nadie cómo se veían las estrellas desde su azotea (que seguramente también estaba pensada para evacuaciones).

Lo que a mí nadie me responde es, en caso de incendio, qué cojones vamos a hacer apiñad@s en la azotea, pero entiendo que son preguntas incómodas para los altos cargos. Algún día lo sabremos.

Toda esta información está en mí desde hace relativamente poco. A mí los planes de evacuación me causan poca impresión, la verdad, veo la desgracia lejana (toquemos madera) y, si me tiene que tocar, confío ciegamente en el resto de la humanidad, porque yo me voy a bloquear fijo.
Sin embargo llevo semanas y semanas jurando en arameo enfadada porque se me enganchan las llaves en el ganchito de la puerta (ese ganchito que se coloca en las casas donde viven varias personas para que cada quien cuelgue su manojo de llaves).
Mis llaves se enganchaban a cada minuto en el ganchito, y lo hacían porque del saliente colgaba una llavecita sola, en su arandela, sin etiqueta que la identificase ni nombre al que asignarla. Al principio pensé que sería una llave de las que se pierden y pululan por nuestras vidas sin ton ni son, así que me organicé para encontrar a su dueñ@. Tras una búsqueda exahustiva, dí por finalizada la investigación: no era de nadie.

Entonces, ¿qué coño hacía esa llave ahí, molestándome cada mañana?

Finalmente descubrí que es la llave de la azotea. ¿Qué hacía ahí, en nuestro ganchito? Pues la respuesta es que se le da a todo vecino o vecina cuando llega al edificio para que la cuelgue en su ganchito, y ahí debe esperar al día de la debacle para que, en la locura de gritos, carreras, muerte y destrucción, podamos cogerla (en realidad sólo quien salga primero, si el resto andan en el piso de abajo buscando un calcetín en el tendedero de la vecina o pidiendo sal se quedan sin escapatoria) y huir despavorid@s hacia el piso 13, eso suponiendo que consigamos salvar los 6 pisos de escaleras (el ascensor no funcionará, y si funciona se habrá bloqueado, 150 familias intentando subir a la vez) entre fuego, humo, ascuas y pladur desprendiéndose de todas partes.

¿En serio?

¿En serio voy a estar toda mi estancia en esta casa pendiente de la llave de la azotea?

¿En serio voy a dejar que me moleste cada vez que salgo de casa sólo por si un día, quizá hay un incendio, y quizá estoy en casa, y quizá me da tiempo a cogerla y quizá...?

¿En serio voy a vivir toda mi existencia pendiente de las cosas que "quizá pasen" (o quizá no), en vez de guardar todos los "por si pasa" en el cajón y ser un poco feliz aquí y ahora?

¿En serio vamos a desperdiciar nuestro tiempo siempre cuidando de las llavecitas de las azoteas de nuestros sueños y nuestras metas en vez de vivir dentro de ellos y hacerlos realidad, sólo porque alguien nos dice que puede que (y sólo puede que) algún día venga un incendio y los destruya?


En serio, en serio... en serio.



PD. Magnífica foto, magnífica idea de Mar Lozano (poesiavisual-marlozano.blogspot.com), se la voy a copiar para enmarcar la llave de mi azotea. Y si hay un incendio, ya veremos qué hacemos.




miércoles, 2 de enero de 2013

El 2013 se llama Pilar

Llevaba bastante tiempo dándole vueltas y recopilando ideas acerca de qué escribir para cerrar el año, y luego a qué escribir para abrirlo. Es una reacción muy natural del ser humano recopilar, recopilar sobras de la cena para comer al día siguiente, recopilar fotos para hacer álbumes que jamás volvemos a ver (salvo en los tiempos muertos de las cenas familiares, que ahí sí que son buena excusa para pasar el rato), recopilar recuerdos amontonados en cajas y paredes, recopilar momentos para hacer listas interminables de cosas que han pasado en el año que termina y cosas que esperamos que pasen en el venidero. Esta última lista es la de propósitos que jamás cumplimos, y no lo hacemos porque esa lista la está haciendo nuestro "yo" de las circunstancias, el que hace las cosas "que toca hacer", pero que en cualquier otro momento jamás dejaría de fumar, ni se pondría a dieta ni se propondría correr todos los días. Mi "yo" interno, de hecho, piensa que correr es de cobardes.

Han pasado tantas cosas en 2012 que es complicado hacer una recopilación: se nos quedaría una lista larguísima y pesadísima de desasosiegos, angustias, recortes brutales, pérdidas de derechos adquiridos, mamoneos varios, paro, inflacción y demás dramas sociales parapetados por mensajes pseudopositivistas rollo Campofrío que lejos de subirnos la moral a mí personalmente me suben el ácido láctico. En fin.

Al final de todo, mientras pensaba, el 2012 me dejó un momento que tapó por completo mis ansias de recopilar y rebuscar en los cajones de mis miserias personales (y las colectivas, que no estoy yo peor que la mayoría de la gente), y me lo dejó de la mano de quien siempre tiene un punto de sabiduría más que el que podamos tener entre toda la juventud humana: mi abuela.

Mi abuela Maruja es la madre de mi madre, y es la única de mis abuelos que aún puede hacer una vida mínimamente autónoma. Los padres de mi padre fallecieron (y de hecho este pasado 2012 nos dejó mi abuelo Patricio, puedes recordar cómo lo viví pinchando aquí) y el padre de mi madre vive, pero el hombre está ya en una silla de ruedas, con su cabeza y su salud en perfecto estado pero sin movilidad ni autonomía. Mi abuela es la única que aún va a la peluquería, y a la compra, y a tomarse unas cañitas, y al cine todos los miércoles de la vida ahí llueva, nieve o truene. Mi abuela es una crack.

Mi familia cercana (véase mi padre, mi madre, mi hermana y yo) vamos a verles una vez a la semana, aunque no necesariamente todos juntos el mismo día. El caso es que hace un par de semanas estaba yo tomando el aperitivo tan feliz con ella en la terraza cuando me dijo:

- Oye hija, este año me haría mucha ilusión que me llevaras a conocer a Pilar.

Pilar es la asistente de Teleasistencia que les corresponde a mis abuelos. El servicio de Teleasistencia es eso que mis abuelos llaman "el botón rojo", ese pulsador que los abuelos del mundo llevan colgado del cuello y que pulsan veinte veces al día por equivocación, pero que en realidad está pensado para las emergencias y para comunicarse con ellos.

Las operadoras y operadores de Teleasistencia llaman además a los abuelos y abuelas del mundo varias veces a la semana para charlar, contarse batallas, recordarles que no abran la puerta a gente extraña, que beban agua, que se tomen el pastel de medicinas que les receta el médico (a partir de ahora, por cierto, previo pago de un euro por receta), que hagan ejercicio, que no se pongan al sol y todas las recomendaciones que se dan para preservar las vidas ancianas.

La mujer que llama a mis abuelos varias veces a la semana se llama Pilar, como digo. Mi abuela, como todas las abuelas y abuelos de este mundo, disfruta infinito de las conversaciones con Pilar, porque aunque hable con mi madre y con nosotras treinta veces al día, nosotras siempre hablamos de las mismas cosas, nos tenemos muy vistas. Sin embargo, con Pilar cada día es una conversación nueva, porque no se conocen: que si el tiempo en primavera, que si cómo está mi abuelo, que si no se qué nueva medicina, que si las nietas, que si mis hijas, en fin, lo que a nosotras no nos cuenta porque es hablar de lo pesadas que somos.

Pues mi abuela, a su ochenta y tantos años, tenía una ilusión para este año que ha terminado: ponerle cara a Pilar. A veces jugábamos, por la voz, a intentar imaginarla: mi abuela decía que sería bajita, gordita y con cara de simpática. Mi padre que tendría unos cuarenta y tantos años y que era tan dulce porque tenía dos hijos no muy mayores. Mi tía se la imaginaba un poco anticuada vistiendo, con lo entrañable de las personas que no le dan importancia a la ropa porque exceden a las modas. Yo la imaginaba muy blanquita de piel, con ojos claros y sonrisa tierna.

Por fin nos armamos de valor y averiguamos la dirección del servicio de Teleasistencia. Quedamos al día siguiente para conocer, por fin a Pilar, después de haberla interrogado discretamente en sucesivas llamadas acerca de la posibilidad de ir a verla ("sí, sí, por favor, venid cuando queráis") y de cuándo podríamos acercarnos ("yo es que sólo tengo horario de tarde, Maruja").

Mi abuela estaba radiante cuando llegué a buscarla, con su pañuelo azul cielo y su camisa blanca. Mi abuela es una mujer guapísima y elegantísima con cualquier cosa que se ponga, pero es que además va siempre impecable. Llevaba dos cajas de bombones y una felicitación navideña que no le dio la gana de escribir a ella ("tengo muy mala letra", pero era vaguería, vamos, porque ella tiene la clásica letra redondilla típica de quien aprendió a escribir con métodos tipo "Rubio" y jamás volvió a escribir de corrido) y que terminé rellenando yo. Nos cogimos mi coche y fuimos en busca de Pilar.

Para no liarla puse el GPS, que es algo que sólo hago si voy con prisa y no me quiero perder. A mí es que a veces me gusta perderme, es la mejor forma de descubrir sitios interesantes, pero esta no era la mejor ocasión, porque mi abuela ya iba nerviosa y no queríamos dar vueltas infinitas por todas las callejuelas, a riesgo además de llegar tarde y perdernos a Pilar. El corazón de mi abuela y el mío, que funcionan a golpe de susto porque somos muy dramáticas y hemos visto juntas muchas telenovelas, no hubieran aguantado esa situación.

Mi abuela iba flipando con el GPS, y se iba quejando de lo desagradable que era la voz que indica la dirección. La pusimos a parir entre las dos, que qué pito, que qué borde, que qué mal vocalizaba; en una de estas la vocecilla me indicó:

- En la siguiente rotonda, gire a la derecha. Gire a la derecha. GIRE A LA DERECHA.


Yo estaba en un semáforo parada, no podía girar aún, pero claro, eso la voz del GPS no lo entiende, así que a la tercera vez que me lo dijo me puse nerviosa y dije elevando la voz:

-¡QUE SÍ! ¡QUE TE HE OÍDO! ¡QUE AHORA GIRO!

Y justo se abrió el semáforo, giré, la voz se calló y la vida siguió. Mi abuela me miraba desencajada:

- ¡Anda! ¡No me digas que la señorita que habla nos está oyendo...! Y nosotras diciendo todo ésto...

Yo me empecé a reír:

- Abuela, no nos oye, es una grabación...

Y ella:

- Pues le has hablado y se ha callado.

Podríamos haber debatido durante horas sobre la tecnología, pero por fin habíamos llegado a la sede de Teleasistencia. Después de poner el ticket del parquímetro entramos a la sede, y nos recibieron decenas de caras maravillosamente sonrientes. Preguntamos por Pilar, pero estaba descansando, así que nos invitaron a sentarnos en la una silla a esperarla.

Durante un rato, mi abuela y yo jugamos a intentar adivinar quién era: esa mujer de pelo corto y alta que nos sonríe... no, no es. Aquella otra de la larga trenza rubia que parece que se acerca... pues tampoco es, mira, se sienta. Igual es ésta que viene, la de la melenita pelirroja que nos mira intrigada... pero no, se va a la calle.
Así estuvimos un rato hasta que se abrió la puerta y entró Pilar. Supimos que era ella.

Era todo lo que habíamos imaginado: con la piel blanca y los ojos claros, como yo pensaba, con sonrisa encantadora, como decía mi abuela, con la ternura de los ojos de las madres, como decía mi padre, aunque no era anticuada vistiendo, sino sorprendentemente elegante y sencilla. Se acercó a nosotras, y mi abuela se echó a llorar. No les hizo falta decirse más. Se abrazaron un rato mientras yo observaba la escena sin saber bien si unirme al abrazo, si salir, si llorar, si reír. Al final esperé un segundo y cuando mi abuela la liberó, me uní al abrazo.

Lo demás fue como esperábamos: le estuvimos contando nuestras vidas, y ella la suya en Teleasistencia, claro, porque no va a contarnos la pobre mujer su vida personal. Conocimos las instalaciones y a otras asistentes (encantadoras todas ellas) y mi abuela les contó lo encantada que estaba, y ellas le dijeron que qué guapa, que qué joven, que no se la imaginaban así, que cómo estaba mi abuelo. Les dio los bombones y se le iluminaron los ojos cuando ellas le dieron las gracias. Faltaba un querubín rubio lanzando pétalos de rosa desde una nube algodonosa en el techo de aquel despachito. Fue una tarde genial.

Mientras salíamos por la puerta y mi abuela se ponía el abrigo, Pilar nos dio las gracias por la visita y mi abuela le dio las gracias por ser tan maravillosa; entonces me dí la vuelta, abracé a Pilar y le dije al oído:

- Gracias, gracias, gracias, por hacer a mis abuelos tan felices, pero sobre todo gracias por haber hecho crecer nuestra familia, y la de tanta gente que no tiene la suerte de tener una. Sois increíbles.

Y ella me dijo:

- Gracias a tí, por hacer crecer la nuestra y hacer que tu abuela se permita disfrutar tantio.

Y entonces Pilar y yo compartimos una lagrimilla que no hemos contado a nadie (yo al menos no lo he hecho, no sé si Pilar lo habrá comentado) porque formó parte de aquel momento, y nos miramos con la esperanza de encontrarnos de nuevo.


Después de este episodio reflexioné, y decidí que mi deseo para este 2013 iba a ser éste: conocer a tantas Pilares que hay por el mundo, y generar familias nuevas, y estar pendientes de todas ellas, y generar redes, que al final son lo único importante, lo único que está siempre, por encima de la crisis, la recesión y nuestros dramas de telenovela.

Mi abuela, una mujer que ha vivido tanto y con tanta gente, sólo quería, al final de este año, ponerle cara a todos los corazones que hay en su vida.

Que el 2013 os traiga la figura de Pilar a tod@s vosotr@s y a tanta gente que está (o se siente) sola y que aún así, como dice mi amigo Mario, enfrenta con tanto valor la vida cada día.


Os quiero.


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martes, 11 de diciembre de 2012

Tres Patas para un Banco

Érase una vez un Banco, de esos comunes de madera barata que se colocan en las calles y en los parques de las ciudades.

Este Banco era semejante a otros muchos bancos vecinos: dos tablones de madera rígidos unidos por una arista dieron vida a un Asiento y a un Respaldo preparados para apoyar las posaderas y la espalda de cualquier viandante.
Lo colocó el Ayuntamiento en una callejuela de un barrio al sur de Madrid donde confluían cuatro edificios altos de pisos. El banco tenía un emplazamiento muy dinámico y estaba rodeado de tiendas: un centro comercial, un estanco, una reprografía, un quiosco, un centro de belleza... mucha gente iba a pasar cada día por aquella plazoletilla e inevitablemente, se iba a parar a descansar en el Banco.

Este Banco tenía una particularidad: le sostenían tres Patas. Los bancos modernos están sujetos por una o dos patas, pero aquel no era un banco demasiado nuevo y por eso le sostenían tres Patas. Las Patas fueron forjadas casi al tiempo, y eran aparentemente iguales, aunque si una se acercaba bien observaba que tenían sutiles diferencias de forma, color y altura.

Las Patas se entendieron bien desde el momento en que fueron colocadas en el Banco. Se alegraron mucho de la zona en la que les había tocado vivir: habían oído historias acerca de bancos que se colocan en parques solitarios, o en descampados hostiles. Habían oído hablar de bancos partidos por la mitad para evitar que los indigentes durmieran en ellos. Habían oído hablar de bancos situados en comisarías y juzgados en los que la gente se sentaba esperando sentencias de libertad o esclavitud. Habían escuchado hablar acerca de bancos anclados en hospitales y tanatorios, bancos diseñados para esperar la vida y la muerte.

Sin embargo y por suerte les había tocado una zona bonita, rodeada de árboles, con niños y niñas, gente adulta y gente mayor, y sobre todo no les había tocado estar solas, que era lo más temido por todas las Patas del mundo.

Las Patas congeniaron enseguida: si había que sujetar mucho peso, las tres se colocaban instantáneamente del mismo lado. Si una estaba un poco cansada, las otras dos soportaban el total de la carga para dejarle descansar. Si hacía buen día, las tres absorbían el sol por igual. Se entendían  la perfección.

El tiempo fue pasando, y las Patas fueron cambiando: la erosión de la lluvia, el viento, el sol, fueron desgastando su color inicial y dejando paso a nuevos tonos. Los chavales y chavalas del barrio pintaron el banco con sprays de colores, y las patas se lo pasaban en grande viendo cómo cada día tenían un look diferente. El Asiento y el Respaldo del banco refunfuñaban quejándose, y cuanto más se quejaban más se reían las Patas, a quienes los colores, lejos de molestarles, les daban nuevas vidas cada día.

El barrio también cambió: la reprografía pasó a ser una peluquería y el centro de belleza pasó a ser una tienda de comida. La gente del barrio empezó a crecer, y cambiaron como cambia todo con el paso del tiempo. Las niñas y niños del barrio crecieron y comenzaron a sentarse en el Banco para hablar de sus primeras preocupaciones: primeros trabajos, primeros amores, primeras decepciones. La juventud creció y emigró a otros barrios, dejando paso a nuevos vecinos y vecinas que llegaban con sus bebés y sus ganas de iniciar una vida nueva en aquel lugar.

Las Patas también empezaron a cambiar de horizontes: soñaban con que colocaran cerca otro banco con otras patas, y poder conocerlas y quién sabe si conectar, y juntarse, y tener Patitas en el futuro.
Otros bancos pasaron cerca, y también otras patas, pero las Patas de aquel Banco no conseguían encontrar un destino mejor que aquel. Se entendían tan bien, congeniaban tan bien, se complementaban tan bien, que dejaron de echar de menos la idea de conocer a otras Patas y se dedicaron a disfrutar de la suerte de estar juntas, dejando a la vida la responsabilidad de diseñar sus futuros.

Se abrieron a la vida: observaban todo lo que ocurría a su alrededor, se maravillaban escuchando a la gente que se les acercaba. Captaban todo lo que ocurría a su alrededor, se rebeleban contra el Asiento y el Respaldo cuando éstos se negaban a ayudar a la gente acomodándose para distintas espaldas y riñones. Las Patas hablaban y hablaban entre ellas, debatían, se escuchaban, nunca se cansaban. Sacaban conclusiones interesantes y soñaban con cambiar el mundo.

Un día, el Ayuntamiento se llevó una de las Patas para arreglar un banco lejano, muy lejano, en un pueblo fuera de la ciudad y del país, cerca de la costa. Las otras dos Patas se quedaron solas, intentando aguantar el peso como podían. Lo consiguieron con esfuerzo, hasta que de repente, un día, sin previo aviso, la Pata volvió.

La Pata les contó todo lo que había en otro lugar, y las otras dos le explicaron cómo había sido la vida sin ella, pero antes de que pudieran disfrutar de tenerse de nuevo las tres, el Ayuntamiento se llevó otra de las Patas a una gran ciudad, esta vez a un lugar gélido donde vivían muchas Patas en muchos bancos. Las otras dos Patas volvieron a repartirse el peso para aguantar la posición, y la Pata que había permanecido siempre en el barrio enseñó a la otra a sostenerse, pero por suerte, al poco tiempo, aquella Pata también volvió y de nuevo fueron tres. Esta vez las tres Patas esperaban estar juntas de nuevo por un tiempo.

Cuando de nuevo llevaban poco tiempo las tres juntas, su relación cambió, de repente: de golpe se hicieron mayores. Por fin dejaron de lado todo lo superficial, ni siquiera se molestaban en enfadarse con el Asiento y el Respaldo. Fueron conscientes de la suerte que tenían de ser Patas en vez de ser, por ejemplo, Reposabrazos (que siempre se llevaban la peor parte del Banco) y se decidieron a aprovecharlo.

Prestaban mucha atención a todo lo que decían las personas que se sentaban en el Banco, aprendían, absorbían la información. Cuando las tres Patas estaban juntas, el Banco dejaba de ser un banco cualquiera y se convertía en algo especial. Todo el mundo lo percibía: sentarse en aquel Banco era diferente a apoyar el culo en cualquier otro. Nadie sabía explicarlo, pero aquel Banco era diferente. Emitía una energía diferente. Y había mil bancos en la ciudad, pero no como aquel. Quizá por eso cambiaron casi todos los bancos del barrio, menos aquel.

Las Patas se sentían cada vez más cerca las unas de las otras: se conocían tanto después de tantos años juntas que sólo con mirarse ya sabían qué pensaba la otra.  Cuando alguien se acercaba sabían con exactitud cómo colocarse para ser una unión perfecta y proporcionar la comodida ideal. Cuando llovía se colocaban más juntas para evitar oxidarse. Cuando soplaba el viento se separaban para dejar hueco y oxigenarse. Todo era tan perfecto que las tres Patas fantaseaban con estar para siempre juntas.

Y entonces, de repente, una de las Patas decidió irse a vivir a Australia.